Tmeiin: Los judíos impuros
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Tmeiin: Los judíos impuros

Historia de la Zwi Migdal

  1. 328 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Tmeiin: Los judíos impuros

Historia de la Zwi Migdal

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Información del libro

En Buenos Aires, a fines del siglo XIX, operaban distintos colectivos de rufianes y tratantes de blancas. No fueron los judíos los más poderosos o los mayores en número. Sin embargo, la formación de una poderosa sociedad llamada, en principio, Varsovia y luego Zwi Migdal, la osadía de poseer una sede social, un templo y un cementerio propio, los visibilizó en el creciente antisemitismo de la década del 30 y los proyectó hasta nuestros días como los más despreciables y temibles sujetos.

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Información

Año
2018
ISBN
9789874490186
Categoría
Sociología
Capítulo 1
Buenos Aires, 1875
La ciudad y su contexto
Si algo caracterizaba a los prostíbulos más conocidos de la ciudad de Buenos Aires, no era la atención, ni el servicio que brindaban sino, más bien, los continuos alborotos que en ellos ocurrían y las molestias que provocaban en el vecindario. Curiosamente, no siempre era el mal elemento representado por vagos, ladrones y malandras el causante de tales escándalos. Una moda extendida entre los integrantes de la sociedad porteña en el gobierno o vinculados a ella eran las correrías nocturnas de los niños bien, destrozando instalaciones y concitando la atención paternalista de la autoridad policial.
Así es como el comisario de la Seccional Primera comunica en junio de 1862 al jefe de Policía:
Anoche como a las diez y media conduje al Departamento [de Policía] a los jóvenes Bartolomé Mitre, Benito Casal, Marcos Gómez, Domingo Sarmiento, Domingo Robusión y los oficiales Antonio Britos y Eduardo Britos por haber ocasionado los desórdenes y escándalos siguientes. Primeramente, vinieron por la calle Reconquista y rompieron los vidrios de las ventanas del lupanar de Adelaida N. número 167 y de allí siguieron hasta el de la calle [25] de Mayo y entraron en el número 198 donde pidieron cerveza, y porque no se les despachó empezaron el desorden, apagando una lámpara que había en la sala, y volteando una olla de comida que estaba en el patio en un brasero. En vista de este desorden mandó el dueño del lupanar a la mujer Gavina González a llamar a la patrulla y entonces el oficial Britos sacó la espada y con ella le tiró un palo al dueño de casa, huyendo enseguida todos para la calle en momentos que llegaba Gavina González con la patrulla, delante de la cual tiraron algunos palos a Gavina González. A la intimidación que se les hizo de hacer alto, contestaron algunos insultos y entre ellos Domingo Robusión que le dijo que les había de marcar bala. No fue posible hacerlos hacer alto por el Alcalde ni el Ayudante de Serenos de la sección pues siguieron por el bajo, llevando el oficial Antonio Britos la espada en la mano desenvainada. Mientras esto sucedía recibí aviso del desorden y acudí inmediatamente al bajo donde atajé el grupo.2
Por las investigaciones que el comisario realiza, puede establecer que el mismo día y con anterioridad a los hechos narrados, la patota había estado en el lupanar de la calle del Parque número 44 causando similares destrozos y, además, escapando con cinco cuadros que robaron del lugar. También puede identificar al joven Mitre y a los oficiales Britos como los mismos que en días anteriores habían estado haciendo escándalo en el lupanar de Adelaida N. sin poder ser prendidos. La multa que se les impone, más allá del pago de los destrozos, es de 200 pesos para cada uno.
Poco tiempo después y antes de finalizar el año, el lupanar perteneciente a Carmen Acuña, de calle Cerrito 247 y el ubicado en la misma calle al 123, de Magdalena Penchau, serían asaltados por un grupo compuesto por Manuel Giménez, Manuel Basavilbaso, Pablo Ramella, Eliseo Valdez y el oficial Alberú; pese a encontrarse cerrado el de Carmen, por haber concluido el horario de visitas, los mencionados jóvenes fuerzan la puerta y una vez dentro rompen vidrios, vajilla y muebles.3
Al año siguiente, Bartolito, hijo aún descarriado del Presidente de la Nación y su buen amigo Dominguito, a su vez hijo del futuro presidente, acompañados por Beccar y otros que su estado de ebriedad no les dejará recordar, causan un descomunal desorden en el local de Reconquista 252 por lo que son detenidos unos instantes hasta que el pronto pago de la multa los exime de otros trámites.4
Algo más sórdidos en su aspecto y con una concurrencia menos atildada pero igualmente escandalosa resultaban ser los lupanares regenteados por Natalia Peralta, Gregoria Martínez, Ángela Acosta y Andrea Ríos. De ellas, el comisario O’Gorman que llegaría a ser jefe de la Policía decía: “Estas mujeres viciosas incorregibles, son las célebres cuchilleras de los conventillos de la calle Córdoba”.5
Es por estos rumbos donde los jóvenes y ardorosos soldados aprovechaban cualquier tiempo libre para escapar de sus obligaciones y tras ellos, en su búsqueda, llegaban sus superiores. Natalia, tal cual muestran los reportes policiales, era capaz de insultarlos con toda insolencia y desafiaba la autoridad militar haciendo esperar en la puerta de calle a los oficiales del ejército mientras los soldados, según su decir: “pasaban visita con las muchachas” completando el tiempo por el que habían pagado.6
Curtidas en el trato con el bajo fondo, no se dejaban intimidar con facilidad: “La Parda” Salomé (Córdoba 197), Carolina Andrade (Córdoba 133), Adela Pintos (Córdoba 188), Eugenia González, Tomasa Cortés, María Moris, Adelina Rodríguez (alias “La Tigra”) y Amelia Prudan (alias “La Rubia Patria”) eran, entre otras, de las más frecuentes ocasionadoras de escándalos. Eran hábiles en el uso del cuchillo, que sabían esconder entre los pliegues de sus ropas o llevar prendido en las ligas, y con reiterada frecuencia resolvían sus desavenencias a las trompadas o enfrentaban a los propios parroquianos con improperios y golpes a la más mínima queja de estos.7
Desde algunas casas como las de “El Ñato” José María Torres (Tucumán 242) o la de Bonifacio Domínguez (Maipú 136) donde trabajaban varias mujeres, hasta cafés, posadas, despachos de bebidas y las típicas tabaquerías, antecesoras de los actuales kioscos, se podía conseguir una variada oferta sexual. También, fueron numerosos los casos registrados de mujeres que atendían a sus clientes en las mismas piezas de los inquilinatos donde vivían. Asimismo, en varios prostíbulos, se registraba la presencia de niños y niñas: el pequeño de 7 años, hijo del rufián que regenteaba la casa pública cita en Temple 148. Otra niña de un año que vivía junto a su madre en el lenocinio de calle Esmeralda 109 y completaban el siniestro panorama tres nenas censadas como rameras, una italiana de 12 años en 25 de Mayo 104 y dos argentinas de 10 y 12 años que moraban en las secciones Segunda y Decimotercera respectivamente. Estos pequeños, expuestos a la presencia frecuente de los clientes, terminaban compartiendo una convivencia casi familiar entre las mujeres que allí trabajaban y sus visitantes.8
No había en la ciudad barrios netamente prostibularios y la diversidad de ofertas era tan amplia como el universo de potenciales consumidores. Las llamadas “casas de citas”, donde destacaban las de Leonor, Ramona, Máxima, Teodora, “La Vieja” Eustaquia o Petrona, eran conocidas por ofrecer lo que podría llamarse un servicio de encuentros. Allí, estas mujeres ofrecían a los concurrentes la compañía de jóvenes que aún no se dedicaban por completo al comercio sexual o al menos simulaban cierto grado de ingenuidad en sus actitudes. Luego de la presentación, la furtiva pareja solía concurrir a alguna posada o un hotel de pocas pretensiones. Entre las mujeres que mantenían estas prácticas era importante el número de aquellas que, sin caer en el ejercicio cotidiano que imponían las casas de prostitución, encontraban en esta modalidad part time, la manera de equilibrar sus ingresos. Estas casas, destinadas a un público selecto que buscaba discreción y estaba dispuesto a pagar grandes sumas por la candidez que suponían llegar a encontrar en las muchachas, ofrecían frecuentemente, para un grupo siempre importante de perversos visitantes, la lasciva presencia de niñas de corta edad. En algunos casos, las pequeñas eran conducidas al lugar por sus propias madres que las esperaban hasta una vez finalizado el servicio. En otros, llegaban fugadas o víctimas de secuestros. El doctor Benjamín Dupont, que durante años promovió la lucha contra la prostitución, relata algunas anécdotas en las que paseando por la calle era abordado por personajes que le ofrecían tarjetas de invitación como la siguiente: “María G. invita a Ud. para una rifa de una joven de 13 años que tendrá lugar el domingo 6 del corriente a las 9 de la noche en San José num. 12”. También, había recibido invitaciones a bailes y tertulias hechas en el reverso de fotografías de mujeres desnudas.9
Otro lugar destacado por aquellos años se encontraba en el número 35 de la calle Corrientes, allí funcionaba el lupanar de Concepción Amalla. El griterío que se reiteraba a diario solía mezclarse con los insultos y el llanto que evidenciaba el maltrato que recibían las internas. También, era frecuente que estas mujeres llamaran a los transeúntes aún cuando estos fueran acompañados por su familia. La molestia que causaban en el barrio motivó la queja de los vecinos, junto con el reclamo a la municipalidad para que la casa fuera clausurada. El órgano de gobierno dio curso a la solicitud y encomendó al comisario de la seccional correspondiente la inmediata clausura de aquel establecimiento ante la primera falta o alboroto que se produjera.10
Sin embargo, nada de esto ocurrió y existe un revelador parte donde se da cuenta de las desventuras sufridas por el vecino de la casa lindera. Allí el comisario de la Seccional Primera decía: “No tener conocimiento de desórdenes en dicho lupanar, sin embargo, Carlos Guertre, que vivía junto a dicha casa de prostitución se mudó de domicilio pues las rameras andaban completamente desnudas por las azoteas tratando de seducir a sus sirvientas, las que fueron varias veces presentadas por este señor, pero como el infrascrito no presenció nunca dichos escándalos no procedió contra ellas”. Nos resulta curioso que, habiendo existido la directiva de la municipalidad para la clausura del lugar, las denuncias concretas y los testigos que la...

Índice

  1. Prólogo
  2. Capítulo 1
  3. Capítulo 2
  4. Capítulo 3
  5. Capítulo 4
  6. Capítulo 5
  7. Capítulo 6
  8. Capítulo 7
  9. Capítulo 8
  10. Capítulo 9
  11. Bibliografía