El castillo
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El castillo

  1. 352 páginas
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El castillo

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La centralidad de Franz Kafka en el canon literario del siglo xx y la alargadísima sombra que proyecta en la posteridad tienen muchas explicaciones. Quizá él mejor que nadie supo diagnosticar los traumas de la época que le tocó vivir y se atrevió a lanzar una mirada a los horrores por venir. Sus visiones alienadas, paranoicas y pesadillescas, sus infernales laberintos burocráticos (y su sinsentido racional) daban forma a una nueva clase de soledad y de indefensión, inequívocamente modernas. El desamparo metafísico, la anulación del individuo bajo el peso del Estado, paralizado en una maraña de leyes y designios opacos, incomprensibles, en las redes de un poder anónimo, difuso y siempre omnipresente, irrebasable… todo ello expresaba a la perfección no sólo el sombrío advenimiento de las sociedades totalitarias, sino el carácter esencial de nuestro tiempo. En este sentido, El castillo no puede dejar de ser una novela completamente kafkiana, absorbente y desconcertante: un mal sueño sublime.El castillo relata la historia del agrimensor K, que acude a la llamada de un pueblo adscrito a un castillo para que realice trabajos profesionales. Para ello, abandona su patria, su trabajo y su familia. Pero cuando llega allí le hacen saber que no hace ninguna falta, se siente marginado por la comunidad desde el primer momento y comienza una lucha a ciegas para conseguir una entrevista con la administración, pero encontrará que se le cierran todas las puertas.Las hermosas y sofocantes ilustraciones de Luis Scafati ahondan en la atmósfera sórdida y onírica de la obra y le sientan como un guante al universo asfixiante y turbador de Kafka.

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Información

Editorial
Sexto Piso
Año
2015
ISBN
9788416358458
Categoría
Literatura


1. LA LLEGADA





Cuando K llegó era noche cerrada. El pueblo estaba cubierto por una espesa capa de nieve. Del castillo no se podía ver nada, la niebla y la oscuridad lo rodeaban, ni siquiera el más débil rayo de luz delataba su presencia. K permaneció largo tiempo en el puente de madera que conducía desde la carretera principal al pueblo elevando su mirada hacia un vacío aparente.
Se dedicó a buscar un alojamiento; en la posada aún estaban despiertos, el hostelero no tenía ninguna habitación para alquilar, pero permitió, sorprendido y confuso por el tardío huésped, que K dur­miese en la sala sobre un jergón de paja. K se mostró conforme. Algunos campesinos aún estaban sentados delante de sus cervezas pero él no quería conversar con nadie, así que él mismo cogió el jergón del desván y lo situó cerca de la estufa. Hacía calor, los campesinos permanecían en silencio, aún los examinó un rato con los ojos cansados antes de dormirse.
Pero poco después lo despertaron. Un hombre joven, vestido como si fuese de la ciudad, con un rostro de actor, ojos estrechos y cejas espesas, permanecía a su lado junto al posadero. Los campesinos todavía seguían allí, algunos habían dado la vuelta a sus sillas para ver y escuchar mejor. El joven se disculpó muy amablemente por haber despertado a K, se presentó como el hijo del alcaide del castillo y después dijo:
–Este pueblo es propiedad del castillo, quien vive aquí, o pernocta, vive en cierta manera en el castillo. Nadie puede hacerlo sin autorización del conde. Usted, sin embargo, o no posee esa autorización o al menos no la ha mostrado.
K, que se había incorporado algo, se alisó el pelo, miró desde abajo a la gente que lo rodeaba y dijo:
–¿En qué pueblo me he perdido? ¿Acaso hay aquí un castillo?
–Así es –dijo lentamente el joven, mientras aquí y allá se sacudía alguna cabeza sobre K–, el castillo del conde Westwest.
–¿Y hay que tener una autorización para pernoctar? –preguntó K como si quisiese convencerse de que no había soñado las informaciones aportadas con anterioridad.
–Hay que tener la autorización –fue la respuesta, y K captó un tono de burla cuando el joven preguntó al hostelero y a los huéspedes con el brazo extendido:
–¿O acaso no hay que tener una autorización?
–Entonces tendré que recoger la autorización –dijo K bostezando y se quitó la manta con la intención de levantarse.
–Sí, ¿y quién se la va a dar? –preguntó el joven.
–El señor conde –dijo K–, no me queda otro remedio.
–¿Solicitar ahora, a medianoche, una autorización del conde? –exclamó el joven, retrocediendo un paso.
–¿No es posible? –preguntó K con indiferencia–. Entonces, ¿por qué me ha despertado?
Pero el joven entró en cólera.
–¡Maneras de vagabundo! –exclamó–. ¡Exijo respeto para la autoridad condal! Precisamente le he despertado para comunicarle que debe abandonar enseguida el condado.
–Basta de comedias –dijo K con un tono llamativamente bajo, volvió a echarse y se cubrió con la manta–. Joven, ha llegado demasiado lejos y mañana volveré a ocuparme de su conducta. El posadero y estos señores serán testigos, en el caso de que necesite testigos. Por ahora conténtese con saber que soy el agrimensor solicitado por el conde. Mis ayudantes vendrán mañana en coche con los aparatos. No quise perderme un paseo por la nieve, pero por desgracia me he desviado algunas veces del camino y por eso he llegado tan tarde. Que era muy tarde para presentarme en el castillo es algo que ya sabía yo mismo antes de su lección. Por esta razón me he conformado con este albergue nocturno que usted, dicho con indulgencia, ha tenido la descortesía de perturbar. Con esto he concluido mis explicaciones. Buenas noches, señores.
Y K se volvió hacia la estufa.
–¿Agrimensor? –oyó aún que preguntaban dubitativamente a sus espaldas, luego se hizo el silencio. Pero el joven se recobró de la sorpresa y le dijo al posadero en un tono lo suficientemente apagado para interpretarse como una actitud de respeto hacia el sueño de K, pero lo suficientemente elevado como para que le fuese comprensible:
–Me informaré por teléfono.
¡Cómo! ¿Hasta un teléfono había en esa posada de pueblo? Estaban perfectamente establecidos. Ese detalle sorprendió a K, aunque en verdad lo había esperado. Resultó que el teléfono estaba situado casi encima de su cabeza, en su somnolencia lo había pasado por alto. Pero si el joven quería telefonear no podría impedir, ni con toda su buena voluntad, perturbar el sueño de K. Dependía de K permitirlo llamar, y decidió hacerlo. Pero entonces ya no tenía sentido simular que estaba dormido, así que volvió a ponerse boca arriba. Vio a los campesinos arrimarse tímidamente y hablar entre ellos: la llegada de un agrimensor no era algo baladí. La puerta de la cocina se había abierto, ocupando todo el umbral se encontraba la poderosa figura de la posadera; el posadero se acercó a ella de puntillas para informarla de lo sucedido. Y entonces comenzó la conversación telefónica. El alcaide dormía, pero un subalcaide, uno de los subordinados, un tal Fritz, estaba allí. El joven, que se presentó como Schwarzer, explicó que había encontrado a K, un hombre en la treintena, bastante andrajoso, durmiendo tranquilamente en un jergón de paja con una minúscula mochila como almohada y con un bastón nudoso al alcance de la mano. Era evidente que le había resultado sospechoso, y como el posadero había descuidado ostensiblemente su deber, la obligación de Schwarzer consistía en llegar al fondo del asunto. El hecho de despertarlo, el interrogatorio, la amenaza derivada del deber de expulsarlo del condado, habían sido tomados con indignación por parte de K, por lo demás, según había resultado al final, con razón, pues afirmaba ser un agrimensor solicitado por el conde. Naturalmente que suponía al menos un deber formal comprobar esa afirmación, y Schwarzer le pedía por ese motivo al señor Fritz que averiguase en la secretaría central si realmente se esperaba a un agrimensor de ese tipo y que telefonease la respuesta enseguida.
Entonces volvió el silencio. Fritz averiguaba por su cuenta y allí se esperaba la respuesta. K permaneció como hasta entonces, ni siquiera se dio la vuelta, no pareció mostrar curiosidad alguna, se limitaba a mirar ante sí. El relato de Schwarzer, en ...

Índice

  1. EL CASTILLO
  2. 1. LA LLEGADA
  3. 2. BARNABÁS
  4. 3. FRIEDA
  5. 4. CONVERSACIÓN CON LA POSADERA
  6. 5. EN CASA DEL ALCAIDE
  7. 6. SEGUNDA CONVERSACIÓN CON LA POSADERA
  8. 7. EL MAESTRO
  9. 8. ESPERANDO A KLAMM
  10. 9. LA LUCHA CONTRA EL INTERROGATORIO
  11. 10. EN LA CALLE
  12. 11. EN LA ESCUELA
  13. 12. LOS AYUDANTES
  14. 13. HANS
  15. 14. EL REPROCHE DE FRIEDA
  16. 15. CON AMALIA
  17. 16. [ ]
  18. 17. EL SECRETO DE AMALIA
  19. 18. EL CASTIGO DE AMALIA
  20. 19. PEREGRINAJES
  21. 20. LOS PLANES DE OLGA
  22. 21. [ ]
  23. 22. [ ]
  24. 23. [ ]
  25. 24. [ ]
  26. 25. [ ]