Capítulo 1
Los procesos de simbolización y los trabajos subjetivantes en la adolescencia
Patricia Álvarez(1)
En el presente artículo se proponen algunas reflexiones teóricas elaboradas en el marco del desarrollo de la investigación conjunta “El sujeto que aprende en la época actual: Procesos de subjetivación en el aprendizaje escolar y en el uso de las nuevas tecnologías.”(2) Y se inscribe a su vez en el Programa de Investigación que desarrolla la cátedra de Psicopedagogía Clínica de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires a partir de la experiencia clínica con niños y adolescentes que presentan problemas de aprendizaje derivados por las escuelas públicas primarias y secundarias a su Servicio de Asistencia Psicopedagógica.
El programa de investigación tiene como propósito producir conceptualizaciones teórico-clínicas psicoanalíticas que resulten un aporte al abordaje de las problemáticas psíquicas implicadas en los procesos de simbolización y sus patologías expresadas en problemas de aprendizaje, así como también a los procesos de creación de sentido subjetivo singular ligados al aprendizaje.
En la actualidad las modalidades de abordaje de los problemas de simbolización y aprendizaje son sumamente diversas porque parten de conceptualizaciones diferentes sobre las relaciones entre los procesos psíquicos que constituyen la subjetividad y aquellos que caracterizan el pensamiento lógico y la apropiación de los objetos de conocimiento en la institución escolar.
El concepto de “subjetividad” es polémico; recibe definiciones diversas, que parten de distintos modelos de interpretación. Algunos de ellos consideran que la trama subjetiva y la producción cognitiva son procesos independientes tanto en su origen como en su despliegue, que sólo presentan algunas intersecciones cuando factores emocionales perturban el desarrollo del pensamiento lógico.
Nuestro recorte parte de una concepción distinta, que, fundada en el psicoanálisis, considera la subjetividad como el resultado de un complejo proceso de constitución psíquica que se encuentra entrelazado desde el inicio con el trabajo de simbolización.
Este trabajo de simbolización abarca formas de pensamiento que no son lógicas ni racionales y que sin embargo tienen una función crucial en la productividad de conocimientos tanto individual como social.
Consideramos que la constitución psíquica y el proceso de producción simbólica se construyen en un entramado que constituye el soporte del deseo y las modalidades de elaboración de sentido que operan como recursos para cualquier aprendizaje.
Freud (1988 [1937]) sostuvo en unos de sus últimos trabajos que el psicoanálisis, la pedagogía y la política eran las tres tareas “imposibles”. No planteó que su realización fuera muy difícil o compleja, situación que compartirían con muchas otras disciplinas, sino imposibles. Esa imposibilidad se funda en una aparente paradoja: la de ayudar a crear autonomía cuando se parte de la máxima dependencia.
Para el Psicoanálisis esta paradoja no responde a un error metodológico, sino a la condición más irreductible del ser humano, que es la de constituirse gobernado por sus pasiones, en relaciones de intimidad y dependencia con otros, que racionalmente no reconoce y que sin embargo son depositarios de intensos deseos que tienen como destino no realizarse nunca.
Esta realidad humana, compleja y contradictoria desde el origen es la condición de invención y creación de los objetos simbólicos que pueblan las diversas culturas y llevan esas mismas marcas.
Por eso desde nuestro recorte es crucial conservar la complejidad y la heterogeneidad de los objetos de investigación, que Edgar Morin (2001) propone como resguardos epistemológicos y herramientas metodológicas a la vez. Este encuadre de investigación incluye la aceptación de la contradicción y la incertidumbre y el carácter multidimensional de toda realidad (González Rey, 2006) para poder profundizar en el estudio de los procesos de simbolización y sus problemáticas, manteniendo su especificidad y evitando la reducción a dimensiones aisladas que impidan elucidar las principales problemáticas actuales.
El análisis de la diversidad y amplitud de dificultades de simbolización que se presentan en los últimos años fue poniendo de relieve la necesidad de investigar la complejidad y heterogeneidad de los trabajos psíquicos involucrados.
Las encrucijadas clínicas de nuestros días nos encuentran con déficits de simbolización que vuelven extrañas las propias emociones y pensamientos, produciendo angustia sin dirección que busca ser calmada rápidamente en el camino más corto posible. Los propios afectos se vuelven extraños, insoportables e irrepresentables generando modalidades defensivas que trabajan para una estabilidad psíquica basada en la evitación del reconocimiento de la conflictiva.
Así se vuelve manifiesto el vínculo indispensable del pensamiento con las vicisitudes del afecto, cuando justamente se disocian provocando diversas modalidades de patologías.
El trabajo con púberes y adolescentes es especialmente sensible al reconocimiento de la intensidad de las conflictivas y la exigencia de trabajo psíquico para su elaboración. Su experiencia estalla en un campo desconcertante de desfasajes entre sus referencias infantiles, sus transformaciones corporales, sus demandas erógenas, la ambigüedad de los límites, la fragilidad narcisista y los laberintos identificatorios, volviendo una problemática urgente la construcción de nuevos sentidos que permitan una cierta estabilidad.
Pensar las fronteras (Green, 1993) como múltiples territorios de complejos trabajos de diferenciación entre adentro y afuera pero también de encuentro (Aulagnier, 1977) con una experiencia íntima (Kristeva, 1998 y 2000) sólo metabolizable parcialmente por el trabajo representativo, nos abre caminos para pensar las complejas relaciones entre la dinámica intersubjetiva y la elaboración intrapsíquica que caracteriza la adolescencia. Y aportan un encuadre conceptual para abordar los interrogantes que plantean las nuevas problemáticas clínicas ligadas a las intensas transformaciones culturales y simbólicas de nuestra época.
Podemos concebir entonces los trabajos psíquicos de la adolescencia como un proceso subjetivante entre fronteras.
Pensarse a sí mismo como una continuidad, inmerso en un torrente de cambios y transformaciones requiere la posibilidad de investir las experiencias desconcertantes y conflictivas como desafíos no sólo posibles sino representantes de conquistas identitarias, que confirman espacios de pertenencia e identificación al mismo tiempo que el reconocimiento de una marca de autoría singular.
La oferta social contemporánea se presenta como una compleja trama de modelos fragmentarios y contradictorios, que al mismo tiempo que habilitan formas inéditas de prácticas y conocimientos que favorecen la valoración de lo novedoso, promueven nuevas formas de intolerancia a las diferencias y la alteridad, produciendo una exigencia de sometimiento a lo instituido que rechaza el cuestionamiento crítico y el reconocimiento de las conflictivas.
De este modo la problemática actual del adolescente se encuentra atravesada por las paradojas de la estimulación del consumo y la voracidad en la búsqueda de satisfacción inmediata y la exigencia de sobreadaptación a la normativa sin reflexión ni espacio para la interrogación y la elaboración autónoma.
En este sentido se genera una tensión dramática entre el sometimiento pasivo a la normativa y el descontrol impulsivo, que exige al adolescente poder desplegar un intenso proceso de creación de sentido que pone en juego sus recursos simbólicos porque requiere simultáneamente el cuestionamiento y la construcción de límites, la historización de su experiencia y la construcción de un proyecto futuro.
Desde esta perspectiva, las principales problemáticas actuales del adolescente ponen de relieve la investigación teórica sobre:
A. Modalidades de relación entre la actividad representativa y la problemática afectiva.
B. Modalidades singulares de creación de sentido.
C. Conflictivas psíquicas y formas de elaboración.
A. Actividad representativa y problemática afectiva
El psicoanálisis contemporáneo produce articulaciones novedosas a partir de los desarrollos posfreudianos que permiten superar viejas antinomias entre las prevalencias de las dimensiones pulsionales u objetales o entre la importancia del trabajo representativo y la dinámica afectiva.
En este sentido, Green (1995: 25) define el concepto de “pulsión” como fuerza psíquica originaria que opera como matriz del sujeto, otorgándole fuerza y direccionalidad. Desde este enfoque, el sujeto es concebido como resultante de un trabajo incesante en relación con esa fuerza que intenta conducir y que lo conduce, constituyéndose en la causa última de su actividad y por eso mismo el lugar y la función del objeto es fundamental.
La complejidad de las relaciones entre pulsión y objeto permite reubicar las funciones del trabajo representativo para metabolizar el afecto.
La diversidad de formas de articulación del afecto en el trabajo representativo plantea alcances diferentes de sus funciones que abarcan desde el quantum de energía psíquica indispensable para investir el proceso, pasando por los límites de cualificación necesarios para que sea representable, hasta su irrupción directa obstaculizando su metabolización y amenazando el equilibrio psíquico. Su funcionamiento establece una continuidad entre cuerpo y psiquismo caracterizado por las modalidades de ligazón - desligazón - religazón, que establece posibilidades de combinatoria diferentes que la representación.
Al poner en relación la problemática de la metabolización del afecto con la complejidad de los trabajos de representación, se abren caminos de indagación clínica sobre los problemas de simbolización que permiten construir hipótesis acerca de las dificultades sustitutivas para elaborar caminos de satisfacción más sofisticados que las modalidades de descarga directa.
Por esta razón, la dinámica de distribución selectiva del afecto plantea una tarea primordial para el psiquismo que afecta el alcance y los límites de lo simbolizable. Las modalidades mas primarias de contención, como la sofocación, la inhibición o el aislamiento desembocan en un trabajo representativo caracterizado por la proyección que tiene como función enviar al exterior la carga afectiva que por su exceso amenaza la organización psíquica. Cuando este proceso no es posible, la carga afectiva se transforma en angustia no tramitable, derivando en fragmentación psíquica, somatizaciones, pasaje al acto, es decir, formas de fracaso del trabajo representativo que llevan al límite mínimo de simbolización.
Así, la clínica contemporánea expone los límites del trabajo de representación y sus fallas. Nuestra pregunta entonces es ¿por qué fracasa el pensamiento para interpretar la problemática afectiva de una forma metabolizable para el sujeto?
La representación pierde su lugar garantizado como dato de base, como elemento originario del psiquismo para ser conceptualizado como producto de un trabajo que es una conquista que no tiene garantía. En donde la conflictiva en última instancia va a estar situada en la problemática pulsión/ descarga o elaboración representativa.
Así la representación es sólo un resultado posible de un complejo proceso que nada asegura. Este modelo procura dar cuenta del fracaso de la palabra, de la representación, de la interpretación, frente a la pulsión, a la compulsión repetitiva destructiva, al acto agieren. Lo irrepresentable constituye una referencia central de este modelo en el que el acto ocupa el lugar que el paradigma del sueño tenía en el modelo anterior, ya no se trata de represión, sino de destrucción del pensamiento.
La relación del pensamiento con el lenguaje se vuelve más compleja, lo irrepresentable aparece como una dimensión que jaquea su función de creación de sentido con valor subjetivo, replanteando y complejizando por ende también la labor clínica centrada en la eficacia de la palabra.
Frente a esta problemática, lejos de desvalorizar o relativizar la función del trabajo representativo, Green (2010) propone lo que denominó Teoría de la representación generalizada, que es una ampliación del campo de la representación en relación a diversas relaciones de la psique: con el cuerpo, con el otro semejante y con el mundo.
Lo esencial es que a partir de cada una de estas relaciones, de “materiales diferentes”, la psique va a producir distintos tipos de representaciones. El funcionamiento psíquico se define entonces por trabajar con materiales heterogéneos. La heterogeneidad es clave en esta reelaboración, donde la noción de límite cobra el valor de territorio de pasaje, es decir de transformación.
Esta es una verdadera lógica de la heterogeneidad, es decir que no es aplicable un sistema homogéneo, sea la pulsión, el objeto, el lenguaje o cualquier dimensión parcial, para explicar todo el funcionamiento psíquico. Esta lógica plantea el esfuerzo de pensamiento de mantener la diversidad de dimensiones psíquicas en juego y es en el mantenimiento del análisis de la especificidad de estas dimensiones y sus relaciones de conflicto y de pasajes, en donde se produce la riqueza y la productividad del pensamiento psicoanalítico tanto en la clínica como en la metapsicología.
El sentido proviene así de la transformación de un dato psíquico en otro, ya que cada vez que se pasa de un sistema al otro se gana y se pierde algo, no hay proceso acumulativo lineal. Hay un proceso discontinuo de transformación (Álvarez, 2012), es por eso que se propone esta lógica de la heterogeneidad en la que la diversidad de la representación da lugar al conflicto y a la transformación.
Entonces lo irrepresentable ya no es aquello no representado pero pasible de serlo, no es aquello de lo que el sujeto no tiene conciencia en un momento dado, no es lo que no puede o no sabe decir en sesión simplemente. No se trata de representaciones que por estar ligadas a la fantasía inconsciente son reprimidas, sino que por el contrario se trata de algo que no alcanza a ligarse.
Entonces lo irrepresentable remite tanto a las problemáticas de la representación como de la pulsión, y por consiguiente a la cuestión de la ligazón, desligazón y religazón. De esta manera, pone en el centro del trabajo representativo su oferta de mediación pulsional.
En estas complejas relaciones entre los diversos trabajos representativos, la función de la representación de cosa asume un lugar jerarquizado en la propuesta de Green, que le adjudica una doble función de representancia, en tanto permite a la pulsión una ligadura y por eso funciona como puente, como eslabón sobre el que trabaja la simbolización, creando una mediación entre el devenir pulsional y la metabolización que ofrece el lenguaje.
Es decir que el trabajo de la representación de cosa es la transformación del representante psíquico de la pulsión en una matriz de simbolización inconsciente. Gracias a la representación de cosa, el represente psíquico se liga; esta entrada en la cadena de simbolización es un trabajo de creación psíquica, o sea que la representación de cosa funciona ligando, transformando, limitando y dando figuración a la energía pulsional.
Antagonismos pulsionales y alteridad radical de la pulsión con el sujeto y de las demandas pulsionales con el objeto marcan un recorrido inaugural de conflict...