CAPÍTULO 1
ES LA EVOLUCIÓN, ¿NO?
La tendencia a la concentración del poder económico no es la respuesta a una ley natural o a un imperativo tecnológico inexorable, sino el resultado de unas fuerzas institucionales que están sujetas a controles, cambios y revocaciones.
Walter Adams, Corporate Power in America
Disculpe, pero… ¿en qué planeta vive usted? Habla de participar en la globalización como si fuera una elección suya. La globalización no es una opción, es una realidad… Yo no la inicié, no la puedo detener, y usted tampoco.
Thomas L. Friedman, The New York Times
Montpelier, capital del estado de Vermont, está plácidamente ubicada en las laderas de las Green Mountains, a medio camino entre Boston y Montreal. Con una población de poco más de 8.000 personas, es la capital más pequeña de un estado norteamericano. También es la única que no cuenta con un restaurante McDonald’s, una distinción peculiar ahora que el logo de los arcos amarillos se puede encontrar desde Belgrado hasta Pekín, pasando por Penang. Si bien no es probable que Montpelier pierda ese puesto entre las pequeñas capitales, hace poco que su condición como zona libre de McDonald’s se vio gravemente amenazada: el gigante de la comida rápida, que estaba abriendo sucursales al frenético ritmo de una cada tres horas, decidió instalar una en el pequeño pero ajetreado centro de esta ciudad. A la mayoría de sus habitantes no les hizo gracia. En un esfuerzo por conservar el carácter y la economía local, los ciudadanos se enfrentaron a la corporación en una larga y dura batalla, y terminaron por conseguir que McDonald’s desistiera en su empeño. Hoy en día no se venden Big Macs en Montpelier y el único negocio que comienza con “Mc” es el bar McGillicuddy’s.
Cabría esperar que los empresarios de Montpelier —quienes mayor interés tenían en ganar esta lucha— se sintieran exultantes tras la victoria. No obstante, el ambiente, más que optimista, era de un fatalismo generalizado. Kent Bigglestone, presidente de la Asociación de Empresarios local, dijo que “la gente se engaña si cree que puede mantener a las grandes cadenas comerciales lejos de Montpelier”.
Hay que señalar que el señor Bigglestone no tiene motivos para mirar con buenos ojos a las grandes corporaciones. Su propia tienda de material de oficina, un negocio familiar situado en la calle principal de la localidad, está siendo amenazada por una enorme corporación, Staples, el mayor minorista mundial de suministros de oficina, que ha abierto una de sus tiendas especializadas de bajo coste a solo 2 millas de distancia, en el centro comercial de una pequeña localidad cercana. Puede que a este empresario no le entusiasme un futuro en el que no tienen cabida los negocios como el suyo, pero ya se ha resignado a ello. A fin de cuentas, “la llegada de las cadenas comerciales nacionales es una evolución natural”, sostiene.
No es el único que culpa a la naturaleza o a la evolución del dominio cada vez mayor que ejercen las corporaciones gigantes. La mayor parte de la gente que se para a pensar en esto probablemente crea que el formato de gran escala implica ventajas naturales e inherentes en comparación con cualquier formato menor. Esto explica las claras tendencias que se han seguido en el último siglo y también anteriormente. No estamos hablando únicamente de que los grandes supermercados hayan sustituido a las fruterías de barrio, o de que Wal-Mart esté haciendo desaparecer los pequeños negocios de los centros de las ciudades. En el campo, a lo largo y ancho del mundo industrializado, han ido desapareciendo las pequeñas explotaciones agrícolas familiares, barridas por gigantes de la agroindustria. De las escuelas unitarias descentralizadas se ha pasado a las escuelas fusionadas, semejantes a fábricas en tamaño y forma. Mientras, por un lado, las pequeñas ciudades y los pueblos rurales se van despoblando, las ciudades y sus áreas metropolitanas siguen expandiéndose irremediablemente.
Esta tendencia a amplificar la escala resulta aún más evidente si observamos el mundo empresarial, en el que una inmensa parte del poder económico se está condensando en un puñado de corporaciones transnacionales. Todos los días nos llega la noticia de una nueva fusión o adquisición: un gigante empresarial que engulle a otro para, a continuación, ser engullido a su vez por otro aún mayor. La escala de estas compañías ha crecido tanto que las empresas familiares ubicadas en la calle principal de cualquier ciudad parecen ya insignificantes. Ted Turner demostró con gran exactitud los nuevos estándares de medida cuando su empresa, Turner Broadcasting System (TBS) se fusionó en Time-Warner. Para explicar esta operación, declaró: “Estoy harto de que seamos siempre una empresa pequeña. Quiero ver cómo es ser una empresa grande por una temporada”. Por aquel entonces, la compañía de Turner empleaba a 7.000 personas y sus ingresos anuales superaban los 2.800 millones de dólares.
Si así es como funciona la evolución, la selección natural considerará incluso a los países como entes demasiado pequeños. Cautivos de la lógica desenfrenada del crecimiento económico ilimitado y del libre comercio sin fronteras, los gobiernos están eliminando sistemáticamente las líneas divisorias que separan las economías regionales y las nacionales, propiciando el establecimiento de un escenario comercial de la mayor escala posible: una economía global integral. Aunque esto signifique destruir economías locales y pequeñas comunidades autosuficientes en todo el mundo, se hace para ayudar a que la selección natural se deshaga de apéndices residuales que ya no son útiles. El fin, aparentemente evolutivo, de todo esto es la aldea global, un oxímoron que incorpora la connotación de intimidad y comunidad, pero también cierto aire de doctrina del destino manifiesto.
Resulta más que evidente que la tendencia actual apunta a una dimensión económica cada vez mayor, pero todo cuestionamiento de las causas subyacentes es silenciado por el estruendo de voces que enfatizan que esto ocurre de manera natural e inevitable. Efectivamente, nos dicen que la misma naturaleza aborrece lo pequeño y lo local. En las páginas del New York Times se puede leer que la globalización es “inevitable”; la prensa financiera añade que las alternativas como la relocalización económica “simplemente no son posibles”. En libros ampliamente promocionados, como Camino al futuro, de Bill Gates, se afirma que “visto que, como el progreso llegará de todas formas, necesitamos sacar el mayor provecho de él y no tratar de impedirlo”. Incluso en la llamada prensa alternativa, toda megatecnología que interese a las corporaciones, como la bioingeniería, es descrita como “una transición evolutiva irreversible” para la que “no hay marcha atrás”.
Estas declaraciones serían innecesarias si el futuro fuese igual de prometedor para todo el mundo, si el crecimiento de las corporaciones no estuviese acompañado de un deterioro ambiental tan acusado o de tantos costes sociales y económicos. La euforia de Bill Gates no puede ocultar el hecho de que en la otra cara de la trayectoria del progreso hay una miríada de indicadores negativos, como el desempleo, la brecha entre ricos y pobres, el número de personas sin hogar, los conflictos étnicos, la pérdida de especies salvajes, el cambio climático y la extinción de especies. Y a pesar de que la globalización económica se ha vendido como un medio que traerá la estabilidad y la paz mundial, ya ha dado pie a un problema completamente nuevo: una contagiosa inestabilidad, por la cual las turbulencias económicas de un país se pueden expandir rápidamente por todo el planeta, dejando una estela de divisas devaluadas, quiebras bancarias, desempleo o incluso colapsos económicos. Todas estas tendencias, vinculadas a la del crecimiento de la escala del sistema, podrían llevar a la gente a buscar formas de limitar dicho crecimiento. Pero como resulta que nuestro devenir ...