Del Quijote a Tintín
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Del Quijote a Tintín

Relaciones insospechadas entre un libro de "burlas" y un tebeo "infantil"

  1. 207 páginas
  2. Spanish
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Del Quijote a Tintín

Relaciones insospechadas entre un libro de "burlas" y un tebeo "infantil"

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Reunir i estudiar en una mateixa investigació les relacions existents entre les històries de dos personatges de la talla de Don Quixot i de Tintín no està a l'abast de qualsevol. Només algú radicalment enamorat de l'art d'Hergé i del seu «línia clara» i, a el mateix temps, fantàstic coneixedor de la immortal novel·la de Cervantes podria fer-se càrrec d'aquesta tasca.Del Quijote a Tintín s'organitza sota l'espècie d'un diccionari bilingüe Quixot-Tintín, Tintín-Quixot, amb diferents lemes ordenats alfabèticament on es van analitzant els paral·lelismes que ofereixen els dos personatges, que són molts més dels que haguéssim pensat abans que Joan Manuel Soldevilla els descobrís i els posés en valor davant dels nostres ulls atònits.Del Quijote a Tintín és, de principi a fi, una festa de la sensibilitat i de la intel·ligència.Del pròleg deLuis Alberto de Cuenca

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Información

Año
2020
ISBN
9788412173413
Categoría
Literatura
Del Quijote a Tintín
Relaciones insospechadas
entre un libro de «burlas»
y un tebeo «infantil»
A
Agravios
Don Quijote y Tintín se enfrentan al mal desde una perspectiva similar, siempre con la voluntad de desfacer agravios y enderezar tuertos, un ideario caballeresco tan sublime y sencillo en su formulación que, incomprensiblemente, ha sido divulgado a través del disparatado aforismo desfacer entuertos, un sintagma erróneo con el que mucha gente se refiere al ideal quijotesco de manera reiterativa.
Como caballero andante o como boy scout, que así podemos definir a nuestros héroes, se percibe una idéntica actitud ante el mal, una disposición de ánimo equivalente que persigue restituir la justicia, emprender batallas y aventuras, pero siempre guiados por la voluntad de imponer el triunfo del bien. En ambos casos, como explicaremos, es indudable la filiación cristiana de esta actitud, aunque la grandeza de ambos autores está en transcender sus circunstancias personales, culturales y religiosas y proyectar una actitud moral que se transforma en universal. En ambos casos, y como es obvio, los referentes para los dos autores son distintos, como distintas fueron las épocas en que vivieron los autores y los personajes: para Cervantes, posiblemente sea el humanismo aquello que explica el compromiso de su personaje. Para Hergé, no hay duda de que es el escultismo el movimiento que orienta el ser-en-el-mundo de sus personajes. Para don Quijote la verdad es un ideal propio de la Edad de Oro que quiere restituir mientras que para Tintín esa verdad constituye una necesidad casi profesional dada su condición de periodista e investigador.
Don Quijote se lanza al mundo porque ha leído demasiado, es cierto, pero su locura de querer convertirse en un personaje de novela no es el desvarío solipsista de un desequilibrado encerrado en sí mismo, sino que quiere tener una transcendencia pública para que cobre pleno sentido:
Le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. (I,1)
Como protagonista que se imagina de una novela de caballerías que alguien, en un futuro no muy lejano, escribirá, su objetivo al lanzarse a la aventura es indisociable del afán de convertirse en un personaje celebrado por la posteridad, que admirará sus proezas cuando lea los libros que las recogen. Pero este objetivo propiamente caballeresco no solo se persigue por un mero impulso egoísta, sino para el servicio de la república, es decir, para conseguir el bien común, teniendo como prioridad resolver cualquier tipo de injusticia; el caballero actuará siempre deshaciendo todo género de agravio, a saber, luchando contra, así define la palabra agravio el Diccionario de Autoridades de Covarrubias (1611), la sinrazón que se hace a alguno, sin justicia; es decir, solo enfrentándose a los atropellos, iniquidades y a la sinrazón —curioso que esto lo defienda un loco— se conseguirá que el héroe pueda engrandecer su buen nombre y fama.
Este imperativo moral que formula el protagonista desde el inicio de la novela se verá matizado por su locura y por el encadenamiento de episodios cómicos que demuestran la ridiculez del personaje y, quién sabe —ironías cervantinas—, quizás de ese empeño de luchar por el triunfo del bien frente al mal; pero por diversos que sean los avatares, en ningún momento se va a poner en entredicho este ideario. Al contrario, en muchos de los discursos que formule don Quijote, de forma explícita y recurrente incidirá en este aspecto.
Y quiero que sepa vuestra reverencia que yo soy un caballero de la Mancha llamado don Quijote, y es mi oficio y ejercicio andar por el mundo enderezando tuertos y desfaciendo agravios. (I, 19)
Don Quijote no se inventa nada al plantear de esta manera el ejercicio de la caballería; él es un personaje que cobra vida a través de las lecturas que ha realizado y digerido, más mal que bien, en la biblioteca de su casa solariega. En las obras que ha devorado y que se sabe al dedillo, este compromiso ético de base cristiana es recurrente; como bien señalan diversos estudiosos, ya el ideal caballeresco expuesto en Amadís de Gaula (1508), la novela que tanto admiraban Cervantes y don Quijote, se caracteriza por esta fusión entre caballería y compromiso benefactor para con los débiles. Amadís, el héroe de caballerías por excelencia en la tradición castellana proclama cómo ha vivido quitando y enmendando muchos tuertos y agravios, que a personas flacas, así hombres como mujeres, por caballeros soberbios se hacían.
El modelo literario caballeresco, tan en boga en los siglos xv y xvi, proyectó su influencia hasta la literatura religiosa y moral. El autor esencial de ese momento, Erasmo de Rotterdam, lo usó para explicar de forma alegórica las virtudes del buen cristiano; su Enquiridion o Manual del caballero cristiano (1503), muy celebrado en su época, mostró cómo el ideal caballeresco podía tener su transposición a lo divino y podía servir para explicar el camino correcto, en este caso, en el campo de la religiosidad y la espiritualidad.
Don Quijote no solo quiere ser un caballero como los de las novelas que leía, sino especialmente un caballero cristiano; más allá de la recurrente ironía que supone poner los ideales cristianos llevados a la práctica como síntoma de locura, don Quijote siente que la aventura no es un mero capricho ególatra, una diversión excitante y peligrosa —aunque ello, como veremos, tampoco es un factor desdeñable—, sino de forma muy especial una muestra de compromiso moral:
Quise resucitar la ya muerta andante caballería, y ha muchos días que tropezando aquí, cayendo allí, despeñándome acá y levantándome acullá, he cumplido gran parte de mi deseo, socorriendo viudas, amparando doncellas y favoreciendo casadas, huérfanos y pupilos, propio y natural oficio de caballeros andantes; y así, por mis valerosas, muchas y cristianas hazañas, he merecido andar ya en estampa en casi todas o las más naciones del mundo: treinta mil volúmenes se han impreso de mi historia, y lleva camino de imprimirse treinta mil veces de millares, si el cielo no lo remedia (II, 17)
Don Quijote quiere cambiar el mundo, a sabiendas de que eso es una locura; la aventura tiene sentido porque es moral, aunque ello encierre incomprensión y ridículo. Defenderá a Andrés (I, 4), el criado maltratado, aunque esto suponga un castigo mayor para el pastorcillo y una burla posterior, liberará a los galeotes (I, 22), a pesar de que descubra, demasiado tarde, que se trata de una cuadrilla de indeseables y desagradecidos que no merecían la libertad, viajará por los cielos en un caballo de madera para desencantar a la condesa Trifaldi cuando se hospede en el palacio de los duques (II, 40-41), aunque los lectores y todos aquellos que le agasajan sepamos que solo es víctima de una mascarada.
Baden Powell (1857-1941) forjó su ideario scout desde su condición de militar; hijo de un reverendo que era profesor de geometría en Oxford, advirtió la lejanía que los jóvenes de su industrializada Inglaterra tenían del entorno natural. Igualmente preocupado por la falta de referentes que podían tener los jóvenes en tiempos tan convulsos como fueron los del tránsito del siglo xix al xx, y buscando una actualización del ideario cristiano, forjó las bases del movimiento scout que tanta repercusión tuvo y tiene en todo el mundo. En su libro fundacional, Scouting for boys (1908), Baden Powell definió con claridad la filiación caballeresca de su proyecto: Los caballeros eran los escoltas de los tiempos antiguos y sus reglas eran muy similares a la ley escolta que tenemos hoy.
El joven Hergé, o quizás mejor decir el joven Georges Remi, pues aún no había creado su nom de plume, encontró en el movimiento scout el entorno necesario para su crecimiento y la forja de su carácter. Criado en un ambiente pequeñoburgués más bien triste y poco estimulante, el escultismo le supuso el descubrimiento de la naturaleza y de la libertad, del compañerismo, de unos valores morales que le marcaron profundamente y que quiso mantener vivos a lo largo de su vida. En las publicaciones scout de la Bélgica de los años veinte Hergé publicó sus primeros trabajos gráficos, y su primer personaje de ficción, Totor, aparecido en 1926, era un jefe de patrulla scout que prefiguraba a Tintín en su carácter y aspecto físico.
Cuando en enero de 1929 creó al intrépido reportero, lo hizo dotándole de ese ideario que tanto le había ayudado en su crecimiento personal; de hecho, Tintín no deja de ser un boy scout metido a periodista que no persigue tanto la noticia como la b.o, la buena obra diaria, que da sentido a su existencia. Los principios del scout —o del caballero del siglo xx, en palabras de Baden Powell—, definen a Tintín: el scout es digno de confianza, útil, cortés, no hace nada a medias, es animoso ante peligros y dificultades, es limpio y sano, puro en sus pensamientos palabras y acciones. El scout es patriota, se debe a su república, y está orgulloso de su fe y a ella somete su vida. No lo obviemos, estos principios también definen a don Quijote, quien está siempre a punto para defender a los menesterosos y agraviados.
Tintín, como don Quijote, no tolera las afrentas ni las injusticias, y ante ellas, actúa. Tintín, a diferencia de don Quijote, consigue vencer a los malhechores, no se confunde sobre la identidad del bien y del mal y sus acciones despiertan la admiración, nunca la burla. Si recuperamos los tres ejemplos quijotescos anteriormente mencionados —Andrés, galeotes y Clavileño— podremos descubrir sugerentes analogías. Como ahora detallaremos, Tintín salva a un muchacho del escarnio al que le someten unos adultos, libera a unos prisioneros que van en un barco y decide volar hasta un nuevo continente para liberar a una dama en apuros.
La publicación de El templo del sol inauguró la revista Tintin en 1946, aunque no salió publicado en álbum hasta 1949; tras los avatares descritos en Las siete bolas de cristal, y tras la pausa obligada que supuso el final de la guerra y las acusaciones de colaboracionista que recibió Hergé —de las que salió sin condena pero con una profunda crisis personal—, la nueva revista retomó una aventura que llevaría a personajes y lectores hasta las más recónditas montañas andinas. Sin entrar a detallar el argumento del álbum, queremos destacar el encuentro de Tintín con Zorrino (Templo, 18-19). Este joven de origen incaico, poco más que un niño, se dedica a vender naranjas en el mercado local, y las lleva en un cesto; caminado por las calles de una pequeña población se cruza con dos criollos que, petulantes y racistas, se burlan del muchacho; no solo eso sino que, por el simple placer de hacer el mal, le pegan una patada al canasto y todo su cargamento rueda por el suelo en medio de sus carcajadas; pero aún hay más: mientras Zorrino recoge la naranjas le pisan la mano con crueldad abyecta. Lo que no saben es que Tintín ha contemplado este infame atropello; el héroe no solo va a reprenderles por su acción, sino que se va a enfrentar a ellos cuando estos se abalancen violentamente sobre él. Al final, los malhechores, corridos y humillados se darán a la fuga. La valentía y la agilidad de Tintín esquivando los golpes —y los mordiscos de Milú— ha vencido a los agresores.
Como don Quijote, Tintín no ha podido soportar una injusticia contra un niño y se ha lanzado a salvarlo de un trato cruel e infame que define el carácter miserable de sus agresores; a diferencia de lo que ocurrió con el caballero, su noble acción no ha acarreado males mayores como los que sufrió Andrés, que cuando se fue don Quijote recibió una paliza aún mayor. Zorrino, como Andrés, volverá a aparecer más adelante, pero no para reprochar a Tintín su heroica actuación —así lo hace Andrés con don Quijote— sino para ayudarle a llegar hasta el Templo del sol, aunque para ello se juegue la vida.
Stoc de coque se empezó a publicar en 1956 apareciendo como álbum dos años después. La narración coloca a nuestros protagonistas a bordo de un carguero en llamas, abandonado a la deriva (Coque 43), una situación dramática que más lo va a ser cuando deban enfrentarse a los torpedos que lanzará un submarino capitaneado por unos esbirros que actúan a las órdenes de Rastapópulos (Coque, 55-56).
Nos queremos centrar especialmente en las páginas 46 y 47 del álb...

Índice

  1. Prólogo
  2. Presentación
  3. Edición
  4. Del Quijote a Tintín
  5. Epílogo
  6. Bibliografia
  7. Anexo
  8. Agradecimientos