Los entresijos del "procés"
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Los entresijos del "procés"

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Los entresijos del "procés"

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"Perdóname, perdóname, no lo he conseguido parar". Estas fueron las palabras de Miquel Iceta a Carles Puigdemont la noche del 26 de octubre de 2017 en el Palau, después de negociar con los mayores responsables del Gobierno español el freno de última hora del artículo 155 en Catalunya. Este es uno de los muchos entresijos, conversaciones, presiones, chantajes e incluso lágrimas que se han producido a lo largo de todo este tiempo. Especialmente el mes de octubre de 2017 pasará a la historia como el de las intrigas, muchas de ellas relatadas aquí por uno de los testigos que más cerca ha estado y mejor conoce los detalles del procés, el periodista Oriol March. Así, este libro es una crónica desde dentro de lo acontecido en las reuniones del Estado Mayor del procés, de la salida de parte del Govern a Bruselas, de las tensiones entre los partidarios de la República. Un relato sobre las diferencias entre Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, sobre las presiones de la CUP, sobre las presiones empresariales, sobre los movimientos de Marta Pascal y altos dirigentes del PDeCAT para que el president retirase las urnas el 1 de octubre ante la contundente actuación policial. Una de las mayores intrigas se relaciona con la advertencia de que habría "un baño de sangre" si no se detenía la declaración de independencia, pero ¿de dónde procedía? Durante el procés, no todo fue predecible, de hecho, como afirma un alto cargo del Govern, "hasta el 1-O había un plan y fuimos trampeando. El problema es que nadie contaba con que la cosa saldría más o menos bien".

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Información

Oriol March

Los entresijos del ‘procés’






DISEÑO DE CUBIERTA: MARTA RODRÍGUEZ PANIZO

FOTOGRAFÍA DE CUBIERTA: © Adrià costa

© Oriol March, 2018

© Los libros de la Catarata, 2018

Fuencarral, 70

28004 Madrid

Tel. 91 532 20 77

Fax. 91 532 43 34

www.catarata.org

Los entresijos del ‘procés’

ISBN: 978-84-9097-426-1

E-ISBN: 978-84-9097-446-9

DEPÓSITO LEGAL: M-5.088-2018

IBIC: jp/jph/1dsej

este libro ha sido editado para ser distribuido. La intención de los editores es que sea utilizado lo más ampliamente posible, que sean adquiridos originales para permitir la edición de otros nuevos y que, de reproducir partes, se haga constar el título y la autoría.






A Ferran, Joan, Sara y Roger,

porque el viaje es la recompensa.

A los de casa,

que siempre están.

A Mariona,

por la paciencia y todo lo que vendrá.


CAPÍTULO 1

27 DÍAS

“Perdóname, perdóname, perdóname. No lo he conseguido parar”. Las palabras de Miquel Iceta resonaron en el despacho de Carles Puigdemont. Era 26 de octubre de 2017. La Plaça Sant Jaume de Barcelona se vaciaba a medida que avanzaba la noche y Catalunya se dirigía hacia la declaración de independencia. Ya no había marcha atrás.
Aquel jueves fue, probablemente, el día más impredecible desde que empezó el proceso catalán en el año 2012. Puigdemont lo vivió preocupado, con las emociones a flor de piel, abatido en algunos momentos, especialmente cuando sus propios compañeros del Govern y de grupo parlamentario le afearon —alguno de ellos de forma vehemente, inédita tratándose de un presidente de la Generalitat— que quisiera convocar elecciones para el 20 de diciembre. Pero ir a nuevos comicios constituía ya una propuesta descartada, un pensamiento arrojado a la papelera de la historia.
La versión que defienden en el Palau de la Generalitat es que no se dieron suficientes garantías sobre la retirada del artículo 155 de la Constitución y que, por lo tanto, se debía ser fiel al mandato de las urnas del 27 de septiembre del 2015 y del referéndum del 1 de octubre del 2017 (1-O). El “terreno desconocido”, aquella a la que Artur Mas aludía cuando el soberanismo pasó de la calle a las instituciones, empezaba a ser palpable.
Fue en este contexto que Iceta llegó al despacho presidencial cabizbajo, cansado y consciente de que sus gestiones con el PP y el PSOE habían caído en saco roto. Ni pudo, ni le dejaron. El líder del PSC, gato viejo en política y doctorado en negociaciones de alta sensibilidad, sabía que no había conseguido frenar la intervención de la autonomía que se cocía en el Senado y que se iba a materializar desde la Moncloa. “Llegó al despacho de Puigdemont arrastrando los pies”, relatan fuentes presentes a aquella hora en las dependencias gubernamentales.
Ambos líderes políticos sabían cómo acabaría la historia al cabo de tan solo unas horas: el Parlament declararía la independencia de forma más simbólica que efectiva —no hubo ni tan siquiera retirada de banderas en la cámara catalana, ni en los edificios públicos— y en Madrid se llevaría a cabo la aplicación fulminante del 155. Una aplicación que conllevaría la convocatoria forzada de elecciones para el 21 de diciembre y el cese del Govern como medidas estrella. Situaciones excepcionales, medidas excepcionales.
La charla crepuscular entre Puigdemont e Iceta, que no se alargó mucho tiempo, ejemplifica el carrusel de reuniones, emociones, cambios de posición y giros de guion que se produjeron en Catalunya entre los días 1 y 27 de octubre. Esos 27 días han cambiado el presente y el futuro del país. Los catalanes, en el terreno de las sensaciones, difícilmente habrán vivido un periodo tan intenso en la historia reciente, con decisiones políticas y ciudadanas altamente trascendentes. Entre la votación del día 1, que estuvo marcada por la violencia policial ejercida por las fuerzas del orden estatales, y la declaración simbólica de la independencia se produjeron reuniones, manifestaciones, una huelga general, encarcelamientos de líderes civiles (Jordi Sànchez y Jordi Cuixart), dimisiones en el Govern, enfrentamientos abiertos dentro del independentismo por la gestión del mandato del 1-O y presiones empresariales al más alto nivel para frenar la escalada de tensión entre la Generalitat y la Moncloa.
Como acostumbra a pasar en episodios que marcan época, los pequeños detalles fueron decisivos. Por ejemplo, la decisión de Puigdemont y de su núcleo reducido de seguir adelante con el referéndum a las doce de la mañana del día 1 de octubre, pese a las cargas policiales contra votantes y responsables de los colegios electorales. “Existió la posibilidad real de frenar todo el operativo, pero la gente estaba dispuesta a defender las urnas, y eso es lo que hicieron”, sostiene un buen conocedor de lo que sucedió en el Palau en las primeras horas del referéndum. Dirigentes del PDeCAT —entre los cuales estaba su coordinadora general, Marta Pascal— le llegaron a enviar whatsapps a Puigdemont aquella misma mañana para que frenara la votación, pero no sirvieron de nada.
Otro ejemplo que relata un alto cargo parlamentario y que Marta Rovira, secretaria general de ERC y portavoz parlamentaria de Junts pel Sí, se atrevió a denunciar en público: Puigdemont fue alertado de la amenaza de “violencia extrema” por parte de las fuerzas y cuerpos de seguridad destinados en Catalunya ante la posibilidad de la declaración de la independencia. No solo el día 26 de oc­­tubre, un día antes de que se votara la proposición de Junts pel Sí y la CUP que daba paso a la creación del nuevo Estado catalán, sino también el día 10 de octubre, cuando el president trasladó al Parlament los resultados de la votación. Unos resultados, según el recuento de la Gene­­ra­­litat, que fueron abrumadoramente favorables a la in­­dependencia —con un 90% de síes—.
“Estando en su despacho en el Parlament, poco antes de empezar el debate sobre el 1-O, alertó de un baño de sangre que había sido advertido por los altos mandos de los Mossos”, relata uno de los conocedores de la situación. El encargado de hacer esta advertencia fue el mayor del cuerpo catalán, Josep Lluís Trapero, artífice de la desarticulación de la célula yihadista que atentó en Barcelona y en Cambrils y a quien el Gobierno español, en virtud del artículo 155, degradó a tareas administrativas. Y, según el re­­lato de varios de los implicados, a finales de septiembre Trapero se había reunido —por separado y conjunta­­men­­te— con Puigdemont y el vicepresidente Oriol Junque­­ras para advertirles de que el Estado estaba “dispuesto a to­­do” para frenar el 1-O. “Les dijo que las cargas policiales que se vieron en esa jornada eran muy probables”, mantiene uno de los conocedores de la situación. El mayor de los Mossos, antes de citarse con los dos principales dirigentes del Govern, había mantenido reuniones con Diego Pérez de los Cobos, encargado de liderar las fuerzas de seguridad establecidas en Catalunya por orden del Go­­bierno español.
En la reunión de la junta de seguridad del 28 de septiembre, dos días antes del referéndum, no se presentaron ni Ángel Gozalo, jefe de la séptima zona de la Guardia Civil, ni Sebastián Trapote, comisario jefe superior de la Policía Nacional. “Delegaron en Pérez de los Cobos”, mantiene uno de los presentes en la cita, celebrada en el Palau de Pedralbes. Un alto responsable de la Conselleria d’Interior resume: “Los mandos de los Mossos sabían que [las fuerzas estatales] iban a cargar de la manera que lo hicieron. No estaban sorprendidos”.
Por lo tanto, según el relato de varios altos cargos que vivieron la situación en primera persona, la seria advertencia de “violencia extrema” asociada a la fase culminante del reto independentista y a la respuesta policial por parte del Estado ya había llegado antes del referéndum. Fue uno de los motivos por los cuales Puigdemont dejó en suspenso la declaración del Estado catalán y optó por abrir un nuevo periodo de negociación con Rajoy, a poder ser con la intervención de instituciones internacionales.
Un alto responsable de la Conselleria d’Interior y conocedor del operativo de seguridad que protegió a la cámara catalana el 10 de octubre arroja luz sobre lo que se vivió entre bastidores. “Si lo recordáis, aquel día no se per­­mitió a la ciudadanía manifestarse delante del Par­­lament. Se prefirió que lo hicieran en el Passeig Lluís Companys, delante del Arc de Triomf, donde se instalaron las pantallas gigantes cortesía de las entidades soberanistas. De modo que se dejaron totalmente limpias las calles que permiten acceder al recinto del Parc de la Ciutadella”. ¿Por qué fue así? “Por motivos de seguridad. En el caso de que Puigdemont hubiera declarado la independencia con todos los efectos, teníamos información fidedigna de que las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado hubieran entrado por la puerta del Parlament para detenerle”, sostiene este alto cargo de una de las conselleries clave del Govern.
¿Qué orden tenían los Mossos ante esta situación? “No enfrentarse ni a la Policía Nacional ni a la Guardia Civil”, mantiene esta fuente. “Bajo ningún concepto nos podíamos permitir un enfrentamiento entre policías”, resume. Desde finales de septiembre, concretamente desde el día 22, el Ministerio del Interior había puesto en marcha un amplio despliegue de agentes en Catalunya con el fin último —como se vio el 1 de octubre— de detener físicamente la votación que se organizó con la ingeniería del Govern y la colaboración de la sociedad civil independentista, liderada por la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural.
La movilización de la Policía Nacional y de la Guardia Civil el día 10 de octubre en los aledaños del Parlament —quizás pensando en el escenario de una declaración unilateral de independencia (DUI) completa, sin la suspensión anunciada por el president— fue un hecho. Furgones de los cuerpos de seguridad fueron vistos pasando cerca de manifestantes que se concentraban alrededor de la Plaça Tetuán de Barcelona. “Y estos agentes eran los que debían dirigirse hasta la Ciutadella en caso de consumar la independencia”, sostienen en la Conselleria d’Interior.
El plan, según detalló Interviú, contaba con alrededor de 300 policías y guardias civiles que iban a...

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