SEGUNDO ACTO
Música.
Proyección sobre el telón. Representa un hombre con cabeza de pájaro.
El escenario. Primero, oscuridad. Luego se va iluminando lentamente. Siri está sentada, inclinada sobre la pieza, estudiándola atentamente. Marie abre una cerveza. Strindberg está a un par de metros de Siri, la mira, se balancea sobre las puntas de los pies, parece que quiere decir algo, pero duda.
STRINDBERG.— Y los niños… ¿están bien?
SIRI (sin levantar la vista).— Sí.
STRINDBERG (dudando).— ¿Ha aprendido Karin a usar el aparato fotográfico que le mandé?
SIRI (seca).— No sé.
STRINDBERG.— Tal vez podría… (cautelosamente), si pudiesen pasar este verano una semana conmigo en el archipiélago yo podría…
SIRI.— No.
STRINDBERG.—… Tú estarías libre…
SIRI.— No.
DAVID se sienta con la cerveza que acaba de abrir en la mano, mira melancólicamente hacia adelante y suspira.
STRINDBERG.— ¿Y qué tal estaría si la señorita David se tomase una cerveza?
DAVID lo mira sin hacer el más mínimo gesto.
STRINDBERG.— No sabe mal. Tómese una, solo por el placer de probarla. Una nada más…
DAVID.— Me gusta tomarme una cerveza. O varias. Mire, señor Strindberg, yo nunca —ni durante la estancia en Grez ni después— he tratado de mantener en secreto el hecho de que soy alcohólica. Lo soy. Y tampoco intento ocultarlo con mentiras.
STRINDBERG (algo desconcertado).— Ah, si es así…
DAVID.— Así es.
STRINDBERG.— Pues… ¡a su salud!
DAVID.— A la suya.
STRINDBERG (da una vuelta, se concentra, se endereza).— Punto tras punto se va demostrando…, a pesar de que dicen que miento y exagero…, que tengo razón. Se demuestra. Ahora en lo tocante a la bebida. Siempre bebiendo. Todos los presentes han oído su confesión, ¿verdad? También Schiwe, que es, en todo caso, un hombre y no tiene la costumbre, como las señoras, de ocultar la verdad mintiendo. Usted lo oyó, ¿verdad?
DAVID.— Si quiere, puedo extenderle una certificación notarial para que la utilice en sus libros. Porque me temo que no tardaré en aparecer en alguno…
SIRI.— Dios mío, ¡seguro!
STRINDBERG.— ¿Qué? ¿Qué dices tú?
SIRI.— Solo he dicho: Dios mío. Por eso escribe tanto sobre vampiros femeninos en sus obras. Y hablando de vampiros: estoy convencida de que son una serie de autorretratos. La marrullera y pequeña autocrítica del señor Strindberg. Pero, Dios mío, ¡qué devorador de hombres es!
STRINDBERG.— ¡Pintor de hombres! ¡Los describo! ¡Hay una diferencia, señorita!
SIRI (con un encantador paso de danza).— Ante ustedes…, ante sus ojos asombrados y hechizados…, el cerdo Särimner[3] de la literatura sueca…, el cerdo que por el día era el alimento de los guerreros del Valhalla, voilà!, y por la noche volvía a estar vivo, voilà! ¡Devorada en una decena de las obras más conocidas y apreciadas del maestro! ¡Y siempre viva! ¡Siempre dispuesta a ser devorada de nuevo!
STRINDBERG (indignado).— ¡Y pensar que yo he convertido a esta cerda en una celebridad internacional! ¡Y ni siquiera tiene la decencia de agradecérmelo!
SIRI.— Agradecerte ¿qué? ¿Que me hayas convertido en piedra de escándalo internacional? ¡¿Que me maltrates públicamente… hasta quedar tirada en el suelo, sangrando, con el corazón al aire?! Agradecerte… ¿¿eso??
STRINDBERG (como dando una lección).— Piensa un poco. Crees estar tirada en el suelo, sangrando. Tu corazón, al desnudo. Yaces allí sangrando. Entonces tienes que decirte: «Aquí, tirada estoy haciendo historia de la literatura. Hier liege ich und mache Literaturgeschichte!».
SIRI (ahora indignada de verdad).— Tú devoras seres humanos. Los consumes. ¡Deberíais haberlo visto la noche en que la pobre Victoria[4] trató de suicidarse! Casualmente vivíamos en el mismo hotel. ¡Dios mío! El pobre Landegård, que estaba con ella, entró después en nuestra habitación y nos contó toda la historia. ¡Qué imbécil! Pero, claro, un hombre no aprende nunca a guardar silencio. Oh, Dios mío, ¡cómo escuchaba el señor Strindberg! ¡OOOOOOOOOH! (Siri da vueltas alrededor de él imitando a una fiera que se come a su presa con los ojos, una fiera voraz con los ojos saliéndosele de las órbitas y relamiéndose). ¡Ooooh! ¡Qué historia tan suculenta! ¡Qué expresión en el rostro del Maestro…, el implacable interés de un devorador de hombres…, y qué detalles iba engullendo! ¡Una joven que intenta suicidarse! ¡Amor desgraciado! ¡Abandonada! Cuchillos, sangre…, slurp…, slurp…, tal vez…, ¿tal vez material para una pieza?…, slurp…, slurp…, una señorita de la aristocracia… la Noche de San Juan…, una historia con un hombre…, ...