Dar sentido a la técnica
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Dar sentido a la técnica

¿Pueden ser honestas las tecnologías?

  1. 158 páginas
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Dar sentido a la técnica

¿Pueden ser honestas las tecnologías?

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¿Por qué deberíamos aceptar sin objeciones el escenario que plantean los entusiastas ingenuos de la tecnología? ¿Deberíamos asumir que el desarrollo tecnológico no puede hacerse de otro modo? ¿Tenemos que adecuarnos a un modo de vida sobre el que no hemos podido emitir ninguna opinión? Dar sentido a la técnica significa construir significado e intervenir en el rumbo del desarrollo tecnológico. Necesitamos nuevos criterios para que el sentido de la técnica pueda incorporarse a la cultura y para que podamos decidir, nada menos, sobre nuestra forma de vida. Nuevos criterios de desarrollo que nos permitan discutir sobre lo que es deseable y lo que no, que revinculen socialmente los ámbitos de la creación técnica con la vida de los usuarios. Buscar la honestidad tecnológica supone legitimar los modos de desarrollo para que el sentido de la técnica no anule aspectos esenciales en nuestra construcción como seres humanos.

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Información

Año
2019
ISBN
9788490978887


Capítulo 1

Por qué deberíamos ocuparnos de la tecnología

¿Por qué deberíamos ocuparnos de la tecnología? Usualmente las respuestas particulares a esta pregunta parecen triviales. Por una parte se trata de miradas de mercado, que al tratar a la tecnología como bien de cambio, producen análisis económicos sobre el éxito de la innovación y de la incorporación de ellas en nuestras vidas a través de la aceptación comercial. Otra mirada de corte histórico da cuenta de la presencia de la tecnología en nuestras vidas en forma comparativa, que a todas luces en esta época es mayor que en décadas y siglos anteriores, lo que conforma un contexto histórico que deriva en la idea de era tecnológica. Desde un punto de vista político, la tecnología como objeto de decisión para la arena pública implica la evaluación y gestión asociadas a las infraestructuras en función de prácticas sociales y rendimientos económicos, en principio asociados al interés público jurídicamente ordenado. La perspectiva sociológica abre la discusión a las formas de poder que se manifiestan en la aceptación y la implementación de ciertas tecnologías, como también en su modo social de producción. La filosofía, tardíamente, también ha realizado diversos aportes para rescatar nuestra dimensión técnica desde el punto de vista antropológico, analítico, abriendo nuevas preguntas derivadas del estatuto actual de la influencia de las tecnologías en nuestras vidas; que incluso obligan a repreguntarnos sobre nuestro estatuto como seres humanos.
Si bien el fenómeno técnico presenta gran complejidad en todas las épocas, planteamientos como el de la cuarta revolución industrial en base a la aceleración y tecnologías que cada vez menos se producen y difunden en forma estrictamente local, sino más bien en grandes entramados globales, cambian nuestra vida de forma cada vez más acelerada. Pensemos en una lista corta de algunas tecnologías que ya están con nosotros como la inteligencia artificial, la robótica, Internet de las cosas, los vehículos autónomos, la impresión 3D, la nanotecnología, la biotecnología, la ciencia de materiales, el almacenamiento de energía o la computación cuántica. Todas ellas tecnologías de alcance global que desafían nuestra relación con ellas y nuestras relaciones sociales desde los afectos hasta el sentido del trabajo3.
Cada una de estas perspectivas mantiene una agenda de cuestiones tecnológicas de interés intrínseco. Pero resulta claro que, dada su amplitud disciplinar, ninguna perspectiva agota un estado de cosas que intuitivamente percibimos como de gran importancia en este tiempo. En parte por el hecho de que las tecnologías son depositarias de una carga valorativa que a veces nos resulta contradictoria, ambivalente, extraña y fascinante. Las consideramos como parte de nuestra vida, como algo muy familiar con lo que convivimos día a día; como parte del paisaje cotidiano que hemos naturalizado y que una vez que están allí, no producen mayores sorpresas ni asombro. Sin embargo, la experiencia cotidiana de familiaridad se opone al conocimiento que tenemos sobre ellas, argumentando que no necesitamos comprenderlas para utilizarlas. Solo nos ocupamos de saber más cuando, cada cierto tiempo, nos enteramos de algún efecto nocivo o de consecuencias no deseadas, informaciones muchas veces basadas en el interés por generar pánico. Solo en esos casos sentimos que estamos atrapados y alejados de toda posibilidad de tomar decisiones sobre ellas. La familiaridad convive con el extrañamiento.
Esta contradicción, alternativa o simultáneamente, puede ser una respuesta provisoria a la pregunta de por qué deberíamos ocuparnos de esto. Si además consideramos que se trata de un fenómeno antropológico, y que no conviviríamos con tecnologías si otros no las produjeran, podríamos decir que una vez que las tecnologías existen y llegan a nuestro entorno inmediato, se convierten en elementos relacionales entre un contexto asociado al quehacer tecnológico y un contexto en que las utilizamos. Este distanciamiento es tal que ha cambiado nuestra percepción sobre la tecnología, como cambia nuestra percepción del horizonte con respecto a la forma de la Tierra.
Nuestra falta de percepción de la industria produce una suerte de pensamiento mágico acerca del origen de las cosas, apalancado por fantasías publicitarias orientadas a la satisfacción de esa entidad llamada “cliente”. Una distancia vasta, como la de un océano, sin posibilidad de llegar a la otra orilla. Lo que se produce en un continente llega al otro, lo invade, lo conquista, lo domestica y lo cambia. De este lado del océano consumimos, del otro se produce. Vivimos y nos construimos con eso, hacemos simbiosis, y en algún momento lo descartamos, asumiendo esa responsabilidad también de este lado del océano. Pero esta distancia es discursiva. La otra orilla se encuentra muchas veces a unos pocos kilómetros del lugar que habitamos o a menos de 20 horas en avión. Ese océano suele ser una construcción mediática presentada como imposible de surcar.
No poder escudriñar la otra orilla es no tener posibilidades de conocer la historia de las cosas. Asociamos nuestra obtención de las cosas al presente que experimentamos, y cuya historia se inicia a partir de nuestra relación con ellas. Asumimos que su principio es la disponibilidad para ser consumido. La permanencia y la inmutabilidad de los espacios de consumo es, entonces, asimilable a un dios. Esto es un absurdo. Tendremos que atravesar el océano discursivo, llegar al otro lado y entender el diseño y la producción como una zona inseparable del uso, que en conjunto son parte del mismo continente, o del mismo mundo.
¿Qué ideas tenemos para acercar estos continentes? ¿Hay algo estructural que no permite este acercamiento, o simplemente se dirime en el campo de la decisión y la voluntad? ¿Es la política el factor de acercamiento o se constituye como un obstáculo? Para ser sincero, es muy pretencioso “pensar el fenómeno técnico” en forma completa, pues llevaría varios volúmenes y un esfuerzo de otro tipo por sistematizarlo4.
Vamos a enfocarnos, en cambio, en pensar qué podemos hacer con el fenómeno técnico tal como se nos presenta hoy, intuyendo algunas cuestiones que pueden ser relevantes en un corto y mediano plazo. El “poder hacer” evoca un aspecto pragmático pero, como decíamos, no vamos a considerar restricciones pragmáticas como principio. Por lo tanto, la consideración de lo que “podríamos hacer” es mucho más amplia y girará en torno a cuestiones exigibles y deseables, más que a restricciones de un modo de hacer establecido.
Culpables equivocados y descontentos organizados
La discusión sobre el movimiento antivacunas involucra diversos aspectos. La obligatoriedad de la vacunación pertenece al ámbito institucional (se decide en una provincia, en un país) y por lo tanto tiene un límite geográfico, jurisdiccional. Su peso normativo hace que se encuentre dentro del ámbito jurídico y de ejecución concreta por los gobiernos. A su vez, el no cumplimiento de esta norma produce efectos no deseados dentro del espíritu de la norma, que es la mayor incidencia de enfermedades en la población, lo que define un problema de salud pública, es decir, un problema del estado.
Asociada a esta situación se encuentra también la corriente de opinión acerca de la industria farmacéutica, acusada hasta de inventar enfermedades para vender más vacunas, en un mercado ficticio porque los propios estados financian buena parte de las campañas de vacunación. Este problema, a su vez, involucra la situación de “privatización del conocimiento” por parte de las investigaciones en salud, que también entraña una discusión entre lo que sería un bien privado, un bien público y sus posibilidades de apropiación individual y social.
Los movimientos antivacunas son una respuesta de resistencia al cambio en nuestra forma de vida a partir de la masificación de las vacunas. La merma en la incidencia de enfermedades que eran mortales hace pocas décadas en la población infantil tiene un correlato muy fuerte: la seguridad de que nuestros niños no morirán por lo mismo que morían en épocas de nuestros abuelos.
Esta seguridad no puede medirse solamente en cantidades, también es necesario advertir que nuestra visión del mundo y nuestra proyección a lo largo de la vida también cambia. Una forma de vida es una manera de hacer cosas, incluso se podría pensar, según Lash (2005: 39), que la cultura, en sentido antropológico y cotidiano, es una forma de vida. La incorporación de las vacunas tiene que ver con el cambio en nuestras aspiraciones, el sentido del cuidado, la percepción del riesgo y las resignificaciones sobre las nociones de “tragedia”. Las sensaciones sobre aquello con lo que contamos y los males que podemos evitar comienzan a ser parte constitutiva de nuestro modo de estar en el mundo. El modo de estar en el mundo constituye en cada momento y en cada cultura nuestra forma de vida.
Las vacunas han cambiado nuestra forma de vida y, consecuentemente, los movimientos antivacunas son una reacción hacia nuestra forma de vida. Pero también lo son los movimientos contra los organismos genéticamente modificados, contra las in­­dustrias de los alimentos, contra el espionaje de nuestros teléfonos móviles, contra los sistemas educativos, contra los términos de intercambio comercial en el mundo, contra la relevancia de los contenidos que circulan por Internet, etc.
Hablamos de controversias e intereses. Hablamos de nor­­mativas y resistencias. De intereses políticos y económicos. De poder. Del descontento (ingenuo), o de la organización del descontento (interesado).
El descontento ingenuo tiene un rasgo emancipatorio frente a la presión por el consumo. Ciertamente la decisión individual acerca de qué consumir es inalienable, pero encuentra límites en toda sociedad organizada cuando esas decisiones pueden involucrar algún asunto público, siempre que no decidamos exiliarnos como Thoreau (1854). El descontento organizado es un problema político y la política es parte estructural del desarrollo tecnológico aunque no nos ocupemos demasiado de...

Índice

  1. PRESENTACIÓN, por Gustavo Giuliano
  2. INTRODUCCIÓN.PARA COMENZAR:ANDEMOS
  3. CAPÍTULO 1. POR QUÉ DEBERÍAMOS OCUPARNOS DE LA TECNOLOGÍA
  4. CAPITULO 2. LAS TECNOLOGÍAS SON EXTRAÑAS
  5. CAPÍTULO 3. CRITERIOS ALTERNATIVOS
  6. CAPÍTULO 4. LA ESCALA CAMBIA EL FENÓMENO: UNA ARTEFACTO O TODA LA TECNOLOGÍA
  7. CAPÍTULO 5. LOS COMMONS: UNA DISCUSIÓN PENDIENTE
  8. CAPÍTULO 6. DE LA CRITICA A LA ACCIÓN: ALGUNAS IDEAS VIVAS
  9. CAPÍTULO 7. DAR SENTIDO A LA TÉCNICA
  10. CAPÍTULO 8. ELOGIO DE LA FRUSTACIÓN EN LA CREACIÓN TECNOESTÉTICA
  11. EPÍLOGO. PARA TERMINAR: ENTRE UN WIKI Y UN MANIFIESTO
  12. BIBLIOGRAFÍA
  13. NOTAS