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Información del libro

Este libro presenta la obra de una dramaturga de excepción.Los diálogos reafirman la capacidad dramatúrgica para gestar atmósferas inquietantes y singulares, haciendo uso de mínimos recursos, con la naturalidad de lo muy trabajado. Esta compilación se titula Mundos celestiales, e imagino que Gilda Bona buscó contrastar nombre y contenido para decirnos que los mundos celestes no son tan paradisíacos, ni beatíficos, ni gloriosos ni etéreos. Que la bienaventuranza, de existir, tendría que encontrarte aquí, en este mundo. Entre el barro y la sangre. En pleno corazón de las tinieblas. Quizás para que eso suceda, basta iluminar con luz adecuada el verbo y su carnadura. Gilda Bona lo sabe y, lo que es mejor aun, lo lleva a caboEsta edición de sus obras dramáticas es la prueba palpable del espesor poético de sus creaciones.

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Información

Editorial
Eudeba
Año
2017
ISBN
9789502326665
Categoría
Literatura
Categoría
Arte dramático
24 horas viraje
Foto 24 horas viraje: José Manuel Carrasco
A todo el equipo de 24 horas viraje.
Personajes:
BETINA
EMPLEADA ADMINISTRATIVA
VICENTE
MÉDICO
ENFERMERA
TRÍO DE POLICÍAS
JOSÉ
Ficha técnica
Betina: Irina Alonso
Empleada administrativa: Marta Pomponio
Vicente: Daniel Barbarito
Médico: Gabriel Yeannoteguy
Enfermera: Belén Rubio
Trío de policías: Marisel Jofré, Marcela Grasso, Gabriella Calzada
José: Pablo Aparicio
Vestuario: Daira Gentile
Diseño de luces: Facundo Estol
Música original: Adolfo Oddone
Operación de luces: Ariel Cortina - Francisco Varela
Fotografía: Lluís Mirás Vegas
Diseño gráfico: Adrián Riolfi
Asistencia de escenografía: Marina Apollonio
Asistencia de dirección: Nacho Ansa
Prensa: Sonia Novello
Producción ejecutiva: Zoilo Garcés
Dirección: Francisco Civit
24 horas viraje ganó por Argentina el premio de la Bienal Internacional de Dramaturgia La Escritura de las Diferencias, Edición 2012-2013.
Fue estrenada en el Teatro Bertolt Brecht de La Habana, Cuba, en marzo de 2013, dentro del marco de la Bienal, por el grupo Teatro del Cuartel.
Su estreno en Buenos Aires fue el 20 de julio de 2015 en el Teatro Anfitrión. Se reestrenó en abril de 2015, en el mismo teatro.
Primera escena
BETINA —Duermo. Me despierta el timbre del teléfono. Miro la hora. Tres de la madrugada. ¿Quién llama a estas horas? ¡No son horas de llamar! ¡Hola! ¡Son las tres de la madrugada! ¡Quién es!
EMPLEADA ADMINISTRATIVA —La empleada administrativa del Hospital Regional. ¿Es este el domicilio del señor Darío Altón?
BETINA —Sí. (Pausa.) ¿Murió?
EMPLEADA ADMINISTRATIVA —¿Con quién hablo?
BETINA —Con la esposa. ¿Murió?
EMPLEADA ADMINISTRATIVA —Su marido sufrió un accidente automovilístico en la ruta 70 D. Acérquese a la Oficina de Admisión del hospital si quiere saber si su marido está con vida.
BETINA —¿Imagino o es real que la empleada administrativa siente goce cuando dice?:
EMPLEADA ADMINISTRATIVA —Acérquese a la Oficina de Admisión del hospital si quiere saber si su marido está con vida.
BETINA —¡Dígamelo usted ahora!
EMPLEADA ADMINISTRATIVA —Tengo prohibido brindar esa información por teléfono.
BETINA —¡Conteste lo que le pregunto! ¿Murió? ¿Iba acompañado?
EMPLEADA ADMINISTRATIVA —No insista. Le aconsejo que se acerque al hospital si quiere interiorizarse sobre los pormenores del caso. Buenas noches.
BETINA —¿Buenas noches? ¿Me llama para decirme que mi marido sufrió un accidente, no quiere informarme si murió o no, si iba acompañado o no y me desea buenas noches?
EMPLEADA ADMINISTRATIVA —No es mi deseo, créame. Son las tres de la madrugada. ¿Qué quiere que le diga? ¿Buenas tardes?
BETINA —Quiero que me diga su nombre, señora.
EMPLEADA ADMINISTRATIVA —Señorita. Soy la empleada administrativa de la Oficina de Admisión del Hospital Regional. Buenas noches.
BETINA —¡MALDITA EMPLEADA ADMINISTRATIVA!, grito. (Pausa.) Debo despertar a mi hijo, decirle que su padre murió. ¿Cómo voy a decirle que su padre murió?, me pregunto mientras me pongo encima lo primero que tengo a mano. La maldita empleada administrativa no habló de muerte. ¿Y si Darío no murió? Darío murió. Me lo dice el vacío oscuro como sin fondo que me atenaza el pecho desde hace diez años al atenazármelo tanto más ahora. (Pausa.) ¿Darío iba con José? Debo despertar a mi hijo. No puedo salir de la casa en plena madrugada sin despertarlo. Tengo que decirle que su padre… No. Mi hijo tiene catorce años. Es muy joven. Aunque ya no es un niño. Unas horas de esperanza. Eso debo darle. Entro a su cuarto. Duerme completamente relajado. Lo beso en la frente. Jamás se despierta cuando lo beso en la frente. No veo por qué lo haría hoy. Lo zamarreo con delicadeza. Tampoco eso lo despierta. Susurro: Vicente. No se despierta. ¡VICENTE!, grito.
VICENTE —¿Qué hora es?
BETINA —Muy temprano. Le respondo sin mirarlo a los ojos. No necesito decir más para que se siente en la cama de inmediato. Quiere saber. Pregunta:
VICENTE —¿Qué pasó?
BETINA —Tu padre… tuvo un accidente. Lo llevaron al Hospital Regional. Voy hacia allí.
VICENTE —Voy con vos.
BETINA —Con qué seguridad mi niño de catorce años salta de la cama y dice:
VICENTE —Voy con vos.
BETINA —No debo permitirle que me acompañe. Es lo que se supone una madre debe hacer. Proteger a su hijo de una situación horrible. Mi hijo se viste. No lo detengo. Un sentimiento de orfandad me hace temblar. En este instante lo necesito no como a un hijo sino como a un padre. Me alivia saber que él vendrá conmigo. Parece darse cuenta de eso. Me toma de la mano y me lleva hasta el baño. Abre la canilla, moja mi cara. Mi hijo de catorce años lava mi cara en plena madrugada luego de que la maldita empleada administrativa me despertó para avisarme que Darío, mi marido, sufrió un accidente y que tenía que dirigirme al Hospital Regional para enterarme de los pormenores. La maldita empleada administrativa llamó pormenores a la muerte de Darío. Yo sé que Darío está muerto. ¿Sino por qué el vacío oscuro como sin fondo que me atenaza el pecho desde hace diez años me lo atenaza tanto más ahora? ¿Qué hacía Darío en la ruta 70 D? ¿Iba acompañado de José? Sin soltarme la mano mi hijo seca mi cara. Sin soltarme la mano salimos de la casa. Abre el garaje. ¿Vicente piensa que voy a poder conducir? Antes de que pueda decirle que no voy a poder conducir él abre la puerta del acompañante. Me indica que debo entrar al coche. ¿Qué hace Vicente? Es cierto que Darío le enseñó a manejar a los diez años y que todo indica que será un corredor de autos de carrera. No aún. Tiene catorce años. No tiene licencia de conducir. Vicente ya está sentado en el asiento del conductor. Me cruza el pecho con el cinturón de seguridad. Lo abrocha. Se cruza su pecho con el suyo. Lo abrocha. No nos miramos. No nos hablamos. Arranca. Con qué seguridad Vicente, mi niño de catorce años, conduce mi coche a alta velocidad con eficacia y prudencia. Agradezco que el Hospital Regional esté cerca. Mi hijo es un gran conductor. Llegamos. Vicente estaciona con una exquisita economía de movimientos. Desprende su cinturón de seguridad. Desprende el mío antes de que mis manos lleguen a hacerlo. Abre mi puerta para que descienda. Él desciende. Vuelve a tomar mi mano. Entramos al hospital. Me digo que yo debo leer los carteles indicadores antes que él. Yo soy la adulta. Vicente se me adelanta. Antes de que yo ni siquiera haya visto un cartel indicador dice:
VICENTE —Quinto piso.
BETINA —Vicente no espera el ascensor. Sube las escaleras de a tres peldaños sin soltarme la mano. No puedo subir de a tres. Mis pies se quejan. Me los miro sin dejar de subir. No lo puedo creer. Tengo puestos los zapatos que me lastiman. Me prometí no volver a usarlos. Regalarlos. Tirarlos. Nunca lo hice. Esta madrugada, apurada y ciega, me los puse otra vez. No puedo decirle a Vicente que me duelen los pies. Debo seguir. Vicente llega en silencio al quinto piso. Yo soy un puro resuello de dolor de pies. Una puerta. Un letrero: Oficina de Admisión. Verle la cara a la maldita empleada administrativa. Vicente abre la puerta. Me preparo para hablar. Yo soy la adulta. Vicente habla mucho antes que yo.
VICENTE —Buscamos a mi padre, Darío Altón. Sufrió un accidente esta madrugada. Le avisaron a mi madre que lo trajeron aquí. ¿Cómo está?
BETINA —La maldita empleada administrativa con pinta de señora y no de señorita está que se desayuna un tazón de café con leche y una torre de medialunas. No en vano es ancha. Detiene la medialuna mojada en café con leche en camino hacia su boca y duda entre regresarla al plato o llevarla a destino. Se decide pronto. La lleva a destino. Mastica. Mira a Vicente con ojos de hiel. Con la boca llena dice:
EMPLEADA ADMINISTRATIVA —Éste no es un baño público, jovencito. Se golpea la puerta antes de entrar.
BETINA —Con qué despecho la maldita ancha empleada administrativa dice:
EMPLEADA ADMINISTRATIVA —Éste no es un baño público, jovencito. Se golpea la puerta antes de entrar.
VICENTE —Perdón.
BETINA —Recupero mi voz de madre. Le digo: No le pidas perdón, hijo. Clavo mis ojos en los de hiel de la maldita ancha empleada administrativa que los baja a nuestras manos unidas. Una ráfaga huracanada le cruza la hiel cuando la sube y la trenza con el témpano de mi mirada. Se lleva otra medialuna a la boca. Mastica. Con la boca llena dice:
EMPLEADA ADMINISTRATIVA —Ah, usted es la madre. Y además de no enseñarle a su tortolito a golpear la puerta y a que espere la orden para entrar a una oficina, que no es un baño público, le enseña que no tiene que pedir perdón por el error cometido. ¡Pobre criatura! ¡Qué ejemplo de conducta! A ver, señora, vamos, dígame ¿qué quiere?
BETINA —Quiero que usted no me hable con la boca llena y me de la información que no me dio por teléfono. Quiero que me diga qué le pasó a mi marido, Darío Altón. La maldita ancha empleada administrativa traga café con leche. Dice:
EMPLEADA ADMINISTRATIVA —Nombre.
BETINA —Ya se lo dije, se lo dijimos, Darío Altón
EMPLEADA ADMINISTRATIVA —El suyo.
BETINA —Betina Malré de Altón.
EMPLEADA ADMINISTRATIVA —Su marido tuvo un accidente, Malré.
BETINA —Eso ya lo sé. Lo que quiero saber es si…
VICENTE —¿Vive?
BETINA —Mi hijo vuelve a ganarme la palabra. Yo iba a decir que quiero saber si murió. Mi hijo de catorce años que no pierde la cabeza ante una mala noticia ni frente a la maldita ancha empleada administrativa que chuza mis impulsos y está que cobra quiere saber si su padre vive.
EMPLEADA ADMINISTRATIVA —Baje a Guardia, jovencito, y hable con el doctor Suárez. Él fue el que lo recibió.
BETINA —Suárez. El mismo apellido de José. ¿Por qué no me lo dijo cuando me llamó por teléfono? ¡No habríamos perdido tiempo viniendo hasta aquí!
VICENTE —Vamos, mamá.
EMPLEADA ADMINISTRATIVA —Sí, llévesela jovencito, llévesela.
BETINA —Maldita Ancha está que muere por llevarse otra medialuna a la boca, sus dedos inflados aprisionan una deformándola. Con qué desesperación estanca dice:
EMPLEADA ADMINISTRATIVA —Sí, llévesela jovencito, llévesela.
BETINA —Vicente tira de mi mano, yo le opongo resistencia. Antes de salir de aquí quiero que Maldita Ancha me responda: ¿Por qué me dijo que tenía que venir a esta oficina para enterarme de los pormenores del accidente de mi marido y una vez aquí nos envía a la Guardia, señora empleada administrativa?
EMPLEADA ADMINISTRATIVA —Señorita. Le di esa información porque di por hecho que el doctor Suárez me haría llegar los papeles que debo entregarle a usted. Pero el doctor Suárez no me envió los papeles. Está de guardia hace más de quince horas. Su reemplazo no vino. Tiene que seguir de largo hasta mañana a las tres de la madrugada. Tanta guardia atrofia la memoria.
BETINA —Llámelo por teléfono. Que le envíe esos papeles.
EMPLEADA ADMINISTRATIVA —Malré, a esta hora el teléfono de la Guardia no lo atienden ni los vivos ni los muertos. Baje a buscar los papeles y tráigamelos para que se los selle.
VICENTE —Vamos, mamá.
BETINA —¿Qué papeles son esos?
VICENTE —¡VAMOS, MAMÁ!
EMPLEADA ADMINISTRATIVA —Muy bien, jovencito. Así se le grita a una madre de entendimiento lerdo.
BETINA —El grito de Vicente me toma por sorpresa. ¿Desde cuándo Vicente me grita? Desde que su padre sufrió un accidente y no sabe si está vivo o muerto, me respondo. No abro la boca para decirle a puro grito que no se le ocurra volver a gritarme. Vicente abre la puerta y, de la mano que nunca me soltó desde que bajamos del coche, me saca de la oficina. Cierra la puerta. Oigo a Maldita Ancha reír a mandíbula batiente llena de medialuna. MALDITA ANCHA, grito con la esperanza de que muera atragantada.
Segunda escena
BETINA —La Guardia. El sentimiento de orfandad se apodera de mí otra vez. El huérfano es Vicente, me recuerdo. Yo soy la madre. Yo soy la adulta. Yo debo preguntar por el doctor Suárez. Vicente lo encuentra mucho antes que yo, al hablarle al médico que cruza raudo frente a nosotros.
VICENTE —Buscamos al doctor Suárez.
MÉDICO —Soy yo.
VICENTE —Mi padre sufrió un accidente esta madrugada. Lo trajeron aquí. Se llama Darío Altón. ¿Está vivo?
BETINA —Debo intervenir. Yo soy la madre de este joven que tiene mi mano entre sus manos mientras averigua el estado en el que se halla su padre. El joven médico Suárez que tiene una sombra de tristeza en sus ojos le responde a mi hijo sin mirarme.
MÉDICO —Un momento, por favor. Espérenme aquí.
BETINA —Vicente y yo lo esperamos. No nos miramos. No nos hablamos. Mi mano sigue en la suya. La mano de mi hijo es grande, condice con su estatura, un metro ochenta y cinco a los catorce años. Ni sus manos ni su estatura condicen con su rostro de niño. El joven médico Suárez regresa junto a nosotros. Esta vez me mira a mí, luego de mirar la mano de Vicente y la mía entrelazadas. Dice:
MÉDICO —Usted es…
BETINA —B...

Índice

  1. Portadilla
  2. Legales
  3. Presentación
  4. Batir de alas
  5. Boquitas
  6. 24 horas viraje
  7. El gavilán
  8. El lobizón de tras la sierra
  9. Breves
  10. Agradecimientos