Temas-Ciencias Sociales
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El mundo de los adultos mayores

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El mundo de los adultos mayores

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El sistema de protección social de los países de América Latina, especialmente el que ampara necesidades sociales, económicas y de salud, no cubre de manera satisfactoria las necesidades de las personas mayores, lo que determina que una gran parte de ellas deba obtener recursos de diversas redes sociales, principalmente la familia. La importancia del crecimiento de la población mayor y los efectos del envejecimiento demográfico sobre el sector de la salud, además de otros factores socioculturales igualmente relevantes, como las relaciones intergeneracionales y los apoyos que reciben las personas mayores son aspectos poco explorados en la Argentina. Este libro se propone difundir los resultados de una investigación social realizada en el Área Metropolitana de Buenos Aires sobre las percepciones que tienen las personas de 60 o más años sobre su salud, los cuidados que dedican a ella y los vínculos que establecen con los servicios de salud, sus familias y sus allegados. La información se obtuvo a través de diversas encuestas y entrevistas en profundidad. El estudio de estos temas es de gran interés para las políticas públicas y constituye la base para las ayudas que las personas mayores requieren, ya que las redes son instancias que sirven de soporte a numerosos estímulos, promueven la sensación de pertenencia, favorecen la integración social y evitan el aislamiento.

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Información

Editorial
Eudeba
Año
2016
ISBN
9789502318394
Categoría
Sociología

Primera Parte

Redes sociales y salud
de los adultos mayores


Elsa López
Liliana Findling
Mónica Abramzón
María Paula Lehner
Marisa Ponce
María Pía Venturiello

Aportes de las teorías sobre desigualdades en salud, familia, redes sociales, prevención I. en salud y discapacidad

Los aspectos que condicionan el bienestar o malestar de las personas de más edad son de diversa índole. En este capítulo se exponen los conceptos más relevantes de las teorías sobre las desigualdades sociales en la salud, la familia, las redes sociales, la prevención en salud y la discapacidad teniendo, como eje organizador, la situación de las personas mayores en relación con esos aspectos.
Las desigualdades observables en las condiciones de vida de las personas dan lugar a diferencias injustas que se van profundizando con el tiempo. El impacto de las repetidas crisis económicas convierte la desocupación y los bajos ingresos en fenómenos de larga duración que se extienden desde los aspectos materiales hasta los simbólicos. En lo que se refiere a la salud, las dimensiones socioculturales y económicas (cobertura de salud, nivel de ingresos, distancias sociales y culturales con los profesionales de la salud, dificultades para el acceso a los centros de atención y redes familiares y sociales) (Corin, 1996) juegan un papel fundamental en las desigualdades, porque condicionan una percepción diferencial de síntomas y enfermedades, lo cual favorece o dificulta el acceso a los servicios de salud. Conocer cómo se generan y persisten las desigualdades es un paso imprescindible para elaborar políticas y estrategias de intervención, porque permite identificar los condicionantes y determinantes del estado de salud de una población. Actualmente, los temas de desigualdad en la situación de salud y en el acceso y uso de los servicios de salud constituyen focos de interés para los académicos, quienes esperan que los resultados de sus estudios sean útiles para la toma de decisiones políticas.
Zborowski (1952) fue uno de los primeros en investigar, en un hospital de Nueva York, las actitudes de los pacientes frente al dolor. Lo hizo en enfermos de origen italiano, judío, irlandés y norteamericano y encontró que las culturas italiana y judía permitían la expresión de sentimientos de dolor más que la irlandesa o la norteamericana y que, mediante esas exteriorizaciones, los pacientes lograban la simpatía y el acompañamiento de los miembros de su familia y de sus allegados. En oposición a esa permisividad emocional, los médicos norteamericanos desaprobaron las manifestaciones por considerarlas exageradas y fuera de los límites deseables de la conducta. Las conclusiones de Zborowski se resumen en que las reacciones de los individuos distan de ser uniformes y dependen de la experiencia de cada uno frente al dolor, la enfermedad que lo provoca y la personalidad del paciente, además del contexto familiar, la pertenencia de clase, el nivel de educación y la adhesión y práctica de la religión.
El concepto de desigualdades en salud apareció en el contexto histórico y epistemológico de la epidemiología del siglo XIX y se actualizó en Europa en el siglo XX, con abordajes metodológicos que posibilitaron la elaboración de perfiles epidemiológicos por clase social. En la segunda mitad del siglo XX, y luego de la publicación en Gran Bretaña del Informe Black, que documentó las consecuencias de las políticas neoliberales de Margaret Thatcher, resurgió el interés por las desigualdades en salud. El Informe agregó nuevos indicadores, que describieron de manera más rigurosa la situación de salud como la esperanza de vida libre de incapacidad, las muertes evitables y las morbilidades específicas. El origen de las desigualdades se encuentra en las diferencias en el acceso a los recursos, tanto en calidad como en cantidad, y se relaciona con las condiciones de vida (Borrell y Benach, 2003).
¿Cuál es la definición más adecuada para abordar el estudio de las desigualdades en salud? ¿Son sinónimos los términos equidad e igualdad?
Para Whitehead (1991) “la equidad en salud significa idealmente que todos deben tener la oportunidad justa de alcanzar su potencial de salud y, más pragmáticamente, que nadie debe estar en desventaja a la hora de alcanzarlo, si ello se puede evitar”. En términos operacionales, ello supone una reducción al mínimo posible de los factores diferenciales de salud y de acceso a los servicios sanitarios.
Según la International Society of Equity in Health (ISEQH, 2004), el concepto de desigualdad en salud alude a las diferencias sistemáticas potencialmente remediables en uno o más aspectos de la salud en grupos de población definidos social, económica o territorialmente. La equidad en salud supone la ausencia de esas diferencias.
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) postula que el concepto de inequidad se considera usualmente como sinónimo de desigualdad y que es preciso distinguirlos. Mientras la desigualdad implica la diferencia entre individuos o grupos de población, la inequidad representa la calificación de esta diferencia como injusta. Cierto es que no todas las desigualdades son injustas, aún cuando toda inequidad supone una desigualdad injusta (OPS, 1999). Así, la igualdad es un concepto empírico que facilita el análisis descriptivo, al tiempo que la equidad constituye un imperativo ético asociado con principios de justicia social, lo que lo convierte en un concepto normativo (Barbosa da Silva y Berti Azevedo, 2002). Los mismos autores distinguen entre desigualdades naturales y sociales: las primeras son consecuencia de las diferencias entre individuos (sexo, edad y raza o grupo étnico) mientras que las sociales se originan en las distintas posiciones que ocupan los individuos en la estructura social y en la organización social del proceso de producción, lo cual determina un acceso diferente a los bienes de disponibilidad escasa.
Las desigualdades naturales se convierten en sociales cuando son utilizadas por la sociedad como criterio para la asignación de roles sociales. Así, una desigualdad social se convierte en injusta cuando surge de un juicio de valor que aparece en el concepto de inequidad. La desigualdad es la manifestación mensurable de la injusticia social, a menudo expresada por las diferencias en el riesgo de enfermar y morir. Estos riesgos se originan, a su vez, en las condiciones heterogéneas de la existencia en el acceso a bienes y servicios.
Sen (2002) sostiene el carácter multidimensional de la equidad en salud. En el logro de la salud y en las posibilidades de alcanzarla intervienen factores que van más allá de la prestación y distribución de los servicios de salud: predisposiciones genéticas, ingresos individuales, hábitos alimentarios, estilos de vida, entorno epidemiológico y condiciones de trabajo. Por ello, la equidad en salud excede la distribución de la atención en salud y, por lo tanto, su análisis no debe reducirse a ella.
La relación entre salud, enfermedad y factores de riesgo es uno de los marcos interpretativos desarrollados para comprender cómo operan esas instancias, a lo cual se suman las perspectivas centradas en el entorno socioeconómico y cultural, en las que se resalta el papel de la educación, el trabajo, las condiciones sanitarias, el acceso a los servicios de salud, la vivienda, las redes sociales y comunitarias, los estilos de vida y los niveles de prosperidad y bienestar, además del sexo, la edad y los factores constitucionales más ligados a la biología (Evans y Stoddart, 1996).
Alleyne (2000) argumenta que “la segmentación de la sociedad en ámbitos de acción masculinos y femeninos marca, asimismo, diferencias sustantivas entre hombres y mujeres, no sólo en materia de riesgos y necesidades sociales y biológicas sino en cuanto a oportunidades, recursos y contribuciones para la salud”.
Conocer las desigualdades en salud permite avanzar en la identificación de los condicionantes y determinantes de la situación de salud de una población. El análisis de los datos por sexo añade riqueza al conocimiento de los componentes biológicos y sociales de la salud y la enfermedad permitiendo la utilización de una perspectiva de género para, a partir de allí, diseñar programas y políticas sanitarias más eficientes e inclusivas y reducir las inequidades en la salud de mujeres y varones.
Las dificultades para traducir y operacionalizar los conceptos de los diversos abordajes teóricos (funcionalismo, estructuralismo, marxismo) sobre el proceso salud-enfermedad en estudios empíricos han llevado a los investigadores a utilizar aproximaciones: género, grupos étnicos, religiosos, características territoriales y condiciones de vida, para acercarse a las causas de las desigualdades. Se parte del supuesto de que las aproximaciones tienen un amplio poder explicativo, porque su abordaje integra fenómenos socioeconómicos colectivos.
Entretanto, no todas las desigualdades mensurables en salud pueden clasificarse como inequidades en términos de bienestar individual, debido a que la salud de las personas depende de una serie de factores de tres tipos: los vinculados con las preferencias de las personas (estilos de vida), los exógenos a los individuos y los relacionados con las condiciones socioeconómicas. Como la causalidad de estas relaciones no es única, existe un abanico de posibilidades que indican que, a mejor situación de salud, mayor posibilidad de trabajar, ingresos más altos, acceso a la información y a las prácticas preventivas, lo que cierra el círculo con mejores niveles de salud. A la inversa, las personas de bajos ingresos, que realizan trabajos con mayores riesgos de salud, residen en viviendas precarias con peores condiciones de saneamiento, mayores posibilidades de enfermar y se reactiva el círculo negativo. Las condiciones descriptas tienen mayor probabilidad de ocurrir cuanto más marcadas sean las desigualdades en las sociedades a las que pertenecen esos individuos (Souza Noronha y Viegas Andrade, 2006).
Los abordajes referidos a la equidad de género y las desigualdades en salud provienen de distintos paradigmas y disciplinas, cada una con sus particulares fundamentos y fuentes de información. Los temas de equidad de género se comenzaron a plantear dentro de los campos de la ciencia política, el derecho y las humanidades, en tanto que los relativos a las desigualdades socioeconómicas están más anclados en la sociología, la economía, la epidemiología y la salud pública. La unificación de estas perspectivas permitirá una mejor comprensión de los efectos de los patrones sociales y económicos sobre la salud de hombres y mujeres.
Los aportes de la economía de la salud también han ampliado las propuestas teóricas sobre desigualdades en salud. En la Argentina, De Santis y Herrero (2006), refieren que existe desigualdad en el consumo o utilización de los servicios de salud cuando individuos con diferentes características reciben diferentes cantidades de atención, en tanto que hay inequidad cuando los individuos reciben diferentes cantidades del servicio que la que necesitan. Esto lleva a sostener que la ausencia total de desigualdad o, lo que es lo mismo, la igualdad absoluta, constituye un objetivo imposible en tanto los individuos son diferentes. En este punto es donde las políticas de salud pueden jugar un papel importante, atenuando las desigualdades originadas en diferencias de sexo, edad, nivel educativo, ingresos y lugar de residencia.
En un documento en el que se sentaron las bases para la fundación de la Comissão Nacional de Determinantes Sociais em Saúde de Brasil (Ministerio de Saúde, Brasil, 2006) se sostiene que las inequidades en salud entre grupos e individuos ponen de relieve la situación de muchos países, agregando que la situación de salud no se mide por la riqueza del país sino por el modo en que ésta se distribuye. La distribución inequitativa de la renta no perjudica sólo a los más pobres sino a la sociedad en su conjunto; en ese sentido, Japón es el país con la esperanza de vida más alta del mundo, no por ser el más rico sino por ser uno de los más igualitarios.
La equidad, la inequidad y la distribución de la riqueza llevan a preguntarse por las relaciones de solidaridad, que surgen de las redes sociales y comunitarias y son interpretadas, según Rovere (2003), desde varias perspectivas. La primera interpretación proviene de la cibernética y está ligada a las redes y la globalización. En esta lógica, la conexión es personal. Las redes democratizan el saber, porque desarticulan las pirámides jerárquicas de la organización, que se oponen a la idea de red. Las redes no aparecen con forma de telarañas ni de estructuras concéntricas sino como articulaciones multicéntricas. La segunda perspectiva de redes proviene del campo de la administración, que las considera como modelos organizacionales generadores de nuevos vínculos, con mayor autonomía en cada una de las unidades de producción. El tercer eje para abordar las redes surge de la Psicología Social, que revela que los sujetos no sólo forman grupos sino también redes y que éstas interactúan con el lenguaje de los vínculos. Esta perspectiva parece útil para comprender el concepto y relacionarlo con el bienestar de los adultos mayores.
En cuanto a su definición, no existe un concepto unívoco para definir las redes. Según Guzmán, Huenchuan y Montes de Oca (2003), son “una práctica simbólico-cultural que incluye el conjunto de relaciones interpersonales que integran a una persona con su entorno social y le permiten mantener o mejorar su bienestar material, físico y emocional y evitar el deterioro real o imaginado que podría generarse cuando enfrenta dificultades, crisis o conflictos”.
Cuando se habla de redes sociales está implícita la idea del intercambio de apoyos, que constituye el fundamento de la existencia de las redes. No obstante, “hay que tener presente que la importancia de las redes de relaciones varía en el tiempo y en el espacio; en coyunturas específicas pueden ser muy importantes y, en otras, menos relevantes” (Roberts, 1973; citado en Oliveira y Salles, 1989). Para Lomnitz (1994), “las redes actúan como un seguro colectivo contra las amenazas del sistema formal y como una reserva de recursos, particularmente durante las emergencias”.
La categoría “redes sociales” fue propuesta como indicador de apoyo, suponiendo que éste estaba asegurado si se pertenecía a una red. Sin embargo, la investigación gerontológica puso en duda esa interpretación y comenzó a investigar la calidad, frecuencia, efectividad y disponibilidad de los apoyos. Ello permitió comprobar que pertenecer a una red social no garantiza necesariamente un apoyo constante, ya que éste puede variar en el tiempo y en el curso de vida de los individuos. Las virtudes y limitaciones observadas en algunas definiciones de las redes sociales mostraron, además, la necesidad de tomar en cuenta la percepción de las personas mayores sobre lo que dan y lo que reciben, así como la importancia que le asignan a las redes cuando califican su calidad de vida (Guzmán, Huenchuan y Montes de Oca, 2003).
El concepto de apoyo social es entendido “como las transacciones interpersonales que implican ayuda, afecto y afirmación” (Khan y Antonucci, 1980). El conjunto de transacciones interpersonales que opera en las redes, que también se denomina transferencias, se presenta como un flujo de recursos, acciones e información que se intercambia y circula.
En el apoyo social pueden distinguirse dos fuentes: la formal y la informal. El sistema formal de apoyo está basado en una organización burocrática, con objetivos específicos en áreas determinadas y utilización de profesionales o voluntarios para garantizar las metas (Sánchez Ayéndez, 1994). El informal está constituido por las redes personales y comunitarias no estructuradas y se da sobre todo en las familias, considerándose que la cohabitación o corresidencia constituye una de las formas más comunes de apoyo material y emocional de las personas mayores (Guzmán, Huenchuan y Montes de Oca, 2003).
La relación entre redes de apoyo y calidad de vida se ha analizado con frecuencia en el campo de la salud. Antonucci y Akiyama (1987), en un balance de las evidencias empíricas en esta área, concluyen que las personas más apoyadas pueden enfrentar en mejores condiciones las enfermedades, el estrés y otras dificultades. En ese sentido, es necesario subrayar que la efectividad del apoyo social como factor que refuerza la calidad de vida depende de la interpretación y valoración subjetivas que cada persona hace de ese apoyo.
¿Qué factores inciden en la relación entre el espacio personal y las redes sociales? Según Requena (2001), la composición de la clase social organiza los modelos de interacción de las personas sobre bases diferentes. El sexo es uno de los factores que intervienen en el espacio personal, expresándose en la desigualdad de hombres y mujeres en las posiciones que ocupan en la estructura social, en las condiciones del hábitat y en la protección de la salud, entre otras.
En el espacio personal y las redes sociales, los familiares y los amigos intercambian relaciones instrumentales y afectivas. Los intercambios amistosos suponen rasgos de igualdad y reciprocidad, aunque no exista la necesidad de la devolución inmediata.
Cuando las personas mayores generan dependencia social y personal, son habitualmente sus hijos los que se las suministran (principalmente las hijas y nueras). Así, los parientes descendientes son los que tienden a ocupar un rol más importante que los amigos.
Sin embargo, Requena (2001) atribuye a los parientes una significación menor en la integración social de las personas que se van haciendo ancianas, papel que cumplen mejor los amigos. En esto intervienen las diferencias generacionales en las formas de entender el mundo, porque los amigos pertenecen a la misma generación, tienen edades similares, comparten los mismos puntos de referencia sobre el presente y el pasado, vivieron experiencias similares y disponen de valores comunes.
El pasado es ...

Índice

  1. Introducción
  2. Primera Parte
  3. Segunda Parte
  4. Bibliografía
  5. Sobre los autores
  6. Notas