¿Para qué servimos los filósofos?
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¿Para qué servimos los filósofos?

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¿Para qué servimos los filósofos?

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Ante la pregunta de para qué sirve la filosofía, Carlos Fernández Liria nos responde con una paradoja: para nada y para gobernar. Según afirma en este libro, lo propio de la filosofía es que no sirve para nada y, sin embargo, precisamente por eso desde Sócrates y Platón se pensó que servía para gobernar. Más tarde, con la filosofía de la Ilustración se creyó que ese sueño estaba a punto de hacerse realidad, traduciéndose en un modelo político que, desde la Revolución francesa, ha sido nuestro referente más irrenunciable. El imperio de la razón es el intento de poner el mundo a la altura de la verdad, la justicia y la belleza; tres ideas platónicas tras las que se esconde un lema: "Libertad, Igualdad, Fraternidad", con el que se guillotinó a un rey y se cambió para siempre el espectro político de la humanidad. Así, tras explicar cómo, ahora, hemos regresado a la Edad Media, convertidos en siervos de unos amos locos y tiránicos que se llaman a sí mismos "los mercados", el autor no duda en afirmar que, aunque la filosofía jamás hubiera contemplado una derrota semejante de sus aspiraciones políticas, sigue siendo imprescindible para diagnosticar la gravedad de lo que está ocurriendo y para presentar batalla en la lucha que tenemos por delante. El lector encontrará en esta obra una explicación sin tecnicismos de la importancia de los filósofos y la filosofía y su conexión con el mundo en que vivimos.

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Información

Año
2019
ISBN
9788490977736
Categoría
Filosofia
Capítulo 1

¿Para qué sirve la filosofía?*1

Diógenes (el cínico) fue —según dice su pretendida historia (Diógenes Laercio, 2, 74)— capturado en el curso de un viaje por mar cerca de la isla de Creta y ofrecido en pública subasta en un mercado de esclavos. “¿Y tú para qué sirves?”, le preguntó el vendedor que lo había expuesto en lo alto. A lo que respondió el filósofo: “Para gobernar”.
Immanuel Kant, Antropología
¿Para qué sirve la filosofía? Como en todas las situaciones históricas muy graves, en el momento actual, la filosofía debería ser imprescindible para comprender lo que está ocurriendo. Esto puede parecer exagerado. Tengo la esperanza de que este libro ayude a entender por qué no lo es. Los filósofos tienen fama de estar siempre en la luna, traficando con realidades ideales y poco prácticas. Como vamos a ver, es todo lo contrario. Y para ir directamente al grano, voy a comenzar por poner un ejemplo de cómo la filosofía es insustituible para no malinterpretar la naturaleza profunda de los acontecimientos que se nos vienen encima.
Una de las cosas muy graves que están ocurriendo —entre otras muchas más graves aún— es la destrucción de la enseñanza pública estatal. Es uno de los capítulos previstos de esta revolución neoliberal, en muchos aspectos criminal, que estamos sufriendo. La cosa afecta desde las guarderías estatales y los cursos de primaria y secundaria a los estudios superiores universitarios. Por el momento nos centraremos en estos últimos. Lo que se ha llamado el Plan Bolonia ha sido un proyecto neoliberal de reconversión mercantil de la universidad pública. Se trataba de reorganizar la universidad con criterios mercantiles, potenciando lo más rentable y dejando atrofiarse o morir por inanición a las disciplinas, facultades y departamentos que no puedan demostrar su interés mercantil, bien sea atrayendo inversión privada o demostrando su adaptación a las necesidades del mercado laboral. Sobre todo, se trataba de reducir al mínimo la parte de los estudios financiada por el Estado. Para ello, se cortaron las carreras en dos. Los primeros cursos (que pronto serán solo de tres años para muchas de las antiguas licenciaturas) constituyen el grado, que comprende unos estudios mínimos, con unas tasas se supone que razonables. Las autoridades académicas del momento, rectores y ministros, pretendían que el objetivo del grado era adaptar los estudios a una capacitación profesional, es decir, a la inserción en el mercado laboral. Lo decían, sin que se les cayera la cara de vergüenza, justo en el momento en que ese mercado laboral dejaba de existir. Pero lo importante es que esta sería la parte de los estudios superiores pagada por el Estado. A partir de ese momento, el Plan Bolonia le ofrecerá al estudiante el mundo de los másteres especializados a un precio crecientemente prohibitivo (en el año 2012, la matrícula de los másteres estatales ya se había incrementado en un 235 por ciento y, posteriormente, ha seguido aumentando). Y, en todo caso, resultaba obvio desde el principio que los másteres que verdaderamente se insertarán en el mercado laboral serán los títulos privados que impartirán las corporaciones económicas a precios de elite.
A este salvajismo neoliberal se le llamó creación de un Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). El lema de todo este proceso fue “Una universidad al servicio de la sociedad”.
En el año 2000 ya comenzaron las movilizaciones contra este proceso (plasmado en lo que se llamó entonces el Informe Bricall), con un encierro multitudinario en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y manifestaciones masivas. Durante los diez años siguientes, hubo encierros y manifestaciones en todo el territorio del Estado español. Sin embargo, había algo en la tragedia de Bolonia que solo parecía apreciarse en su crudeza en las facultades de Filosofía. Si lo comprendemos, estaremos en condiciones de abordar el sentido de una pregunta como la que hemos planteado: ¿para qué sirve la filosofía?
¿Por qué las facultades de Filosofía han cumplido un papel tan importante en la lucha contra la mercantilización de la universidad? Alguien podría pensar —y así se ha repetido mucho en estos últimos años— que ello se ha debido a que las Facultades de Filosofía sabían que tenían ahí mucho que perder. Y de hecho así ha resultado ser: por ejemplo, en la UCM, la licenciatura de Filosofía comprendía en total 3.200 horas lectivas a las que el alumno tenía que asistir. Actualmente, las autoridades académicas reconocen que, cuando el Plan Bolonia termine de implantarse, esas 3.200 horas se habrán reducido a 1.100, de las que, por cierto, solo 800 serán estrictamente de filosofía, siendo el resto comunes con los grados de Historia y de Filología. Estas serán las horas que el alumno podrá cursar a un precio estatal razonable (sin descartar un incremento de las tasas muy sustancial). En estas condiciones es imposible lograr que un alumno esté en condiciones de comprender un texto de la historia de la filosofía. El nuevo grado de Filosofía será inevitablemente una estafa. La Filosofía es la disciplina más difícil del mundo y, ante todo, requiere tiempo y profesores. Y ninguna de las dos cosas abunda en el nuevo EEES.
Sin embargo, no fue este el motivo del protagonismo de las facultades de Filosofía en la lucha contra esta ofensiva neoliberal contra los estudios universitarios. Cuando en 2008 varios centenares de estudiantes se encerraron durante meses en la Facultad de Filosofía de la UCM, estábamos ante una protesta estudiantil sin duda generalizada, pero que era muy lógico que hubiera encontrado ahí, en Filosofía, su lugar natural. Pues se trataba de explicar que por encima de todas las ofertas del mercado había algo que nunca debemos renunciar a respetar, algo que es preciso defender a cualquier precio. Algo tan excepcional que se podría decir que la filosofía no es más que la permanente reflexión sobre esta excepción. En este libro, para resumir, nos vamos a valer de una cita de Kant para referirnos a esta excepción. Decía Kant que hay algo —algo que sin duda tiene que ser muy excepcional— que hace que “los hombres se nieguen a perder, por amor a la vida, aquello que hace a la vida digna de ser vivida”.
La filosofía es el intento de sacar las consecuencias de lo que se expresa en esta frase de Kant. Esta excepción comenzó en Grecia con una constatación esencial: “Lo interesante que era lo de­­sinteresado”. Saber por saber, desinteresadamente, resultó ser interesantísimo. De esa experiencia surgieron las matemáticas, la física, la filosofía, la ética y el derecho. De la perplejidad ante lo desinteresado surgieron las cosas que más nos interesan: el mundo entero de la razón y de la libertad. Y así fue como se inició para la humanidad la aventura más inquietante: la de convertir esa excepción en norma de la vida humana, que solo entonces puede llamarse digna. Y también en norma de una ciudad en “estado de razón”, o lo que es lo mismo, en “Estado de derecho”.
¿Qué aportaba, por tanto, la filosofía a la lucha contra la mercantilización de la universidad materializada en el Plan Bolonia?
Ante todo, desde la filosofía se venía a recordar que hay evidencias que, sin embargo, son falsas y verdades que parecen excepciones, pero que son imprescindibles. Solo en Filosofía llegó a cuestionarse el lema mismo del Plan Bolonia: “La universidad debe estar al servicio de la sociedad”. Fue la frase más repetida en el marketing del EEES. ¿Quién podría oponerse a algo tan de sentido común? Se trataba de pedir a la universidad pública que, puesto que era financiada con dinero público, rindiera cuentas sobre su utilidad pública. Se trataba de adaptar el espacio universitario a las necesidades de una sociedad incesantemente cambiante. Por supuesto, había gato encerrado, se dijo desde diversas instancias críticas. En general, el movimiento antibolonia denunció con toda la razón que lo que se escondía tras el lema “Una universidad al servicio de la sociedad” era un proyecto de adaptarla a los que tenían la sartén por el mango en esa sociedad, esos que actualmente se llaman a sí mismos “los mercados”. Los rectores, los ministros, los expertos, los mercenarios del periodismo, salían al paso diciendo que la “sociedad” era más amplia que los “mercados” y que el verdadero espíritu de Bolonia tenía que luchar por adaptar la universidad a las necesidades ciudadanas, no a las mercantiles. Era una observación patética, ridícula y canalla, como los tiempos han demostrado ahora por encima de los peores augurios. Desdichadamente, el movimiento antibolonia no solo tenía toda la razón; se quedó corto en profetizar la catástrofe que tenemos por delante.
Y, aun así, la magnitud del desastre solo se hacía y se hace ahora visible desde la filosofía, desde la historia de la filosofía. Pues la raíz del mal no estaba en que detrás de lo que se llamaba “sociedad” estuvieran las empresas y los mercados. No se trataba tan solo de desenmascarar el lema “Una universidad al servicio de la sociedad”, mostrando su reverso tenebroso. Es que el lema era pernicioso por sí mismo. Así lo denunciamos algunos en el Paraninfo de la Facultad de Filosofía, en un multitudinario debate que organizaron los estudiantes con el rector Carlos Berzosa. Parece muy evidente que la universidad debe estar al servicio de la sociedad. Y, sin embargo, no es así: “La universidad debe estar al servicio de la verdad”; solo así estará en condiciones de rendir un buen servicio a la sociedad. La universidad que Bolonia estaba destruyendo —así se decía en algunos informes del Círculo de Empresarios— era la supuestamente vetusta y anacrónica universidad de Humboldt (cfr. Círculo de Empresarios, 2007). Y así era, en efecto, al menos en un aspecto. Humboldt había acertado al definir los estudios superiores con una fórmula feliz. En los estudios primarios y secundarios, el profesor se debe al alumno. En los superiores, ambos dos, profesor y alumno, se deben a la verdad (Humboldt, 2005).
Como vemos, la aportación de la filosofía a la lucha contra Bolonia puede ser considerada excelsa o superflua, según se mire. Se puede resumir en la introducción de una palabra, la palabra “verdad”. Y, ciertamente, en esto consiste la filosofía desde los tiempos de Platón: en ser testigo de lo que ocurre en este mundo si se introducen en él tres misteriosas palabritas: verdad, belleza, justicia. El caso es que parecen tres palabras muy “ideales” (en el peor sentido de la palabra) pero, sin embargo, cuando se introducen en el mundo, en este mundo real, ocurren cosas bien reales y materiales. La mejor prueba de que ocurren cosas importantes es que son “tan importantes” que, para hacerse cargo de ellas, la interpretación habitual de Platón se empeñó en que este se estaba refiriendo a “dos mundos distintos”, el mundo de las ideas y el mundo de las cosas. Esto, por supuesto, era una estupidez. Platón no habla en todo momento más que de este mundo, del único mundo que existe. Solo que intenta hacerse cargo de qué es lo que ocurre aquí cuando andan de por medio cosas tales como la verdad, la belleza o la justicia.
Una de las cosas que ocurren es que dejan de tener sentido lemas como el de poner la universidad, es decir, la comunidad científica —lo que en Platón era la Academia—, al servicio de la sociedad. La universidad no debe estar al servicio de la sociedad. La sociedad debe estar orgullosa de tener una universidad al servicio de la verdad.
Pero si se quiere entender mejor la gravedad del problema, basta con plantear el mismo problema desde el lado de la justicia. ¿Acaso no es muy evidente que “el derecho debe estar al servicio de la sociedad”? Y, sin embargo, es todo lo contrario: de lo que se trata no es de poner al “derecho en estado de sociedad”, sino a la “sociedad en Estado de derecho”. Como vamos a ver, el lema “Poner el derecho al servicio de la sociedad” —que también es una amenaza que pende sobre nuestro tiempo de manera terrible— nos anuncia un mundo que desde el punto de vista de los derechos humanos habrá regresado al feudalismo. Estamos a las puertas de una tragedia que demolerá los últimos vestigios del mundo que se anunció con la Revolución francesa, de ese mundo que Hegel definió con estas palabras: “Una emoción sublime reinaba en aquel tiempo. Desde que el Sol está en el firmamento y los planetas giran en torno a él, no se había visto que el hombre se apoyase sobre su cabeza, esto es, sobre el pensamiento, y edificase la realidad conforme al pensamiento” (Hegel, 1969: 529).
Aquí tenemos planteada la paradoja sobre la que se levanta la pregunta que da origen a este libro. ¿Para qué sirven los filósofos? Como ya hemos apuntado antes —y como más tarde comprobaremos mejor— hay que atreverse a responder con rotundidad: “para nada”. Para nada, puesto que lo que tiene de interesante la filosofía es precisamente lo que tiene de interesante lo desinteresado, esto es, lo que, por definición, no nos sirve para nada. Porque la filosofía no sirve para nada, es capaz de recordarnos que hay cosas más importantes que el servir para algo. ...

Índice

  1. PRÓLOGO
  2. CAPÍTULO 1. ¿PARA QUÉ SIRVE LA FILOSOFÍA?
  3. CAPÍTULO 2. UNA PARADOJA LLAMADA SÓCRATES
  4. CAPÍTULO 3. LOS INTERESES DE LA RAZÓN
  5. CAPÍTULO 4. LAS EXIGENCIAS DE LA LIBERTAD
  6. CAPÍTULO 5. VERDAD, JUSTICIA, BELLEZA
  7. CAPÍTULO 6. LA PREGUNTA POR EL SER
  8. CAPÍTULO 7. LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD
  9. CAPÍTULO 8. CIVILIZACIÓN Y PROGRESO
  10. CAPÍTULO 9. LA FRAGILIDAD DE LA RAZÓN: IDEALISMO Y MATERIALISMO
  11. CAPÍTULO 10. LA FRAGILIDAD DE LA RAZÓN: EL EJEMPLO DE LA UNIVERSIDAD
  12. BIBLIOGRAFÍA