Capítulo 1
El descubrimiento
Jorge Barbosa, uno de los escritores que se reunieron en torno al movimiento cultural Claridade, incidía en un poema, espléndido, en que los primeros navegantes portugueses que llegaron a mediados del siglo XV a las costas de las islas del archipiélago que más tarde se conocería como Cabo Verde no encontraron a nadie. “Cuando el descubridor llegó a la primera isla / ni hombres desnudos / ni mujeres desnudas / acechando / inocentes y asustados / detrás de la vegetación”. Y, más adelante, en la cuarta estrofa, continúa: “Había solamente las aves de rapiña / de garras afiladas / las aves marítimas de vuelo largo / las aves cantoras / silbando inéditas melodías”.
Los navegantes, que surcaban los mares animados por el infante Enrique, responsable en gran parte del dominio marítimo que ejercían los portugueses, creían, efectivamente, que las islas se encontraban deshabitadas. No obstante, que en sus relatos escribieran que no se encontraron con nadie no significa que las islas no hubieran sido holladas por otras personas antes de su llegada. En la cartografía anterior a la primera llegada de los portugueses, ya aparecían unas islas situadas frente a las costas de Senegal, como marca el historiador Jaime Cortesão, con el nombre “Gader” en un mapa y “Dos Ermanos” en otro. António Carreira sostiene que en la isla de Santiago se habían refugiado náufragos wolof y había sido frecuentada por otros pueblos, como los lebúes, procedentes del cercano Senegal. En todo caso, no hubo una voluntad de crear un asentamiento en las islas, quizás porque no se podía asegurar la autosuficiencia alimentaria.
Ante el rey Alfonso V, Vicente Dias se atribuyó el descubrimiento, en 1445, y Luís de Cadamosto lo hizo en 1456. No obstante, los documentos oficiales no les reconocen tal gesta y establecen que las islas orientales fueron descubiertas por el genovés Antonio da Noli en 1460 y las islas occidentales por Diogo Afonso en 1462. Este último había sido el descubridor de Madeira. Las islas orientales son: Santiago (bautizada como Sam Jacob en aquel momento), Fogo (Fillipe), Maio (Maiaes), Boa Vista (Sam Christovam) y Sal (Lhana). Las islas occidentales son: Santo Antão (Santo António), São Vicente (Sam Vicente), Santa Luzia (Santa Luzia), São Nicolau (Sam Nycollao) y Brava (Brava).
Alfonso V donó las islas a su hermano, el infante Fernando, que se comprometió a explorarlas, armar los barcos que debían llevar allí a los nuevos colonos y asegurar el sustento de los habitantes mediante la introducción de cultivos. Fernando pasó, por tanto, a ser el dueño de las islas; una responsabilidad que traspasó a algunos navegantes que habían participado en las primeras expediciones. Así, dividió la isla de Santiago en dos capitanías: la sur, con capital en Ribeira Grande, y la norte, con capital en Alcatraz. Al frente de las capitanías estaba el capitán donatario, cuya obligación era incentivar el poblamiento de la isla, distribuir las tierras entre los colonos, dictar justicia y cobrar los impuestos para el dueño. Era un cargo hereditario. La isla de Santiago se la repartieron Antonio da Noli, en el sur, y Diogo Afonso, en el norte. En las islas de Brava, Sal y Santa Luzia, el capitán donatario fue João Pereira mientras que en Santo Antão, fue Gonçalo de Sousa.
La donación del rey a su hermano Fernando estaba regulada por la Carta de los Privilegios, que le daba poderes en materia judicial y permitía a la población de Santiago dedicarse al comercio y tráfico de esclavos en Guinea, en una región que comprendía en aquel entonces desde el río Senegal a la actual Sierra Leona. La decisión marcará el futuro de las islas, convertidas en escala del tráfico negrero y en receptores de esclavos. Como sostiene Carreira, Cabo Verde será una sociedad esclavócrata basada, por tanto, en la explotación de los esclavos africanos.
Con los esclavos llegará también el mestizaje, un signo distintivo de la colonia y de la actual república. Como destaca Seibert: “Como resultado de su colonización por colonos europeos y esclavos africanos y el consiguiente mestizaje biológico y cultural entre los dos grupos, en Cabo Verde y São Tomé emergieron las primeras sociedades criollas en el mundo atlántico”.
Los recién llegados a la isla de Santiago, entre ellos Antonio da Noli y sus familiares, se instalan en Ribeira Grande, en la actualidad llamada Cidade Velha, que se convertirá en el primer asentamiento humano en Cabo Verde. Les acompañan unos cuantos portugueses procedentes del Algarve y el Alentejo. En la parte norte de Santiago se queda Diogo Afonso, en Alcatraz, una localidad que es abandonada tres siglos después, tras entrar en decadencia. Fogo será la segunda isla en ser poblada, a finales del siglo XV.
En las dos islas se recurrirá al trabajo de los esclavos, comprados y traídos de las costas guineanas, una mano de obra barata que se utilizará para la explotación de la caña de azúcar y el algodón en Santiago, y los frutales, así como del algodón y los viñedos en Fogo. En Boa Vista y Maio, se dedican al pastoreo del ganado propiedad de comerciantes de Santiago. Pero no todos los esclavos acaban en Cabo Verde: son vendidos también en otras posesiones portuguesas como Madeira, Lisboa y también en Sevilla y Cádiz. Posteriormente, los comerciantes optan por el mercado americano para cerrar un comercio triangular entre África, donde se compran los esclavos; América (Cuba, Brasil, Santo Domingo, Antillas), donde los revenden a cambio de algunos productos; y Europa, que recibe estas mercancías.
No existen datos fiables acerca del número de esclavos que llegaron a Santiago y cuántos se quedaron allí. No obstante, el historiador Bentley Duncan asegura que en “el periodo de tres años, de 1513 a 1515, 29 barcos llevaron 2.966 esclavos para Santiago”. La mayoría de estos eran reexportados hacia las Indias y las islas Canarias.
Patterson reproduce registros en los que la isla de Santiago cuenta en 1582 con 1.100 “blancos y mulatos”, 400 “negros libres” y 10.700 esclavos y personas sin determinar, entre los que se debe contar a los niños. En Fogo había 200 “blancos y mulatos” y 2.000 “esclavos”. La población estaba concentrada en las islas de Sotavento, sobre todo en Santiago, donde vivían las dos terceras partes.
Capítulo 2
Una economía amenazada
La actividad económica de una sociedad estratificada, basada en el comercio y el uso de esclavos es amenazada periódicamente por las incursiones de los piratas holandeses, franceses e ingleses, que atacan las embarcaciones y saquean las localidades, confirmando la fragilidad de sus defensas. Ribeira Grande, la localidad con más actividad económica, que alberga la primera iglesia construida por los portugueses en África, Nuestra Señora del Rosario, sufre en 1495 los embates de los piratas en diversas ocasiones. Su fuerte de São Felipe es destruido en 1712, en el ataque de unos corsarios franceses encabezados por Jacques Cassard. Un fuerte que había sido levantado en 1587, para proteger la ciudad tras el asalto perpetrado por Francis Drake. En el ataque de 1712, Cassard lleva 12 barcos de guerra, cuyos piratas queman las casas y pillan todo lo que pueden sin apenas resistencia.
Ribeira Grande perdía fuelle en favor de la cercana Praia, más segura y saludable y dotada de un puerto muy activo, que en 1515 recibe, según los documentos, un primer cargamento de esclavos procedentes de Guinea. Praia, a poco más de 10 kilómetros de Ribeira Grande, había sido fundada por habitantes de esta ciudad y de Alcatraz. La puntilla a la decadencia de Ribeira Grande llega con el ataque de Cassard; unos años después, en 1769, la capital de la colonia es transferida a Praia.
En el siglo XVIII, los puertos caboverdianos son escala habitual en el intenso tráfico entre Europa y América. En sus escalas, los barcos se aprovisionan de alimentos frescos para la travesía. No obstante, cada vez llegan menos barcos negreros, que muchas veces hacen la travesía directa entre las costas africanas y los mercados americanos sin pasar por Santiago. Y, desde finales de dicho siglo, los balleneros ingleses y estadounidenses encuentran todo lo que necesitan en los puertos de Brava, Fogo y São Nicolau: comida y también tripulantes para sustituir a los enfermos.
Enrolarse en un ballenero es a lo que aspiran la mayoría de los hombres de Brava, una pequeña isla habitada en parte por descendientes de las familias huidas de Fogo en la erupción del volcán en 1680. En Brava se enrolan en los balleneros para huir de las hambrunas, la falta de trabajo o el alistamiento en el servicio militar colonial. Muchos no volverán porque se establecerán en New Bedford, en el estado de Massachusetts, donde serán conocidos como “bravas”, al ser gran parte de los caboverdianos originarios de dicha isla. Las relaciones entre Estados Unidos y Brava llegarán a ser tan intensas que en 1816 se instala a un vicecónsul en la isla.
El auge de los balleneros es paralelo al declive del comercio de esclavos, perseguido por los británicos desde que fue abolido por su Parlamento en 1833 mediante la Slavery Abolition Act. Presionada por Londres, Lisboa decretará tres años después, en una medida tomada por su secretario de Asuntos Exteriores, Sá da Bandeira, el comercio de esclavos en sus col...