El estado y otros ensayos
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El estado y otros ensayos

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Los textos de esta edición congregan una variedad considerable de temas a los que Durkheim prestó atención y dedicación. Se trata de un conjunto de aproximaciones –artículos, lecciones, discursos, reseñasy fragmentos– que asisten como complemento a las cuatro obras que publicó en vida. Es factible ensayar una lectura de conjunto de estos textos en el marco de la obra del autor planteando un abordaje queno desdeñe la especificidad ni arremete en trazos gruesos tapando los matices que amerita un clásico de las dimensiones de Durkheim. Las indagaciones aquí formuladas se orientan a pensar la problemática de la autoridad. Como término recurrente pero algo huidizo a las definiciones estables, la noción se desplaza a lo largo de su obra de forma relativamente visible y adquiere un protagonismo algo mayor en sus últimos escritos. En pocas palabras, este concepto anuda de forma peculiar la variedad de áreas que los escritos ofrecidos en esta compilación invitan a pensar: la política, la educación, la ciencia y la religión. Entre ellos deambula una diversidad de objetos: el Estado, la nación, la escuela, la divinidad, la familia y las corporaciones.

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Información

Editorial
Eudeba
Año
2016
ISBN
9789502320380

EL ESTADO Y OTROS ENSAYOS

Émile Durkheim

El Estado[44]

Existen pocas palabras que sean tomadas en una acepción tan poco definida. A veces se entiende por Estado la sociedad política entera; otras, una parte solamente de esa Sociedad. Incluso cuando se entiende la palabra en esta última acepción, los límites que varían su extensión difieren según el caso. Comúnmente se dice que la Iglesia, el ejército, la universidad y, en una palabra, todos los servicios públicos forman parte del Estado. Pero entonces se confunden dos clases de organización completamente diferentes; a saber, las diversas administraciones judiciales, militares, universitarias, y el Estado propiamente dicho. Una cosa es el cuerpo de ingenieros, profesores, jueces; otra, los consejos gubernamentales, cámaras deliberantes, ministerios, consejos de ministros con sus dependencias inmediatas. El Estado es propiamente el conjunto de los únicos cuerpos sociales autorizados para hablar y actuar en el nombre de la sociedad. Cuando el parlamento ha votado una ley, cuando el gobierno ha tomado una decisión en los consejos de su competencia, toda la colectividad se encuentra ligada por eso mismo. En cuanto a las administraciones, son órganos secundarios colocados bajo la acción del Estado, pero que no lo constituyen. Su función es llevar a cabo las resoluciones dispuestas por el Estado. Así se explica que Estado y sociedad política se hayan vuelto expresiones sinónimas. Es que en efecto, a partir del momento en que las sociedades políticas alcanzaron cierto grado de complejidad sólo pueden seguir actuando colectivamente a través de la intervención del Estado.
La utilidad de un organismo de este tipo es introducir la reflexión en la vida social, reflexión que tiene un papel tanto más considerable cuanto que el Estado está más desarrollado. De seguro el Estado no crea la vida colectiva, así como el cerebro no crea la vida del cuerpo y tampoco es la causa primera de la solidaridad que allí une las funciones diversas. Puede haber y hay sociedades políticas sin Estado. Lo que constituye su conexión son tendencias, creencias dispersas en todas las conciencias y que las mueven oscuramente. Pero entonces semejante masa es como una multitud permanente y se sabe que la conducta de las multitudes se caracteriza por ser absolutamente irreflexiva; presiones diversas circulan en ella y la más violenta es la que desemboca en el acto, aun cuando sería lo menos razonable. Esto ocurre porque en las multitudes no hay centro donde todas las tendencias ciegas ante la acción desemboquen y que esté en condiciones de detenerlas, de oponerse a que pasen al acto antes de ser examinadas y de que una adhesión inteligente se avoque a (la realización) una vez terminado el examen.
He aquí precisamente el papel del Estado. Cuando hay un Estado, los móviles diversos que pueden conducir en direcciones divergentes a la multitud anónima de individuos ya no bastarían para determinar la conciencia colectiva, ya que esta determinación es el acto propio del Estado. Pero las razones que los partidos en conflicto alegan a favor de sus tendencias deben ser presentadas ante los órganos gubernamentales, que son los únicos autorizados para decidir; las diferentes corrientes que trabajan a la sociedad son confrontadas (opuestas) unas a otras, sometidas a una apreciación comparativa, y entonces o bien la elección se hace si hay alguien que parece tener que colocarla por sobre las otras, o alguna solución nueva se desprende de esas confrontaciones. Porque el Estado se sitúa en el punto central donde todos desembocarán; porque también puede darse cuenta mejor de la complejidad de las situaciones y de todos los elementos, porque (está en condiciones) de percibir cosas que escapan a todos los partidos que las incitan y constituir para nosotros formas de conducta preferibles a todas las que de este modo le han sido aconsejadas.
El Estado es pues ante todo un órgano de reflexión... Es la inteligencia puesta en el lugar del instinto oscuro. De allí proviene la naturaleza de las constituciones que (lo conforman). Todas tienen por objeto detener la acción demasiado rápida, demasiado equivocada, de manera de permitir la deliberación. He aquí por qué en torno al soberano que representa al Estado se ve la formación progresiva de consejos cada vez más complejos, que los proyectos de actos deben... y en los que deben ser sometidos a deliberaciones previas, antes de confirmar al órgano más elevado que decida definitivamente la acción. He aquí por qué en la medida de lo posible los consejos están compuestos de manera de que todos los sentimientos confusos entre los que se divide un país pueden expresarse en ellos y, por consiguiente, ser comparados. A condición de que los partidos...
¿Cuál es ahora la meta del Estado? Esta conciencia que el Estado toma de la sociedad, ¿para qué es? y ¿debe ser empleada?
En la historia la acción del Estado puede ser muy diferente: una es exterior, la otra interior. La primera está compuesta por manifestaciones violentas, agresivas; la otra es esencialmente pacífica y moral.
Cuanto más se retrocede en el pasado, más la primera se muestra preponderante. El Estado tiene pues por tarea principal incrementar la potencia material de la sociedad, ya sea extendiendo los territorios o incorporando a ellos un número cada vez más considerable de ciudadanos. El soberano era ante todo el hombre cuyas miradas se dirigen hacia fuera y cuyo esfuerzo consiste en ampliar las fronteras o destruir países vecinos. Un príncipe, quienquiera que sea, es ante todo el jefe de la armada; la armada es por excelencia el instrumento de su actividad y el órgano de la conquista. En cuanto a las causas que originan esta manera de entender los deberes del Estado, no se reducen a simples dificultades económicas con las que lidian las sociedades inferiores, sino que se deben principalmente a la concepción que entonces nos hacemos del Estado. Nos lo representamos hipostasiado... No está allí para los hombres cuya acción coordina; está allí para él mismo. No es el medio por el cual debe realizarse más felicidad o justicia, sino que se presenta como el objetivo de todos los esfuerzos individuales. En consecuencia, la meta de la vida privada y de la vida pública es volverlo tan serio, fuerte y tranquilizador como sea posible.
Pero... si bien el Estado es el encargado de la función militar, es... el órgano de la justicia social. Es por medio de él que se organiza la vida moral del país. En la medida en que hay derechos escritos, el derecho sólo existe en tanto es querido y deliberado por el Estado. Ahora bien, es fácil mostrar que cuanto más se avanza más se ve que las funciones interiores del Estado se desarrollan más tardíamente que las primeras... Mientras antaño la actividad militar estaba casi incesantemente en ejercicio, hoy en día la guerra se ha vuelto un estado excepcional. Por el contrario, es la actividad jurídica la que se ha vuelto casi continua. Las asambleas, los consejos donde se elaboran las leyes, jamás cesan, por así decir, en sus funciones. En todo momento se ve engrosarse progresivamente el volumen de los Códigos, lo que prueba que el derecho penetra en esferas de la vida social en las que anteriormente se encontraba ausente, y lo hace cada vez con mayor profundidad, sometiendo a su acción toda clase de relaciones que le estaban sustraídas. Es así como se vio constituirse progresivamente el derecho doméstico, el derecho contractual, el derecho comercial, el derecho industrial, es decir que se ha visto al (Estado intervenir) en la vida de la familia, en las relaciones contractuales, en las relaciones económicas. Y cada uno de esos códigos especiales va de la misma forma ampliando su influencia siempre más allá.
Por eso, a medida que se avanza en la historia, se observa a las relaciones sociales volverse cada vez más justas, al tiempo que los órganos del Estado se desarrollan. Para probar que el Estado crece y se fortifica de manera ininterrumpida desde los comienzos de la evolución moral basta con confrontar las organizaciones políticas complejas que caracterizan a las sociedades más civilizadas —sus asambleas deliberantes, los múltiples ministerios, los consejos que asisten a los ministros, el sinnúmero de administraciones que les están subordinadas— con la forma rudimentaria que tenía el Estado en las sociedades gregarias o rudimentarias. Aquí, algunos magistrados; allí, cuerpos de funcionarios, de representantes, siempre en crecimiento. Al mismo tiempo, el lugar hace a... de justicia se vuelve siempre más considerable. En efecto, los progresos de la justicia se miden según el grado de respeto del que los derechos del individuo son objeto, porque ser justo es dar a cada uno lo que está en derecho de exigir. Ahora bien, se ha vuelto hoy en día un lugar común histórico decir que los derechos del individuo van multiplicándose y adquieren un carácter cada vez más social. Mientras en un principio la persona humana no tenía valor, hoy es la cosa sagrada por excelencia, y todo atentado dirigido contra ella nos produce el mismo efecto que los atentados contra las divinidades favorables a los fieles de las religiones primitivas. Esos progresos de la justicia y del Estado son pues posibles porque el Estado es el órgano civil de la justicia, pero por... ese carácter.
¿Pero cómo es posible que desempeñe semejante papel? Basta... representarse la fuente principal de la injusticia. Proviene de la desigualdad; supone pues que hay en la sociedad fuerzas materiales o morales, es indistinto, que como consecuencia de su superioridad están en condiciones de subordinarse más allá de los derechos individuales que caen en su esfera de acción: castas, clases, corporaciones, camarillas de toda índole, todas personas económicas. En ciertos aspectos, entre nosotros la familia es tal vez y con frecuencia ha sido opresiva para el individuo. Para mantener a raya todas esas desigualdades, todas las injusticias que necesariamente resultan de eso, es preciso que por encima de todos esos grupos secundarios, de todas esas fuerzas sociales particulares, haya una fuerza igual (soberana) más elevada que todas las otras, que sea en consecuencia capaz de contenerlas y prevenir sus excesos. Esta fuerza es la del Estado. Por un lado, a causa de su función central, el Estado es (pues) más (apto) que cualquier otro órgano colectivo para advertir las necesidades generales de la vida en común e impedir que sean subordinadas a intereses particulares. Tales son las causas más (reales) del gran papel moral que desempeñó en la historia. Ello no significa decir que pueda bastar para todo. También él tiene necesidad de estar contenido por el conjunto de las fuerzas secundarias que le están subordinadas; de lo contrario, como todo órgano al que nada detiene, se desarrolla desmesuradamente, deviene tiránico y se excede. Ello no impide que en las sociedades complejas sea el instrumento necesario por el cual se realiza la igualdad y, por consiguiente, la justicia.
Desde ese punto de vista, muchas contradicciones que se esgrimen a veces ante la conciencia pública y que la trastornan se desvanecen. Así, a veces se ha (presentado) al Estado como un antagonista del individuo, como si los derechos de uno sólo pudieran desarrollarse en detrimento de los derechos del otro, siendo que en realidad progresan paralelamente. Cuanto más fuerte y activo se vuelve el Estado, más libre se vuelve el individuo. Es el Estado el que lo libera. Nada hay pues más funesto que despertar en el niño y alimentar en el hombre esos sentimientos de desconfianza y celos para con el Estado, como si fuera obra del individuo, cuando es por el contrario su protector natural y el único protector posible.
De todos esos hechos se deriva que cada vez más la actividad del Estado... tiene el deber de dirigirse hacia el derecho, debe concentrarse en el derecho y (hacer) que el derecho agresivo, expansivo, se vuelva pacífico, moral, científico. Sin duda, las funciones militares siguen siendo siempre necesarias; son indispensables para asegurar la existencia de cada uno y por consiguiente la existencia moral del país. No son más que el instinto subordinado a fuerzas más elevadas y que la exceden. El Estado debe pues tender cada vez más no a orientar su gloria hacia la conquista de territorios nuevos, lo que siempre es injusto, sino en hacer imperar más justicia en la sociedad que personifica. Hay allí (un hecho) de importancia mayor y que no podría ser inculcado demasiado paternalmente al niño. Es preciso poner fin al prejuicio en virtud del cual la vida pública se constituyó de manera de estar completamente dirigida hacia o contra lo extranjero. Hay por el contrario, para la acción exterior, un rico material... que es necesario organizar (para)... funciones cada vez más elevadas. Es preciso hacer ver todo lo que hay que hacer en esta vía, y que no disponemos de todos nuestros esfuerzos para realizar los progresos individuales necesarios.

El origen de la idea de derecho

En Francia se cree aún de manera bastante corriente que no hay ni puede haber más de dos clases de moral, entre las cuales el moralista tiene la responsabilidad de elegir, y que el único medio de escapar al utilitarismo es recurrir al apriorismo de los metafísicos. Parece que desde el momento en que se practica el método de observación se está necesariamente condenado a negar la realidad del deber y la del desinterés, es decir, a hacer de uno y otro puras ilusiones. El libro del que daremos cuenta es ante todo una protesta contra ese prejuicio; es un vigoroso esfuerzo por abrir una vía nueva a la moral y la filosofía, y es eso lo que constituye la novedad y el interés de la obra.[45] [46] Richard combate en efecto con la misma vivacidad la doctrina de los utilitarios y la de los metafísicos; ambas le parecen igualmente incapaces de explicar tanto el derecho como el deber, y por la misma razón, ya que esos dos hermanos enemigos están menos alejados uno del otro que lo que se cree de ordinario; los dos profesan en efecto un individualismo casi idéntico. El utilitario es individualista porque hace del interés personal el único fin de la conducta; pero el metafísico no lo es menos, puesto que su moral consiste en una apoteosis de la personalidad individual. Es verdad que tal vez se podría reprochar al autor haber pasado muy a la ligera sobre grandes doctrinas metafísicas como el hegelianismo, que han más bien pecado por exceso contrario. Incluso el kantismo, al que Richard atiende especialmente, escapa en parte al individualismo porque somete al individuo a una ley que el individuo no hizo, a una regla objetiva, una consigna imperativa e impersonal. Sin embargo, es innegable que ese ideal impersonal no es otra cosa que el individuo abstracto e idealizado. Ahora bien, según Richard, una doctrina individualista no podría ser el fundamento del derecho, ya que la práctica jurídica no puede prescindir de la caridad. La dogmática del egoísmo, ya se trate del de los utilitarios o del de los metafísicos, sustrae todo objeto al deber, ya que el deber es ante todo entregarse, sacrificarse, resignarse. Por consiguiente, ella arruina a su vez el derecho, que sólo puede ser la condición lógica e incluso física del deber.
Lo que da origen al error individualista es que los empiristas y aprioristas, al separar la idea de derecho de las condiciones que determinaron su formación y su desarrollo, la han estudiado en abstracto. No se ha visto que es el hecho de vivir en sociedad lo que lleva a los hombres a definir sus relaciones jurídicas, a fijar "lo que todos pueden exigir de cada uno y lo que cada uno puede esperar de todos". En una palabra, la filosofía del derecho no puede ser separada de la sociología. El problema tal como se lo plantea nuestro autor puede entonces ser formulado así: cuáles son las influencias sociales que suscitaron la idea de derecho y en función de cuáles ella ha evolucionado en la historia.
Ahora bien, cuando nos planteamos la cuestión en esos términos, en primer lugar aparece un hecho: que la idea de derecho no es simple. Se compone de elementos que deben ser estudiados por separado.
El primero de esos elementos es la idea de arbitraje. En efecto, las primeras costumbres codificadas sólo son colecciones de sentencias arbitrales; es por cierto fácil comprender cómo la institución del arbitraje debió aparecer muy temprano, desde el momento en que hubo sociedades. En cada conciencia individual existen dos estados de conciencia imprecisos, susceptibles, llegado el caso, de transformarse en ideas claras. "Uno es la concepción de los fines sociales, es decir, de una protección mutua contra las causas de destrucción", ya sea que provengan del Hombre o de las cosas; la otra es el sentimiento de una lucha entablada entre los apetitos individuales de los mismos miembros del grupo. Esas dos tendencias son contrarias entre sí. Si entonces la primera es suficientemente fuerte, contendrá a la segunda y prevendrá sus excesos. Al compeler a los hombres a someter el objeto de su desacuerdo a un árbitro, esta primera tendencia impedirá que los conflictos degeneren en guerras abiertas; ese árbitro estará por otra parte determinado a intervenir por la misma razón, es decir, bajo la presión del dolor, del que los sentimientos simpáticos son su pretexto a la vista del conflicto que ha surgido. El arbitraje es pues una consecuencia inmediata de la sociabilidad, y una sociabilidad incluso bastante rudimentaria basta para producirlo.
Sin embargo, para que haya derecho, no alcanza con que haya arbitraje; es preciso aún que ese arbitraje esté garantizado para la víctima, es decir, que ella tenga siempre la facultad de recurrir al arbitraje sin que el culpable pueda sustraerse. Esta garantía es distinta del arbitraje, ya que no siempre lo acompaña en la historia. "Los tribunales de justicia de las sociedades primitivas no otorgan fuerza ejecutoria a sus sentencias; ni siquiera las partes están obligadas a someter a ellos sus litigios." Estamos pues en presencia de un nuevo elemento de la idea de derecho: la idea de garantía.
¿Pero qué pudo determinar a los hombres a organizar esta garantía? Es esta pregunta —dice Richard— la que ha hecho fracasar la filosofía experimental del derecho hasta el presente. En efecto, esos filósofos creían generalmente que sólo un aparato de coerción exterior y de origen convencional podía producir ese resultado. Sería un cálculo interesado el que habría enseñado a la humanidad a preferir el mal de la obediencia y la disciplina a los males más temibles de una guerra universal e interminable. Ahora bien, no es cierto que el Hombre sea un ser utilitario. "El cálculo no es el artesano de la historia." Además, la anarquía nunca fue para el Hombre el objeto de horror que supone Hobbes, ya que muchas razas jamás salieron de ella. Hay que seguir la marcha inversa. Es dentro de la conciencia y fuera de ella, es en las disposiciones simpáticas y altruistas y no en los sentimientos interesados que hay que buscar la solución al problema. Lo que hace que la sociedad obligue al defendido a someterse y dé garantías a la víctima es que se siente solidaria con esta última. La amplia simpatía que experimenta por cada uno de sus miembros no le permite asistir impa...

Índice

  1. El Estado y otros ensayos
  2. De la autoridad de la razón a la razón de la autoridad. Durkheim y la encrucijada de la política entre la ciencia y la religión - Pablo Nocera
  3. El Estado y otros ensayos - Émile Durkheim
  4. Nota bibliográfica