Pensar en español
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Pensar en español

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Pensar en español

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Índice
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Información del libro

Se piensa en la lengua que uno habla. El español tiene algunos rasgos característicos. En primer lugar, que es una Weltsprache (lengua universal), es decir, una lengua muy hablada que alberga en su seno experiencias distintas y enfrentadas pues ha sido hablada por vencedores y vencidos, conquistadores y conquistados, metrópoli y periferia. En segundo lugar, que es una lengua impuesta, pues, en efecto, se ha impuesto en España a otras lenguas declaradas extrañas (el árabe y el hebreo) y, en América, a las lenguas prehispánicas. Estos dos rasgos condicionan un modo de pensar específico en el que la interpelación debería primar sobre el consenso. Todo esto unido a que nuestra forma de pensar se expresa mejor en ensayos que en tratados y en literatura y arte que en discursos filosóficos convencionales. Este libro pretende defender, en un mundo dominado por el inglés como lingua franca, un modo de pensar formalmente diferente y materialmente creativo.

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Información

Año
2021
ISBN
9788413521695

Pensar en español

Reyes Mate

Colección ¿Qué sabemos de?

Catálogo de publicaciones de la Administración General del Estado:
https://cpage.mpr.gob.es

Diseño gráfico de cubierta: Mikel las Heras

© Manuel Reyes Mate, 2021

© CSIC, 2021

http://editorial.csic.es

[email protected]

© Los Libros de la Catarata, 2021

Fuencarral, 70

28004 Madrid

Tel. 91 532 20 77

www.catarata.org

isbn (csic): 978-84-00-10742-0
isbn electrónico (csic): 978-84-00-10743-7
isbn (catarata): 978-84-1352-168-8
isbn electrónico (catarata): 978-84-1352-169-5
nipo: 833-21-010-1
nipo electrónico: 833-21-011-7
depósito legal: M-4.546-2021
thema: PDZ/CFA
Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y Los Libros de la Catarata. Las noticias, los asertos y las opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. El Consejo Superior de Investigaciones Científicas y Los Libros de la Catarata, por su parte, solo se hacen responsables del interés científico de sus publicaciones.

Para Luca, todavía in-fans, que merece un lenguaje de palabras amables, compasivas y esperanzadoras, aunque sean antiguas.

Presentación

Qué signifique pensar en español es una pregunta muy singular. Uno no se imagina a un alemán interrogándose sobre lo que pueda significar pensar en alemán. En alemán uno se pregunta, como hizo Heidegger, “¿qué significa pensar?”, que no es lo mismo. El filósofo alemán, a diferencia del español, está convencido de que lo que se diga en alemán sobre el pensar vale para todo el mundo. Este mismo Heidegger ya sentenció, en una célebre entrevista póstuma pensada para la eternidad, que pensar, lo que se dice pensar, solo es posible en griego y en alemán.
Los hispanohablantes tenemos desgraciadamente que hacernos esa pregunta si queremos entrar en el club del pensamiento. De la respuesta depende que consigamos la entrada. Que haya que hacerse tan insólita pregunta se debe a una doble causa. En primer lugar, a un prejuicio europeo que viene de un tiempo en el que Europa olvidó quién y qué había sido España. La Europa de la modernidad, pilotada intelectualmente por Alemania, construyó la leyenda de que el logos era “germánico y protestante”, relegando la Europa del sur al cajón de la prehistoria. Esto es lo que escribió Hegel, que se erigió en notario de la Historia. Olvidaba Hegel que antes del siglo XVIII hubo un siglo XVI y un XVII en los que el centro del mundo era el eje que iba del Viejo al Nuevo Mundo. No lo ario, sino lo denostado semita era el lugar del espíritu o Weltgeist. Común denominador entre el Hegel antisemita y el Heidegger pro-ario es su desprecio por el pensar en romance. En literatura, arte o deporte, el latino puede jugar en las grandes ligas, pero en filosofía tiene que ir a una división inferior.
A este prejuicio que se cultiva fuera hay que añadir un convencimiento que viene de dentro. Unamuno se preguntó si había filosofía española y respondió que sí, pero que había que buscarla en la literatura o en la mística. Esa respuesta ha hecho fortuna, pues se repite machaconamente. La susodicha respuesta deja en buen lugar a la literatura que gana vuelo, pero muy maltrecho al pensar en español, al que se le priva del rigor que se supone a un pensar filosófico. Es una repuesta cómoda, pues justifica de un plumazo por qué en los últimos siglos ha habido tan poca originalidad en la filosofía española, pero no resulta convincente, porque antes de la modernidad hubo un pensar filosófico original. No es un asunto de genes. Y no parece lógico que la enjundia filosófica del Quijote o de Calderón agoste otras formas de expresión. Al contrario, las convoca, al menos eso es lo que dice Antonio Machado por boca de Juan de Mairena: “Todo poeta supone una metafísica; acaso cada poema debería tener la suya, claro está, implícita, nunca explícita. Y el poeta tiene el deber de exponerla por separado, en conceptos claros. La posibilidad de hacerlo distingue al verdadero poeta del mero señorito que compone versos”. Lo que distingue los ripios del señorito de los versos del poeta consiste en disponer o no de una metafísica. Y no parece que Juan de la Cruz, fray Luis de León, Teresa de Ávila, Cervantes, sor Juana Inés de la Cruz o Calderón hayan compuesto ripios.
La pregunta implícita en el título está pues justificada. Y es obligado reconocer que existe un déficit filosófico en nuestra cultura. Sería ridículo apelar a la idiosincrasia o a la procedencia racial. Mejor sería seguir la pista que señala discretamente Luis Vives cuando decía que en España era peligroso hablar, pero también callar y hasta pensar, por la Inquisición mayormente. Las causas habría que buscarlas no en la naturaleza o en la geografía, sino en la historia. Ese miedo explicaría por qué en un país tan anticlerical como España no hubiera heresiarcas, como echaba de menos Unamuno. El anticlericalismo es una emoción mientras que la herejía es una teología, es decir, una teoría que necesita un mínimo de aire, que es el que no toleraba la Inqui­­sición ni las censuras.
Pese a esa carencia, ¿se puede pensar en español? A esa pregunta tratan de responder las páginas que siguen. Se puede pensar en español con originalidad y creatividad si tenemos en cuenta tres factores. En primer lugar que el español es una Weltsprache, es decir, una lengua universal, la lengua de un imperio que acaba siendo hablada por conquistadores y conquistados, por vencedores y vencidos. Como toda lengua, recoge en su interior las experiencias de los hablantes; el español habla o encierra en sí experiencias encontradas. Ese hecho conforma su pensar. Pensar bien en esa lengua significa dejarse interpelar por esas experiencias opuestas. Sería un grave error aplicar al español o castellano la receta que dan los grandes laboratorios culturales, americanos o alemanes, que hoy detentan el monopolio de la cultura, según la cual para pensar bien hay que hacer abstracción de la realidad, es decir, no tener en cuenta la riqueza experiencial del lenguaje. Más que error, esa propuesta es una impostura. El ejemplo que desarrollo en el libro a propósito de la justicia lo deja bien en evidencia. La industria cultural nos vende teorías deliberativas o procedimentales de la justicia —construidas sobre el supuesto de que los pobres no se pregunten cómo han sido empobrecidos ni los ricos cómo han hecho fortuna— cuando la única justicia aceptable es la que nace de la pregunta que nos hace quien padece la injusticia. De eso va el pensar en español.
En segundo lugar, hay que tener en cuenta la catadura de la lengua que hablamos. Es una lengua que sabe imponerse acallando a otras lenguas. Lo hizo en España, silenciando el hebreo y el árabe; lo hizo en el Nuevo Mundo, sustituyendo las lenguas autóctonas. Eso también condiciona el tipo de pensamiento en la lengua que hablamos. Pensar bien es ser consciente del alcance limitado de su pensamiento. No puede llegar a aquellas zonas que fueron habitadas por las lenguas silenciadas. Eso significa que pensar bien es remitir al silencio. Mucho es lo que podemos decir, pero serían medias verdades si lo dicho no remite a lo indecible.
Finalmente, la vocación de sur. Los filósofos de la modernidad nos han recordado oportunamente que hay un pensar del norte, riguroso, objetivo, científico. Y otro, retórico, florido, del sur. El primero es de fiar y el segundo, para ratos de ocio. Contra ese “reparto del león” se rebela Camus, y también Saramago o Goytisolo, reivindicando una sabiduría del sur más humanizada y compasiva. Como le dice Camus a su interlocutor en Cartas a un amigo alemán, escrito en la posguerra, “yo amo demasiado a mi patria como para ser nacionalista”. No es lo mismo el patriotismo del uno que el nacionalismo del otro. Les diferencia un matiz, el mismo que “separa el sacrificio de la mística, la energía de la violencia, la fuerza de la crueldad. Un fino matiz que también separa lo falso de la verdadero, y, también, el hombre que nosotros esperamos, de los dioses cobardes en los que vosotros soñáis”. Duras palabras que no tratan de descalificar al otro, sino esa “frialdad burguesa” que según Theodor Adorno acompaña a “la ideología del norte”.
La preocupación por el pensar en español no se la ha inventado el autor del libro. Es una herencia, por eso se dedica tanta atención a reconstruir la historia de esa preocupación que, en Iberoamérica, toma la forma de pensamiento latinoamericano o de filosofía de la liberación. La pregunta por el pensar en español va al encuentro de ese esfuerzo tratando de ampliar su horizonte, pues incluye a todos los que hablan esa lengua independientemente de la orilla en que se sitúen. El pensar en español no es solo latinoamericano, sino iberoamericano.
Eso explica el capítulo final que se plantea cómo construir una comunidad iberoamericana de filosofía. No nos confundamos: existe una comunidad de filosofía que habla en inglés (y que progresivamente va deglutiendo a los germanoparlantes) aunque se presente como la comunidad universal de filosofía. Ahí siempre estaremos como invitados. Pero, como dice Luis Villoro, no queremos ser convidados, sino anfitriones. Y lo seremos si mostramos que nuestra forma situada de pensar da pistas sobre los vericuetos de la razón que facilita el camino de los demás. En los últimos años se han dado pasos decididos en esa dirección. La experiencia que ha supuesto la edición de la En­­ciclopedia Iberoamericana de Filosofía, en sus treinta años de realización, ha sido decisiva. Clave en ese esfuerzo ha sido el Instituto de Filosofía del CSIC. La filosofía fue duramente castigada por la dictadura, empezando por el exilio de una generación extraordinaria que dejó a la juventud española sin maestros. Es verdad que la filosofía no esperó a la transición política para conectar con el vasto mundo de las ideas, pero había que adaptar las instituciones a los nuevos tiempos. El Instituto de Filosofía no necesitó una creación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (durante el primer gobierno socialista)1, nació bien armado para llevar a cabo la tarea de la filosofía, “elevar su tiempo a concepto”. Sin necesidad de un guion previo, descubrió con toda naturalidad que la realización de esa función implicaba la vocación iberoamericana. No se trataba solo de recuperar la relación con los maestros que no tuvo porque estaban en el exilio, sino de algo más: descubrió que bajo la misma lengua corrían pluralidad de significados que se encontraban y se alejaban; descubrió que la lengua no era solo un extraordinario y potente instrum...

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