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El estudio de la descripción requiere del análisis de los distintos niveles y dimensiones del discurso en los cuales se manifiesta. Dedicaremos entonces el capítulo inicial a la elaboración de una concepción semiótica del discurso descriptivo.Es también nuestro propósito mostrar que los procedimientos descriptivos tienen lugar no sólo en los textos reconocidos como literarios sino también en muchos otros tipos de textos, de ahí que realizaremos las observaciones que nos ayuden a ilustrar la teoría sobre fragmentos de textos de diversa índole.El lector encontrará, en las páginas que siguen, una exposición detallada de una concepción semiótica de la descripción como así también análisis de textos diversos que permitan mostrar la eficacia de adoptar esta perspectiva frente a la productividad significante de los textos.

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Información

Editorial
Eudeba
Año
2016
ISBN
9789502318059
Categoría
Filología
Categoría
Lingüística

Capítulo 1


Semiótica del discurso descriptivo

Decíamos en la introducción que nuestra propia competencia como lectores nos ofrece criterios para reconocer la presencia de la descripción en el discurso. Sin embargo, esta competencia no nos basta para explicar la composición y el funcionamiento del discurso descriptivo. Para lograr tal fin, es necesario analizar en detalle los distintos niveles y dimensiones discursivas, los componentes y las operaciones propias de la descripción, los diversos sujetos implicados en la actividad descriptiva, aspectos todos que nos permitirán configurar el lugar de la descripción en todo discurso.
Para comenzar, creemos necesario explicitar el significado de las dos nociones implicadas por el enunciado que encabeza este apartado: discurso y su predicación, descriptivo. Detengámonos primeramente en estos conceptos.

1.1. Una definición de discurso

El concepto de discurso, como sabemos, ha recibido acepciones diversas, y este mismo hecho nos obliga a precisar el sentido en que aquí será utilizado. En otro trabajo me he referido a esos distintos usos[1] y también he constatado que bajo la diversidad de acepciones subyace un denominador común: el término discurso siempre alude –conservando el sentido inicial que le diera Benveniste–[2] a la puesta en funcionamiento de un sistema de significación y a la intervención, por lo tanto, del sujeto, en tanto su presencia es imprescindible para poner en acto, por ejemplo, a la lengua.
El discurso, en el sentido que aquí se asume, ocupa –como lo propone Parret (1987)– un lugar intermedio entre el concepto de lengua, entendida como el conjunto de articulaciones del sistema, y el de habla, en tanto realización individual de la lengua por parte de los hablantes. Entre ambos extremos, uno que da cuenta del sistema abstracto y otro que registra las variaciones concretas e individuales del uso, puede ubicarse una zona intermedia, un lugar de tránsito (que va de la competencia abstracta a la ejecución particular de un acto de habla), lugar que posee sus propias regularidades, sus estrategias, sus dimensiones.
El nivel discursivo se constituye así con dos tipos de rasgos: unos, pertenecientes al sistema lingüístico, y otros, provenientes de los distintos tipos discursivos que el habla va configurando. Los primeros comprenden aquellos aspectos que, según Benveniste, constituyen “el fundamento lingüístico de la subjetividad” (1978: 181), tales como los deícticos de persona, tiempo y lugar, el tiempo presente, la primera y la segunda persona, los modalizadores (poder, deber, querer), la aspectualidad (lo puntual y lo durativo, y, dentro de este aspecto, lo continuo y lo discontinuo, etc.), formas todas que residen potencialmente en la lengua pero a las que sólo el discurso les otorga principios de organización, regularidades y estrategias de uso. Los segundos rasgos a que nos referimos aluden, precisamente, a esos principios y estrategias que las distintas prácticas discursivas y las culturas van generando (y que están en constante transformación, piénsese en la historicidad de los géneros que hace que un texto, por ejemplo, sagrado, pueda pasar a formar parte, en otro momento, de la institución literaria).
El concepto de discurso designa, entonces, un nivel de análisis de los textos que permite contemplarlos como un espacio de puesta en funcionamiento de un sistema de significación, sostenido tanto por los rasgos generales del sistema como por los rasgos específicos propios de cada tipo discursivo (tales como características de género, reglas de organización textual, usos estilísticos, formas particulares de intertextualidad, etc.).
Además, para los fines del análisis del discurso, es necesario distinguir en el espacio discursivo dos niveles siempre presentes: el nivel del enunciado, que atiende a lo dicho, lo informado, el objeto del discurso, y el de la enunciación, que remite al proceso por el cual lo dicho es atribuible a un yo que apela a un . Ambos niveles conforman esa totalidad a la que llamamos discurso y, e n este sentido, puede afirmarse que el discurso es el todo y el enunciado y la enunciación son sus componentes.
Hablar entonces de discurso descriptivo implica situarnos en este ámbito de preocupaciones y dar cuenta de la configuración especial de esos principios de organización y estrategias que nos permiten reconocer la presencia de lo descriptivo en los textos. Para ello, procederemos a deslindar los aspectos que se tratarán en los dos grandes niveles: el enunciado descriptivo (al cual dedicamos el segundo capítulo) y la enunciación descriptiva (que desarrollaremos en los tres capítulos subsiguientes). Pero antes de avanzar más, debemos detenernos, como lo habíamos anunciado, en el concepto de descripción.

1.2. Alcances del concepto de descripción

Una primera aproximación a la descripción puede realizarse a partir de la comparación con otro de los modos de organizar la materia verbal: la narración.
Puede afirmarse que la narración modela el material verbal sobre el eje de la sucesión temporal y pone en escena una interacción entre narrador y narratario.[3]
Por su parte, la descripción dispone el material verbal basándose en el criterio de la simultaneidad temporal e instala en el discurso la presencia de un descriptor y un descriptario (en términos de Hamon).[4]
Quisiera detenerme en un concepto que considero central para intentar definir la descripción: el concepto de simultaneidad temporal.
En el capítulo referido a la actividad descriptiva del libro Hablar de literatura, de Dorra (1989), se toma como punto de partida la consideración de dos modalidades básicas de efectuar relaciones lógicas: la asociación de entidades sucesivas y la asociación de entidades simultáneas, y se reconoce que la narración ejemplifica el primer tipo de relación y la descripción el segundo.
Es evidente que el autor quiere señalar que no debe traducirse esta oposición entre lo sucesivo y lo simultáneo mediante la pareja de opuestos dinámico vs. estático. Dorra aclara: la narración “concibe y propone al objeto como un proceso [...] sucesividad es en este caso orden temporal. Por su parte, la descripción, al disponer sus términos sobre el eje de la simultaneidad, sustrae al objeto de la sucesividad temporal y lo propone como una duración o como un sistema de posibilidades transformacionales ya realizadas [...] la descripción es un procedimiento discursivo que hace de su objeto un espectáculo” (1989: 260).
Creo importante destacar que la oposición entre ambas formas de representación no pasa por la presencia/ausencia de temporalidad sino por un tratamiento diverso de la misma: si la narración se funda sobre la sucesión temporal, la descripción sustrae al objeto del encadenamiento temporal, de la sucesión, y lo presenta como una duración temporal, como instalado en un tiempo suspendido pero no negado. En este tiempo suspendido y profundizado, en este tiempo espacializado, los objetos comparten su temporalidad, existen simultáneamente, aunque el discurso por su propia naturaleza deba ordenarlos sucesivamente (y aquí “sucesivamente” significa más bien “orden espacial”, esto es, disposición sucesiva en el espacio material del texto, y no quiere decir “orden temporal” puesto que no hay orden temporal previsto para los objetos de una descripción excepto aquel que imponen los modelos descriptivos o los requerimientos estéticos).
En este mismo sentido, Reuter señala: “El objeto descrito se presenta (o es presentado) como no organizado alrededor de una sucesión temporal y/o causal y/o como no remitiendo a la transformación (de un estado a otro; de una tesis a otra; de una pregunta a una respuesta...). La descripción se presenta así sin referencia a un orden ‘real’ anterior, según el modo de la simultaneidad temporal, de la coexistencia, de la yuxtaposición” (1998: 40).
Tal vez sea necesario volver sobre aquel tipo de temporalidad que, decíamos, caracteriza a la narración, para destacar luego el modo de presencia de la temporalidad en la descripción.
Al caracterizar la temporalidad narrativa como relación sucesiva de acontecimientos se atiende –en términos muy generales y con la sola intención de oponerla a otro tipo básico de asociación– al modo de presencia del tiempo en el nivel del enunciado, de aquello que es objeto del discurso, de los acontecimientos narrados. En este sentido, la sucesividad señalada afecta a la necesaria disposición en serie, en cadena, de eventos que no pueden sino percibirse en algún tipo de relación lógica (causa/efecto) o cronológica (antes/después).
Pero si atendemos al nivel de la enunciación narrativa, es necesario reconocer que, en el momento de desplegar su actuación como narrador, el sujeto enunciante inaugura el tiempo presente y se mantiene en un presente continuo, para dar cuenta, desde ese presente, de la movilidad temporal de los acontecimientos que son objeto de su discurso. Es decir que, en lo que atañe a la enunciación, no hay posiciones temporales sucesivas, sino un prolongado y renovado presente.
Sin embargo, es necesario también considerar el hecho de que si bien no hay un avance temporal en la enunciación, hay una progresión de otra naturaleza. Esto es, a medida que la narración avanza, que se añaden nuevos acontecimientos –sin importar en qué orden éstos se enuncien– hay un avance en la adquisición de saber del narratario.[5]
Digamos, así, que el encadenamiento de sucesos (en cualquier orden que éste se organice) en el enunciado narrativo repercute como aumento de saber en el nivel de la enunciación narrativa. El transcurso, el devenir temporal, la sucesión de acontecimientos, es lo propio del enunciado narrativo; pero, en el nivel de la enunciación narrativa, el progreso, el avance, no es temporal –pues se trata del presente continuo de la enunciación– sino que tal progresión afecta sólo la dimensión cognoscitiva: hay una acumulación progresiva de saber.
En el caso de la descripción, decíamos que la temporalidad se presenta bajo la forma de la simultaneidad: aquello que se describe no se inscribe en un ordenamiento progresivo sino que se organiza –en lo que a la temporalidad se refiere– bajo la forma de la coexistencia.
Ahora bien, ¿qué es lo que permite que todo objeto descrito sea mostrado en relación de simultaneidad? ¿Y entre qué elementos se establece tal relación de simultaneidad?
Para poder precisar cómo y en qué niveles interviene la simultaneidad temporal en los enunciados descriptivos es interesante analizar la definición de la figura que en la tradición retórica aparece asociada a la descripción; nos referimos a la evidentia.[6]
Lausberg define la evidentia como “la descripción viva y detallada de un objeto mediante la enumeración de sus particularidades sensibles (reales o inventadas por la fantasía). El conjunto del objeto tiene en la evidentia carácter esencialmente estático, aunque sea un proceso; se trata de la descripción de un cuadro que, aunque movido en sus detalles, se halla contenido en el marco de una simultaneidad (más o menos relajable). La simultaneidad de los detalles, que es la que condiciona el carácter estático del objeto en su conjunto, es la vivencia de la simultaneidad del testigo ocular; el orador se compenetra a sí mismo y hace que se compenetre el público con la situación del testigo presencial” (Lausberg, 1976: 224-225).
Hallamos en esta definición una explicación acerca de la forma de operación de la simultaneidad en los dos niveles del discurso descriptivo que nos interesa deslindar: en el enunciado y en la enunciación. Se menciona, en primer lugar, la “simultaneidad de los detalles”, de las particularidades sensibles del objeto o proceso, esto es, la concomitancia de los elementos que integran el nivel del enunciado; y más adelante se hace referencia a la “simultaneidad del testigo ocular”. Esta concomitancia del detalle con el testigo que lo contempla es enfatizada y puesta en evidencia por el orador, cuya compenetración con el testigo convoca la compenetración del destinatario del discurso descriptivo.
En esta definición se encuentran reunidos los aspectos que consideramos centrales para distinguir la descripción:
• en el nivel del enunciado, la organización descriptiva de la materia verbal articula las particularidades sensibles de objetos o procesos sobre el eje de su presencia simultánea (quedaría por determinar bajo qué formas se realiza tal articulación);
• en el nivel de la enunciación, por una parte, se infiere la presencia de un testigo (el observador), el cual dispone los detalles en simultaneidad con el recorrido que realiza sobre los mismos; y, por otra parte, se advierte el gesto del enunciador, en su papel de descriptor (aquí, el “orador”), de poner en escena a ese testigo presencial. Los papeles de descriptor y observador estarían de entrada considerados, quedaría por reconocer cómo opera ese “testigo” (observador) en el interior de los textos y cuál es su relación con el descriptor.
Podríamos decir entonces, traduciendo en nuevos términos la definición de Lausberg, que, en el caso de la descripción, el descriptor delega en un observador la facultad de realizar un recorrido del objeto por obra del cual puede situarse en un tiempo concomitante con aquello que percibe.
Para explicarnos con mayor claridad, analizaremos cómo se da este proceso de delegación de la mirada en un texto. Detengámonos en el siguiente fragmento de una evocación de su vida personal del poeta José Carlos Becerra, referida a ciertas reuniones a las cuales solía asistir con sus padres, en la casa solariega de una tía:
Entre los olores emitidos desde la alacena y el penduleo de los columpios en el patio trasero, tendíase un puente sólo visible en la voz de mi tía. Ya que según me parecía, esta voz, valiéndose de su charla pintoresca con mis padres y algunas otras visitas, construía para nosotros los pequeños, indirecta, sutil, diabólicamente, aquel puente que operaba como el único acceso a la alacena desde los columpios. Frases, giros, entonaciones, no eran para mí sino diversos fragmentos constructivos de aquel puente que sólo era visible hasta que la anciana le colocaba la última piedra: la frase con que nos gritaba a sus sobrinos que las puertas de la alacena ya iban a ser abiertas. Entonces el puente aparecía por completo y era de lo más sencillo cruzarlo, bastaba con dirigirnos a la alacena. Pero una vez que lo cruzábamos, volvía a desaparecer.
José Carlos Becerra, “Fotografía junto a un tulipán”, en El otoño recorre las islas, p. 249.
En este pasaje, evocación de un recuerdo de infancia, podemos apreciar claramente el predominio de los recursos descriptivos por medio de los cuales quien enuncia, la voz que sostiene el discurso, el yo implícito, renuncia a depositar su mirada de adulto sobre aquel acontecimiento (desde cuyo punto de vista el hecho tiene escasa significación: la espera del momento en que la tía ofrecería los dulces a los niños) y delega, la mirada y los afectos, en un actor colectivo (que aparece en el enunciado como “nosotros los pequeños”) del cual se desgaja un yo, el niño de entonces. Aquí se trata de describir el dilatado tiempo de la espera alojado en el espíritu infantil, a la manera como la imaginación de aquel niño representaba, mediante una figura espacial y concreta (la construcción del puente), el transcurso del tiempo. Digamos que el yo adulto, quien describe –esto es, quien desempeña el papel de descriptor– , presta su voz para que el yo infantil descubra, ante el destinatario de esta descripción, su vivencia del acontecimiento como un suceso con visos mágicos y extraordinarios.
Es precisamente este procedimiento, este giro enunciativo, por el cual la voz al delegar en otro la mirada y los afectos produce una disociación entre la voz y la percepción, instalando en el discurso otro centro de referencia, otro ángulo desde el cual lo percibido cobra otra dimensión, otra significación. Varios rasgos dan cuenta de este nuevo centro de referencia desde el cual se percibe el acontecimiento: la espera que transcurre entre dos actos (jugar y comer dulces) se transforma, a través del filtro de la mirada infantil, en un puente tendido entre “los olores emitidos desde la alacena y el penduleo de los columpios”. Los juegos de sustituciones que vuelven palpable la espera son diversos: los dulces, mediante su omisión, quedan a gran distancia del centro de percepción, primero por estar sustituidos por su continente, la alacena, y luego, por su efecto, los olores. Asimismo, para aludir al juego de los niños, se realiza una traslación que desdibuja la acción como acto realizado por alguien intencionalmente, para realzar el carácter mecánico que adquiría aquella actividad (“el penduleo de los columpios”) cuyo sentido no residía en ella misma sino en otra parte, en ser un acto que llenaba el tiempo de la espera de otra cosa. Y entre estos dos extremos, condensados en la alacena y los columpios, el puente que habrá de enlazarlos será la voz: las modulaciones de la voz adquieren la consistencia de una materia resistente y sólida, por encima de la cual se puede caminar y anular la distancia que media entre el deseo y su consumación.
La perspectiva afectiva del texto está también marcada por la aspectualización de la acción: la duración de la espera no sólo está señalada por las sustituciones que distancian el objeto deseado sino también por el aspecto durativo de los verbos, que asumen, en su mayoría, la forma imperfecta del pretérito, o bien, adoptan formas perifrást...

Índice

  1. Introducción
  2. Capítulo 1: Semiótica del discurso descriptivo
  3. Capítulo 2: El enunciado descriptivo
  4. Capítulo 3: La enunciación descriptiva
  5. Capítulo 4: La dimensión cognoscitiva: descripción y saber
  6. Capítulo 5: La dimensión pasional: descripción y experiencia sensible
  7. Conclusiones
  8. Referencias bibliográficas
  9. Sobre la autora
  10. Notas