Adolescencia y juventud
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Indagar sobre la complejidad de un determinado sujeto exige desde el comienzo una definición precisa de cómo se lo concibe y se lo entiende. En este caso, el análisis de la temática de la adolescencia es planteado desde su origen a partir de una pregunta simple y elemental pero no por ello de fácil respuesta: ¿cuál es el adolescente del psicoanálisis?Desde una perspectiva que supone la superación del criterio cronológico como parámetro de caracterización, este libro trabaja en profundidad los fenómenos de la Adolescencia y la Juventud a través de la articulación de conceptos fundamentales del Psicoanálisis (Freud y Lacan) pero sin dejar de recurrir a perspectivas acuñadas en otras disciplinas que sirven para comprender mejor qué condiciones e influencias determinan la subjetividad en la modernidad actual.

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Información

Editorial
Eudeba
Año
2016
ISBN
9789502317779

PARTE 1
EL SUJETO EN TIEMPOS DEL CAPITALISMO TARDÍO

Abordar la temática de la adolescencia y de la juventud desde una perspectiva psicoanalítica supone especificar con claridad la óptica de la concepción teórica desde la cual se plantea la presente lectura. Esto implica aclarar cuál es la noción psicoanalítica de sujeto, específica y exclusiva, o inconfundible, y la ética propia de dicha concepción.
No es la misma ética ni el mismo sujeto para el psicoanálisis que para el cognitivismo, para la gestalt, o para la visión de la psiquiatría... y las diferencias no sólo se plantean en la perspectiva de lo teórico sino que se expresan también en el quehacer clínico, entre otros, como lógica consecuencia.
Así pues, antes de adentrarnos en los territorios de la adolescencia y de la juventud, para definir peculiaridades o especificidades y enlaces entre los mismos, consideremos cuál es el sujeto, y por ende el adolescente, al que nos referimos desde la perspectiva del psicoanálisis que supone una ética que le es propia. La propuesta es de esta forma abordar un interrogante fundante que se puede enunciar de la siguiente manera: ¿cuál es el adolescente del psicoanálisis? En cuanto al mismo se procurarán respuestas en próximos apartados referidos a la adolescencia y a la juventud.

Sujeto y ética del psicoanálisis

Con la construcción del edificio conceptual del psicoanálisis, como consecuencia de su definición de lo inconsciente en su interrelación con una nueva consideración respecto de la sexualidad humana, se produce una fundamental transformación en la noción tradicional de sujeto.
El concepto de inconsciente freudiano plantea, desde lo tópico y lo dinámico, una nueva definición del psiquismo que desde la psicología era equivalente a conciencia. El psicoanálisis limita la dimensión de la conciencia que anteriormente era lo único valedero y confiable y la subordina a lo inconsciente, que posee contenidos, mecanismos y pensamientos propios, y que se expresa en el yo, en el ello y en el superyó como instancias desde cuya interrelación derivaría la producción sintomática que lleva emparentada la noción de conflicto. En consecuencia, el sujeto del psicoanálisis no remite más a sustancia, a logos, ni a ser de conocimiento; opuesto al sujeto cartesiano el del psicoanálisis es claramente sujeto del inconsciente.
Para circunscribir la dimensión de lo inconsciente describe Freud cómo por medio del mecanismo de la represión se trata de “impedir que devenga consciente” una representación representante de la pulsión[1] quedando desplazada de tal forma la misma a lo inconsciente, cuyas características y leyes define oportunamente.[2]
Sostiene:
“La representación consciente engloba la representación de la cosa más la representación de la palabra correspondiente, mientras que la representación inconsciente es la representación de la cosa sola”.
Luego Freud denominará a los contenidos del inconsciente “agencias representantes de la pulsión”, aclarando que la pulsión sólo se halla presente en lo inconsciente por medio de sus representantes.
Como otro orden, lo inconsciente condiciona y define nueva posición para el sujeto. De tal forma el sujeto no es el centro de todo, sino que, por lo contrario, está sujetado o determinado por lo inconsciente, y lejos de ser síntesis o unidad está marcado por la ruptura o escisión consciente-inconsciente.
Por su parte Lacan aporta al planteo freudiano:
“Lo inconsciente es ese capítulo de mi historia que está ocupado por un blanco u ocupado por un embuste: es el capítulo censurado. Pero la verdad puede volverse a encontrar; lo más a menudo ya está escrita en otra parte.”[3]
Luego formulará su tesis por la cual se lo identifica: “El inconsciente está estructurado ‘como’ un lenguaje”, afirmando Lacan que con esta definición realiza un retorno a la concepción de inconsciente propuesta por Freud, constituyendo la relación inconsciente-lenguaje-Otro un aporte fundamental al psicoanálisis, si bien no la desarrollaremos en este espacio.
Lacan hace referencia a la “revolución copernicana” realizada por Freud al definir al sujeto como escindido, como sujeto del inconsciente, y afirma que dicha revolución se consolida al postular su subordinación a una estructura que lo determina. Destaca que con Freud surge una nueva perspectiva que revoluciona el estudio de la subjetividad y muestra, justamente, que “sujeto” no se confunde con “individuo”, remarcando entonces dos cuestiones fundamentales:
  1. su escisión o división que supone lo inconsciente.
  2. subordinación a una estructura que lo determina.
Desde la propuesta de Lacan, el orden simbólico opera como determinante, como legalidad, en cuanto al lugar del sujeto en su relación al Otro, que está regulada o mediada por un código o sistema de reglas y convenciones del orden simbólico que permite estructurar el intercambio a partir del lenguaje. Lacan aclara que el inconsciente freudiano no es un reservorio instintual, sino que primordialmente es lingüístico, proponiendo que el inconsciente estaría estructurado como el lenguaje, en tanto sólo puede ser captado al ser puesto en palabras. El inconsciente está estructurado como el lenguaje, sostuvo Lacan, pero no solamente como un lenguaje, diría él más adelante, sino como un lenguaje y un saber, que es saber inconsciente.
Así definido, es claro que el concepto de sujeto, sostenido o soportado por estructuras pre-existentes y a su vez soportadas por aquel, se opone a la concepción de “individuo”, que marca como indiviso una entidad homogénea y compacta, con la que se manejan distintas corrientes psicológicas.
En cuanto a lo referido a la ética, ésta es dimensión esencial de teoría y clínica psicoanalíticas en su relación con la noción de sujeto en que se sostiene, y no es sin ella. Toda concepción del hombre, aclaremos, está fundamentada en una ética aunque ésta no se especifique o enuncie. En psicoanálisis la noción de deseo es concepto teórico básico: en la concepción dinámica como polo del conflicto, en el modelo del sueño, en la formación sintomática o en la relación con el otro significativo, siendo definitorio para localizar al sujeto en la estructura y en el terreno de la psicopatología. La ética psicoanalítica es ética del deseo, en tanto la noción de sujeto del psicoanálisis supone la relación “deseo - inconsciente” propuesta por Freud. No propicia desde su clínica lograr el bienestar como “objetivo” que sí buscan algunas terapias psicológicas en un tiempo en el cual los objetos y los bienes producen la felicidad al hombre si puede lograrlos. El psicoanálisis no sostiene una ética del bienestar o del placer. Las éticas hedonistas son un conjunto muy heterogéneo que colocan a los bienes como algo supremo que regiría la conducta y se subordina todo a poseerlos.[4] La ética del psicoanálisis claramente no es ética hedonista, manteniendo dirección contraria a las propuestas de la sociedad de consumo. Es más, desde la segunda tópica con la conceptualización de la pulsión de muerte, la teoría freudiana tiene en cuenta la noción de malestar y propone ocuparse en estudiar las consecuencias del malestar que provoca la cultura en el psiquismo, que sería ineliminable pues aunque, por momentos, se puede alcanzar la felicidad la misma es algo que siempre se esfuma, sosteniendo Freud que el ser humano “se vuelve” neurótico:
“...porque no puede soportar la medida de frustración que la sociedad le impone en aras de sus ideales culturales”.[5]
Tampoco la ética del psicoanálisis es utilitarista, y opone a la ética del utilitarismo su máxima que se ubica como imperativo kantiano y que Lacan expresa como pregunta:
“¿Has actuado conforme al deseo que te habita?”.
La ética del psicoanálisis es pues, decíamos: ética del deseo.
La noción de deseo es puesta en primer plano de la teoría psicoanalítica por Freud y luego por Lacan, definido ciertamente como deseo inconsciente, concepto en el cual se enlazan inconsciente y sexualidad en tanto las temáticas y las representaciones inconcientes están exclusivamente referidas al deseo sexual.
La dirección de la cura psicoanalítica sostiene la importancia de que el analizante descubra su deseo. Es en la dirección de reconocer y hacerse dueño del propio deseo, hacia el descubrimiento de la verdad de su deseo, a lo que tiende la cura psicoanalítica desprendiéndose del deseo alienante del Otro.
Lacan lleva la apuesta freudiana a un punto de máxima posición al sostener que el deseo surge originariamente en el campo del Otro, en lo inconsciente, remarcando el lazo “deseo - inconsciente” en tanto el deseo surge en el campo del Otro y en relación al deseo del Otro.
Así pues, la ética que sostiene la teoría psicoanalítica, y que se expresa en su quehacer, supone reconocimiento, fortalecimiento o rectificación de la posición del sujeto respecto de su deseo. Apunta a descubrir la dimensión oculta del deseo en el enigma del síntoma neurótico, y en la falta de nitidez de la construcción fantasmática, para que el sujeto pueda llegar a actuar conforme a su propio deseo.

Paradigma de la complejidad y pensamiento complejo

El psicoanálisis hace su aparición en el universo científico de fines del siglo XIX y despliega su conceptualización durante el siglo XX. Ahora bien: ¿qué sucede con el pensamiento científico durante el siglo pasado y comienzos del siglo en el cual vivimos y con el cual el psicoanálisis conviviera y convive?
El conocimiento científico fue concebido durante mucho tiempo, y aún es así a menudo o en ciertos espacios, como teniendo por misión disipar la aparente complejidad de los fenómenos a fin de revelar el orden simple al que obedecen. El problema es que los intentos simplificadores del conocimiento mutilaron, redujeron o empobrecieron las realidades o fenómenos definidos para su estudio, produciendo más desconocimiento o ceguera que elucidación, en un reduccionismo científico con el que se pretende anular la angustia ante el desconocimiento.
Pero entonces surge como pregunta:
¿cómo encarar la complejidad de un modo no-simplificador?
Con el pasaje de la modernidad a la posmodernidad y luego al tiempo del capitalismo tardío, se produce un cambio de paradigma.
Thomas Kuhn considera a los paradigmas “como realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante ciento tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica”.[6] Un paradigma es una cosmovisión particular de ver el mundo que cuestiona el orden establecido, lo somete a una contínua crítica y determina grandes transformaciones.
A fines del siglo XIX y principios del XX se produce un cambio de paradigma al ser conmovido el paradigma cartesiano de la modernidad, fuerte y aparentemente irrefutable, por la formulación desde el “paradigma de la complejidad” del “principio de incertidumbre” de Heisemberg y la demostración de “la existencia de singularidades” en las trayectorias de ciertos sistemas. El “principio de incertidumbre”, introducido a partir de las formulaciones de la mecánica y de la física cuántica, muestra la imposibilidad de obtener conocimiento totalmente objetivo cuando se hacen mediciones de ciertos fenómenos en tanto el sujeto, como observador, perturba al objeto observado de tal forma que en estos casos siempre se introduce una incertidumbre imposible de eliminar. En cuanto a la afirmación de la existencia de singularidades en ciertas trayectorias fue postulada por el matemático francés Jules Henri Poincaré, a fines del siglo pasado, al demostrar que ciertos sistemas, regidos por leyes deterministas, presentaban trayectorias de evolución que llegaban a puntos de indeterminación en los cuales el sistema podría llegar a optar por varias posibilidades, en un lugar definido como punto de bifurcación.
Así pues, para dar cuenta del pensamiento de nuestro tiempo, a nivel de lo científico, es imposible dejar de considerar el “paradigma de la complejidad”. Edgar Morin, filósofo francés, en su libro Introducción al pensamiento complejo, es quien propone este concepto: “paradigma de la complejidad”,[7] e incluye la incertidumbre como variable en nuestro pensamiento. Sostiene que lo simple no existe, sino que sólo existe lo simplificado, y que la complejidad se presenta como lo inextricable, lo enredado, lo ambiguo, la incertidumbre, no pudiendo resumirse en una palabra maestra o en una ley. Es un tejido de constituyentes heterogéneos inseparablemente asociados en una paradójica relación de lo uno y lo múltiple, una mezcla íntima de orden y desorden. El siglo XX representó, según Morin, una era de antagonismos que dejó una mundialización unificadora y global pero conflictiva y desigual. El presente siglo enfrenta importantes retos, dando cuenta de las nuevas incertidumbres en la ciencia para demostrar las debilidades del paradigma de la simplicidad.
Pero creer que la complejidad conduce a la eliminación de la simplicidad es una equivocación. La complejidad integra en sí misma todo aquello que pone orden, claridad, distinción, precisión en el conocimiento, a diferencia de lo que sucede con el pensamiento simplificador que desintegra la complejidad de la realidad. Es correcto pensar que el pensamiento complejo integra lo más posible los modos simplificadores de pensar, pero rechazando los reduccionismos y las mutilaciones o los recortes que simplifican, considerando por lo contrario que el estudio de cualquier aspecto de la experiencia humana ha de ser, por necesidad, multifacético e implica el reconocimiento de un principio de incompletud y de incertidumbre.
Ilya Prigogine vaticina que con el pensamiento complejo la humanidad llegará al fin de las certidumbres[8] que empobrecen el acceso al conocimiento. Premio Nobel de Química 1977 por su contribución al estudio de la termodinámica y a su teoría sobre las estructuras disipativas, Prigogine, de origen ruso, resalta la importancia de la incertidumbre que mueve a buscar las bases constructivas del futuro y entiende que el tiempo de la certidumbre y la racionalidad pertenece a una cosmovisión y a paradigmas superados. A partir de la incertidumbre sería posible la creatividad constructiva, sosteniendo que no hay una dirección única en la construcción de la realidad, jerarquizando la importancia del desorden creador para el arte y para la ciencia. Prigogine es uno de los teóricos de la teoría del caos y del orden subsiguiente al caos, de las estructuras disipativas que afloran en los procesos de autoorganización. Considera este autor que el caos está en el origen de la vida y de la inteligencia, siendo de tal forma la inestabilidad y el caos la base constructiva del orden.
La modernidad estuvo signada por el “paradigma de la simplificación”, formulado por Descartes, principio rector del saber occidental desde el siglo XVII. Este paradigma, regido por los principios de disyunción, reducción y abstracción, desarticula al sujeto pensante, ego cogitans, y la cosa extensa, res extensa, es decir filosofía y ciencia, y proponía la reducción de lo complejo a lo simple. La historia del pensamiento moderno estuvo definida por el esfuerzo de entender la naturaleza de las cosas y los sucesos simplificando permanentemente los fenómenos para su mejor comprensión. Y fue, precisamente, bajo el manto de este pensamiento mecanicista que se produjo la reducción de lo complejo a lo simple y a la hiperespecialización, fragmentando profundamente el entramado complejo de la realidad.
El pensamiento complejo no se opone a que puedan existir la claridad, el orden, el determinismo, pero los sabe insuficientes en tanto no es posible programar el descubrimiento, el conocimiento, ni inclusive, y por añadidura, la acción. Recuerda permanentemente que la realidad es cambiante, que lo nuevo puede producirse en cualquier momento porque con seguridad va a surgir. La teoría del pensamiento complejo, ideada por Morin, sostiene que la realidad se comprende y se explica desde todas las perspectivas posibles. Entiende que un fenómeno específico puede ser analizado en las más diversas áreas del conocimiento, desde una perspectiva multidisciplinaria, y que tanto la realidad como el pensamiento y el conocimiento son complejos y por ello es preciso usar la complejidad para entender el mundo.
En este panorama del pensamiento científico presenta el psicoanálisis sus propuestas, definiendo al sujeto como sujeto del inconsciente, como sujeto escindido, y produciendo una conmoción que Lacan equipara a la revolución copernicana al descentrar al sujet...

Índice

  1. PRÓLOGO
  2. PARTE 1. EL SUJETO EN TIEMPOS DEL CAPITALISMO TARDÍO
  3. PARTE 2. ADOLESCENCIA
  4. PARTE 3. JUVENTUD
  5. BIBLIOGRAFÍA
  6. NOTAS