Capítulo 1
Los prolegómenos
La noche del 25 de octubre de 1979, el pabellón La Casilla, de Bilbao, rebosaba de vascos que acudieron a festejar la aprobación del Estatuto vasco, 42 años después de que Franco lo aboliera, siguiendo el llamamiento de los partidos que lo habían respaldado, los más representativos en aquel momento: PNV, PSE, UCD y Euskadiko Ezkerra.
En las gradas, mezclados entre el gentío, se podía ver a Carlos Garaikoetxea, Xabier Arzalluz, Ramón Rubial, Txiki Benegas, Txus Viana o Mario Onaindia, los líderes de los partidos que, unidos, habían logrado el refrendo estatutario por un 90,27 por ciento de síes con una participación del 58,25 por ciento del censo. La aprobación del Estatuto tenía una importancia añadida porque implicaba el reconocimiento institucional de la reforma democrática española por dos partidos abertzales claves, el PNV y Euskadiko Ezkerra, que no aceptaron, un año antes, la Constitución de 1978. En La Casilla predominaba el ambiente nacionalista y entre los cánticos de la euforia desatada no faltaba el vals de Carrero, tan popular en la Euskadi de la Transición, que evocaba el atentado de ETA contra el delfín de Franco, el almirante Carrero Blanco, el 20 de diciembre de 1973.
En un rincón del pabellón de La Casilla, fuera de la euforia por la aprobación del Estatuto, Iñaki Aldekoa y Txomin Ziluaga, dirigentes de Herri Batasuna (HB), el partido abertzale que se había abstenido, comentaban despectivamente : “No es realista ensayar este Estatuto sietemesino con el olor a pólvora que hay en este país”, y añadían, refiriéndose a la euforia que se vivía en La Casilla: “Ahora están en plena borrachera de su triunfo —no sabemos por qué—, pero aquí no ha cambiado nada. Y allá para la primavera, cuando quede bien claro que las cosas no van a mejorar con este Estatuto, empezaremos a tener resaca”.
Era todo un aviso para navegantes del brazo político de ETA militar. Entre 1976 y 1979, incluidos, esto es, desde el inicio de la Transición hasta la aprobación del Estatuto, ETA había asesinado a 169 personas. Una cifra ya bastante superior a las víctimas de ETA durante la dictadura de Franco: 45. Y lo que los representantes de HB vaticinaban en La Casilla la noche del 25 de octubre de 1979 es que ETA, lejos de moderar su ofensiva tras la recuperación del autogobierno en Euskadi, iba a redoblarla.
En aquellos momentos, a finales de 1979, ETA era una organización terrorista muy potente que vivía del prestigio acumulado en su etapa de confrontación contra la dictadura franquista. El proceso de Burgos de diciembre de 1970, en que 16 militantes de ETA fueron juzgados por un tribunal militar de la dictadura, sin garantías —seis de ellos condenados a muerte y posteriormente indultados por Franco— por el asesinato de un torturador, perteneciente a la Brigada Político-Social franquista, Melitón Manzanas, desató una ola de simpatía, traducida en movilizaciones populares inéditas durante la dictadura, no solo en el País Vasco, sino en España entera.
Aquel juicio hizo saltar a ETA a la fama y, tres años después, el 20 de diciembre de 1973, el espectacular atentado mortal contra el almirante Carrero Blanco, en el corazón de Madrid, le dio a la organización terrorista proyección internacional.
Además, la Transición democrática fue especialmente violenta en el País Vasco, donde unas Fuerzas de Seguridad del Estado sin adaptar a los procedimientos democráticos no estaban a la altura ni mucho menos que los retos requerían, con una ETA redoblando su ofensiva y una movilización social muy intensa en demanda de libertad, amnistía y autogobierno.
Kepa Pikabea, preso de ETA en Nanclares de la Oca (Álava), reinsertado y hoy muy crítico con la banda terrorista, narra en la película de Elías Querejeta y Eterio Ortega, Al final del túnel, de 2011, cómo entró en ETA en 1978, tres años después de la muerte de Franco. Recuerda que, en julio de 1978, la Policía Nacional realizó una carga injustificada en la plaza de toros de Pamplona, en pleno encierro de Sanfermines; la muerte de un joven, Germán Rodríguez, el mismo día por la noche, en Pamplona, por disparos de la policía en una manifestación de protesta; la muerte de otro joven, Joseba Barandiarán, también por disparos de la policía en San Sebastián, en otra manifestación de protesta por lo sucedido en Pamplona; la carga brutal y el saqueo, con robo, de miembros de la policía nacional en Rentería, tras nuevas manifestaciones de protesta. Y cómo aquella cadena de abusos policiales quedó en absoluta impunidad. Este tipo de acontecimientos visualizaban el “conflicto de los vascos con el Estado” que ETA trataba de introducir en el imaginario de los jóvenes.
En aquellas jornadas de julio de 1978 se vivieron en el País Vasco, sobre todo en Guipúzcoa, situaciones de auténtica insurrección popular y las actuaciones policiales no se diferenciaban de lo que muchos vascos habían visto y padecido durante los estados de excepción que jalonaron Euskadi en la etapa terminal de la dictadura franquista.
Lo que Pikabea dejó claro, y los testimonios de la época corroboran, es que en el País Vasco no se visualizaba, durante la Transición, la llegada de la democracia, debido, en buena parte, al comportamiento de una policía que, a su vez, se sentía acosada por ETA. Los hechos de julio de 1978, que narra Pikabea, no fueron aislados. Cabe recordar, pocos meses después de muerto Franco, la matanza de cinco trabajadores en Vitoria por disparos de la Policía Nacional o los sucesos de Montejurra, donde elementos de extrema derecha camparon a sus anchas y asesinaron a dos personas. Estos hechos fueron prácticamente impunes.
Un informe solvente sobre vulneraciones de derechos humanos del Gobierno vasco, publicado en 2013, revela que entre 1976 y 1978 hubo 30 personas muertas en Euskadi con responsabilidad de las Fuerzas de Seguridad en manifestaciones, controles de carretera, custodia policial o en altercados con agentes fuera de servicio. En solo esos tres años, los abusos policiales con resultado de muerte supusieron casi la tercera parte de los 94 que hubo entre 1960 y 2013, el periodo que estudia el informe. Es evidentemente una cifra muy inferior a los 850 asesinatos que ETA contabiliza en su historia. Pero en un Estado de derecho no valen esas comparaciones.
También, en la Transición, y hasta bien entrados los años ochenta, con los GAL, los grupos parapoliciales contribuyeron a dar gasolina a ETA, que trataba de justificar el terrorismo como una respuesta a la ausencia de democracia, cuya demostración serían los asesinatos procedentes de abusos policiales y de los grupos parapoliciales. Estos últimos asesinaron a 40 personas en el País Vasco entre 1976 y 1982, y otras 31, posteriormente, según el informe del Gobierno vasco.
Los abusos policiales y las actuaciones de los grupos parapoliciales, muy intensas durante los primeros años de la Transición, permitieron a ETA, sobre todo a su rama militar, moverse como pez en el agua y encontrar una excusa, con algún caldo social, para argumentar su rechazo a la reforma democrática, primero y, en 1979, al Estatuto de Gernika al grito de “aquí no ha cambiado nada”.
En ese caldo de cultivo, ETA logró que, desde el inicio de la Transición, muchos jóvenes se alistaran en sus filas. En septiembre de 1977, ETA militar reforzó su organización y logró la hegemonía sobre ETA político-militar, la otra rama etarra desgajada de la escisión de ETA en 1974, con la incorporación de los comandos bereziak (comandos especiales) de los polimilis —casi un centenar de activistas experimentados— a sus filas.
Aquella noticia coincidió con la salida a la calle del diario Egin, un periódico que pretendía seguir el modelo del diario El País y convertirse en la referencia democrática y plural vasca. La minoría de consejeros del diario favorables a HB pretendieron que esa noticia abriera el primer número del diario, que salió a la calle el 29 de septiembre de 1977. El director, Mariano Ferrer, respaldado por una mayoría de consejeros, lo impidió. Pero un año y medio después, en febrero de 1979, cuando el periódico ya era un referente, ETA militar se hizo con el control del diario y eliminó a la mayor parte de la redacción inicial, lo que reveló el peso no solo armado, sino político y social que ETA militar alcanzó en ese momento.
Los consejeros de Egin, alineados con HB, actuaron arbitrariamente para deshacerse de...