Capítulo 1
Los hombres no nacen, se hacen
Hay muchas formas de ser hombre, depende de dónde nazcas, cuándo, a qué clase social pertenece tu familia, tu color de piel, la religión en la que te eduquen… Depende mucho de cómo tu padre y los hombres más cercanos de tu entorno viven su masculinidad, y de cómo te enseñan a “ser hombre”.
La mayor parte del planeta vive bajo la dictadura del patriarcado, pero aún quedan culturas que resisten a la globalización y tienen otras concepciones sobre la masculinidad, la feminidad y las relaciones entre hombres y mujeres. Son culturas pequeñas y minoritarias, pero estudiando un poco de antropología con enfoque de género podréis encontrar muchas formas diferentes de construir la masculinidad.
En el planeta Patriarcado también hay muchas formas de ser hombre: existen muchos disidentes que no obedecen los mandatos de género, no interiorizan los mitos de la masculinidad, ni reproducen los estereotipos ni los roles asociados a los hombres. Cada hombre, en mayor o menor medida, se rebela contra el patriarcado a su manera, pero la mayoría suele adaptarse para evitar quedar en los márgenes, y también porque sacan provecho y disfrutan de los privilegios que les concede el sistema solo por ser hombres.
La masculinidad patriarcal es una construcción social y cultural que se aprende, se interioriza, se reproduce y se transmite de generación en generación, igual que la feminidad. Se aprende en la escuela, en la familia, leyendo cuentos, viendo películas, escuchando música, viendo anuncios publicitarios, viendo partidos de fútbol, jugando con los demás niños, escuchando las conversaciones de los adultos.
Ya desde antes de nacer se nos asigna un género, y eso va a condicionarnos desde el vientre de la madre: las investigaciones han puesto al descubierto que nuestro tono de voz, el volumen y la melodía cambian según el género que le otorgan las autoridades sanitarias al bebé. También varía la forma de acunarlo, el tiempo que se tarda en ir a atenderlo y la cantidad de caricias, mimos y besos que recibe.
En muchos países del mundo, tener una niña es una desgracia absoluta. En India o China millones de mujeres abortan cuando descubren el sexo del bebé, pues los hombres tienen muchísimo más valor que las mujeres para las familias. Esto es el patriarcado: un sistema en el que a las niñas las matan antes o después de nacer (por omisión de cuidados y cariño), porque sus vidas no valen nada.
Todavía hoy, a los niños se les asignan todas las características de la masculinidad patriarcal desde pequeños: “¡Mírale qué fuerte, cómo se sostiene en sus piernas ya!”; “¡Mírale qué listo, cómo hace el rompecabezas!”; “¡Mírale qué bueno es parando la pelota!”; “¡Cómo corre, qué tío!”. Mientras que las niñas reciben refuerzo positivo solo por su aspecto físico: “¡Qué guapa estás!”; “¡Qué vestido más bonito!”, “¡Qué peinado tan lindo!”, “¡Qué sonrisa tan encantadora!”.
Según la lógica del patriarcado, los niños son más inteligentes que las niñas, más fuertes, más brutos, más interesados en el deporte que en las muñecas, tienen una inclinación mayor hacia la violencia que hacia el amor y se sienten atraídos antes por ganar cualquier competición que por cuidar a los demás. Forma parte de la sabiduría popular y está fuertemente impregnado en el imaginario colectivo: mucha gente cree que es cosa de la naturaleza, que los hombres son todos iguales, que la masculinidad es así.
Sin embargo, todos los niños aprenden a ser hombres. Desde que somos pequeños se nos prohíben y permiten comportamientos diferentes: a las niñas no nos dejan subir a los árboles, a los niños no les permiten llorar. A las niñas nos regalan bebés y cocinas, a los niños metralletas y guerreros. Las niñas jugamos a cuidar, mientras los niños juegan a matar.
Los adultos continuamente nos enseñan qué es lo que nos tiene que gustar, con quien nos tenemos que juntar, qué colores tenemos que usar, cómo nos tenemos que mover por el espacio, cómo nos sentamos o cómo cruzamos las piernas, cómo ha de ser nuestro tono y volumen de voz, qué posición ocupamos en la jerarquía del patriarcado, cuáles son las profesiones que podemos ejercer y cómo tenemos que utilizar nuestro poder sobre los demás.
A las niñas se nos pide que seamos sumisas, discretas, calladas, pasivas y encantadoras. Y a los niños les piden que sean valientes, activos, agresivos, luchadores y líderes de los grupos. Los padres y las madres nos van dando indicaciones: “Los niños no lloran”; “Las niñas no pelean”; “Si te atacan devuelve el golpe”; “Si te ataca es porque le gustas”; “Las niñas no se sientan así”; “Los niños no tienen miedo”. Cuando un niño se muestra débil, se le compara con una niña. Todos los atributos negativos son de niñas, por eso cuando se quiere machacar emocional y psicológicamente a un niño, se le llama “niña” o “nenaza”, para que se sienta humillado.
En el imaginario colectivo de los niños, las niñas son mentirosas, manipuladoras, cobardes, interesadas, frágiles, vulnerables, cursis, sensibles y tontas. Son seres despreciables, igual que los bebés y los maricones, otros dos insultos insoportables para los niños pues les degradan a una categoría inferior.
Los niños van construyendo su imagen ideal de la masculinidad a través de sus héroes: primero sus padres, luego los héroes de la cultura patriarcal. Los protagonistas de las narrativas masculinas son superhombres con poderes especiales, y todos utilizan la violencia para conseguir sus objetivos, para acabar con el enemigo, para cumplir su misión, para obtener lo que desean. Lo mismo los malos de la película que los buenos: todos matan.
Los héroes masculinos son tipos duros que ni sienten ni padecen, al contrario que las protagonistas femeninas, mujeres hipersensibles y devotas del amor que esperan a ser rescatadas por su príncipe azul. Los hombres siempre tienen una misión que cumplir, más importante que sus propias vidas, y a lo largo de la trama están solos o con otros hombres. En los grupos de hombres hay mucha admiración, compañerismo y amor, pero tienen prohibido el sexo entre ellos. Su relación con las mujeres ha de ser desde arriba; pronto aprenden que pueden utilizarlas como sirvientas o como objetos sexuales: no hay amistad posible con ninguna mujer en la mayor parte de las historias que nos cuentan.
Los héroes de nuestra cultura no disfrutan del sexo ni del amor porque nunca van a la cama desnudos: follan con su armadura y su casco puestos, siempre alerta para no enamorarse. Todos guardan su corazón para cuando llegue el momento de ir al encuentro de su princesa, esa mujer especial y diferente a las demás que les amará incondicionalmente y nunca les traicionará.
Los niños que no obedecen al patriarcado y no admiran este tipo de masculinidad hegemónica pagan un precio muy alto por su rebeldía: serán objeto de burla, acoso y agresiones por parte de los demás toda su vida, pero especialmente en la escuela. Si no responden con violencia a los ataques, entonces tendrán que ocupar siempre una posición de inferioridad con respecto a los machos alfa, sus seguidores. Probablemente serán apartados del grupo, y se sentirán muy solos hasta que se unan a otros disidentes como ellos.
También hablamos de niños homosexuales, niños transexuales, niños con discapacidades, enfermedades o malformaciones, niños afeminados, niños bajitos o muy delgados, niños extranjeros y refugiados… Niños “raros” que no encajan en los estereotipos de la masculinidad patriarcal y que son rechazados y humillados por los grupos de machos alfa.
Los niños obedientes al patriarcado, por su parte, tampoco lo pasan muy bien intentando convertirse en machos alfa. Se pasan la vida teniendo que demostrar su hombría, sus habilidades físicas, su valentía y su potencia sexual para no ser objeto de las burlas de sus compañeros. De adultos seguirán igual, teniendo que parecer muy machos delante de todo el mundo, tragándose las lágrimas, el miedo, la pena, el desamparo, la desolación y cualquier emoción que no sea la rabia y la ira.
Además, los más obedientes y sumisos al orden patriarcal tendrán problemas para relacionarse con las mujeres. En un momento en el que cada vez hay más mujeres en lucha, desobedeciendo y dinamitando las bases de la feminidad patriarcal, los hombres se enfrentan a uno de los mayores desafíos que les plantea la historia de nuestro tiempo presente: ¿Cómo aprender a relacionarse con mujeres libres que ya no sufren por amor?