Capítulo 1
Los orígenes de la moda en España
Los restos más antiguos del traje en la península ibérica se remontan a la prehistoria (figura 1). Estos vestigios, que apuntan a una sociabilidad compleja y un pensamiento simbólico elaborado, evidencian que la vestimenta, sus modas y maneras tienen origen en los primeros estadios de las sociedades humanas, superando la mera concepción del traje como abrigo. Por tanto, el estudio de los usos relativos a la indumentaria es, directa y necesariamente, una investigación sobre las sociedades y mentalidades que produjeron esas formas de protección, aderezo y orden social. Será a partir de las culturas que trabajan el metal, pudiéndose rastrear intercambios a larga distancia y una cierta homogeneidad europea, cuando la vestimenta y el adorno se vinculen a la estratificación social y al surgimiento de unas élites que a su vez tienen que ver con el desarrollo de sociedades estatales y protoestatales. Esto supone que, desde la Edad del Bronce, se establezca una relación entre las modas y la organización social para, con aquellas, reforzar la sociedad piramidal, elitista, en la que prima el grupo y no la identidad simbólica del individuo. Así, la moda va a preñarse de un fuerte componente nacionalista y se va a vincular al lujo, entendido este como sinónimo de privilegio y, por tanto, de vía de acceso al poder. Esta concepción de la moda va a durar hasta finales del siglo XX, cuando la contracultura cobre protagonismo, aunque sin que ello suponga la desaparición del sistema de las tendencias como refuerzo del Estado y la estratificación social.
Túnicas, mantos y peculiaridades hispanas
La moda en la historia antigua de la península ibérica entronca fuertemente con la protohistoria peninsular, que comienza en el Bronce Final y discurre en la Edad del Hierro, y tiene importantes elementos comunes con el entorno mediterráneo, además de particularidades. En las siguientes páginas haremos un recorrido desde finales del II milenio a. C. hasta el declive del Imperio romano y el asentamiento de los pueblos germánicos en Hispania, bajo la óptica de las modas y las maneras, incidiendo especialmente en las culturas indígenas y en la de los colonizadores del Mediterráneo y del norte de Europa. Dos elementos de la indumentaria, las túnicas y los mantos, serán fundamentales en la forma de vestir (de hombres y mujeres) de todo el periodo, un rasgo que hace que, pese a su extensión, sea una época homogénea.
Tartessos y el Mediterráneo oriental
En este periodo es necesario hablar de Tartessos, una civilización que se desarrolla inicialmente en el área de los ríos Tinto y Odiel (Huelva) y el Bajo Guadalquivir para extenderse hasta ocupar el territorio entre las desembocaduras del Guadiana y del Segura. Es una cultura gestada dentro de las sociedades indígenas peninsulares del Bronce Final, que contactó con los fenicios primero y con los griegos de Focea después, dando lugar a un periodo orientalizante. Se trata de la entidad política peninsular más antigua sobre la que hay referencia escrita. Inicialmente era una sociedad sin monarquía ni estamento militar, con tribus basadas en el parentesco y dedicadas a la agricultura y la ganadería, pasando más tarde a la explotación de los ricos recursos mineros, por ejemplo, de Huelva.
El esplendor de Tartessos tuvo lugar entre los siglos IX y VII a. C., coincidiendo con la etapa en que los fenicios se asentaron en el litoral. En los intercambios comerciales con ellos, la élite tartésica ofrecía metal por una serie de productos elaborados, que eran considerados como objetos de lujo y prestigio, y que fomentaron la jerarquización social, visible en la forma de los ritos funerarios y la composición de los ajuares.
Así, en la etapa orientalizante se han encontrado muchos tesoros formados por decenas de piezas de oro de gran importancia, muy decoradas, y en los ajuares de los difuntos aparecen lujosos elementos orientales. Se evidencia de ese modo el esplendor de las élites tartésicas y, en relación con ello, la enorme diferenciación social con respecto de los mineros y los agricultores.
Debió darse bastante mestizaje entre las ciudades tartésicas y las fenicias, pues la aculturación de las élites indígenas en el exotismo oriental es evidente tanto en los gustos como en la religión. Aunque hay muchos interrogantes sobre Tartessos, podríamos decir que se integró en los circuitos comerciales mediterráneos y en la mentalidad fenicia. Poco se sabe de la desaparición tartésica, que se produce hacia el siglo VI a. C. Quizá el motivo fuera la creciente hegemonía de Cartago o el declive de la actividad minera, lo que a su vez repercutió en el sector agropecuario y perjudicó las relaciones entre la población indígena y la fenicia, así como entre las élites y los comunes tartésicos. Pero no fueron los fenicios los únicos afectados por el parón metálico, sino también los griegos. La presencia griega fue importantísima desde la fundación, en torno al 600 a. C., de Emporion, en el golfo de Rosas, que extendió su área de influencia por el Mediterráneo y acabó convirtiendo su cultura en el referente de los pueblos indígenas con los que tuvieron contacto. Aunque los tartesios mantuvieron sus tradiciones autóctonas y adaptaron las griegas a sus gustos y necesidades, toda esta amalgama de influencias del exterior hace que las culturas mediterráneas terminen adoptando un aire de familia, que en lo relativo a la vestimenta se traduce en el protagonismo de túnicas y mantos.
LOS CELTAS
Es posible, además, que pueblos célticos del interior peninsular hicieran incursiones en la cultura tartésica, aunque sobre los indoeuropeos llamados “celtas”, que debieron de habitar el centro y norte peninsular, hay pocos acuerdos: a veces se ven como la contrapartida del área ibérica, ajena a las influencias de colonos mediterráneos y cuya presencia puede rastrearse milenios atrás. En todo caso, a menudo se sitúa su origen en el periodo del Bronce Final, lo que ha causado grandes debates en torno a si eran invasores, si tuvieron un origen autóctono o si, incluso, existieron en ese periodo y en la primera Edad del Hierro, siendo antecedentes de las posteriores culturas celtas de la segunda Edad del Hierro. De ellas podemos mencionar la de los celtíberos, que ocuparon las tierras altas del sistema Ibérico y sus proximidades.
Entre los siglos VII y VI a. C. parece que se gestó la sociedad celtibérica y se consolidó una estructura de carácter gentilicio y hereditario, en la que las élites eran aristocracias hereditarias (una casta de jinetes) que controlaban los medios de producción (pastos, ganado, salinas y hierro) y utilizaban el armamento como símbolo de prestigio. A partir del siglo III y hasta el II a. C., los celtíberos transformaron su sociedad hasta crear una confederación. La vida, antes dedicada fundamentalmente a la ganadería y el pastoreo, se militarizó para luchar contra Roma, lo que supuso la desaparición del orden social de poderes tradicionales de base colectiva y el ascenso de los príncipes guerreros al gobierno.
La conquista romana no enterró los modos de vida indígenas, aunque sí modificó de forma sustancial algunos de sus hábitos. Así, por ejemplo, se procuró la desmilitarización de la sociedad, belicosa por su oposición a la conquista, como puede verse en la sustitución de las armas como objetos de prestigio por la joyería, torques o fíbulas, y vajillas suntuarias. Por otra parte, también conllevó la disolución paulatina de las tradiciones celtíberas e introdujo una nueva cultura basada en la romana. Estas transformaciones fueron muy importantes; a pesar de que la romanización también encubre y crea tópicos nuevos acerca de la verdad de estos celtas, que van a condicionar la visión que se tiene de ellos.
Respecto a la indumentaria celtibérica hay algunos restos de decoraciones o de exvotos que parecen referirse a los ropajes que llevaban hombres y mujeres. Probablemente la mayoría de las mujeres vestían, para las grandes ceremonias, faldas voluminosas, caperuzas altas, que venían de antiguo, y joyas de metal o de barro. Estrabón comenta que las mujeres de la zona norte llevaban vestidos con adornos florales y que los hombres iban de negro, portando en su mayoría el sago.
Esta prenda, el sago o sagum, es la gran contribución celtíbera a la historia de la indumentaria. Se trata de una especie de manto cuadrado de lana, que no pasaba de las rodillas, y se ponía sobre los demás vestidos, a modo de abrigo, cerrándose con un broche. Para protegerse mejor del viento y del frío ...