La sombra de la sospecha
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La sombra de la sospecha

Peligrosidad, psiquiatría y derecho en España (siglos XIX y XX)

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La sombra de la sospecha

Peligrosidad, psiquiatría y derecho en España (siglos XIX y XX)

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Las relaciones históricas entre psiquiatría, derecho y la consideración del enfermo mental como peligroso han marcado profundamente el devenir de la psiquiatría como ciencia. Durante dos siglos la psiquiatría ha estado sumida en una fuerte contradicción entre su vocación de especialidad médica capacitada para estudiar, diagnosticar, asistir y curar las enfermedades mentales y su conversión en un instrumento de orden público —buscado conscientemente por la profesión— que la ha alejado de los principios científicos y filantrópicos que proclamaba. Su consideración del loco, del enfermo mental como sospechoso de ser peligroso por naturaleza se ha plasmado en cuatro líneas de actuación entrelazadas entre sí: la estigmatización de los enfermos mentales, los vanos intentos por definir y medir científicamente la peligrosidad del sujeto, el empeño en introducir los trastornos mentales en el campo del derecho penal para ganar espacios profesionales y la contribución al surgimiento del derecho penal de autor, favoreciendo el estudio de la personalidad de los sujetos considerados peligrosos. Este libro indaga sobre esas relaciones en el marco español. El arco cronológico investigado comienza a mediados de la década de 1850, con incursiones hacia principios del siglo XIX, y concluye con la derogación en 1978 de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social. Las fuentes utilizadas han sido variopintas: escritos científicos (médicos, psiquiátricos, criminológicos), jurídicos, prensa diaria, especializada, leyes, obras literarias y expedientes de peligrosidad.

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Información

Año
2021
ISBN
9788413522357

CAPÍTULO 1

La sospecha: enajenados que se confunden con los cuerdos

Proteger a la sociedad de los ataques de los locos

En 1883, la prestigiosa Revista General de Legislación y Jurisprudencia publicó un artículo titulado “Locos lúcidos”, firmado por el psiquiatra José María Escuder. En el mismo podían leerse las siguientes palabras en defensa del papel de la psiquiatría ante los tribunales de justicia:
La frenopatía no viene en son de guerra contra nadie, como falsamente se dice. Palpitan en su joven alma la generosidad, la abnegación y el amor. Viene, sí, a separar el loco del criminal; a compararlos y distinguirlos; a hallar sus analogías y diferencias; a desenmascarar al criminal cuando se finge loco para eludir la pena; a defender y acrisolar la justicia; a salvar y garantir la sociedad de los ataques de los locos, y a los locos de la injusticia social; viene, sí, a purificar el honor de la familias hartas veces enturbiado por la locura; a estudiar el criminal y ver en qué grados su organización le disculpa; a mostrar cómo la locura se transforma en crimen a través de la herencia en las diátesis frenopáticas; a explicar el crimen en los niños, el atavismo, las lesiones orgánicas que se hallan en los criminales; a aconsejar una terapéutica criminal; a probar que la reincidencia suele ser casi siempre manifestación de una locura larvada; y por último, viene a asesorar al abogado y al juez, garantizándoles el fiel cumplimiento de su delicada misión, y a poner en guardia a la sociedad de los ataques futuros que especialmente han de inferir la locura de los lúcidos (Escuder, 1883: 7).
El texto era un monumento a la sospecha hacia el enfermo mental. Escuder cargaba las tintas en la peligrosidad del loco y en los vínculos entre locura y crimen, remarcando con insistencia el carácter insidioso de la locura, su invisibilidad y sus repentinos zarpazos de terror. También era una oferta de intervención científica, de ayuda al buen gobierno y a la defensa de la sociedad, pues proponía explicar el origen del crimen y diferenciar a los locos de los criminales.
Su discurso, compartido por la mayoría de los alienistas (así se denominaban los primeros psiquiatras), se basaba en la desconfianza hacia el enfermo mental. Cuestión, cuando menos, paradójica si tenemos en cuenta que la psiquiatría tenía desde su origen una clara vocación filantrópica que se plasmaba en un programa de liberación, medicalización, curación y reinserción en la sociedad del loco. Sin embargo, la sospecha y la desconfianza hacia el loco fue consustancial al nacimiento del alienismo (Ferrández Méndez, 2015). La psiquiatría nació profundamente enraizada en el asilo para locos. El manicomio constituía al mismo tiempo el espacio y la herramienta terapéutica de recuperación del enajenado. Su reclusión y aislamiento tras los muros del asilo eran el fundamento del programa alienista.
A pesar de que los primeros alienistas a comienzos del siglo XIX reivindicaban la especificidad de la locura como una enfermedad que debía ser abordada desde los métodos de la naciente medicina científica para observarla, diagnosticarla y curarla, en realidad eran “absolutamente irreductibles a lo que ocurría en la misma época con la medicina” (Foucault, 2005: 25). Toda la metodología desplegada en el seno del manicomio partía de la desconfianza hacia el loco y la locura (Ferrández Méndez, 2015), al que se le atribuía la “insurrección de la fuerza” no dominada y “quizás indominable” (Foucault, 2005: 20).
El texto de Escuder escrito en un contexto cronológico y geográfico diferente —final del siglo XIX y España— muestra hasta qué punto la sospecha y la desconfianza hacia el loco traspasó las fronteras y se extendió en el tiempo, conformando una actitud común a todos los alienistas. Además, el interés por abrirse camino en los tribunales de justicia para dirimir la “naturaleza” de los individuos juzgados como criminales profundizó en esa contradicción fundacional. La criminalización de la locura y la patologización del crimen pueden interpretarse como un proceso estrechamente ligado al nacimiento de la psiquiatría como disciplina científica a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX (Renneville, 2003). Su campo de acción era la locura, que tradicionalmente no era considerada una enfermedad en sentido estricto, sino más bien un desorden del espíritu. La tarea que acometieron los alienistas fue otorgar un status médico a la locura y convertirla en una enfermedad, a priori, como cualquier otra. Para ello, combatieron el concepto popular de locura, que comportaba la pérdida completa de la razón y cuyas manifestaciones eran visibles a los ojos de los profanos. Frente a esta concepción contrapusieron complejas clasificaciones nosográficas, pormenorizadas descripciones de síntomas, en ocasiones de gran sutileza, que ampliaron considerablemente el concepto de locura y cuya comprensión requería el buen ojo clínico del nuevo experto en la materia: el alienista. Sin embargo, ese proceso no estuvo exento de contradicciones. La visibilidad de la locura planteó un serio dilema a los alienistas. De un lado, debían “declarar sus fenómenos como enteramente visibles y enunciables para legitimar sus aspiraciones como saber”, pero al mismo tiempo, con el fin de erigirse en los únicos expertos capacitados para descubrir los lugares donde anidaba la locura, debían “desmentir dicha visibilidad” (Novella, 2018: 61). Esta contradicción entre la visibilidad e invisibilidad de la locura tomó diferentes formas y se readaptó en sintonía con los diferentes modelos médicos del crimen que se desarrollaron a lo largo del tiempo.
Pero volvamos al manicomio. Concebido como un espacio medicalizado y terapéutico, donde el loco era recluido y tratado por médicos especialistas de aguzado ojo clínico en un régimen de absoluto aislamiento de las influencias externas, el manicomio constituye un ejemplo de identificación entre espacio y saber científico. En su interior debía aplicarse lo que se consideraba la gran panacea en la lucha contra la locura: el tratamiento moral. Este consistía, a grandes rasgos, en buscar la parte de razón que quedaba en cada individuo y potenciarla a través del orden y la disciplina que debían articular la vida de estos establecimientos. Pero también era el enfrentamiento de voluntades —la del médico y el paciente—, en el que se imponía la del primero por medio de la superioridad moral y el sojuzgamiento (Foucault, 2005: 22-24). De esta manera el loco podía acabar por reconocer su error y alcanzar su curación. Era, no cabe duda, un mensaje optimista, pues defendía que la locura era curable por medio de una terapia de índole moral dirigida a domesticar las pasiones albergadas en el sujeto enfermo. Sin embargo, poco tenía que ver con la medicina.
No obstante, el manicomio estaba lejos de ser un espacio exclusivamente terapéutico. También era un espacio de producción de saber científico y de reclusión. Espacio de saber en tanto que en su interior se conformó el saber psiquiátrico y se produjo la profesionalización de los nuevos especialistas. Espacio de reclusión, porque los pacientes, tras la intervención de instancias médicas, administrativas y judiciales, eran ingresados sine die, despojados de sus derechos ciudadanos y apartados de la sociedad para la que entrañaban un peligro real o potencial.
Por tanto, la inclusión de la locura en el campo de la medicina conllevó un contrasentido importante: el alejamiento de los métodos de la medicina y su conversión en una prestación de carácter especial, marcada por importantes aspectos represivos y de defensa social (Foucault, 1961; Castel, 1980; Goldstein, 1987; Álvarez-Uría, 1983; Huertas, 1992). El aislamiento del loco en el manicomio fue, sin duda, el fundamento de esta singularidad que implicó la disociación entre la teoría médica y la práctica en el interior del asilo. Esta última estuvo más cerca del ejercicio del poder sobre el enfermo, de su reconducción como individuo para transformarlo y aproximarlo al ciudadano sensato, en definitiva, a su normalización, que de la verdadera investigación científica y de la curación. La psiquiatría además de institucionalizarse como especialidad de la medicina también lo hizo en buena medida como rama de la protección social. Según Michel Foucault, esta tensión tuvo como consecuencia una doble codificación de la locura. Como especialidad médica codificó la locura como enfermedad; como rama de la protección social, de la higiene pública, la psiquiatría codificó la locura como peligro. Sus desarrollos teóricos a lo largo del tiempo constituirán un elemento fundamental en la progresiva concepción de un modelo médico del crimen, cuyos momentos más acabados serán aquellos en que “las dos codificaciones” de la locura (enfermedad y peligro) “estén efectivamente ajustadas o bien […] cuando haya un único cuerpo de conceptos que permitan constituir la locura como enfermedad y percibirla como peligro” (Foucault, 2001: 111-112).
Así, los dos grandes paradigmas que durante el siglo XIX aunaron ambas vertientes fueron la monomanía y el degeneracionismo. Tanto la monomanía, en especial la monomanía homicida, como el degeneracionismo y la antropología criminal contribuyeron a alimentar la desconfianza y la sospecha hacia los enfermos mentales. Un elemento importante utilizado con bastante celo por los psiquiatras fue la idea de la existencia de locos que solo eran visibles para el ojo del experto. El título del texto de Escuder, “Locos lúcidos”, alude a esta cuestión central y seminal de la identificación del loco con el peligro y el criminal. Nuestro psiquiatra contribuía al debate y, de paso, a la extensión de la sospecha, al señalar que los locos lúcidos son “los locos que no parecen, los que nos rodean, los que se mezclan en todos los negocios de la vida, los que pueden entrar en nuestras familias por la puerta del matrimonio introduciendo en ella la deshonra y la ruina” (Escuder, 1883a: 7). Esta pavorosa atmósfera descrita por Escuder no era gratuita y respondía a varias cuestiones íntimamente relacionadas entre sí.
Sus palabras hay que entenderlas en el marco del debate entre juristas y psiquiatras suscitado por la ofensiva emprendida por estos en los tribunales de justicia, con el fin de demostrar la locura e irresponsabilidad penal de diversos acusados por la comisión de crímenes horribles. El debate, que no era exclusivo de España y venía de antiguo, estaba conformado en torno a varios polos interconectados entre sí: la existencia o no de responsabilidad penal, la imputabilidad o no del crimen cometido y el encierro en la cárcel o en el manicomio de los locos criminales. Como trasfondo y alimento del debate estaba la negación del libre albedrío por parte de los alienistas, lo que suponía una andanada a la base del derecho penal clásico y a los principios del liberalismo y del catolicismo. Considerado como fuente de errores y prejuicios, el libre albedrío se entendía como “una ficción que ha sido y es la rémora del progreso”, un “concepto metafísico que no puede servir a ninguna deducción práctica” (Garrido, 1888: 9). El rechazo de los alienistas al libre albedrío posibilitaba la interpretación de los actos del sujeto como ajenos a su voluntad e inteligencia. Se rompía con la visión restringida y excepcional de la locura que tenían los juristas, y se ensanchaban sus límites, sus manifestaciones, mostrándose sinuosa y difícilmente comprensible a los ojos de los no especialistas. En cierto modo, la locura, además de ser conceptuada como una enfermedad, quedaba despojada de su carácter total y evidente al ojo del vulgo.
Si la monomanía fue el gran constructo que permitió al primer alienismo lanzar su ofensiva en la primera mitad del siglo XIX, el degeneracionismo dominó el último tercio del siglo XIX, entremezclándose con otras doctrinas como la del criminal nato lombrosiano.
En el contexto de la década de 1880, la refutación del libre albedrío por parte de los psiquiatras suponía el apuntalamiento del determinismo biológico como explicación de las causas de la locura y de su correlación con el crimen. La teoría de la degeneración, expuesta en 1857 por Bénédict Augustin Morel y reformulada posteriormente por Valentin Magnan, cargaba las tintas en la importancia de la herencia biológica como trasmisora de la locura y en los estigmas físicos y psíquicos como evidencias de la misma (Huertas, 1987; Pick, 1989). Pero además, este planteamiento les permitía reclamar con contundencia un papel esencial como consejeros de los jueces en la toma de decisiones sobre el padecimiento o no de enfermedades mentales en los individuos juz...

Índice

  1. INTRODUCCIÓN
  2. CAPÍTULO 1. LA SOSPECHA: ENAJENADOS QUE SE CONFUNDEN CON LOS CUERDOS
  3. CAPÍTULO 2. VAGOS Y TRABAJADORES
  4. CAPÍTULO 3. LA HORDA
  5. CAPÍTULO 4. LA ERA DE LA HIGIENE MENTAL
  6. CAPÍTULO 5. LAS REFORMAS REPUBLICANAS
  7. CAPÍTULO 6. LA LARGA NOCHE DEL FRANQUISMO
  8. CAPÍTULO 7. LA PELIGROSIDAD SOCIAL EN EL TARDOFRANQUISMO Y LA TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA
  9. BIBLIOGRAFÍA
  10. NOTAS