Economía, ética y ambiente
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En un mundo finito

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¿Cómo es posible conciliar un mundo con necesidades y deseos humanos ilimitados? En todo caso, ¿Cuánto es suficiente? Estas preguntas y sus posibles respuestas recorrerán el contenido de la presente obra.La actividad económica humana desde la Revolución Industrial ha tenido efectos desequilibrantes en el ambiente, planteando un problema de ética intergeneracional: las futuras generaciones dispondrán de un planeta cada vez más degradado. Es que los cambios civilizatorios que se vienen sucediendo desde mediados del siglo XVIII conforman un cambio de era: hasta hace apenas dos siglos y medio nuestra civilización estaba asentada básicamente en áreas rurales, la esperanza de vida no alcanzaba los 30 años y solo se conocía una única fuente de energía, el fuego y, aparte del viento, existía una sola energía mecánica: los músculos. Es inmenso el progreso humano alcanzado en 250 años, pero tiene un alto costo ambiental y no es éticamente neutral.Estudiantes o estudiosos de la economía y otras ciencias sociales y humanas así como también de las ciencias aplicadas que requieran en sus razonamientos una visión sistémica del problema económico, dispondrán de un aporte enriquecedor. Esta obra, Economía, Ética y Ambiente, de Horacio Fazio, constituye una historia del pensamiento económico -de Aristóteles a nuestros días- centrada en los alcances y límites de la racionalidad económica en procura del sustento humano.

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Información

Editorial
Eudeba
Año
2016
ISBN
9789502321073
Categoría
Economics
Categoría
Economic Theory

SEGUNDA PARTE

La economía actual y las generaciones futuras

CAPÍTULO IV

Economía, ética y tiempo

Las implicaciones éticas de la actividad económica a través del tiempo nos obligan analizar la cuestión ambiental. En efecto, más allá que la naturaleza como categoría de análisis estuvo ausente en la conformación de la teoría económica convencional, es evidente que la actividad económica presupone la existencia de recursos que en forma directa o indirecta provienen de la naturaleza misma, que también recibe la materia residual proveniente de la producción y consumo de bienes y servicios. Trataremos en este capítulo en primer lugar, los alcances de esta relación entre economía y naturaleza y sus efectos a través del tiempo; luego analizaremos las limitaciones del descuento del futuro y las implicaciones éticas de su aplicación en problemas ambientales.

4.1. La economía y los ritmos de la naturaleza

Según hemos visto en el capítulo anterior, el enfoque tradicional de la actividad económica humana –en particular, con el modelo neoclásico– es de carácter cerrado: en un espacio económico ideal se consideran las interacciones entre agentes, mediadas por bienes y servicios, sin considerar los efectos en el medio natural que, justamente, posibilita en última instancia dichas transacciones.[63] Desde esta perspectiva, la variable tiempo es considerada en el corto plazo; el necesario para completar el ciclo “de vida” de un producto o servicio ofrecido en el mercado. Básicamente, el circuito se describe así: las empresas y los particulares interactúan a través de los mercados de bienes y servicios, por un lado, y los mercados de los factores de la producción, por el otro. En el mercado de bienes y servicios, las empresas se comportan como oferentes de bienes y servicios finales –aptos para su consumo– y los particulares se comportan como demandantes. En el mercado de los factores de la producción, las empresas se comportan como demandantes de bienes y servicios intermedios –aptos para ser utilizados para producir bienes y servicios finales– y los particulares se comportan como oferentes de trabajo. El tiempo económico está acotado a la duración de los procesos de producción, distribución y consumo, teniendo como horizonte períodos temporales cortos, generalmente, un año.
Todas las actividades económicas que puedan desarrollarse en el circuito económico de mercado tal como se lo describió, en tanto constituyen la oferta económica de mercado, tienen un común denominador que conlleva una cierta valoración del tiempo: todas ellas, o mejor dicho su rentabilidad, se referencian con la tasa de interés vigente en una economía dada, variable básica en una economía de mercado. En efecto, todos los agentes económicos con poder de decisión comparan permanentemente a través del tiempo la rentabilidad de su propia actividad con el nivel de la tasa de interés que, supuestamente, deberá ser menor a aquélla ya que de otra forma obtendría un menor ingreso del capital invertido y además con riesgo empresario. Esta relación entre la actividad económica y la tasa de interés caracteriza a ésta como una medida de tiempo económico. Esta comparación, y las decisiones que de ella se desprenden, originan transacciones vía precios en contextos de equilibrio o desequilibrio de mercado en forma independiente a los desequilibrios que puedan producirse en la naturaleza, que tiene sus propios tiempos.
Justamente, el tiempo natural o ambiental[64] está referido a la conformación del medio físico y a la interacción de éste con las especies vivientes a través del tiempo. Nos interesan aquí, en particular, los recursos naturales renovables y no renovables ya que constituyen la base material/natural de la actividad económica, no sin antes aclarar que si bien no es materia de análisis aquí, una cuestión relevante a tomar en cuenta la constituye la pérdida de biodiversidad –especies animales no humanas y especies vegetales– como producto de la actividad económica en el último cuarto de milenio.
La renovación de los recursos naturales equivale a referirse a su temporalidad. En este sentido, importa contrastar los tiempos naturales necesarios para la renovación de los recursos –renovables y no renovables– frente al tiempo económico en que dichos recursos son explotados según los criterios al uso de la economía de mercado; esto es, la búsqueda de rentabilidad en una actividad económica dada en relación comparativa a la tasa de interés vigente en el mercado que, como se dijo, constituye la variable fundamental en la toma de decisiones de inversión, escalón inicial de la producción de bienes y servicios.
Ahora bien, la tasa de interés como índice de rentabilidad alternativa a la rentabilidad de la explotación de recursos naturales, tiene entidad a corto o mediano plazo, o sea, a uno o a pocos años. Más allá de dicho plazo, se acepta que es impredecible por su grado de variabilidad en relación a otras variables económicas. Pero resulta que el tiempo natural necesario para la producción de recursos naturales no renovables, por caso, los minerales fósiles –carbón y petróleo– se mide en millones de años, escala temporal que impide cualquier análisis comparativo con los tiempos económicos de la explotación –en rigor, extracción– de los recursos naturales no renovables. En este contexto, esta dicotomía de tiempos no puede otra cosa que ocasionar un lento pero irreversible agotamiento de los recursos naturales no renovables, sobre todo tomando en cuenta, además, que la producción de bienes y servicios en la economía contemporánea desde los inicios de la Revolución Industrial hasta el presente, está basada tecnológicamente en la utilización intensiva de los recursos energéticos mencionados, esto es, de origen fósil y no renovables.
En el caso de los recursos naturales renovables –tierra cultivable, agua, bosques forestados, etc.– puede no producirse la mencionada dicotomía entre los tiempos económico y natural en la medida en que se respeten las características propias de autoproducción de estos recursos. Son claves aquí, los conceptos de stock y flujo, asimilables por extensión al capital e interés, respectivamente. Si el flujo, medido por ejemplo como explotación de nutrientes de la tierra, extracción de agua o tala de bosques, va disminuyendo a través del tiempo el stock disponible de recursos porque no se respetan los tiempos o los modos de autoproducción o autogeneración típicas de los recursos en cuestión, nos hallamos en igual caso que los recursos naturales no renovables; o mejor dicho, los recursos naturales renovables pasan a ser no renovables. No sólo se han retirado los intereses (flujo) sino que se ha ido comiendo el capital (stock). Esto ya ha ocurrido en todo el planeta en el caso de la sobreexplotación de tierras que generaron procesos de desertización irreversible, el agotamiento creciente de los acuíferos disponibles para consumo humano y la desaparición de bosques naturales no reforestados.
Esta incompatibilidad entre los tiempos económico y natural se refleja en el cálculo tradicional de la riqueza o crecimiento, prevaleciendo los criterios del tiempo económico. En efecto, en el cálculo del PBI –producto bruto interno– de un país, se considera como creación de riqueza económica lo que aplicando los criterios subyacentes del tiempo ecológico resulta ser destrucción de riqueza natural. No otra cosa significa, por ejemplo, computar como aumento de riqueza la deforestación (destrucción) de un bosque originario natural por su valor agregado de madera utilizable, sin prever su reforestación (por costosa y a largo plazo) ya que generalmente se trata de especies duras de varias décadas de regeneración. Es obvio que tampoco se computa como pérdida o destrucción de riqueza, siempre en el cálculo del PBI, el consiguiente proceso de degradación o desertización de esas tierras junto a la pérdida de biodiversidad.
Como resabio de la fe ciega en el ilimitado progreso científico y material de la humanidad –propia de los inicios de la modernidad y de los grandes “relatos”– todavía se sostiene desde ciertas posiciones, que el desarrollo del conocimiento científico y técnico no conoce límites infranqueables y que a través del mismo se podrán solucionar los problemas ambientales, en particular, el agotamiento de los recursos naturales. Es indudable el inmenso progreso del conocimiento científico y técnico que ha posibilitado una mejora sensible del bienestar material de la humanidad, pero hay dos aspectos que no pueden pasarse por alto. El primero, es que buena parte del desarrollo económico –sin juzgar sus aspectos cualitativos– que registra la historia de los últimos cinco siglos, ha tenido un muy alto costo de utilización de recursos naturales que significó la devastación física y cultural de amplias porciones del planeta. El segundo aspecto –asociado al primero– es que dicho desarrollo cuantitativo ha sido desigual en forma desproporcionada, hasta tal punto que hoy existen zonas sub-continentales prácticamente excluidas de los beneficios alcanzados por el desarrollo cuantitativo medio de la humanidad a la fecha, como, por ejemplo, toda África subsahariana, cuna de nuestra especie. El grado crecientemente desigual de apropiación de los recursos planetarios no es éticamente neutral desde el punto de vista intrageneracional; se ve coartada la necesidad de las poblaciones excluidas de acceder a parte de esos recursos para poder alcanzar niveles por lo menos dignos de vida. Esta apropiación tampoco es éticamente neutral respecto a las generaciones futuras que verán comprometidos su sustento y calidad de vida en base a recursos naturales disminuidos o destruidos.

4.2. Las preferencias intergeneracionales

En cuanto a las decisiones de los agentes económicos, nada tenemos que agregar aquí respecto a lo dicho sobre la tasa de interés y su aplicación en la actividad económica, por ejemplo, en la evaluación de proyectos de inversión. Se trata de decisiones individuales o corporativas, privadas o públicas, que por supuesto como cualquier otra actividad económica pueden ser neutrales o afectar –con perjuicio o beneficio– intereses en juego en el corto o mediano plazo.
Diferente es el caso de la utilización de la tasa de interés como instrumento decisorio en la concreción de actividades económicas que involucren recursos naturales o impacten en la naturaleza con consecuencias predecibles o impredecibles a largo plazo y afecten por lo tanto a las generaciones futuras. Decíamos recién que, para la actividad económica en general, la tasa de interés es un patrón monetario comparativo, pero también una medida de tiempo para arbitrar entre el pasado, el presente y el futuro. Son las reglas del interés compuesto, que cuando se aplica a futuro (moneda o su equivalente en bienes, en este caso, recursos naturales) toma el nombre de tasa de descuento.[65]
En el caso de la utilización de recursos naturales renovables pueden no coincidir los tiempos del retorno del capital invertido con los tiempos necesarios para la regeneración del recurso (tiempo natural). Tratándose de recursos naturales no renovables y admitiendo que la cuestión involucra a toda la humanidad –la presente y la futura– no se toman en cuenta, en términos de teoría económica, las preferencias de las generaciones futuras; sencillamente, porque es imposible. Los no nacidos no pueden manifestar sus preferencias. Sólo cuentan, siempre desde la óptica económica tradicional, las preferencias que se expresan en el mercado. Normalmente, para cuestiones de largo o de muy largo plazo, se aplica el mismo análisis (tasa de descuento) que para cuestiones de corto o mediano plazo, con el inevitable efecto de subestimar (descontar) el futuro. Por otra parte, al afectar las decisiones de hoy a futuras generaciones, aparecen implicaciones éticas que, de acuerdo a la concepción económica estándar no son propios del análisis económico.[66]
Las limitaciones de la aplicación del descuento del futuro son evidentes al tratarse cuestiones ambientales intergeneracionales (u otros problemas económicos y sociales que tengan que ver con distintas generaciones) por una razón fundamental: los protagonistas de los resultados a través del tiempo no conviven, no son los mismos. Hay que elegir entre un poco de mermelada hoy o más mermelada pasado mañana y este problema no puede resolverse con ningún cálculo que se base en el descuento del futuro ya que los protagonistas de la pérdida y de la ganancia no son los mismos (Robinson J., 1962; 1966, p.133). Justamente, se cuestiona que el enfoque económico tradicional asuma la irrelevancia del tiempo del punto de vista descriptivo al caracterizar al ambiente como un dato y considerar solo los intereses o preferencias de las presentes generaciones en perjuicio de las futuras (Cfr., Vercelli, A., 1994, p. 211).[67] Es la limitación de recursos físicos del planeta, y la capacidad de saturación de éste en cuanto a su degradación y contaminación, la que iguala los derechos e intereses de la humanidad comprendida en las sucesivas generaciones en el transcurso del tiempo. Incluso cuando se supongan motivaciones altruistas y no egoístas de los agentes económicos; cada vez que se aplique el cálculo económico en problemas de apropiación de recursos no renovables (o renovables pero que afecten, por ejemplo, la biodiversidad) con la consiguiente afectación de los intereses de las generaciones futuras, se está imponiendo una asignación sin que se haya producido una transacción; nuevamente, las generaciones futuras hoy no pueden expresar sus preferencias (Cfr. Martínez Alier, J. y Schlupmann, K., 1993, p. 209).
Si se desconocen las consecuencias futuras para la humanidad en caso que efectivamente se agoten ciertos recursos, o si consideramos que el medio físico que posibilita la vida representa un valor en sí mismo, no hay precio posible que pueda arbitrar entre el presente y el futuro cuando se trata de un recurso natural agotado o la desaparición de una especie de vida. La importancia del tratamiento del futuro del ambiente y sus implicaciones éticas –un desarrollo sostenible– requiere un enfoque más integral y profundo atento a los valores que están en juego. El primer paso es reconocer la inevitable deliberación ética en relación a las limitaciones insalvables del mercado como asignador eficiente de recursos a través del tiempo ya que la cuestión rebasa el clásico dilema de ‘estado-mercado’, pues ni en el mercado ni en el estado están representadas las generaciones pretéritas y las generaciones futuras. El desarrollo sustentable requiere una dosis mínima de altruismo por parte de cada generación (Olivera, Julio H., 1997).

CAPÍTULO V

Racionalidad instrumental, sistemas económicos y ambiente

5.1. Maximización y ambiente

Desde una perspectiva histórica, el problema ambiental (consumo exponencial de recursos naturales, cuantiosa pérdida de biodiversidad y contaminación en todas sus formas) eclosiona en el transcurso del siglo XVIII con la Revolución Industrial. La degradación ambiental acaecida es independiente de las formas de organización que se han dado los sistemas económicos que han tenido vigencia a partir de entonces y que incluyen todas las variantes del capitalismo y del socialismo o economías centralizadas.
En todo sistema económico es relevante definir estas cuestiones: quién produce, qué (y para quién) se produce, cuánto se produce y cómo se produce. Nos interesa definir estas cuestiones, a veces caracterizadas en forma incorrecta, a los efectos de identificar el origen y el contenido de decisiones que directa o indirectamente afectan al ambiente y a las futuras generaciones. Generalmente se da por sobreentendido que en el capitalismo quien produce es la empresa privada y hasta se refuerza esta idea sosteniéndose que las decisiones económicas en el sistema capitalista se originan en la iniciativa privada. Es un hecho, más allá de toda discusión ideológica al respecto, que la incidencia del gasto público (que originan aparte del pago de sueldos, compras de bienes y servicios) en las economías nacionales capitalistas, es considerable. En este sentido, piénsese en los gastos en defensa que, aunque se destinen a bienes de fabricación privada, tienen como único demandante al Estado, quien en definitiva toma la verdadera iniciativa para la producción de dichos bienes e incluso impone sus especificaciones técnicas. Considérese también la incidencia directa de empresas estatales de producción de bienes y servicios en diversas economías nacionales como, por ejemplo, las europeas. Por otro lado, en un sistema de economía centralizada, tal como la ex-URSS, sin duda alguna era el Estado planificador el que concentraba las decisiones económicas. Formas intermedias han surgido en las últimas décadas, como por ejemplo el caso de China e India, de raíz socialista o capitalista, respectivamente.
El común denominador de los sistemas económicos mencionados ha sido y es una racionalidad instrumental productivista y maximizadora (cuánto se produce) con mecanismos –de mercado, mixtos o de planificación indicativa o centralizada– que provoca un creciente deterioro ambiental (cómo se produce). En cuanto al qué y para quién se produce, queda claro que en el capitalismo, aparte de las consideraciones respecto al papel del Estado efectuadas más arriba, las decisiones económicas se originan en empresas privadas que tienen por objetivo la mayor ganancia posible utilizando todos los medios a su alcance, desde la tecnología a la publicidad, con un horizonte temporal acotado, tal como vimos en el Capítulo anterior. No existen límites a un crecimiento económico cuantitativo, a pesar de sus comprobados efectos en la degradación ambiental; la consiguiente responsabilidad ambiental por países se corresponde con el nivel de riqueza material alcanzado: a mayor riqueza material, mayor degradación ambiental.
En verdad, la descripción del funcionamiento del sistema económico moderno efectuada en el capítulo anterior, es aplicable en lo fundamental a cualquier forma histórica que adopte, capitalista o socialista, o cualquiera de sus formas intermedias, desde el capitalismo más salvaje hasta el socialismo más centralizado. Diferirán las instituciones propias en cada caso, por ejemplo, la forma de asignación de recursos: será el mercado –más o menos competitivo– vía precios en el caso capitalista, mientras que en el socialismo será el Estado quien ejerza el rol asignador de recursos vía plan imperativo. Sistemas mixtos adoptarán formas intermedias de asignación de los recursos en la sociedad. Pero en todos ellos, ha imperado el tiempo económico –incompatible con el tiempo ecológico– que en aras del crecimiento económico ha provocado y sigue provocando un deterioro ambiental cuyas consecuencias las soportan las generaciones contemporáneas y más aún la soportarán las futuras generaciones. Ello es históricamente comprobable a la luz de la historia económica de los países “desarrollados” desde la Revolución Industrial hasta nuestros días. No es razón suficiente sostener que los beneficios de la aplicación de tal estilo de crecimiento económico han redundado en el aumento del bienestar de la humanidad, o de parte de ella, según se mire. El tema central es que dicho estilo no es sostenible en el tiempo; se trata de prever que determinado estilo de crecimiento económico frente a la limitación de recursos físicos disponibles, es imposible de generalizar a toda la humanidad.
La racionalidad económica instrumental es independiente de las formas históricas que adopten los sistemas económicos. Se trata ...

Índice

  1. Introducción
  2. PRIMERA PARTE ALCANCES Y LÍMITES DE LA RACIONALIDAD ECONÓMICA
  3. SEGUNDA PARTE LA ECONOMÍA ACTUAL Y LAS GENERACIONES FUTURAS
  4. Notas