ACTO I
ESCENA 1
Castillo de proa de “El Pampero”, primitivo buque frigorífico que sirve de mercante entre Buenos Aires y Europa. A la izquierda, la proa agresiva que se insinúa hacia bastidores. A la derecha, perdiéndose entre cajas, una escalera que baja hacia la cubierta inferior. Junto a ella un mástil, que sube hasta desaparecer en la parrilla. Más allá, una pequeña jaula de circo. En su parte superior un cartel multicolor: “Troupe des Betes Sauvages Anthropophages Americaines”. En su interior, un bulto de pieles sugiere vagamente el cuerpo de una fiera durmiendo. Hacia la proa, una puerta-trampa que da a la bodega. Más allá, una mesa tendida con blancos manteles, que se agitan batidos por el viento: a su lado, en posición de firmes, dos marineros haciendo nerviosos esfuerzos por mantener en pie la vajilla. Junto a la mesa, apoyada francamente en el ángulo de proa, una gran parrilla de pie, humeante, crepitante, sobre la que se asan sensuales, grandes tiras de asado y una fenomenal antología de achuras criollas.
Parado junto al mástil, de impecable uniforme blanco, el Capitán Laffourcade, comandante de la nave, termina de izar la bandera que ha volado hacia arriba, fuera de la vista del espectador. A su lado, en formación espontánea, los pocos pasajeros que lleva el buque, la mirada al cielo y en posición de firmes. Los profesores Iribarren y Cantú, ambos de levitón y galerita; Lucio Kuhn, joven socialista, algo más a la moda: pequeños anteojos de marco dorado y un bigote pelusiento con el que intenta disimular su juventud; el tenedor Degenaro, extravagante, con sus manguitas de cajero, su sombrero de corcho y su fusta de domador. Sin abandonar su puesto junto a la parrilla, el primer actor Gabino Ventura, caracterizado como el gaucho Juan Moreira, maquillaje exagerado, cara sudada. En su mano, disimulado tras el muslo, el clásico vasito de vino del parrillero. A su lado, atareado con las brasas, la cara tiznada, casi un niño, el valiente fogonerito de Unquillo. Viste un enorme uniforme militar: pantalones y chaquetilla arremangados y una gorra que le cae sobre los ojos.
Sopla un viento persistente y frío esa mañana de mayo de 1889.
Se escuchan los últimos versos de la canción “Aurora”.
TODOS —“Es la bandera... de la patria mía... del sol nacida... que me ha dado... ¡Diooos!” (Acordes finales.)
CAPITÁN —(Volviéndose hacia la escalera que comunica con la cubierta inferior. Ordena hacia abajo.) ¡Des... can... sen! (Los dos marineros intentan a manotones mantener el equilibrio de la mesa.) ¡Tripulación de “El Pampero”, formación simbólica de combate! ¡Alférez Galíndez, ordene que comience la salva ceremonial...! (Tras unos segundos comienzan a escucharse los cañonazos que acompañarán la escena siguiente.)
IRIBARREN —(Solemne a la bandera.) ¡Salve, águila guerrera... Dios te bendiga y mantenga siempre inmaculado tu sagrado celeste y blanco! ¡Viva el 25 de Mayo! (Mira a Cantú con gesto desafiante.) ¡Y viva el tronar de las armas patrias! (Todos vivan, salvo Cantú, que calla ostensiblemente molesto.)
CANTÚ —(Como replicando.) ¡Viva la Independencia...! ¡Y viva la paz!
TODOS —(Salvo Iribarren.) ¡Vivan!
IRIBARREN —(Eufórico. Habló, en voz alta.) ¡Lo felicito, Capitán Laffourcade, sólo un patriota como usted puede mantener en un buque frigorífico semejante heroico espíritu marcial...!
CAPITÁN —(También él atontado por la pompa.) ¡Gracias profesor Iribarren... solo cumplo en honrar este uniforme!
IRIBARREN —(Observando la formación.) Si hasta fusiles han traído...
CAPITÁN —(Orgulloso.) Son de madera, señor; pero mis hombres los respetan como si fueran verdaderos.
IRIBARREN —Una encantadora alegoría... el pequeño cuartelito... la tropita... cada uno con su fusilito... (Palmeando al fogonerito, sonriente.) Y hasta un auténtico generalito de Lilliput...
CAPITÁN —Mi tripulante más joven. Aprendiz fogonero.
IRIBARREN —¿Cuántos años tienes, hijo...?
FOGONERITO —(Se cuadra. Con marcado acento cordobés.) ¡Quince, señor!
IRIBARREN —¿Y por qué has elegido ese uniforme?
FOGONERITO —(Orgulloso.) ¡Por vocación, señor!
GABINO —(Salando los cortes.) Fue verlo y agarrarle el metejón... y mire que hay vestuario en mis baúles... todo un repertorio llevo ahí... pero se ve que le tiran las charreteras.
IRIBARREN —Una simpática nota de color... y lo suyo ni que hablar... es usted la imagen rediviva del heroico Juan Moreira... (Cantú resopla molesto. Gabino agradece con la cabeza.) ¡Y ojo amigo, que conozco el paño...! Mi familia tiene estancias desde siempre en el pago de Lobos.
CANTÚ —(A nadie, pero para que se escuche.) ¡Un gauchillo... un bandolero...! ¡Heroico!
IRIBARREN —(Sonríe forzado. Trata de parecer tranquilo. También él hablando a nadie.) Como de un sumidero tapado suele brotar nauseabunda la mugre del espíritu gringo... ¡Héroes son siempre los de afuera...! ¡Nunca los nuestros!
CANTÚ —¡Chauvinismo... xenofobia... bah...! (Va hacia la borda y se apoya en ella mirando el mar de espaldas a Iribarren.)
IRIBARREN —(Siempre hablando al aire.) ¡Chauvinista, sí! ¡Que lo prefiero mil veces a ser liberal y francmasón! (Va él también hacia la borda y se para junto al otro, aunque sin mirarlo.)
CANTÚ —Diez mil veces liberal que chupacirios...
IRIBARREN —(Levantando presión hasta el estallido.) ¡Pero conjurado del demonio, y las mil revoleadas putas que lo parieron! (Comienza a sacarse el guante.)
CANTÚ —(Contenido y disimulando la escena ante el resto de los pasajeros.) ¡Y deje de joder con ese guante! ¡Le tengo dicho mil veces que no pienso volver a batirme a duelo con usted! ¡Por culpa de sus impertinencias en la academia nos hemos tiroteado cuatro veces! ¡Más que suficiente! ¡Y se lo repito, no me arroje el guante, pues como ya hice otras veces, no solo no se lo devolveré sino que lo usaré en el lugar adecuado, ya sabe usted para qué higiénicos menesteres!
IRIBARREN —(Rojo de ira, comienza a ponerse nuevamente el guante tironeando con rabia. Masculla.) ¡Malditos franceses... junto con usted tenían que invitarme! No hallaron otra forma mejor ...