Ensayo negro
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Ensayo negro

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En esta obra de Tomás Abraham se comentan obras singulares de filósofos de todos los tiempos, desde Platón hasta Foucault. Estos filósofos se caracterizan por decir algo sobre la vida: la moral, el poder, la belleza, el cuerpo y el alma; siempre con argumentaciones y la puesta en escena de todas las mediaciones posibles.

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Información

Editorial
Eudeba
Año
2016
ISBN
9789502321660
Categoría
Filosofía
LOS MIEDOS DE KIERKEGAARD
LA PRISIÓN CONYUGAL
Es emocionante escribir sobre Kierkegaard. No es como otros filósofos. En realidad no hay un filósofo que sea parecido a otro. Pero hubo pocos que se expusieron personalmente en sus escritos como él lo ha hecho. Situación extraña ya que casi siempre escribió con pseudónimos. Debe ser una costumbre rara pero de todos modos no exclusiva del filósofo danés el carácter intimista a la vez que disimulado de sus libros. Lo hace a la manera de Nietzsche, que dice Ecce Homo! y señala para otro lado.
Sin embargo, hay que reconocer que Kierkegaard no es sólo un escritor emotivo; en realidad su pensamiento llega con frecuencia a un grado de abstracción digna de los grandes escolásticos. Hasta tal punto de complejidad lleva sus elaboraciones teorizantes que el lector se pierde con facilidad. Es que Søren da tantas vueltas alrededor de sí mismo que nos deja a nosotros también mareados y en el mismo lugar.
Lo emotivo en Kierkegaard no radica en que pone sentimiento en su prosa, su juego de acercamiento y distancia impide los apegos –recordemos que es un seductor–; tampoco se debe a una alta dosis de intensidad melodramática. Tiene buen gusto, y al estar hecho a la medida del personaje del dandy, de moda en aquellos tiempos, se cuida de no ser vulgar.
Abstracción e intensidad no se contraponen en Kierkegaard, así lo resumía Theodor Adorno: “Ella (la espiritualidad absoluta) no es el ser, cuyo sentido habría que esclarecer ontológicamente, sino una función que involucra un sentido. En cuanto tal se llama, no por azar, con un nombre que recuerda el carácter dionisíaco de la naturaleza: pasión”.
Pero esta pasión es concreta. El impacto emocional proviene de su desesperada necesidad de expresarse y de buscar sin tregua la forma adecuada para su manifestación escrita.
Kierkegaard es un escritor, a pesar de ser una vocación que declara extraña, inconfesa, comprometida con el mal, hija de la vanidad pecaminosa de un hombre tentado por la fama.
Georges Bataille escribió un ensayo llamado La literatura y el mal. Entre los ejemplos del entramado instalado por el autor entre inocencia y culpabilidad de quien escribe, de Emily Brontë, a Baudelaire, Jean Genet y Sade, bien podría haber agregado a Kierkegaard, culpable de vocación literaria.
La categoría de filósofo no le cuadra, la rechaza, jamás se le ocurriría pertenecer a la galería de los especuladores del concepto. Pero se hace filósofo.
No es un poeta, por el contrario, el poeta es su interlocutor negativo, representa la voz del esteta, del diletante impotente adicto al brillo formal, pero se hace poeta.
No es un místico, para Kierkegaard la racionalidad es indispensable ya que pone en funcionamiento el entusiasmo diurno, la insaciabilidad del hombre disconforme, del buscador de la verdad. Sin embargo, su revuelta incesante persigue la unidad y desea la fusión.
No es un pastor religioso, los credos no son más que protocolos de un ceremonial nefasto, el más sombrío de todos, porque se enmascara con la divinidad. Pero el sermón atraviesa sus escritos, el púlpito le sirve para declamar, y el más allá de Dios es su emblema.
Ni filósofo, ni poeta, ni místico, ni pastor, pero sí actor. Hay algo de actor en Søren Kierkegaard. Su postura autoral es, en realidad, actoral. La pseudonimia es parte de esta vocación. Su afición por travestirse, por cambiar de tono, multiplicar las formas, el estilo de interlocución y monólogo característicos de un show unipersonal, su modo de interpelar al lector como si fuera un espectador de teatro, muestran a un comediante. Todas estas son formas de quien está dotado para la representación dramática y la escritura escénica.
En esta vocación, en este insistente llamado teatral, hay dos notas salientes. Una es la conciencia del juego. La otra es la conciencia de la falta de autenticidad en toda actuación. No son dos fases de la misma conciencia, no se unen por el filo de una moneda, ni son las dos caras de una única pieza, están separadas y pueden alternarse sin una bisagra que las ensamble.
El juego es la matriz de la actuación. La conciencia de lo que se hace es plena. Nada es espontáneo en su desarrollo; sin embargo, la imprevisibilidad define el hecho de jugar. No hay juego con un resultado programado y con los gestos automatizados. El juego deja de serlo cuando lo absorbe la técnica y la norma lo determina.
El juego tiene reglas pero deja un lugar a la inventiva y al talento sin los cuales el jugador se convierte en una marioneta. De ahí que haya placer en jugar y que se diferencie de lo que es trabajar. La intriga, la acechanza, el disimulo, la apropiación del tiempo, la necesidad de un adversario, el desafío en controlarlo y vencerlo, estas peripecias lúdicas son parte de lo que Kierkegaard llama “seducción”. Son conocidos sus textos Diario de un seductor y Cartas de un noviazgo.
Entre las figuras literarias y sociales por las que transita la pluma de Kierkegaard nos encontramos con ésta, la del “novio”. Ser novio y comprometerse con una sola y única mujer.
Además tiene especial interés por las formas de la seducción y la figura del Seductor. Los personajes de Don Juan y Fausto son parte de su galería de personajes filosóficos. Plantean problemas existenciales. Acabamos de transcribir la palabra santuario de la filosofía kierkegaardiana, por la cual ocupa un lugar en el panteón de la filosofía contemporánea: existencia. Pero no nos detendremos aquí, por ahora seguimos nuestra ruta.
A muchos podrá interesarles la versión que ofrece Søren de la conquista amorosa. No podemos culparlo por ser algo antigua. El seductor como cazador y la niña como su presa. De todos modos destacaría lo siguiente. Hay quienes se sienten a gusto con los procedimientos estratégicos en el rubro del amor. La frialdad planificadora, la trampa ideada para que caiga el pichoncito, le da al gavilán la sensación de poder. En la seducción activa se expone de un modo claro y distinto el modo en que el amor y el poder pueden conjugarse juntos.
Seducción activa, ya que resulta del pensamiento de uno de los protagonistas con un objetivo y un deseo explícito, y no de la seducción como forma mágica del encanto amoroso. Hoy diríamos que la seducción activa es una avanzada erótica de acuerdo a una estrategia de mercado.
En los tiempos de Kierkegaard la conversación “interesante” y el ser interesante eran productos codiciados siempre que estuvieran ayudados por un linaje respetable. Regina, la presa de Søren, no es aún Emma Bovary. Søren era un señor de buena familia, un heredero burgués con las costas pagas y la prestancia de un joven caballero a la moda de Copenhague.
La idea del Seductor es la de dominar a su presa con el menor uso posible de tácticas amorosas. El verdadero triunfo lo tiene quien no le demuestra afecto alguno a su elegida, ni siquiera le pronuncia palabras de cortejante. Debe armar situaciones que permanentemente atraigan la atención de la doncella, que la desconcierten, que la hagan cautiva de un misterio, que la lleven por el laberinto del deseo indomable. Así, de a poco, gradual pero inexorablemente, sin recurrir al sentimiento, con una calculada frialdad se hace dueño de su porvenir.
Escribe: “Por medio de sus finísimas facultades intelectuales, sabía inducir de forma maravillosa a una muchacha a la tentación, ligarla a su persona incluso sin tomarla, sin desear siquiera poseerla, en el más estricto sentido de la palabra.
Imagino perfectamente cómo sabía conducir a una muchacha hasta sentirse seguro de que ella iba a sacrificarlo todo por él. Y cuando lo había conseguido, cortaba de plano”.
Cordelia es el nombre de la presa, invocación de la leal y devota hija del rey Lear. Él se llama Johannes, autor ficticio de este Diario de un seductor, que un caballero anónimo encuentra casualmente. Juego de espejos, autoría disipada en los reenvíos especulares. Un seductor no siente nada en su corazón, lo tiene congelado. Sus válvulas se abren y cierran de acuerdo a un ritmo cerebral. Nada lo altera. Es un estoico perverso. Sabe que su libertad depende de su poder sobre sí mismo y del dominio de las circunstancias en las que se desenvuelve. Necesita dominar para ser. Se siente vivir cuando acecha. Le gusta esconderse y espiar. Es un voyeur, un fóbico, un histérico, puede tener todos los atributos que se nos pueda ocurrir de acuerdo a los historiales clínicos y a las elaboraciones teóricas del doctor Freud. Pero no ensanchan el horizonte de nuestra comprensión. El mundo de los sentimientos es un guisado, hay de todo y las formaciones psíquicas pueden osificarse pero en identidades fuera de especie.
Dice Johannes que le gustaría entrar como un sirviente en una casa en la que hay señoras jóvenes. Son fantasías cortesanas. Los salones de las relaciones peligrosas. En el mundo del cine Gerard Philippe y John Malkovich mostraron el arte del embaucador de alcobas. Pero en Kierkegaard hay una resistencia al acto sexual. No se consuma el deseo. El dispositivo de humillación puesto en juego en la seducción no incluye el coito. Es un erotismo sublimado y contenido. Hay que irse con el deseo a otra parte. El premio no es el goce sexual sino el goce de la libertad, el poder no querer. El goce de la abstención.
Más allá del placer vulgar hay otro refinado. El seductor dice pertenecer a la escuela de Cuvier, tiene mirada de anatomista, mira los piececitos de Cordelia con curiosidad científica. Todo en él es mirada de detalles morfológicos, por lo general en diminutivo: carita, manitas, piececitos, deditos, extremidades, languideces, palideces, nunca un buen trasero, jamás una seno gordo y blanco. Estamos en Copenhague, hace frío, la gente abrigada va a la ópera y la gente decente camina por una vereda y las voluptuosas actrices de Boulevard por la otra. Lo suculento es ordinario.
Estoico perverso en lucha contra dos maldiciones de la Babilonia ilustrada: el aburrimiento y el azar. “¡Maldito azar! ¡Tú, mi único amigo íntimo, único ser que creía digno de confianza, de mi alianza y de mi enemistad, siempre inestable y siempre igual a sí mismo, siempre incomprensible, eterno enigma!”
El spleen, el hastío de la gran ciudad, la desesperación del dandy. Pero hay algo más en esta entrega de Kierkegaard que un cuadro de costumbres y una escena epocal. Si nada nos interpelara la mera fuerza del texto no superaría los encantos del exotismo.
Enamorarse es una cosa y saberse enamorado es otra. La reflexión anula la intensidad emotiva. Kierkegaard es un filósofo para quien el modelo de la crítica kantiana, el de la reflexión analítica, así como el de la especulación dialéctica, son obstáculos que impiden el acceso a la verdad. El volver sobre sí con el pensamiento nos aleja de la realidad del objeto y adormece la verdad del sujeto. Partícipe del movimiento romántico, su pensamiento gira alrededor del ideal del conocimiento intuitivo y de la inmediatez del Absoluto.
No es con la reflexión ni con el entendimiento categorial que se accede a la plenitud de un saber que es ser a la vez, sino con la facultad de la imaginación reelaborada en una teoría estética y una nueva valoración del Arte. Y amar también es un arte.
La inevitabilidad de la escisión del que siente y sabe, la imposibilidad de mantenerse en la completud de la pasión amorosa, la maldición de la razón que todo lo separa y objetiviza, no le dejan otra alternativa al seductor que hacer del desdoblamiento de la consciencia amorosa un arte amatorio. Extremar la duplicidad y fijarla en un canon.
“Cuando una muchacha, no despierta en nosotros desde la primera mirada una impresión tan viva que cree una imagen ideal de sí misma, generalmente no es digna de que nos tomemos el trabajo de buscarla en la realidad.”
De un cuerpo se proyecta otro cuerpo, los orientalistas dirían un cuerpo astral o un aura, sólo que este espectro no queda en suspenso en el aire sino que penetra nuestra mente y se convierte en nuestro propio fantasma, nos posee, hemos hecho de la sensación una imagen poderosa. Un ideal. Hay algo más grande que nosotros. El amor romántico ha marcado nuestra sensibilidad. La amada o el amado deben ser un espejismo. Nos gusta ser engañados. Creemos en la trampa. Queremos soñar. No nos asusta el universo mágico. Nadie se enamora de un ADN pero sí de una foto. El cuerpo del otro es un molde que segrega nuestra fantasía y modela nuestra percepción.
Carlos Correas en su prólogo a las Cartas de un noviazgo dice que el lenguaje de la seducción es mítico. Su sentido es hechizo. Escribe: “Regina es lo que le pasa a Kierkegaard; un nuevo objeto como retrato mítico, cuyo correspondiente ‘saber’ pertenece al registro de la contemplación estética y de la verdad de la existencia como interioridad”.
Una de las formas en que se manifiesta el ideal es la repetición, concepto casi inasible e intraducible de Kierkegaard. Repetir no es reproducir un hecho pasado sino proyectar el actual a un futuro. Rememorar para adelante. El futuro anterior: yo habré amado.
Gracias a la repetición, la actualidad amatoria se tiñe de melancolía. Se evoca aquello que no será, rasgo propio de la melancolía que la distingue del mero extrañar.
Con un breve paréntesis, proponemos la siguiente ecuación: la angustia es al miedo lo que la melancolía es a la nostalgia. Mientras se teme algo y se extraña lo que ya no es, en la angustia se tiene miedo de nada y en la melancolía se extraña lo que ya no será.
Gracias a la repetición, el presente se rodea de un contorno poético que nos permite sublimar el cuerpo carnal y hacerlo espíritu con el ideal del amor. No hay como extrañar a quien sigue presente ahí y llena los ojos de hoy.
Se sale del hechizo y de la prisión mítica evitando el enamoramiento. Es decir, convirtiéndose en un seductor. Pero no todo es engaño y trampa. El seductor le dice a su muchacha que él la hará mujer, le mostrará lo que puede llegar a sentir, la dominará desde un saber secreto que la transfigurará. La muchacha no sabe lo que es capaz de hacer. Desconoce su “potencial”. Ella se entregará al maestro. La figura del seductor romántico es diabólica. La poseerá con su inteligencia. La dirigirá como un director de escena y barrerá con los escrúpulos y los miedos de su frágil inocencia. Su mayor triunfo es que la doncella confíe totalmente en él, y que se le entregue sin condiciones.
Su materia prima es el pudor femenino, su trabajo es convertirlo en desenfreno pasional y se corona la tarea con el abandono y la aflicción de la seducida. Pero la gloria es poder asegurarse la posteridad, que la muchacha no deje de adorarlo y que el seductor viva en su recuerdo. Es la venganza del zángano.
Dos figuras románticas se alternan en el amor de aquellos tiempos, el enamorado torpe, sufriente, dolorido, que padece un amor desdichado y se suicida, un Werther. El otro es un Fausto o un Don Juan, los conquistadores de Elvira de la ópera Don Juan de Mozart, y Margarita de El Fausto de Goethe.
Don Juan tuvo en sus brazos a 1003 mujeres; para una carrera con dedicación exclusiva a la fornicación no debería figurar en el Guinness World Records. Elvira es presa de la ambigüedad, odia a Don Juan, le exige pruebas de amor, la domina la indecisión pero no puede desprenderse del hechizo. Kierkegaard en sus estudios estéticos la llama “la amiga de la pena”. El filósofo dice que la domina “la paradoja”.
“Me ama, no me ama”, dice por otro lado la dulce Margarita invocando al Fausto, al seductor de una sola doncella. Fausto es un hombre problemático. La insaciabilidad de Don Juan no es su característica anímica. No es un adicto. Lo atormenta la densidad asfixiante de la vida. Todo le parece una segunda versión. Vive un mundo de duplicaciones. La comedia social le impide siquiera sentir. La pompa pensante succiona su espíritu. Desea la inmediatez, el contacto directo. No es un animal, no es un ser con la automaticidad y los reflejos de los seres instintivos. Po...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legales
  4. Dedicatoria
  5. Prólogo
  6. El NO y las Sombras
  7. Una ética para seres superiores
  8. La serenidad del yo
  9. La voluntad partida
  10. Entre el cinismo y la tragedia
  11. La doble faz de un santo
  12. El poder del conocimiento
  13. La visión de Pascal
  14. La metafísica fantástica
  15. Recuerdos liberales
  16. El empirismo amable
  17. La razón optimista de Adam Smith
  18. El poder de la difamación
  19. La fisura kantiana
  20. Un intruso en la filosofía
  21. La misión hegeliana
  22. Los miedos de Kierkegaard
  23. Espiritualidad y ciencia
  24. La risa de Nietzsche
  25. Bárbaros, esclavos y mujeres
  26. Inconsciente y deseo
  27. El secreto de Einstein
  28. La disidente
  29. El tiranosabio (un animal poshistórico)
  30. El pensador navaja
  31. La importancia de no haber leído a Wittgenstein y citarlo
  32. Leer a Foucault
  33. La parábola de Michel Foucault
  34. El bello peligro