Capítulo 1
Antecedentes históricos y conflictos fundacionales
IntroduCCIÓN
La interacción de la sociedad humana con la naturaleza y la dependencia de la primera con respecto de la segunda constituyen aspectos sociales fundamentales de la crisis ambiental. Además, también lo son de la crisis económica, ya que la degradación ambiental (la desaparición de especies, el transporte de contaminantes del aire a grandes distancias, la contaminación del suelo y del agua, la introducción de sustancias de síntesis química en el medio ambiente, la desertificación, la deforestación, etc.) está íntimamente ligada a la forma en la que las economías se organizan y funcionan. Las relaciones de poder, la distribución de los recursos y la explotación del trabajo humano y animal añaden aspectos de ética, valores, justicia y desigualdad a la sociedad. Lo social, lo ecológico y lo económico interaccionan en el marco de economías competitivas de acumulación de capital, generando crisis. Gills (2020) propone que la humanidad afronta una “triple conjunción” de crisis globales: el cambio climático y el colapso ecológico; una crisis estructural del capitalismo global y la globalización económica neoliberal; y la actual pandemia global del coronavirus, causante de la enfermedad COVID-19.
Sin embargo, la aceptación de la inminente y seria amenaza que constituyen estas múltiples crisis y sus interconexiones se ha aplazado repetidamente, y cuando se han evidenciado las causas estructurales y sistémicas de dichas crisis, estas se han minimizado sistemáticamente. El examen detenido sobre cómo se organizan, funcionan y se reproducen los sistemas económicos para causar este tipo de crisis ha quedado fuera de la agenda. Se proponen siempre “soluciones” para las consecuencias, nunca se abordan aquellas necesarias para prevenir las causas de los problemas que nos aquejan. El primer trabajo que afronta de modo solvente la relación entre la estructura económica y el medio ambiente (incluyendo capítulos sobre la contaminación del aire y del agua) fue publicado hace 70 años por K. William Kapp (1950). Este trabajo fue uno de los precedentes del ecologismo popular una década más tarde, y se adelantó medio siglo al conocimiento de la mayoría de los economistas sobre las relaciones entre economía y medio ambiente.
Incluso después de aceptar que la degradación ambiental era un fenómeno al que hay que hacer frente, la mayoría de los economistas seguían tratando la contaminación como un fallo anómalo del mercado, que podía ser fácilmente corregido a través de un simple impuesto o mediante el establecimiento de derechos de propiedad privada (Spash, 2020). Se trata de un dogma que se instauró en los años ochenta. Los problemas ambientales se veían, por tanto, como pequeñas desviaciones o anomalías inexplicables. Eran entonces temas que tenían que ser tratados por especialistas dentro de una subdisciplina, la economía ambiental. Podían ser, por tanto, obviados por los micro y macroeconomistas convencionales, cuyas preocupaciones volaban más alto.
En microeconomía, el núcleo teórico preparó el campo para este fenómeno mediante la adopción de una teoría de precios imperante durante más de un siglo (véase Lee, 2009: 2-3), generando una cosmovisión ortodoxa muy restringida. En macroeconomía, las materias dominantes (por ejemplo, el comercio, el crecimiento económico, los recursos monetarios, el desempleo o la inflación) se caracterizaban por una separación total con respecto a la realidad biofísica. Esto ha hecho que los economistas que trabajaban en medio ambiente, y que osaban cuestionar alguno de estos conceptos, como el crecimiento económico o la eficiencia del mercado, pudieran ser fácilmente apartados, como si se hubieran condenado ellos mismos a la irrelevancia. Incluso entre las mismas escuelas heterodoxas, donde estas voces tendrían que haber esperado un mayor interés por su mensaje, se ha producido una clamorosa falta de atención (tal y como se discute en el capítulo 2). Economistas de todas las escuelas han sido capaces de ignorar, en general, las evidencias de los problemas ambientales, dado que no tenían que ver nada con su trabajo. A pesar de ello, en la actualidad nos podríamos preguntar: “¿No está cambiando esto?, ¿no afrontan hoy día los ganadores de los “pseudo Premios Nobel” de economía las cuestiones ambientales?”.
No en vano, desde principios de los años noventa un conjunto economistas (por ejemplo, Arrow, Kahneman, Nordhaus, Ostrom, Sen, Solow o Stiglitz), que han ganado el premio que concede la banca Sveriges Riskbank en honor a Nobel, se han lanzado a dar su visión de las cuestiones ambientales; incluso a algunos de ellos se los ha asociado a la misma economía ecológica (por ejemplo, Arrow, Ostrom, Sen). Se diría que se ha generado un nuevo encuentro entre los economistas y los problemas ambientales, y que ha fructificado el esperado respeto de la profesión al campo de investigación. Tanto es así, que la revista The Economist ha pasado de relegar el medio ambiente a unos muy ocasionales artículos dentro de su sección de ciencias (en los años ochenta) a publicar artículos y editoriales de modo regular sobre el tema. Aparentemente, hoy día un economista podría estudiar y publicar sobre temáticas ambientales a la vez que mantiene un cierto prestigio académico. De hecho, utilizando términos económicos neoclásicos, los especialistas en este campo parecen ahora astutos especuladores que predijeron los beneficios personales de una inversión temprana en esa disciplina.
Que el medio ambiente es ahora un problema económico significativo va de la mano del hecho de que el control de la contaminación es un gran negocio. Lo deja muy claro el alto perfil político dado al cambio climático inducido por el ser humano, así como la financiación neoliberal de los multimillonarios mercados de carbono. En 2005, con el objetivo de alcanzar los compromisos del Protocolo de Kioto, la Unión Europea puso en marcha el mayor sistema de comercio de emisiones del mundo, que generaba un negocio anual equivalente a unos 70 mil millones de euros antes del colapso financiero de 2008, y alrededor de 50 mil millones de Euros antes de la caída provocada por el coronavirus. El mercado de carbono, posiblemente el mayor mercado de materias primas jamás creado, ha atraído mucho interés por parte de los mercados financieros, los bancos y las grandes empresas (Hache, 2019; Spash, 2010). Todo ello se ha convertido en un incentivo más que evidente para este renovado interés en el me...