Vámonos [para poder volver]
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Vámonos [para poder volver]

Acordes y discordias con Wilco, etc.

  1. 284 páginas
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Acordes y discordias con Wilco, etc.

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Con franqueza, cercanía y un humor que a veces se tiñe de nostalgia y melancolía, Tweedy nos narra todos los hitos importantes de su peculiar singladura: sus visitas devotas a las tiendas de discos del lugar, el descubrimiento del punk, las primeras amistades con el rock como catalizador, el nacimiento y traumático desmantelamiento de su primer proyecto, Uncle Tupelo, que desembocó en la posterior fundación de Wilco. Con enorme honestidad, Tweedy revela con gran detalle lo que ha ocurrido tras bambalinas, tanto desde el punto de vista del proceso creativo y musical, como en el personal: desde los problemas de adicción a los opiáceos que lo llevaron a internarse en una clínica de rehabilitación, hasta los desencuentros con otros miembros de la banda que en su momento fueron esenciales.

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Información

Editorial
Sexto Piso
Año
2019
ISBN
9788417517618

FILM TRANSPARENTE

Lo creas o no, la primera canción que escribí se grabó con una banda llamada Joe Camel and the Caucasians. El cantante principal era un tipo llamado Joe Camel, aunque no creo que ése fuera su nombre real. O puede que sí, no lo sé. Él y el resto de la banda eran caucásicos, eso sí que era cierto.
Joe Camel and the Caucasians eran de Belleville, y una de las mejores bandas locales que tocaban en los bares de la ciudad. Lo que en realidad no significa demasiado; sería como decir que eran el mejor equipo de esquí alpino en Belleville. No teníamos mucho más para comparar, pero sonaban bien. Tocaban sobre todo versiones de R&B, y Joe, el cantante principal, tenía una barba mosca, tocaba el saxofón y derrochaba carisma. Los conocí poco después de formar una banda con Jay Farrar. Jay tocaba la guitarra, yo gravité hasta el bajo, su hermano Wade llevaba la mayoría de las voces y el hermano pequeño de la novia del otro hermano de Jay, Mike Heidorn, que resultó ser de nuestra edad y estar en el mismo instituto, porque de lo contrario no lo conoceríamos, estaba a la batería.
En ese momento, Jay y yo teníamos catorce años, y la idea de que un chico de mi edad tocara la guitarra en una banda de verdad era difícil de entender. ¿Cómo un chico de mi clase de Álgebra que no tenía novia y dormía en el suelo de mi habitación los fines de semana tenía un amplificador y una guitarra y además la tocaba lo suficientemente bien como para que le pidieran hacerlo en público?
Jay me invitó a verlos dar un concierto en nuestro antiguo colegio, y con «ver» se refería a «llevar nuestro equipo y ayudarnos a montar». Yo me sentía agradecido por la oportunidad. Ver a Jay y sus hermanos mayores, Dade y Wade, desgarrar canciones como «(I Found That) Essence Rare» y «Brand New Cadillac» fue alucinante.
Poco después, me pidieron que me uniera a The Plebes, no porque yo fuera un virtuoso de la guitarra, sino porque necesitaban un miembro más del instituto para cumplir con los requisitos para la competición en la Batalla de Bandas del instituto. Mi aptitud para la guitarra estaba mejorando, pero sólo cuando estaba concentrado en ella, sentado en la cama y mirándome los dedos. En el escenario, cuando estaba dando vueltas como un loco, me saltaba más acordes que los que tocaba. Dade, que tocaba el bajo, estaba tan molesto que no paraba de bajarme el ampli cuando creía que yo no miraba y, después de que yo lo subiera varias veces, al final lo acababa apagando de manera autoritaria.
Dade finalmente abandonó la banda y se fue de la ciudad. Puede que tuviera algo que ver conmigo, pero quizá me esté dando demasiada importancia. El caso es que me hice cargo del bajo. Mi madre llamó a un primo que era dueño de un bajo Fender Jazz y había tocado en una banda antes de irse a Vietnam. Cuando regresó, unos pocos años más tarde, la música había cambiado tanto que se desanimó a intentar encajar, y dejó el bajo cogiendo polvo durante algunas décadas hasta que me lo vendió. Gracias, Vietnam.
Aprendí cómo tocarlo lo bastante bien como para seguir el ritmo en más o menos un fin de semana. No recuerdo habérmelo currado mucho, así que creo que me salió con bastante facilidad. Nos cambiamos el nombre a The Primatives (bueno, nos llamamos The Primitives, pero cuando nos vinieron de imprenta las tarjetas de presentación de la banda estaban mal escritas, con una a, y optamos por la falta de ortografía, que era una solución mucho más sencilla y rentable que enfrentarnos al propietario de un negocio adulto echándole en cara el error tipográfico y acabar imprimiendo tarjetas nuevas) y cambiamos el estilo hacia un tipo de música más garage y psicodélica, porque eso era lo que a Jay y a mí nos iba. Tuvimos un recorrido bastante bueno durante un tiempo, cerrando fechas de conciertos en todas partes, ya fuera en el sótano de una bolera (los bolos estrellándose en el piso de arriba aportaban una percusión extra) o haciendo de teloneros de Johnny Thunders en el Mississippi Nights en St. Louis. Hay un video en YouTube de nosotros tocando en Halloween, en 1985, presentando el tema de The Munsters mientras llevo puesto un vestido, por si te apetece ver una cosa así.
Esta primera formación se derrumbó en 1986, cuando nuestro cantante principal, Wade, el segundo Farrar que abandonó la banda (pero no el último), dejó los estudios de Ingeniería o posiblemente se unió al Ejército (nunca tuve claro cuál de los dos) y nuestro batería, Mike Heidorn, se rompió la clavícula. The Primatives se dieron un tiempo, pero Jay y yo seguimos reuniéndonos, teniendo ensayos informales (y en ocasiones improvisados) en las habitaciones de cada uno para trabajar en las canciones que estábamos escribiendo. A pesar de no tener batería ni un cantante principal con la misma energía maníaca ni el carisma en el escenario que Wade, y sin invitaciones para actuar en cualquier lugar, fue sorprendentemente fácil sentirnos seguros de que por fin estábamos en el camino correcto.
Joe Camel and the Caucasians, que iban un paso por delante de nosotros en el circuito de la Batalla de las Bandas, cerraban fechas de conciertos en el Liederkranz Hall, un antiguo centro comunitario alemán a unas pocas millas de Belleville, que se utilizaba básicamente para bailes de menores de edad con cerveza, en un pueblo con un único policía, cuyo trabajo principal era estacionar su coche patrulla en el aparcamiento de una tienda, en la única intersección con un semáforo y asegurarse de que nadie se lo saltara. Habíamos ido a muchos de estos «bailes», así que cuando Joe nos pidió que fuéramos sus teloneros, fue algo gordo.
No sé de dónde sacó Joe Camel la idea de que yo sabía escribir canciones. En realidad, es bastante posible que se lo dijera yo. Tenía quince o dieciséis años y Joe me había invitado a su casa porque le dije que me interesaba ver su colección de discos, que era una recopilación meticulosamente comisariada de rock and roll temprano, R&B, jazz y country en la que había escarbado para el repertorio de su banda. Mientras hablábamos ese día, mencionó de pasada que en realidad él no escribía canciones, pero lo estaba intentando porque necesitaba tener algo que fuera de cosecha propia para poder incluirlo en un disco de siete pulgadas y que pudieran venderlo en los conciertos. Así que le enseñé la canción que acababa de escribir y le dije que podía quedársela si quería. «Your Little World», y sí, la escribí sobre una chica.
Tu pequeño mundo
es demasiado pequeño,
no tienes espacio
para mí en absoluto
Ay, duele, ¿a que sí? No recuerdo de quién se trataba: alguien que me habría roto el corazón o rechazado de una manera tan profunda como para necesitar conmemorar mis dolientes sentimientos en una canción. La grabaron y la lanzaron como un single local. Todavía tengo una caja con los discos por ahí. No es muy buena, y creo que una parte de mí siempre lo supo, incluso en ese momento, pero al menos aumentó mi confianza en que Joe me considerase un compositor. Había trasteado escribiendo canciones para The Primatives, pero éramos una banda de versiones. En el mismo estilo de banda de bar como Joe Camel and the Caucasians, pero más centrados en los años sesenta, la década siguiente a su terreno. Nos consideramos una banda de garage en un sentido estilístico, no en el sentido tradicional de que ensayáramos en un garaje, aunque el sótano normalmente se acepta como sustituto legítimo. Tocamos canciones como «Twist and Shout», «Louie, Louie», «Gloria» y «Hang on Sloopy». También metimos canciones ambiguas que ni nos molestamos en decirle a la gente que no eran originales, como «Are You Gonna Be There (At the Love-In)» de The Chocolate Watchband, «Psycho» de The Sonics y «I Had Too Much to Dream (Last Night)» de The Electric Prunes. Nos gustaba cualquier cosa que mostrara una arrogante irreverencia, incluso si no tenía sentido cantar sobre enamoramientos o viajes de ácido a mediados de los ochenta. Al final, llegamos a un punto en el que sentíamos que estábamos haciendo trampa.
Parecía demasiado fácil. Comenzamos a atraer multitudes más grandes que las bandas a las que teloneábamos, porque al estar en el instituto, sólo teníamos que poner algunos flyers por allí y todos se pasaban. El imán del público tuvo mucho que ver con que era un sitio fácil para que los menores de edad consiguieran bebida. Mi madre nos reservaba la sala, recogía el dinero en la puerta y miraba hacia otro lado cuando se vendían los barriles. Empezamos a ganar mucho dinero, miles de dólares. No decenas de miles, sino miles de dólares, incluso en un fin de semana cualquiera.
Mis padres siempre apoyaron mi carrera musical. Creo que fue, en parte, porque ellos mismos fueron artistas, a pesar de que no contaron con el apoyo para llevar sus intereses más allá. Mi madre vivió indirectamente a través de mí bastante. Siempre me decía que de pequeña soñaba con ser cantante, pero no la recuerdo cantando tanto.
Más tarde, después de irme de casa, ella siguió tratándome como el centro de su universo. Mi antigua habitación se transformó en un museo de Jeff Tweedy. Se suscribía a cualquier revista que me mencionara alguna vez, a mí, Uncle Tupelo o Wilco. Terminamos con cajas y cajas de revistas, recortes de prensa, muchísimos álbumes, casetes y vinilos de cuarenta y cinco revoluciones, pósteres y comunicados de prensa, y cada camiseta de Wilco y Uncle Tupelo que se haya fabricado, incluidos los bootlegs. Ella comisarió un Rock & Roll Hall of Fame muy, muy específico.
Mi padre hubiera sido un gran artista. Era cautivador y carismático en cualquier entorno público, pero necesitaba alcohol. Me da pena, porque era muy divertido. Cuando era niño, no lo sabía. Pensaba que estaba empeñado en avergonzarnos a mi madre y a mí. Compró un karaoke para que pudiéramos cantar en las reuniones familiares. La gente venía y lo sacaba, tenía cintas de ocho pistas de acompañamiento para hits, no del momento, sino hits de algún momento. Hits de un momento. Eran principalmente canciones populares posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Las canciones con las que mi madre y mi padre crecieron fueron básicamente una procesión de hits previos al rock and roll. Mi padre nunca era capaz de resistirse a cambiar la letra para reírse. «¡Me preguntaron cómo sabía / ¡que tu trasero era azuuuul!». Fue divertido la primera, tercera o cuarta vez, no la quincuagésima.
Entonces, estaban extremadamente interesados en mi éxito, y cuando les di a mis padres la noticia de que íbamos a empezar a componer nuestro propio material e incluso cambiar el nombre de la banda (a Uncle Tupelo), se quedaron muy, muy confundidos y decepcionados. «¿Por qué vais a hacer eso cuando tenéis algo tan bueno?», me preguntaba mi madre. «¿Por qué no podéis hacer las dos cosas?». Era difícil de explicar, pero para nosotros el no comprometernos a hacer nuestro propio material y transmitir nuestro mensaje era lavarse las manos. Depender de las versiones era como dejarle puestos los ruedines a una bicicleta BMX. Nos estábamos haciendo buenos, pero tocar canciones de otros nunca lo probaría.
Escuchar a bandas como Minutemen y The Replacements reafirmaba esa convicción. No hacían doblete reservando fechas como banda de fiesta en bares. «¿Por qué no podemos ser solamente una banda de verdad?». Minutemen, en particular, podrían haber sido tíos de nuestro barrio, pero eran legítimos porque se atrevieron y dijeron lo que querían decir con sus propias canciones. Para nosotros, ésa era la única diferencia. También eran de provincias, pero eran ferozmente independientes y estaban a gusto con ellos mismos y no tenían vergüenza de intentarlo. D. Boon era un tío grande con una voz así así, y estaba haciendo música que era indiscutiblemente libre. También escuchábamos a gente como John Prine y Paul Westerberg, que hacían canciones que no estaban tan lejos de nuestras propias experiencias. Deseaba ser yo quien las hubiera escrito, pero no de la misma manera que solía desear haber escrito canciones de The Clash. Fingir que podrías ser Joe Strummer era como soñar despierto con ser John Glenn. Un modelo a seguir perfectamente respetable, pero era jodidamente imposible que yo caminara por la luna. Pero ¿ser un tío normalito que produjo textos supercortos de indie rock con una ética proletaria antes de morir en un accidente de furgoneta a los veintisiete años? Eso sí parecía factible.
Lo que realmente me impulsó a comenzar a escribir canciones es lo mismo que me obliga a seguir escribiéndolas hoy. Escucho música (discos nuevos, mis clásicos favoritos, la radio, cualquier cosa), hasta que siento que ya no puedo soportarlo más, que tengo que crear algo o me volveré loco. Es tan simple como eso. Incluso cuando creo que nunca podré hacer algo ni remotamente tan perfecto o bonito como lo que escucho, soy incapaz de quedarme sentado y dejar que el desafío quede sin respuesta.
Creo que ése puede ser el propósito más elevado de cualquier obra de arte, inspirar a alguien más para que se salve a sí mismo a través del arte. La creación crea creadores. Cuando estuve en el hospital para tratarme la adicción y la depresión, tenían a todos en mi grupo haciendo terapia artística. Una de las cosas más hermosas que he visto en mi vida ha sido presenciar cómo una mujer de sesenta y tres años, que estaba catatónica y había estado enganchada a la heroína durante casi treinta años, se volvió humana de nuevo cuando tuvo un lápiz y le pidieron que dibujara. Soy agnóstico por naturaleza, pero ver eso me reconcilió con la noción de un creador. Ese con el que nos identificamos más cuando lo hallamos en nosotros mismos.
Volvamos a «Your Little World». No fue realmente la primera canción que escribí. Es la primera que se grabó y conservó para la posteridad. Pero revisando algunos de mis viejos cuadernos del instituto, es evidente que había estado lanzando dardos líricos a la pared durante algún tiempo. Mira esto…
No confío en nadie.
Mi espalda está contra la pared.
Nunca me hago ilusiones para que no se evaporen,
las personas sólo mienten, nunca son sinceras.
Puedes ser diferente, pero no tienes pruebas,
así que no puedo dejarte entrar.
(Tachado «en mi mundo, sí»)
Cuánta angustia, y qué conmovedora. Esto está en la misma página, casualmente, donde había tomado algunos apuntes a medias sobre el período del Paleolítico Medio, el fascismo y Mussolini, y mi amigo había hecho una bonita ilustración de un demonio con la lengua colgando, con un cuerpo elástico y dientes podridos, tocando la guitarra.
Aquí está lo que sería un coro, mi favorito:
Solía pensar que el amor debía ser verdadero,
pero todo es fácil si fingimos que
tú me necesitas y yo te necesito.
¡Ja!
Es el «¡Ja!» en staccato lo que realmente vende.
Leer estas letras me ha hecho preguntarme si tenía una valoración más profunda de la relación de mis padres en mi subconsciente de lo que mi mente consciente hubiera podido expresar alguna vez. Estoy convencido de que no es más que una angustia adolescente normal y corriente, pero si estaba intentando intuir la mentalidad del matrimonio de mis padres cuando escribí esto, creo que di en el clavo. Por otro lado, es muy propio de mí trazar los contornos de un corazón roto con un corazón que aún no se ha roto.
Este mismo cuaderno del instituto también incluye una lista de nombres de bandas potenciales, con perspectivas verdaderamente prometedoras, como The Bagworms, The Boogers, Free Beer, The Bleeders y Spam Hippies.
Hay una parte de mí que lamenta profundamente no haber convencido a Jay para llamar The Boogers a Uncle Tupelo. Aunque no sé si hubiera sido mejor. Probablemente hubiésemos hecho el mismo tipo de música, hubiésemos tenido la misma relación disfuncional, y todo se habría desmoronado de la misma manera. Los titulares habrían sido mejores: «Limpieza de Mocos», «¿Qué narices hicieron los Mocos?».*
Esto puede explicar por qué dejé de escribir letras e ideas musicales en general. Las ves por escrito y pierden algo de su poder, especialmente cuando son tonterías. Con las canciones, empecé a sentir que si las cantaba las veces suficientes, las recordaría. Los acordes y las letras irían de la mano. Estoy seguro de que fue sobre todo la pereza, y lo justifiqué diciéndome que si no podía acordarme yo, ¿cómo podría esperar que alguien más lo hiciera? Había algo de lógica en esa forma de pensar. Había muchísimas canciones que me gustaban de las cuales no me sabía obligatoriamente todas las palabras hasta que las leía en una página, y para entonces, el impacto emocional de la canción ya me había sobrevenido por la melodía y las texturas de grabación. ¿Qué importaban las palabras? Eran irrelevantes.
Habíamos escrito algunas cosas como banda cuando aún nos llamábamos The Primatives. Recuerdo vagamente una canción llamada «Christina» o «Christina Come Home», que habíamos tocado en algunos conciertos, aunque creo que todas esas grabaciones se han quemado y enterrado. No empezamos a escribir en serio hasta que nos convertimos en Uncle Tupelo. Poco antes de eso, recuerdo haber oído una de las cosas más bonitas que Jay Farrar ha dicho sobre mí. Le dijo a alguien: «Bueno, Jeff sabe cómo escribir canciones». Nunca me lo dijo directamente, pero el hecho de que se lo dijera a otra persona, y luego esa persona se lo dijera a otra persona que me lo dijo, todavía me parece el mayor cumplido que me haya dicho nunca a tra...

Índice

  1. PORTADA
  2. INTRODUCCIÓN
  3. LA AVENIDA PRINCIPAL MÁS LARGA DEL MUNDO
  4. BOTAS DE AGUA
  5. FILM TRANSPARENTE
  6. CÓMO TERMINA
  7. PRODUCTOS DE PAPEL
  8. MÁS KÉTCHUP DEL QUE PUEDAS IMAGINAR
  9. LAS FLORES DEL ROMANCE
  10. BR-UENO
  11. TOBY EN UN FRASCO DE CRISTAL
  12. SUKIERAE
  13. UNA Y OTRA Y OTRA VEZ
  14. EPÍLOGO
  15. AGRADECIMIENTOS
  16. NOTAS