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La fascinación que la inusual geografía del Delta del Paraná despertó en Domingo Faustino Sarmiento lo llevó a convertirse en una suerte de pionero de esa región. Los esfuerzos de su afán civilizador no se traducen solamente en los actos concretos de adquirir terrenos, habitarlos y explotarlos sino en una voluntad de difundir la maravilla y la riqueza dellugar a través de los textos que se reúnen en este volumen y que fueron parte de su entusiasta propaganda de lo que en su momento él mismo denominó el Carapachay.

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Información

Editorial
Eudeba
Año
2016
ISBN
9789502318868
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

VI

Todos los sistemas conocidos de distribución de la tierra fallan en su aplicación a las islas de la Delta del Paraná. La ley del continente entre nosotros procede por líneas regulares. Tres cuartos de legua por el frente y legua y media de fondo para pastoreo; diez y seis cuadras cuadradas para agricultura que suponen un país llano, continuado y extenso. La ley norteamericana divide la tierra en municipios de a seis millas cuadradas, y éstos en lotes de ciento setenta cuadras, y en mitades y cuartos de lotes, para adaptarlos a todas las capacidades.
En las islas no puede procederse así. La isla tiene formas singulares, irregulares y aun ignoradas. Si se miden por las líneas exteriores; si se diese por ejemplo tal extensión al frente a los canales a cada poblador, resultarían propiedades en forma de triángulos o conos agudos unidos en el centro por los vértices.
Ninguna área puede por otra parte determinarse con generalidad. Muchas islas son ciénagas, aun en el interior; un costado está casi siempre bajo la inundación y esa circunstancia característica de esta clase de formaciones, al ser casi todas las islas elevadas en las orillas por un albardón que a veces no tiene más de veinte varas de ancho y cinco varas en el interior. Nace esto de que los depósitos de limo que se hacen sucesivamente sobre su superficie deponen en la orilla, como en un filtro, las partículas arenosas y pesadas, continuando en disolución el limo arcilloso que va a deponerse en el centro.
Estas dificultades de mensuración son más aparentes en las islas bajas en que termina la Delta, hacia la boca del río; pero afortunadamente para la ley que ha de darse, poco ha de requerirse su auxilio en esta parte, pues ya está distribuida y amojonada por mutuo convenio de los poseedores, sin temor de que sean perturbados por nuevos solicitantes. Hase introducido espontáneamente y se generaliza el uso de poner tablillas indicando el nombre del poseedor o de la isla, y los navegantes leen con placer los nombres de La Esperanza, La Fernandina, Julia, Entre Arroyos, Nueva Irlanda, Candia, Chipre, Sastre, Anita, etc., etc.
Por otra parte estas islas bajas no suscitan las dificultades que ha indicado el Juez de Las Conchas.
No son de las llamadas fructíferas. Es sólo el trabajo el que puede hacerlas productivas, y no tienta a promover cuestiones el derecho de invertir capitales. Son las islas altas las que se prestarían a la acción de la ley, por la extensión inconmensurable de algunas de ellas y por las ventajas que ofrecen al cultivador.
Las hay de catorce leguas de largo y de ancho ignorado, porque no siempre es posible penetrar en sus enmarañados matorrales.
Un plano habrá de levantarse para terminar la configuración de las islas, mas esta obra de tiempo y dinero debe ser la obra municipal de los mismos pobladores, y servir de verificación y control de la posesión.
No es posible, pues, determinar a priori la extensión de la propiedad, ni limitarla a la parte que cada poblador cultiva, desde luego. La Pampa puede ser poseída ya para labrarla o dejarla inculta, siempre es espontáneamente productiva. No así las islas. La tierra está cubierta de malezas agrias y tenaces siendo imposible marchar siquiera entre ellas. El desmonte de setenta varas de largo por diez de ancho absorbe el trabajo de un hombre por día, de manera que despejar diez cuadras es obra de capital y de tiempo, sin contar con la exuberancia de la naturaleza que reproduce las yerbas instantáneamente, apenas taladas.
Gran parte de los terrenos son sólo utilizables para crear árboles de madera y éstos requieren espaciosa extensión si ha de hacerse en escala que haya de ser productiva.
Todas estas consideraciones hacen indispensable que haya discernimiento en la ley; pues una mensuración general es del todo inaplicable. Creemos que se procedería con acierto dejando libertad de poseer a cada habitante, previo del registro o aseveración de su intento y ubicación, ante una autoridad constituida y dándole el tiempo de cinco años para poblar, quedando obligado a su expiración y a requerimiento de la autoridad a pedir mensura de su terreno, cuya extensión él fijará, debiendo en adelante pagar las contribuciones directa y municipal sobre el número de cuadras que reconocieron como suyas.
De este modo se salvaría el inconveniente de la inútil absorción de terreno, pues nadie pretendería títulos sobre tierra inculta, que reconociese la contribución.
Ya otra vez hemos hecho notar el absurdo de nuestras leyes que para mantener inculta la tierra por el pastoreo la conceden por leguas; pero para labrarla la dan en proporciones limitadas. Hase visto ya cómo en el Baradero acaban de dar a suizos doscientas varas por trescientas de fondo. Si un país fuera subdividido así, tendríamos un comunismo de pobres con una casita y las legumbres necesarias para vivir.
Los norteamericanos han procedido de otro modo, haciendo del lote de tierra la base de la fortuna, y no de un triste y mediocre pasar. 166 cuadras tiene el lote, y para adaptarlo a las menores capacidades se permite tomar mitades y cuartos de lote. Con cuarenta cuadras un peón en diez años de trabajo puede llegar a ser un ciudadano acaudalado.
Con diez y seis será siempre un labriego, cuyos hijos tendrán que ser pobres, o abandonar herencia que ya no se presta a subdivisiones utilizables.
En las islas ha de procederse con esta largueza. Si se emprende descuajarlas es con la esperanza de transformarlas en bosques, vergeles, huertos, granjas. Es la obra del tiempo, del capital y del trabajo. La capacidad del terreno ha de adaptarse a la capacidad del empresario, y limitarla sólo por la contribución que haría ruinoso tomar terreno a quien no es capaz de fecundarlo.
Otra precaución que creemos útil sería la de no poder anejar por venta, durante los primeros cinco años, parte del título que da la posesión; por que la posesión supone la ocupación, y aquella que no nos da derechos enajenables. El título de posesión puede ser traspasado in integrum y aun por valor, pues vale en efecto ser poseedor, y ya sucede que se venden islas poseídas y plantadas en parte de árboles, vendiéndose en esto productos del trabajo y derechos adquiridos que no pueden ser disputados por nadie.
Una piragua
Entró al puerto exterior de San Fernando la más soberbia piragua que ha descendido los ríos en estos últimos cuarenta años. Cala doce pies de agua y tiene tres palos como una nave de guerra. Su enorme casco encierra un bosque entero de maderas exquisitas, y su descarga dará ocupación a muchas embarcaciones.
Vímosla desfilar majestuosamente delante de las islas del Paraná y aventurarse en canales en que apenas podía rebullirse, tocando ambas costas con su ancho casco.
La piragua es el alma del comercio de los ríos y la importancia de San Fernando la hará siempre la imposibilidad de hacer salir hasta el río de la Plata estas frágiles construcciones de madera y que ahorran millares de pesos en fletes y pueden cargar cantidades fabulosas de productos.
Los nuevos progresos que hace la libertad de navegación harán de esos puntos y del comercio de maderas que ya se exportan a Europa el centro de un gran movimiento.
Una tigre de paseo
En la semana pasada ha tenido el buen humor una tigre de traer a sus cachorros a pasear por las calles de Las Conchas. Sintiola un vecino desde la cama, pues el paseo era a la claridad de la luna, a hora excusada por los gemidos de unos cuantos perritos que salieron, sin duda, a reconocer los extraños huéspedes, y acaso a chancearse con los pintados cachorrillos. Halláronse por los alrededores los cráneos pelados de los perritos que habían servido de regalada cena a la fiera.
Ningún otro encuentro deplorable hubo que lamentar encontrándose el rastro de la felina familia que había regresado al Rincón de López, su guarida. Las Conchas suele ser teatro de sucesos de este género, y la población queda apercibida de que la visita se repetirá, hasta que pueda darse caza a la tigre y desembarazarla del cuidado de sus cachorrillos.
(El Nacional, 12 de diciembre de 1857).

Viaje del Asunción a las islas

Este vapor ha tenido que demorar su marcha, requerido por la sociedad del ferrocarril del Oeste, a fin de conducir a sus miembros a San Fernando e islas adyacentes para examinar particularmente algunos puntos de detalle sobre cuestiones de la más alta importancia. Trátase nada menos que de poner mano inmediatamente al ferrocarril de San Fernando a San José de Flores, que según todos los datos acumulados pueden producir desde el día de su apertura un veinte y aun un treinta por ciento de utilidad.
Hay un hecho que no había hasta hoy llamado la atención, y que Mr. Hopkins indicó a la sociedad del ferrocarril. Ya era algo para favorecer esta rama del camino de hierro la circunstancia de ser el país intermediario agricultor y sembrado de pueblecillos como Los Olivos, San Isidro, San Fernando, el Tigre, Las Conchas, etc. Mucho prometía el que esta parte risueña de la campaña sea el Baden Baden de Buenos Aires en verano, pues si hubiese un camino de hierro todo el país se cubriría de alquerías, casas de recreo, y verdaderas mansiones para los poderosos.
Pero todos estos elementos, que ya son muchos, no constituían una base segura, esterlina, para comprometer capitales. Ya hemos dicho otra vez, y lo repetiremos, que los ferrocarriles no se hacen por patriotismo, cuando más pueden iniciarse.
Necesitábase una base económica y esta base está encontrada, ancha, dilatable, necesaria y siempre productiva.
La navegación de los ríos se divide en dos fracciones. Ríos arriba es la de los canales artificiales; pueden navegar capúes como el Mataco, piraguas, angadas, etc. Los buques pueden traer trojas sobre la cubierta, familias sobre las trojas, sin inconvenientes; las maderas descender desde el Paraguay en angadas sin costo alguno, como en el Mississipi. Los vapores fluviales pueden ser castillos flotantes como en el Hudson y en todos los ríos de Norte América, pueden cargar mil pasajeros; pues son verdaderos hoteles sobre una plataforma, movida por el vapor.
Pero hay una segunda parte de la navegación fluvial que destruye todas aquellas ventajas. Desde Martín García a Buenos Aires, los ríos tan quietos antes, entran en las condiciones del mar, y mar tempestuoso. La angada de madera sería dislocada o perdida; si se pasare de allí el vapor necesita estar listo para combatir con el pampero, y por tanto observar su construcción todas las reglas de la marina de alta mar. Los barquichuelos mismos necesitan demorarse, a veces por centenares en San Fernando, cuatro, seis y aun ocho días, hasta que sopla buen viento o se aquieta el río. Si pudiera dividirse la navegación fluvial en navegación de río y navegación de mar, tendríamos entonces que los vapores, navegando entre costas, islas y canales, serían como en los Estados Unidos, casas hoteles_flotantes; las angadas volverían a restablecerse como en tiempos antiguos, en que la navegación terminaba en Las Conchas, pues los antiguos habían observado este hecho.
Un miembro de la sociedad del ferrocarril se transportó a San Fernando para estudiar prolijamente los hechos relativos a estas importantes cuestiones, inspeccionando los lugares, interrogando a los vecinos, navegantes y armadores de cabotaje, y después de dos expediciones, y de registrar los antiguos documentos sobre el puerto de Las Conchas, y las angadas, como los datos suministrados por la Aduana sobre movimiento de los ríos, sometió a la sociedad el resultado de sus investigaciones, y mostrando, por lo que respecta a la parte pecuniaria, que hay una utilidad de un cincuenta por ciento, si las cifras no mienten, aunque la prudencia aconseja atenerse a un veinte, y el capital no requiere sino un diez para invertirse con provecho.
En virtud de estos datos, el ingeniero Mr. Muilland parte por tierra a explorar la vía y Mr. Hopkins, como navegante, lleva a la sociedad, que en materia tan grave no ha querido fiarse en informes para mostrar la parte fluvial de la cuestión.
Detrás de todo este positivismo del tanto por ciento se mantiene a la sombra un romance, una fábula de que no nos es permitido hablar por ahora, por razones de suma prudencia. Era tan estúpidamente horrible el gobierno de D. Juan Manuel
Rosas, que la Europa y la América dudaron veinte años de que fuese posible la existencia de un sistema semejante; y el que en Chile o en Francia narraba sus atrocidades pasaba plaza de calumniador y de demente, a punto de despertar simpatía e interés por el buen hombre D. Juan Manuel, a quien así perseguían las calumnias de sus enemigos. La cosa de que se habla hoy correría el mismo riesgo si fuese pintada con palabras a los que no la han visto, palpado y tocado. Sin eso, tendríamos que valernos del expediente del irlandés, que, para que sus hermanos le creyesen en Irlanda, les escribió que se comía en Buenos Aires carne dos veces a la semana, y aun hasta tres veces, tan abundante era. Pero no estamos facultados para presentar una verdad trunca. Trátase de un descubrimiento hecho en 1855, como el que se hizo en California en 1848, no de oro, precisamente, sino de lo que vale más que el oro; pues si bien la cosa es conocida de todos, como lo era la California, y la aprovechasen muchos, como aquél que escribía prosa sin saberlo, nadie había visto en su conjunto la extensión e importancia que podía tomar en poquísimos años. Baste saber que ya han examinado la cosa, ingenieros, marinos, ministros, publicistas, propietarios, labradores, inmigrantes, etc., porque a todos estos interesa vivamente el asunto.
El vapor América va al descubrimiento de un vellocino de oro, de un país que se llamara Utopía, si no tuviesen ya el nombre guaraní del Carapachay, país encantado que todos han visto en los ríos y nadie conoce; país de sueños, realidades, y de poesía metálica, de felicidad y mosquito; Venecia Estado; Estado programa; Holanda sin diques, y tierra de promisión mejor que aquella a que llevó Moisés a su pueblo, que era un desierto.
Si el camino de hierro se dirige a San Fernando, Buenos Aires tendrá su astillero en el Tigre, y cuatro puntos unidos desde Las Conchas a la Boca, y con escala en San José de Flores para echar a Mercedes los productos de Europa y de los ríos, por aquella bifurcación de ferrocarriles, que harán las veces de raíces de un poderoso árbol alimentado por tierra fecunda; y las campañas, en una línea de seis leguas paralelas a la costa desde San José de Flores hasta más allá de Las Conchas se poblará de villorrios, villas, ciudades y campañas floridas en un año, para recreo de los ricos, trabajo y bienestar de los pobres, y solaz de todos.
Pero quienes más ganarían en ello, serían las Provincias. El comercio de los ríos entre tanto tomará proporciones colosales, viajando al Rosario, Paraná, Corrientes y Paraguay, en vapores con comodidades para mil personas, bajando las maderas de construcción a precios ínfimos, pues bastará para traerlas al puerto abrigado de San Fernando, dejarlas venir con la corriente y un conductor. Todas las ciudades del litoral ganarán con esta mejora, la navegación se hará más expedita, El Nacional Argentino vendrá a ver cómo se regenera esta pobre ciudad de Buenos Aires, y se vuelve California por sus ferrocarriles, sus puertos, sus muelles, sus productos, su población aumentada de un golpe a cientos de miles de personas.
El lunes o martes sabremos a qué atenernos a este respecto; y si el éxito de la expedición en cuanto al camino de hierro fuese como se espera, estamos autorizados para anunciar que deberá tener lugar en la Bolsa Comercial una reunión de accionistas del ferrocarril del Oeste, y de los principales capitalistas, para someter a su consideración el asunto por su parte económica, con todos los documentos, datos y cómputos que obran en la materia.
(El Nacional, 21 de septiembre de 1855).

La posesión de las islas

Hemos registrado ayer un decreto del gobierno por el cual se constituye un jurado para resolver las cuestiones que la posesión de las islas suscitare, y las reglas de jurisprudencia que habrán de seguir los jueces al dar sus fallos.
El gobierno ha procedido en esto administrativamente. Las islas del Paraná pertenecen aún al dominio público, del que es gerente el gobierno: él arrienda las tierras útiles o da posesión de las islas, y por tanto prescribe las condiciones y las reglas cómo ha de procederse para declarar la posesión. La ley no entra sino cuando el dominio es traspasado a los particulares.
Hacíase esperar una disposición de este género. Las islas se transforman de un año a esta parte, y brazos y capitales acuden a vivificar aquel limo que parece destinado a sustentar una numerosa población. Mayor sería el movimiento si una ley hubiese asegurado directamente la propiedad, que indirectamente acuerda el trabajo y el capital empleado.
Sin esto, grandes trabajos se han emprendido, y lo que no había previsto nadie, cuestiones se suscitan ya sobre la posesión de islas enteramente desiertas.
Una industria empieza a crearse suscitando dificultades a los pobladores, que invirtiendo capitales en ello están dispuestos a abandonar la empresa, o a pagar una compensación a quien los molesta, cualquiera que el título sea.
Ya han tenido lugar escenas que nos recuerdan el Far West de los Estados Unidos; y en poco ha estado en que no se hayan dado batallas entre los pobladores.
Preciso era poner término a este estado, y el gobierno ha creído conseguirlo, creando un jurado, para que decida, según reglas de equidad, las cuestiones que se suscitan.
Las reglas que se dan están fundadas en las costumbres establecidas en las islas, y en principio de justicia y derecho.
La primera de todas es que la habitación antigua en una isla asegura al habitante no sólo la posesión de lo que ocupa y tiene plantado, sino las adyacencias necesarias para aquella clase de plantaciones.
De esto serán árbitros los jurados, quienes conocen las prácticas y necesidades de aquel ramo de industria. Con esta disposición no sólo está garantido el carapachayo en su rancho, sino también en las tierras que necesite, a fin de evitar que posteriores ocupantes lo circunden y le quiten la facultad de ocupar el terreno de labor.
El segundo título son las plantaciones hechas, no llamándose tales los grupos de sauces que suelen plantarse en las bocas de los arroyos, y lo cual no constituye posesión, sino un indicio.
En las islas no se llama plantío de árboles sino el que pasa de cuatro mil plantas, sin que haya uno que baje de este número, pasando de diez, veinte y cien mil los más.
El tercero lo constituye el certi...

Índice

  1. El Carapachay
  2. Palabras preliminares
  3. Prólogo a la nueva edición
  4. Introducción a la primera edición
  5. I. Formación. Tradiciones. Tiempos heroicos
  6. II. Aspecto físico. Viabilidad
  7. III. Expedición exploradora. Invención de la Delta. Mimbres
  8. IV. Sigue el descubrimiento. Fórmula de posesión
  9. V. La posesión por el trabajo. Fundamento de la propiedad. Legislación común a todas las islas
  10. VI
  11. Arquitectura y paisajes isleños La nature chez elle