Manuel Ugarte. Tomo I
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Manuel Ugarte. Tomo I

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Manuel Ugarte. Tomo I

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La intención de la colección "Los libros son nuestros" es realizar un acto de reparación histórica ya que a los textos que fueron elegidos para integrarla les fue arrebatada violentamente la posibilidad de ser conocidos y leídos por el público cuando, en 1976, fueron secuestrados por los militares para su inmediata destrucción. La sentencia pronunciada por Luis Pan, director ejecutivo de Eudeba entonces, que selló el destino de estos títulos, fue recuperada gracias al título con el que Hernán Invernizzi bautizó el valioso trabajo de investigación que permitió conocer este oscuro capítulo de nuestra historia: "Los libros son tuyos". Ahora, la editorial se propone resignificar esas palabras a través de la recuperación de algunos de los libros perdidos en ese acto de barbarie.Entre ellos se presenta este enorme trabajo de Norberto Galasso, editado en dos volúmenes, que recorre la vida y las ideas de una figura fundamental del pensamiento latinoamericano, el Socialismo y las luchas por la unidad latinoamericana: Manuel Ugarte.

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Información

Editorial
Eudeba
Año
2016
ISBN
9789502346298
Categoría
Historia
CAPÍTULO XII (1905-1906)
A. DOS CAMINOS: EUROPEÍSMO O CULTURA NACIONAL
Promedia el año 1905. Los diarios anuncian en primera plana el estallido de una revolución en Rusia. El imperio de los zares cruje ante las poderosas oleadas proletarias. Ugarte sigue paso a paso los sucesos donde sus compañeros –con quienes ha estado ayer mismo en Amsterdam– juegan un papel principal. De la Argentina también llegan noticias inquietantes. La soberbia oligarquía se resiste a ceder un mínimo de sus privilegios y reprime toda reclamación popular. Palacios le transcribe párrafos de una carta que le ha enviado Ghiraldo desde Montevideo: “¡Te das cuenta! Se ha llegado como en Rusia hasta dictar un decreto prohibiendo hablar de las prisiones de los obreros... No se ha tenido empacho en recurrir a la violación, al robo, a la deportación y al destierro... ¡Caramba! Te aseguro que cuando medito en todo ello ganas me dan de embarcarme en una lancha para caer en Buenos Aires con una tea en cada mano”. (1) Estos sucesos robustecen la inclinación de Ugarte hacia el compromiso, aunque por ahora lo ejerce solamente en el ámbito de la literatura.
Por esos días publica El arte y la democracia. Lo hace porque “enamorado de las letras, que son quizá mi razón de vida, pero enemigo del literatismo, entiendo que en nuestras épocas tumultuosas y febriles el escritor no debe matar al ciudadano”. (2) En ese libro recopila artículos periodísticos (“La lucha de clases y el humanitarismo”, “La revolución francesa y el socialismo”, “El Congreso de Amsterdam”, “Las ideas del siglo”, “Argelia”, etc.) y afirma que “si bien la obra no trae más que la sinceridad de un amigo de la democracia, el autor lo cree superior a los que ha publicado hasta ahora, dado que en ninguno de ellos hay páginas tan vívidas”. (3) Apenas se publica su nuevo libro, Ugarte se aboca a la tarea de preparar una antología de la joven literatura hispanoamericana, complemento de la tarea que lleva a cabo desde la prensa europea donde se ha convertido en el gran divulgador de los escritores de la Patria Grande. Periódicamente, desde las columnas de La Revue, La Lectura y otras publicaciones, da a conocer las mejores plumas compatriotas: José E. Rodó, Tulio Cestero, Francisco García Calderón, Manuel Gálvez, Carlos Arturo Torres, Baldomero Lillo, Roberto Payró y otros. En algunos casos, la coincidencia de enfoques torna más fervorosa la crónica, como en el caso de Carne Doliente de Alberto Ghiraldo, Gentes Honradas de José de Maturana, El hombre de hierro de Blanco Fombona o Todo un pueblo del venezolano Luis Emilio Pardo. A veces, algún libro llama muy especialmente su atención y vuelca en él todo su entusiasmo como en el caso de La personalidad política y la América del porvenir del chileno Jenaro Abasolo, quien poco antes ha escrito Cómo confederar a la América Latina, y del cual Ugarte dirá que “debe ser estudiado no solo en la patria del autor, sino en todas las otras repúblicas, porque, desde el punto de vista político, cabe preguntarse cómo mantendremos mañana, ante el imperialismo, la integridad territorial y la bandera”. (4) Excepcionalmente lanza una crítica severa como en el caso del chileno B. Vicuña Subercaseaux, cuyo libro Gobernantes y literatos le provoca estas líneas indignadas: “Las ideas que expone son tan fundamentalmente hostiles al espíritu de nuestra raza que el lector se pregunta si el autor tiene sangre criolla en las venas”. (5) Esta lucha por difundir la literatura hispanoamericana la completa con la preocupación por conseguirle editores a los compatriotas, a muchos de los cuales, además, prologa sus obras.
En esta tarea lo hallan los últimos días de 1905. Hace una semana que ha dado a luz otra obra. Una tarde de otoño, sinfonía sentimental, donde aún comete pecados de intimismo y melancolía. El día de Nochebuena recibe una esquela: “El Heraldo de Madrid da esta noche feliz esta adjunta nota bibliográfica acerca de su hermoso libro. Naturalmente la nota es mía. Usted sabe que una nota aquí, vale por todo lo que diga el resto de la prensa española. Adiós, gran escritor, maestro de la pluma. Salvador Rueda”. (6) Poco después, una noche helada de fines de 1905, llega Manuel Gálvez a París y se encuentra con Ugarte. “Nos veíamos casi diariamente. Ugarte me llevó al Moulin Rouge, al baile de Bullier y al cabaret del Infierno. Yo lo llevé al Palais de Glace, donde le presenté a la familia de don Marco Avellaneda, quienes nos invitaron a cenar en el Regina. Ugarte no escondía sus ideas. Delante de esas personas jamás dejó de mostrarse socialista. Una tarde, en el Palais de Glace, hablando del futuro viaje de Anatole France a estas tierras, dijo: —Lo llevaremos también a Jaurès. La dama que hablaba con nosotros –mucho apellido, mucha plata y mucha estupidez– soltó esta majadería que revelaba lo que ella entendía por socialismo: —¿Por qué los hijos (referíase la dama a los hijos de los obreros) han de querer ser más que sus padres?”. (7)
Los primeros meses de 1906 lo encuentran acicateado por la inquietud y el entusiasmo de siempre. No sólo selecciona poesías y cuentos para la Antología en preparación, sino que prepara un libro sobre los problemas sociales en Francia. “Trabaja como un benedictino. Elabora sus libros con envidiable actividad, siempre con ahínco. Y es, entre todos los escritores sudamericanos, el que cuenta en Europa con mayores prestigios, a excepción de Darío”. (8) Esa intensa labor, sin embargo, está signada aún por una buena dosis de desorientación. Si en lo político, el escritor argentino se ha definido por el socialismo y ha planteado la cuestión nacional ante la prepotencia imperialista, en lo cultural se ha aproximado a la verdad, pero no ha redondeado aún una concepción global. Los cabos sueltos que le conducirán a su posición respecto a la cultura nacional, se rastrean en la Revista Literaria, en sus disidencias con Darío y en su polémica con Maeztu. Pero aún no los ha armonizado en una tesis consistente. De ahí el diverso cariz de sus libros: de los macizos Cuentos de la pampa al lirismo de Una tarde de otoño. “Mis primeros libros marcaron el desconcierto inevitable. Así escribí Paisajes Parisienses, Una tarde de otoño, La novela de las horas y los días, cuentos, siluetas, esbozos de novelas que fueron reeditados parcialmente en diversas formas (Las mujeres de París, Los estudiantes de París, etc.) y que a pesar de la buena fortuna que tuvieron, sólo traducen, dentro del medio extraño, la perplejidad del neófito y el deslumbramiento de la gran ciudad. A esa época pertenecen también los comentarios sobre actualidades, las impresiones de turista, crónicas y viajes que, como Visiones de España o Crónicas del boulevard, reflejan el deseo de escoger, dentro del aluvión que la necesidad me obligó a escribir, algunas páginas susceptibles de escapar a la fugacidad del género. Conviene colocar dentro de la misma zona las poesías... en su mayor parte madrigales románticos”. (9)
En su lucha por acercarse a la cultura nacional resultan peligrosos cantos de sirena los elogios que recibe por sus obras de tono europeo e intimista. Así, por ejemplo, Monteavaro le escribe: “Ojalá cultivara usted siempre el género de Una tarde de otoño. Su característica es la sinfonía sentimental”. (10) Gómez Carrillo lo felicita por “su obra lírica” y Ángel de Estrada afirma que “ese libro es una fantasía brillante y deja recuerdo de vibración armoniosa”. (11) Manuel Gálvez también lo felicita por ese “ramillete de flores exquisitas y suaves”, pero en su condición de escritor nacional agrega: “Los Cuentos de la pampa son, sin embargo, su obra más bella”. (12) Ugarte, por su parte, sabe que “en esos cuentos y novelas cortas –Cuentos de la pampa y Cuentos argentinos– cuajó la tendencia que podríamos llamar aborigen”. (13) Por esa misma época le escribe Ricardo Rojas, insinuándole las dificultades que puede acarrearle su posición nacional: “Me extraña la demora en publicarse su antología. Conozco ya el prólogo. Me lo enseñaron en La Nación: Becher. Me pareció juicioso. Por cosas que tengo oídas, calculo que su obra va a ser muy comentada, aunque quizás desfavorablemente. La esperamos. Será un esfuerzo en favor de nuestra cultura” y agrega, denotando ya el círculo hostil que años después terminará por doblegarlo: “He concluido El país de la selva. Tengo además un volumen de cuentos... En suma, alguna noble y silenciosa labor. El medio no ayuda... Escríbame”. (14)
Rojas prevé acertadamente que la Antología... irritará a los plumíferos antinacionales. En el prólogo, Ugarte se refiere a los orígenes de la literatura hispanoamericana y a las transformaciones operadas en ella en los últimos años. Juzga que la influencia española es en un sentido, positiva, “por ser una lengua rica y sonora, y darnos la exuberancia del gesto y las raíces inapreciables del siglo de oro”, pero por otro lado, es nociva “pues nos detuvo asimismo en lo que podríamos llamar el retoricismo y la vana literatura ceremoniosa y artificial”. A su vez, también la literatura francesa ha ejercido una doble influencia: beneficiosa, en tanto “renovó la sangre de la literatura española, diluyendo su pesadez, dando claridad a las ideas, refrescándola y modernizándola”, y perniciosa: por “sus perversiones, frivolidades y nerviosa amoralidad”. Considera luego que del “discutido empuje actual debe retenerse la libertad del lenguaje, la delicadeza de expresión y las audacias de factura, sin aceptar la enfermiza orientación moral y sus tendencias disolventes”. Luego sostiene la necesidad de la preocupación por las cuestiones sociales y con respecto al carácter nacional afirma: “Soy enemigo de la literatura estrictamente local, pero no hay razón para que teniendo a nuestro lado filones inexplotados, perspectivas inexpresadas y caracteres nuevos, vayamos a buscar sistemáticamente nuestros personajes, nuestros paisajes y nuestros panoramas fuera del país”. (15) Por supuesto que estas ideas –como teme Ricardo Rojas– no serán bien recibidas por una intelectualidad en gozosa y creciente europeización.
En el mismo prólogo, también queda evidenciado que Ugarte aún no comprende la verdadera historia argentina. No sólo elogia a Mitre como historiador, sino que juzga la revolución de 1810 como un movimiento estrictamente económico en busca del comercio libre. Además, se define como unitario. Por esos días, el fallecimiento de Bartolomé Mitre permite verificar un grueso bache en el pensamiento nacional de Ugarte, pues en La Cultura española publica un artículo laudatorio, considerándolo “preclaro ciudadano” y “figura prestigiosa”, sumándose así a los elogios de La Vanguardia. Pocos años después, Ugarte reelaborará sus ideas sobre estos temas.
Por esos días, estrecha relación epistolar con el joven escritor y periodista Juan José de Soiza Reilly, quien le sintetiza en una carta el ambiente de asfixia que va cercando en Buenos Aires a los intelectuales con inquietudes nacionales: “Dichoso usted que puede escribir libros lejos de su patria, sin que agrien su ánimo los rebuznos de las estériles mulas literarias ni la orina de los perros que pasan... No venga a América, Ugarte... ¡No venga!”. (16)
B. SILUETAS
El grito de atención de Soiza Reilly no es necesario, pues Ugarte no piensa regresar por ahora. La cautela orienta su conducta política y prefiere evitar un choque catastrófico con los hombres de Buenos Aires. París continúa siendo su laboratorio ideológico y su trinchera. Desde allí prosigue sus estudios latinoamericanos y lanza periódicamente sus ataques al imperialismo. Tiene ahora treinta y un años, varios libros publicados y colabora en diarios importantes de Europa. Los problemas económicos no existen para él: a la paga por sus escritos periodísticos, se suman los giros mensuales con que lo socorre su padre. Su vida transcurre entre el estudio de los temas que le apasionan, la preparación de nuevos libros, la lectura de novelas y poesías sobre las cuales publica luego comentarios y la periódica vinculación con poetas y escritores latinoamericanos.
Entre los amigos de esa época, reanuda la relación con Rufino Blanco Fombona. Éste ha regresado recientemente de Venezuela, donde se desempeñó como gobernador del territorio de Amazonas. “Allí –recordará Ugarte– dos contrabandistas y matones contumaces cayeron bajo las balas del gobernador joven que no se dejaba intimidar”. (17) No bien se ha producido el reencuentro, Fombona le regaña a Ugarte por su artículo sobre Mitre. El venezolano condena una y otra vez a don Bartolo y cuando poco después Darío publica su “Oda a Mitre”, la furia de Rufino no tendrá límites. Fombona conoce bien la trayectoria política de Mitre –y la historia mitrista– y es autor de un vibrante alegato en favor del Paraguay diezmado por la guerra de la Triple Alianza. Por eso no le perdona a un latinoamericano que cante una figura siniestra para la fraternidad de la Patria Grande y por eso dirá después sobre Darío cosas terribles como éstas: “No todo hombre de letras americano pertenece o ha pertenecido a la escuela de veleidad y mercenarismo de que es apóstol y prototipo cierto resonante portalira de Nicaragua, el cantor de don Bartolo, poeta de odas de encargo y turiferario de la Argentina”. (18)
“Escritor torrentoso y arbitrario, con implacable garra de polemista, lleno de cóleras y de arrebatos líricos –dirá Ugarte de Blanco Fombona–, interesa siempre, más allá de sus errores, por su sentido americano, por su fervor continental... Hay entre él y yo analogías de pensamiento, que se enlazan en un deseo de servir a América desde la expatriación. En París, fraternizamos sin que surgiera un entredicho... Las violencias que le reprochaban sólo marcan la reacción de un temperamento franco ante la injusticia, la hipocresía o la deslealtad. En esto coincidimos, así como en la aversión a la intriga y a la literatura artificiosa”. (19) En otra oportunidad lo encuentra a Rufino exaltado y colérico, derramando su furia en denuestos: “Repugnante noticia de los repugnantes yanquis, por donde se confirma cuánto es de hipócrita, gazmoño y puritano el país del cerdo, y cómo odia y se place en humillar a los artistas: los hoteles de Nueva York arrojan a la calle a Máximo Gorki, el novelador, el revolucionario, el perseguido, porque el escritor viaja con su querida… Este país de calibanes monopoliza el triste privilegio de odiar a los hombres superiores”. (20) “Era un enemigo a muerte del imperialismo –recuerda Ugarte– y cultivaba una soberbia retadora... pero en el trato corriente siempre le vi sencillo y agradable... Como a mí, le seducían, por otra parte, las aventuras y en uno de sus libros cuenta cómo siguió cierta vez, en París, a una mujer elegante y su decepción burlona cuando comprobó que, por traviesa casualidad, la dama codiciada entraba a una pastelería para reunirse conmigo”. (21) No sólo, pues, el antiimperialismo y la cultura latinoamericana los unía, sino también su inclinación a salpicar las batallas políticas con las aventuras amorosas.
Estas coincidencias no existen, en cambio, con un poeta argentino que ha llegado recientemente a París: Leopoldo Lugones. Aunque vinculados a través de amigos comunes Ugarte y Lugones no llegaron a tratarse en Buenos Aires, pues cuando Ugarte ingresó al Partido Socialista, ya Lugones militaba en el bando oligárquico de Quintana. “Conocí a Lugones en París... Debo confesar que me decepcionó desde el primer momento su modalidad, más literaria que humana. Recuerdo que regresábamos una tarde del Barrio Latino a pie. Al atravesar el Sena, las luces de los puentes, ya encen...

Índice

  1. Portadilla
  2. Legales
  3. Prólogo, 40 años después
  4. Introducción
  5. Capítulo I (1875-1895)
  6. Capitulo II (1895-1897)
  7. Capítulo III (1897-1898)
  8. Capítulo IV (1899)
  9. Capítulo V (1900)
  10. Capítulo VI (1901)
  11. Capítulo VII (1901-1902)
  12. Capítulo VIII (1902-1903)
  13. Capítulo IX (1903)
  14. Capítulo X (1903)
  15. Capítulo XI (1904)
  16. Capítulo XII (1905-1906)
  17. Capítulo XIII (1907)
  18. Capítulo XIV (1908 - 1909)
  19. Capítulo XV (1910 - 1911)
  20. Capítulo XVI (1912)
  21. Capítulo XVII (1912)
  22. Capítulo XVIII (1913)
  23. Capítulo XIX (1913)