Capítulo 3
ANTROPOLOGÍA FEMINISTA. DIÁLOGOS Y TENSIONES
CON LA ANTROPOLOGÍA Y EL FEMINISMO
Mari Luz Esteban
Se nos ha pedido que abordemos en este volumen el impacto de la teoría feminista en distintas ciencias sociales, en mi caso en la antropología social, analizando la consiguiente revisión y reformulación de los paradigmas dominantes en la disciplina. Y me pongo a escribir este capítulo con una sensación agridulce: por una parte, positiva, por el fructífero desarrollo de la antropología feminista en las cinco últimas décadas; algo que tiene que ver con su buen hacer y sus aportaciones teóricas y empíricas, que intentaré resumir en este capítulo, pero también con sus estrechas relaciones con el movimiento feminista, del que se nutre y al que también nutre. Pero, por otra parte, tengo una sensación de cierta preocupación, dado que es una contribución que, “a pesar de la vasta producción teórica y etnográfica […] no está suficientemente reconocida” (Gregorio, 2006: 22) en la disciplina. Una preocupación teñida de incertidumbre, ya que hablar de las influencias y las transformaciones nos lleva también a constatar los límites de las mismas, no solo los inherentes a la evolución y potencialidad de cualquier teoría, sino los referidos a su recepción en la disciplina. Como ocurre en otras ciencias sociales, una parte importante de la antropología funciona como si la antropología feminista fuera una especialidad o un campo de estudio más, que solo es preciso tener en cuenta “si te dedicas a ello”, y se destaca explícita o implíctamente su parcialidad o, incluso, su caducidad; o bien, se produce, a veces de modo simultáneo a lo anterior, una reapropiación descafeinada de sus aportaciones, que son tratadas de manera superficial o se cita puntualmente el nombre de alguna autora de dentro o fuera de la disciplina, pero descontextualizando su pensamiento de la tradición general feminista y, en consecuencia, neutralizando o relativizando el potencial de las mismas.
En todo caso, la antropología feminista, que nació a finales de los años sesenta, cumplió su mayoría de edad en los años noventa (Di Leonardo, 1991) y es hoy día una forma de antropología con vocación interdisciplinar y bien asentada en algunos contextos geográficos, sobre todo en el ámbito universitario. Además, atrae a un sector significativo de investigadoras y estudiantes de grado y posgrado, que encuentran en ella una manera de aunar intereses científicos, profesionales e ideológicos. Esto queda perfectamente de manifiesto año tras año, por ejemplo, en la presencia considerable de propuestas feministas en los distintos congresos de antropología social que se llevan a cabo.
Otro aspecto de su buen hacer es la proyección social de su actividad. La antropología feminista es, sin duda, uno de los modelos teóricos antropológicos con mayor relevancia social y política. Este hecho está íntimamente relacionado con que, en el transfondo del enfoque antropológico feminista, al igual que en otras ciencias sociales, ha latido siempre una teoría del cambio social (Del Valle, 2000: 10).
Para concluir esta introducción podríamos destacar que en el caso de la antropología feminista se cumple al cien por cien la definición que Wasin Jahan Karin (1993) da de la antropología actual como “escritura política de la cultura”.
En cuanto a la organización de los contenidos, en los primeros apartados voy a hacer un repaso de las claves principales de la crítica feminista en antropología, desde las primeras teorizaciones hasta la teoría de los sistemas de género, que se desarrolla a partir de los años noventa. Posteriormente abordaré algunas perspectivas que se han ido consolidando a partir del cambio de siglo, destacando tres campos de teorización y experimentación donde se producen también debates y tensiones entre antropología social, antropología feminista y feminismo: (1) las aportaciones de la teoría decolonial; (2) lo que voy a denominar la somatización de la antropología, de la mano de los estudios del cuerpo y las emociones, y (3) la importancia de la dimensión autoetnográfica, lo que Gregorio ha denominado las “derivas hacia lo ‘auto’”.
Antropología feminista:
más que una subdisciplina
La teoría feminista ha generado dentro de la antropología un conocimiento alternativo e ineludible, no solo porque añade sino porque revisa, critica y transforma el procedente de los otros campos antropológicos, desarrollando nuevos conceptos y categorías y planteando maneras alternativas de aproximación a los diferentes objetos de estudio. Esto lleva a autoras como Teresa del Valle (1993) a afirmar que “los estudios de género han sido más innovadores que ningún otro campo dentro de la disciplina en el mismo periodo de tiempo” (1993: 4-5). Susana Rostagnol ha expresado muy bien la relevancia de este campo antropológico en el título de uno de sus artículos: “La antropología feminista o cuando el adjetivo se torna sustantivo” (2018).
Henrietta Moore (1991), una de las autoras que ha escrito sobre la historia de la antropología feminista, se refiere a la dificultad de incluirla en una tipología definida, y subraya que pertenece a distintas categorías: es al mismo tiempo una subdivisión especializada, del estilo de la antropología económica o política, un área de investigación, como la antropología del derecho o la antropología histórica y, por último, una concepción teórica, como la antropología marxista, la estructuralista o la simbólica. Advierte además que, al margen de que sea difícil articular todas estas tipologías dentro de la disciplina, la consideración de la antropología feminista como mera subdisciplina tiene que ver con una política interna restrictiva y no con consideraciones intelectuales serias (1991: 19). Por mi parte, y de acuerdo con Lourdes Méndez (2008: 13), considero que es preciso subrayar que la antropología feminista es, antes que nada, un método aplicable a cualquier temática y campo de estudio, con un estatus epistemológico propio y que, por tanto, es fundamental que siga identificándose y explicitándose como tal.
Como su propio nombre indica, la antropo...