Capítulo 1
Los griegos y Dios
La civilización clásica griega pervivió durante más de ocho siglos. Son muchos siglos para poder hablar de una civilización tan longeva de forma unitaria que caracterice a todos sus filósofos. ¿Qué pensaban los griegos? Pero ¿qué griegos? ¿Los de qué época? ¿Hay algún denominador común? Muchos de los nombres de sus filósofos son conocidos por todos e incluso son conocidas sus ideas, pero frecuentemente no se los sitúa en el lugar y en el tiempo que vivieron. Hubo grandes transformaciones a lo largo de este tiempo y conviene tenerlo en cuenta para comprender su pensamiento.
Esta división de etapas puede depender de si atiende a la filosofía pura o a la ciencia, que es la que nos interesa aquí. Hubo una etapa primitiva jónica, asentada en las islas de la costa occidental de la Turquía actual, principalmente en Mileto, allá por el siglo VI a. C. En esta etapa jónica se distinguieron por ejemplo Tales y Pitágoras, aunque el segundo, después de numerosos viajes, acabó trasladándose al sur de la península Itálica. Hubo después una etapa de predominio filosófico asentada en Atenas, en la que florecieron los que hoy consideramos como grandes filósofos: Sócrates, Platón, Aristóteles… en los siglos V y IV a. C. Y hubo una tercera etapa asentada fundamentalmente en Alejandría, donde destacaron los que hoy llamaríamos científicos: Aristarco, Euclides, Ptolomeo, Eratóstenes, Hiparco, Arquímedes, Herón… en los siglos III a. C. en adelante. Casi todos los sabios griegos que los científicos más admiramos hoy pertenecieron a la etapa alejandrina, también llamada helenística. Claro que entonces la diferencia entre filósofo y científico no existía; todos eran filósofos. La transición entre las épocas ateniense y alejandrina se produjo alrededor del año 300 a. C.
Sin embargo, a pesar de estos cambios y del largo tiempo transcurrido, sí parece haber algo que unifica las diferentes etapas. En cuanto a la creencia en Dios, el tema que nos ocupa en este libro, los filósofos griegos se caracterizaron, en general, por su indiferencia o escepticismo. No es un asunto que pareciera interesarles demasiado. Podemos buscar dos causas para esta relativa indiferencia.
En primer lugar, la filosofía jónica primitiva guio, en buena medida, la filosofía helena posterior. La religión de los jónicos no tenía sacerdotes ni creencias osificadas. Según E. Schrödinger, gran conocedor de la filosofía griega, autor de La naturaleza y los griegos, ello se debió a que su territorio no pertenecía a un gran imperio que hubiera sido hostil al pensamiento libre, sino formado por ciudades o islas-Estado. Estas ciudades estaban muy conectadas con el exterior mediante intercambios de mercancías e ideas. De aquellos primeros jónicos heredaron los griegos posteriores su objetividad, a veces su indiferencia, al tratar de dios o de dioses. Los grandes imperios imponen sus propios dioses; las pequeñas islas-Estado no tienen esa necesidad de cohesión.
Los jónicos tuvieron una filosofía muy libre y unas creencias religiosas despegadas de todo dogmatismo. Así fue el caso de Tales de Mileto (625-546 a. C.), Anaxímenes (550-525 o 528 a. C.) o Anaximandro (610-545 a. C.), todos ellos nacidos en Mileto. Tales, uno de los primeros físicos de la humanidad, pensaba que hasta los seres inanimados tenían alma (valga lo contradictorio de la expresión), incluso la tenían las piedras; es lo que hoy se llama “hilozoísmo”. Concebía a un Dios como el intelecto o mente del universo.
La segunda causa es que los dioses griegos eran muchos y, sobre todo, eran antropomorfos, con pasiones, fechorías, vicios, virtudes y extravagancias muy humanas. La trascendencia de la mitología griega ha inspirado inconmensurablemente al arte, pero no a la ciencia. Digamos que, a lo sumo, ha enriquecido la toponimia astronómica. Seguimos hablando de la constelación de Andrómeda, de Casiopea o de Perseo, héroes de la mitología griega. Es posible que los pensadores libres miraran con escepticismo a tantos dioses perversos y, por extensión, a cualquier dios.
Hay, naturalmente, excepciones a esta apatía teológica y a la libertad de pensamiento religioso. Los legendarios pitagóricos constituían una secta religiosa y filosófica, con sede en el sur de la península itálica, y seguramente tenían una libertad de pensamiento más maniatada. La secta era secretista, por lo que conocemos poco de sus creencias. Asumían la transmigración de las almas y, de hecho, el mismo Pitágoras (Samos, 569 - Metaponto o Cretona, 475 a. C.) nos dio el nombre de alguna de sus anteriores encarnaciones en este mundo como, por ejemplo, Apolo Hiperbóreo. Prueba de la falta de libertad de la escuela pitagórica fue el caso de Hipaso (500 a. C. - ¿?), ejecutado por revelar los secretos custodiados por la secta.
En su faceta como físico hay que recordar que Pitágoras fue autor del primer sistema del mundo en el que la Tierra no estaba en el centro. El centro era Hestia, un astro de fuego que sólo se podía ver desde la parte no civilizada de la Tierra, ya que esta presentaba siempre la misma cara a Hestia, gracias a un sincronismo similar al que hace que siempre veamos la misma cara de la Luna. El primer modelo cosmológico conocido no era geocentrista.
El ejemplo más claro de indiferencia en asuntos divinos lo tenemos en su más representativo filósofo: Aristóteles (Estagira, Macedonia, 384 - Calcis, Macedonia, 322 a. C.), uno de los grandes abuelos de la física, con sus reflexiones sobre la inercia y la caída de los graves. Aunque lo cierto es que ninguna de sus teorías físicas ha sobrevivido, los hijos medievales y renacentistas de este abuelo griego renegaron de él, pero le admiraron y conocían bien su obra. Aun errando, su influencia en el desarrollo de la física ha sido grande. Pues bien, Aristóteles no pronunció ni una sola vez la palabra Dios en su inmensa obra. Tan sólo argumentó que un móvil necesitaba un motor que también era un móvil, que necesitaba un motor, etc. concluyendo que debería haber un “primer motor”, siendo esta la única alusión a un ente cuasi-divino. Como vemos, es una alusión bastante tibia.
A Demócrito (460-370 a. C.) —el abderita risueño— se le considera a veces el “padre de la física”. Su teoría atómica ha perdurado hasta nuestros días, y la idea de los átomos, tanto luminosos como materiales, ha llegado hasta el siglo XX (aunque no tanto al XXI). Su atomismo se despreció en su tiempo como ateo. Era determinista, y el determinismo era incompatible con la libertad e incompatible con la responsabilidad de las acciones humanas, un viejo dilema que también ha llegado hasta nuestros días. No negaba a los dioses pero, aunque los consideraba seres extraordinarios, no pensaba que fueran inmortales.
La más llamativa excepción de la proverbial libertad de los griegos en materia de religión es, precisamente, la de uno de los más representativos. Sócrates (470-399 a. C.), sentenciado por el senado democrático, fue ejecutado, envenenado con cicuta, por no reconocer los dioses atenienses e introducir otros nuevos, así como por corromper a la juventud. Aunque él lo negaba y pudo haber eludido su muerte, su ejecución nos muestra cómo la religió...