A los que aman, los desobedientes.
“Deseo” y “moderación” son quizá dos de las palabras más utilizadas de la época. En el plano económico, se ha liberalizado el deseo, que ahora constituye otro producto de oferta y demanda. En el plano sociopolítico, es este un tiempo de obscena inequidad que clama por individuos moderados para ejercer de dique contra la sublevación de las naciones.
Parecen términos dicotómicos el desbocado deseo y la prudente moderación y, en cambio, son piezas que mantienen funcionando (casi) a la perfección el engranaje financiero del beneficio creciente y la “paz social” en nuestras sociedades occidentales.
Latimos, consumimos, enunciamos el deseo y la mansa seducción de la carne, que no son acciones con continuidad, sino actos compulsivos a los que la partícula “porno” adorna como anillo al dildo.
El individuo moderado del siglo XXI se impone sobre el moralista decimonónico, con el deseo como derecho y la libertad labelizada. Los estados garantizan al ciudadano la explotación sin moderación de su capital erótico y la libre competencia de las mercancías emanadas del cuerpo y los sentidos. La austeridad solo será aplicable al gasto público.
Mientras los estados ahorran en bienestar colectivo, en paralelo aumenta la cifra de negocios de la industria del entretenimiento, el ocio, el turismo y el placer. En la esfera del entretenimiento, hay una relación inversa entre la búsqueda de placeres con precio y la espontánea oferta de disfrutes cotidianos, gratuitos.
Somos eyaculadores insatisfechos, somos obligadas multiorgásmicas: siempre hay algo nuevo en el mercado para abrir otra brecha de deseo que no conocíamos en nosotras.
La sociedad hipersexualizada acumula experiencias orgásmicas y sigue fantaseando. Todo está a la vista de todos, no solo en Internet, sino en las calles de nuestras ciudades, donde los sex shops se han ampliado, ofrecen talleres de felaciones y masajes masturbatorios, iluminando los escaparates con látigos, máscaras y vibrantes superpenes de nuevos materiales recién desarrollados: ¡Viva el I+d aplicado al squirting!
Si nos hartamos del gentío, podemos dejarnos atar en glamorosas mazmorras sadomaso, o encerrarnos y comprar por Amazon el móvil del deseo, o contratar cualquier fantasía, incluidas las apps para hacer cunnilingus sobre la pantalla. Transparentes y transparentados, intentamos licuar el aburrimiento de romances en naufragio.
Ironía del hashtag Eros: solo queda discutir la letra pequeña; en el mejor de los casos, las cláusulas legales que firmará la actriz porno, su sindicalización, si por contrato debe tragar o no el semen recogido en el multidudinario bukake, cuántos enemas, con qué frecuencia los análisis.
Tanto competir, tanto mostrar, tanto mirar, tanto paliativo plástico, y todos tratando de estirar la mano al otro, en una caricia, quizá la pista verdadera del amor. Amor expuesto y con etiquetas, pero inalcanzable en el planeta neoliberal: no sabemos dónde se hace cola ni quién da la vez.
Analógicos o digitales, todos estamos buscando refugio en el erotismo, pero queremos que sea sin riesgos (nos vienen repitiendo que, en el primer mundo, hay aseguradoras para todo). No hay leyes claras, porque las emociones se asumen como tempestades del desorden y suelen ser inoportunas. Sentir entraña demasiados riesgos.
Tengamos esta conversación, por favor, porque el deseo, el éxtasis y la muerte son una condición del vivir, y vivir es riesgo.
Inmoderadas e imprudentes, amantes, nosotras decidimos hablar sin eufemismos, hacernos preguntas en alto, reír mientras pensamos y compartir argumentos, sin perder ni un gramo de sensualidad en el trayecto. Nos sigue dando igual decir polla que falo, coito que polvazo, porque lo importante es no confundir fantasía sexual con colonización del imaginario, libertad con individualismo y, mucho menos, llamar bukake a la violación en grupo.
Nuestro lema es “todo es verdad, en su caso”. Fue Virginie Despentes quien pronunció esta frase y la repetimos porque no podemos arrogarnos la sensibilidad de otras personas, la tuya, por ejemplo. Respetamos al individuo autónomo: ni en el ser ni en el desear hay patrones que nos expliquen a todos, aunque nadie haya salido indemne de la epidemia del porno.
Para crear estos textos compartidos, dialogamos entre nosotras y con nuestros referentes de la era de la posnáusea, empalagadas de tanto sexo dicho y hasta exigido. Te invitamos a disentir, sin moralina ni red.
Presentamos el libro en cinco capítulos y un epílogo. Arrancamos con una confesión: nos pone el porno. De los orígenes de la palabra a su actual proliferación como partícula de otros términos compuestos nos ocupamos en las primeras páginas. En la segunda y la tercera parte, lidiamos con el controvertido asunto de la libertad individual y con la construcción del relato (su “reescritura interminable”). Los entresijos del negocio son la antesala del siguiente capítulo, dedicado a la educación sexual y los hábitos de los pornonativos (chicos que ya nacieron con las pantallas abiertas como grifos de carne y con tarifa plana). En el epílogo, hacemos propuestas para pensarnos y sentir nuestras relaciones desde un lugar diferente al del relato pornográfico.
Nuestra intención es tirar una primera piedra hecha de textos lúdicos y, en lo posible, reflexivos, que se vuelvan húmedos, fecundos, en contacto con otros pareceres. No esconder la mano, sino desnudarla. Narrar el agujero.
Analía Iglesias y Martha Zein