Paradigmas en ciencia política
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Paradigmas en ciencia política

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Los cultores de las ciencias sociales en general y los de la ciencia política en particular saben que no existe un paradigma unificado acerca del conocimiento de esas disciplinas. Las ideologías subyacentes desempeñan un papel de crucial importancia a la hora de explicar los diversos enfoques que predominan en esas disciplinas. El autor intenta sistematizar los puntos de desacuerdo en la metodología, el lenguaje y los valores a que recurren los autores y las escuelas en pugna. Sostiene que esas diferencias de enfoque podrían superarse recurriendo a una metodología específica definida por la Teoría General de Sistemas, que se caracteriza por la posibilidad metodológica de integrar los conocimientos provenientes de diversos enfoques.

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I. METODOLOGÍA

1. INTRODUCCIÓN

¿Cómo es posible que, después de tantos siglos de reflexiones sobre temas vinculados con la ciencia política, nos resulte bastante difícil, hasta ahora, la elaboración de un concepto generalmente compartido de esa disciplina?
Las respuestas posibles son variadas. Incluyo en estas páginas algunas de las que se han alegado en esta cuestión.

2. AUSENCIA DE UNA TERMINOLOGÍA CONCEPTUAL COMPARTIDA POR LOS AUTORES DE LA ESPECIALIDAD

Más que a una terminología de la ciencia política, habría que referirse a las terminologías de la ciencia política. Sin tratar de justificar, al menos, la propuesta de usos originales como forma de lograr una mayor claridad, se introducen terminologías novedosas que finalmente resultan confusas o rimbombantes y que no se refieren, precisamente, a fenómenos nuevos o de reciente percepción.
La terminología múltiple enturbia la percepción de las posibles similitudes que acaso existen en los diversos temas abordados y, en consecuencia, acrecientan la percepción de las distancias que separa a las diversas concepciones.
Es probable que en este aspecto se materialice el concepto de Foucault, referido al saber como poder. Desde este punto de vista la utilización de una terminología exclusiva constituiría una garantía de la preservación del poder científico (Foucault, 1983, pp. 33 a 35); entre nosotros ha enfocado el tema del saber como poder, Carlos Strasser (1936), en La razón científica en política y sociología, 1979, pp. 37 y 38).

3. LA INCIDENCIA CRUCIAL DE LOS VALORES EN LAS CIENCIAS SOCIALES EN GENERAL Y EN PARTICULAR EN LA CIENCIA POLÍTICA

La cuestión de los valores también trabó, en algún momento, el desarrollo de las ciencias fisiconaturales. Pero los valores dificultaron el desarrollo y crecimiento de las ciencias fisiconaturales desde afuera de ellas. La comunidad científica fisiconatural compartió un conjunto congruente de valores y en la medida en que subsistió el paradigma de esas ciencias ellas fueron desarrolladas dentro de ese cauce.
En las ciencias sociales, en cambio, me parece que los valores operan como trabas internas y que el desarrollo del conocimiento científico debe luchar contra esas dificultades internas, planteadas por los valores sostenidos por los mismos científicos.
Los valores, en sí mismos, representan una seria dificultad para la comprensión del conocimiento político. Pero esa dificultad se acrecienta cuando se le suman las dificultades lingüísticas que surgen con cualquier investigación que se realice sobre este tema.
Los valores y el lenguaje nos conducen a una dificultad más: aquellos principios subyacentes o tácitos o implícitos, según los podría denominar Polanyi (1891-1976) (citado por Strasser) o de acuerdo con el paradigma que adopte el respectivo expositor – si se siguen las ideas centrales de Kuhn (1922-1996).
En la ciencia política se recurre comparativamente poco a disciplinas que algo tienen que decir para esclarecer estas perplejidades. En los campos de la psicología social se ha cuestionado el concepto de “realidad”, dando las bases para las concepciones constructivistas.

4. PRESUNTA INMADUREZ DE LA CIENCIA POLÍTICA

Consideraciones similares a las formuladas anteriormente han llevado a algunos de sus cultores a sostener que la ciencia política adolecería de un cierto grado de inmadurez en su desarrollo, si la relacionamos con otras ciencias sociales, tales como la economía o la psicología.
En cambio, su grado de desarrollo no es alarmante si se lo compara con el de la sociología, por ejemplo, con la cual comparte muchos de sus pesares.

5. ÍNDICE DE SU GRADO DE DESARROLLO

Un índice de su grado de desarrollo lo muestra que aún hoy lucha por configurarse como una ciencia taxonómica.
Es conveniente aclarar –o estipular– un significado para la palabra “taxonomía”. El significado de “taxonomía” la acerca al significado de “clasificación”. Clasificar cosas o conceptos significa agruparlos por sus semejanzas. Una clasificación usualmente se realiza con fines prácticos o explicativos. Por esta razón los lógicos afirman que no resulta apropiado considerar a las clasificaciones como verdaderas o falsas. Las clasificaciones sólo se las puede calificar como útiles o inútiles.
En este texto “taxonomía” debe entenderse como una clasificación cualificada; una clasificación en la cual los objetos –sean cosas o conceptos– de esa operación mental no se agrupan por meras razones prácticas. Por el contrario, en una taxonomía los objetos se agrupan en razón de sus semejanzas, pero también como consecuencia de una jerarquía determinable por razones intrínsecas entre esos objetos que se asocian.
Ciencias respetables se han constituido como taxonómicas; por ejemplo, la botánica o la zoología. Pero me parece que por más importancia que se le asigne a la taxonomía en una ciencia política, sus cultores aspiran a algo más que proponer clasificaciones jerarquizadas de los elementos que componen su objeto de estudio. Pretenden describir fenómenos, comprenderlos y hasta, de ser posible, formular predicciones con el mayor grado posible de probabilidad.
Sin embargo, aun cuando la ciencia política solo pretendiera erigirse en una taxonomía, tropezaría con varias dificultades, entre las cuales podría citarse la falta de un vocabulario común y de una determinación de su objeto que fuera generalmente compartida.
No podría decirse que los esfuerzos en pro de la formulación de una taxonomía sean recientes. Podríamos remontarnos con bastante seguridad a Platón y Aristóteles para encontrar serios intentos de elaborar clasificaciones tendientes a esclarecer el objeto de estudio de la política.
También en el campo de las taxonomías referidas a la ciencia política, se aprecian más ensayos que logros. En esta área los autores se esmeran en elaborar clasificaciones personales, con el resultado inevitable hasta ahora, de que todas esas taxonomías o clasificaciones por lo general no resultan compatibles entre sí y, por ende, no resultan útiles para la comunidad científica. Como es de suponerse, dadas las circunstancias, sólo resultan útiles a sus propios autores.
El apuntado es un síntoma más de la inexistencia de un paradigma de la ciencia política. La comunidad de los científicos sociales, incluidos los de la política, no comparten una perspectiva común a todos ellos, a partir de la cual se pueda estudiar o interpretar el universo político (que definiremos en su momento).
En contra de lo expuesto, se puede consultar la “Introducción” de Raymond Aron a una edición española de la obra de Max Weber Política como vocación; Ciencia como
vocación (Politik als Beruf. Wissenschaften als Beruf; publicada con el título de El político y el científico, en la edición de Alianza, Madrid, 1979, pp. 27-31).

6. OSCILACIÓN DE LA CIENCIA POLÍTICA

La ciencia política, por último, parece oscilar permanentemente entre dos extremos, sin que acierte a encontrar un punto de aceptable equilibrio o de lo contrario, que se decida por una de las posibilidades de las alternativas.
Mientras algunos pretenden imponer al quehacer del científico de la política una asepsia valorativa total, otros quisieran hacer del análisis político una ciencia decididamente embanderada desde un punto de vista partidista. Es el enfrentamiento que separa a quienes se dicen inspirados por el pensamiento de Max Weber en sus ensayos sobre la Metodología de las ciencias sociales y a quienes siguen –o dicen seguir– el pensamiento de Karl Marx.
Estas afirmaciones requieren ciertas aclaraciones, tanto respecto de Weber como de Marx.
En relación con ambos es posible distinguir aquello que escribieron de aquello que los epígonos dicen que ellos escribieron. No siempre parecen coincidir ambas versiones.
Acostumbro proponer como una de las reglas de interpretación del pensamiento de los autores la del “contexto”.
Si se acepta dicha regla, el pensamiento de Max Weber en esta materia, debería ser sometido a esa suerte de escrutinio.
¿Qué sucedía –qué percibía Weber– en la Alemania de su tiempo? En las primeras décadas del siglo XX Alemania presenciaba una afiebrada pugna por el predominio de facciones políticas ferozmente enfrentadas.
Los estudios que se presentaban con pretensiones científicas también eran deudores de posiciones crudamente partidistas. Los fines facciosos enturbiaban la transparencia de los enunciados científicos. La misma experiencia se vivía en las aulas universitarias. Las clases se habían trasformado, en una medida preocupante, en tribunas y barricadas de los más variados pensamientos sectoriales.
Es la atmósfera que acunará a la República de Weimar y que posteriormente dará a luz al Tercer Reich.
En ese clima, Max Weber postuló que los enunciados que pretendían el título de científicos debían emanciparse de esa servidumbre ideológica, partidista o facciosa.
Weber no era un ingenuo que creía en la pureza de los enunciados científicos. Por el contrario, estaba consciente de que la subjetividad valorativa estaba siempre presente en la actividad de los científicos. Pero también creía que esa carga valorativa debía ser controlada una vez que el propio científico –efectuada una evaluación de conciencia– la hubiese descubierto y aceptado como propia.
Algunos sostienen que Karl Marx defendió una tesis opuesta, pretendiendo que los juicios formulados sobre los fenómenos sociales, políticos y económicos no son susceptibles de ser independizados de las valoraciones de los analistas. Esa imposibilidad de independizar los juicios científicos de las valoraciones personales de quienes los expresan tiene una consecuencia: la de convertir inexorablemente los enunciados científicos en juicios militantes, a favor de una u otra tendencia social.
Lo expresado en el párrafo anterior es discutible. Es cierto que los enunciados emitidos por Marx con aspiraciones de cumplir el canon científico estaban comprometidos con sus propios postulados de filosofía social. No pretendía ser aséptico ni avalorativo.
Pero también es cierto que el propio Marx supo distinguir entre análisis científicos, cuya meta, (final y principal), es la obtención de resultados verdaderos, y las proposiciones políticas, cuya meta primordial es la promoción de ciertas acciones empíricamente verificables y el consecuente cambio –por reforma o revolución– en el sistema social (véase Maximilien Rubel, Karl Marx; Ensayo de biografía intelectual, 1970, pp. 337 y 338).
Los otros dos extremos entre los que se debate a menudo la ciencia política son la superteorización, por una parte, y el hiperfactualismo, por la otra. Así, con el mismo rótulo de “ciencia política” nos encontramos con obras tan disímiles entre sí, en sus enfoques, contenidos y metodologías, como Esquema del análisis político, de David Easton, 1965, la Teoría política, de Arnold Brecht, 1959, o Los partidos políticos de Maurice Duverger, 1951, o Psicopatología y política, de Harold Lasswell, 1930.
Autores compenetrados de las dificultades que afronta la ciencia política, precavieron contra los peligros del hiperfactualismo. Los intentos por superar este escollo provocaron otra exageración: los de la hiperteorización. La postulación del enfoque sistémico se concretó en un armonioso bloque de proposiciones, pero no se tradujo en un enriquecimiento equivalente de los conocimientos empíricos.
Todas las afirmaciones tienden a predisponer el ánimo del lector para la aceptación de la siguiente afirmación: la ciencia política carece, actualmente, de un paradigma o modelo de su tarea específica que sea ampliamente compartida.
La idea de paradigma, en su sentido moderno más influyente, fue introducida en la literatura epistemológica contemporánea por Thomas Kuhn en su obra La estructura de las revoluciones científicas, de 1962.
Como es sabido, la idea de paradigma, en este contexto, nació del estudio de la revolución astronómica copernicana, según lo explica el mismo Kuhn.
Una confirmación del enfoque de Kuhn lo proporciona de modo indirecto Ludwig von Bertalanffy.
Bertalanffy es el autor a quien por lo general se le atribuye la creación de la llamada “teoría general de sistemas”. Originariamente este investigador se dedicó al área de la biología para pasar posteriormente al campo de la metodología del conocimiento científico. La teoría general de sistemas fue formulada después de terminada la Segunda Guerra Mundial y su difusión generalizada se debe a los numerosos aportes científicos y técnicos de la posguerra que pudieron ser explicados de una manera unitaria mediante los postulados de la teoría general de sistemas.
Bertalanffy asegura que expuso por primera vez su concepción sistémica alrededor de 1930, más específicamente en 1928, pero que, al no obtener ninguna repercusión, la abandonó. Para que redifundiera esa concepción y comenzara a ser aceptada, debió esperarse hasta el término de la década de 1940, cuando surgieron enfoques emparentados con la aproximación sistémica en diversas disciplinas, vinculadas en general con las matemáticas, la física y la cibernética. (Ver Von Bertalanffy, Ludwig: General Systems Theory. Foundations. Development. Applications, Londres, Penguin, 1973, pp. 9 y ss.; en español: Teoría de sistemas generales. Fundamentos. Desarrollo. Aplicaciones).
Pese a que la idea de paradigma se originó en el dominio de la historia de las ciencias, especialmente referida a la astronomía, el concepto fue generalmente aceptado por los epistemólogos de las ciencias sociales. A título de ejemplo puedo mencionar al autor italiano contemporáneo Giovanni Sartori, La política. Lógica y método en las ciencias sociales, 1979, p. 225 y al argentino Félix Schuster, Explicación y predicción, La validez del conocimiento en ciencias sociales, 1982, pp. 42 y 43 (o las reflexiones de la profesora de la Universidad de Buenos Aires María del Rosario Lores Arnaiz, Hacia una epistemología de las ciencias sociales, 1984, p. 101). Pero las referencias son mucho más escasas en obras de ciencia política misma. En verdad, no conocemos ningún trabajo puntual sobre temas políticos donde se haga referencia y, por supuesto, se utilice el concepto de paradigma. “Se utilice” significa, en este contexto, que, por lo menos, se lo presuponga.
Deberemos detenernos, en consecuencia, en la idea de paradigma y, posteriormente, intentar demostrar las afirmaciones acerca de la ausencia de un paradigma de ciencia política en la literatura especializada.

7. MÉTODO DE DEMOSTRACIÓN

En la tesis que sirve de antecedente a esta obra, para demostrar la inexistencia de un paradigma único y, por ende, compartido, de ciencia política, se utilizó la metodología que se expone a continuación.
Se revisaron los conceptos de ciencia política que proponen varios autores, pertenecientes a universos culturales diversos.
Los autores elegidos fueron agrupados por sus nacionalidades de origen. Esa agrupación por nacionalidades no es sustancialmente definitoria; aparece como autor italiano Giovanni Sartori, pese a que su enfoque está fuertemente influido por posiciones originadas en modalidades del pensamiento anglosajón.
Como sucede con cualquier otro criterio de clasificación, la que se propuso a este respecto es arbitraria y se la ha elegido por haber resultado cómoda al autor. De cualquier modo, aparentemente esta clasificación (tratar de mostrar la ausencia de un paradigma de ciencia política en autores de diverso grado de difusión) no resulta fundamental para el fondo del asunto.
Así se pasó revista a los autores de habla francesa, productos y productores de una cultura muy difundida entre nosotros, sobre todo en los ambientes jurídicos. Nuestros autores citan a estos representantes de la cultura francesa con un gran respeto; en ocasiones, los citan de manera textual. En general, según nuestro juicio, predomina en ellos –al menos en los más conocidos– una presentación “literaria” del tema, para decirlo con una expresión de Wilfredo Pareto en relación con la economía –Harold Lasswell y Abraham Kaplan, Power and Society. A Framework for Political Inquiry (Poder y sociedad. Un marco para la investigación política), 1950, 1976: p. X, nota 2.
Nuestra excursión continuó con el enfoque alemán, representado fundamentalmente en esta ocasión, para nosotros, por Hermann Heller.
Heller personifica un punto de inflexión bien conocido por los cultores de la ciencia política. La interpretación generalizada de su pensamiento –que yo no comparto de modo absoluto– dice que con Heller culminó el aspecto de la teoría del Estado que privilegiaba el enfoque jurídico, para abrir el pórtico a una teoría del Estado en la cual predominaban las consideraciones científico-políticas de orden empírico.
Heller consideraba que el enfoque dialéctico proporcionaba el método adecuado para configurar una teoría del Estado. Este enfoque pretendía, para explicar el fenómeno estatal, hacerse cargo de todos los element...

Índice

  1. EXPLICACIÓN
  2. ACTUALIZACIÓN
  3. I. METODOLOGÍA
  4. II. LENGUAJE Y POLÍTICA
  5. III. SÍNTESIS
  6. BIBLIOGRAFÍA