Trascender el legado recibido
Al promediar su estudio sobre la historiografía de la revolución científica, H. Floris Cohen (1994: 305) observa que:
Lo que debe investigarse son aquellas características entramadas con la tradición que se constituyen en los puntos de unión críticos, los verdaderos pasos creativos, los cuales, en su conjunto, conforman la plataforma de la ciencia moderna temprana... [De este modo, en el caso de Galileo] El problema no es explicar cómo llegó a utilizar el legado griego, a pesar de todo lo interesante que este estudio pueda tener en sí mismo, sino cómo fue posible trascenderlo.
Sin embargo, a pesar de reconocer que Galileo es el hombre en quien culmina la tradición entera de la matemática renacentista italiana, Cohen no especifica cómo hizo Galileo para trascender tal legado, señalando solamente que "Disfrutando del patronazgo de Guidobaldo, quien le aseguró una cátedra de matemática en Pisa, y adoptando su programa, Galileo rápidamente fue más allá de su purismo rígido y aprendió en última instancia a imbuirlo con las ideas dinámicas que, a pesar de su vaguedad no matemática, probaron ser adecuadas para su matematización a la manera de Arquímedes" (Cohen, 1994: 276).
Continuidad e historia intelectual
Formular el problema de este modo, poniendo el énfasis en la manera específica en que Galileo logró marcar una diferencia con el pasado, retiene el interés de la historia de la ciencia en la igura individual de Galileo y evita, al mismo tiempo, las dicotomías preconcebidas sobre ruptura y continuidad. En nuestros días, otorgarle un papel signiicativo a un individuo en el avance de la ciencia se asocia a una historiografía triunfalista y romántica francamente desprestigiada.[1] Por mi parte, creo que la única manera de evaluarlo consiste en detenerse en los problemas intelectuales y empíricos que Galileo enfrentó, y en la manera en que buscó resolverlos. En tanto la historia intelectual mantenga su valor, es aquí donde encuentra su mejor medida.
Tanto las explicaciones continuistas como las rupturistas tienden a desmerecer el papel que ocupan las dificultades empíricas en las decisiones realizadas para combinar elementos de tradiciones diversas en una nueva síntesis. Las primeras por generalizar, las segundas por negar la continuidad al problema que les otorga a tales diicultades su carácter y relevancia.
Nueva síntesis
Por mi parte trataré, en lo que sigue, de cumplir con el imperativo de Cohen del comienzo, poniendo de manifiesto los fundamentos conceptuales que convergen en el surgimiento de la dinámica galileana y cómo Galileo consiguió combinarlos en una nueva síntesis.
Tales elementos pertenecen a cuatro tradiciones diferentes: a) Los principios de la balanza de Arquímedes (287-212 a.C.) y su noción de peso específico; b) La dinámica de Aristóteles (384-322 a.C.) basada en lugares naturales; c) La noción de fuerza impresa de Avempace (1090-1139); d) La noción de velocidad virtual, sugerida en la tradición de Jordanus Nemorarius (1225-1260) y desarrollada en el tratado pseudo aristotélico Quaestiones Mechanicae, de amplia difusión durante el Renacimiento.
Más específicamente, trataré de resaltar la importancia de la adopción por parte de Galileo del principio de velocidad virtual, proveniente de la tradición medieval de Jordano Nemorario, para el desarrollo de un pensamiento propiamente dinámico a partir de problemas tratados inicialmente de modo estático. Paralelamente, enfatizaré el carácter empírico de la dificultad que justificó su adopción, a pesar de ser tal principio explícitamente rechazado) por la tradición arquimedeana más purista, a la que pertenecía, incluso, su patrón y mentor, Guidobaldo del Monte (1545-1607).
Cambio teórico e innovación metodológica
Para poder llevar adelante esta tarea es necesario, como paso previo, separar ciencia y método, al menos en todo lo que tal unión conduce a alguna de las siguientes dos asociaciones:
a) nuevo método-nueva ciencia ("Galileo como revolucionario en cuanto a teoría y método", propio del metodologismo con presencia decreciente en nuestros días);
b) carencia de método-ausencia de ciencia ("Galileo como retórico" propio del sociologismo con presencia creciente en nuestros días).[2]
El sentido de la distinción que quiero revalorizar aquí se encuentra ya contenida en la afirmación clásica del libro II de la Metafísica, cuando Aristóteles observa que "es absurdo inquirir por el modo como procede la ciencia en el momento mismo en que se trata de alcanzarla".[3]
En mi opinión, no deben perderse de vista estas palabras de Aristóteles a la hora de considerar el problema de la mayor o menor continuidad del fundamento de la ciencia galileana con su pasado, es decir, de mantener siempre presente la distinción entre el contenido de una investigación y el modo de llevarla a cabo. El fin de esta observación es enfatizar que la controversia que condujo al cambio teórico (p.e. dinámica) responde a problemas, iniciativas y estrategias diferentes a la que condujo a la innovación metodológica ocurrida entre los siglos XVI y XVII.
La metodología renacentista
De este modo, por ejemplo, puede apreciarse al mismo tiempo el resultado de investigaciones como las de Neal Gilbert sobre la metodología renacentista, que explicitan las innovaciones metodológicas de Giacomo Aconzio (1492-1566?), Giulio Pace (1550-1635) o Girolamo Borro (15121592), y aun así considerar que no estuvo allí el fundamento de la nueva ciencia (Gilbert, 1960: 180).
Paralelamente, puede acordarse con Gilbert en ver en tales innovaciones, y no en Galileo, los inicios de la reacción contra los modos escolásticos de argumentación que será completada por Descartes. Efectivamente, si reparamos en los objetivos e intenciones de tales autores, vemos que sus críticas no fueron motivadas por problemas empíricos, ni tuvieron la intención de renovar el modo de comprender el mundo natural.
Aconzio y Pace pretendieron dar una versión sistemática y metodológica del método, que consideraban faltante en la obra de Aristóteles (Mercer, 1993: 50; Gilbert, 1960: 181); y Borro -si bien con una orientación más empírica que los anteriores- (Wallace, 1998: 38) combinó la protesta usual del humanismo contra la lógica medieval con una versión particular de la metodología aristotélica (Gilbert, 1960: 191).[4]
Por el contrario, la propuesta humanista debe más a la crítica filológica que cuestiona el significado medieval de methodus y prefiere la etimología de raíz estoica que liga el término con cierta techné. De este modo, cualquier arte consistirá en: "ser presentado mediante reglas breves, claras y fácilmente memorizables que permitan que el alumno lo domine en el menor tiempo posible" (Gilbert, 1960: 65). La diferencia con el sentido propiamente epistémico de "método" se vuelve más patente cuando se percibe que el énfasis en la rapidez responde al deseo, común entre los humanistas, de "no volverse viejos y canosos estudiando lógica" (Gilbert, 1960: 71).
El punto es que esta crítica metodológica, si bien dará lugar a una importante reforma educativa y curricular, no será el fundamento de la ruptura con la filosofía natural tradicional. En tal sentido, esta reforma podría ser a mi juicio bien descripta con las palabras del historiador de la cultura Peter Burke (1988: 130), sobre las renovaciones humanistas: "hicieron algo nuevo tratando de recuperar la tradición más antigua".
Tensión en la mecánica renacentista
La tradición arquimedeana de Urbino
La tradición arquimedeana de la Escuela de Urbino puede verse como continuación del cambio de actitud respecto de las primeras traducciones de los textos matemáticos griegos que, según el historiador de la matemática renacentista, Paul Rose (1975: 154 y ss.), habría comenzado con el matemático benedictino Francesco Maurolico (1494-1575), al abandonar la preocupación principal de los ilólogos humanistas de rescatar la integridad literaria de los textos, a favor de su integridad matemática.
Hijo de un médico griego, que al igual que el Cardenal Bessario (1403-1472), emigró luego del saqueo de Constantinopla, creció en un entorno intelectual dominado por el humanismo griego y fue instruido en matemáticas y letras por el discípulo de Bessario, Constantine Lascaris (1434-1501), y en humanidades por el sacerdote de Messina Francesco Faraone.
En 1532, Maurolico dio lecciones sobre los libros I a XII de los Elementos de Euclides a su patrón Girolamo Baressi en Messina, a partir de los cuales comenzó una versión condensada de los mismos en la que, según testimonio de Rose, trabajó los siguientes treinta años. Al hacerlo, Maurolico se habría sentido disconforme con las traducciones de J. Campanus (12201296) y B. Zamberti (n. ca. 1473) rehaciendo completamente los primeros IV libros, agregando pruebas faltantes, acortando otras y omitiendo las redundantes.
Y es aquí donde el objetivo humanista de la integridad literaria fue desplazado por la reconstrucción de los aspectos estrictamente matemáticos de los textos. En tal sentido, para el pleno resurgimiento de la matemática, fue fundamental el principio de que no hay nada de malo en corregir los textos clásicos (dado que incluso los matemáticos griegos podían equivocarse), siempre que se haga por un matemático experto (Rose, 1975: 166-167).
Continuidad y centro de gravedad
La continuidad entre la concepción de la matemática de Maurolico hasta Galileo puede rastrearse a través de problemas de interés común. Maurolico había señalado que una de las lagunas más importantes de la estática arquimedeana se refería al centro de gravedad de los sólidos (lo cual Arquímedes había tratado solamente en relación a las iguras planas rectilíneas).[5] Este mismo problema, asociado a la concepción de la matemática como la ciencia superior a partir de su certeza, fue retomado por el gran restaurador de la matemática y fundador de la Escuela de Urbino, Federico Commandino (1509-1575), a instancias de su patrón, Ranuccio Farnese, en 1564.
Commandino y Maurolico ya ha...