Transfórmate para educar
eBook - ePub

Transfórmate para educar

  1. 168 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Transfórmate para educar

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

En los últimos tiempos se habla mucho de la mochila como metáfora de la herencia de nuestros progenitores, que no forma parte del legado material. También se habla de niños que cargan con mochilas por las situaciones familiares complejas con las que tienen que lidiar. ¿Qué llevamos exactamente en la nuestra y cómo podemos aligerar la de nuestros hijos? La mayor parte de esta carga es inconsciente y está llena de historias, vivencias, ilusiones frustradas, miedos y vicisitudes, vividas por nosotros y por nuestros ancestros. Es básico detenerse en estos asuntos para dejar de transmitir los mismos patrones en las relaciones con los más pequeños, pero no es un trabajo sencillo: requiere voluntad y estar dispuestos a mirar sin miedo nuestro pasado y el de nuestros familiares. Esta obra pretende ser una guía para acompañarnos en este viaje; gracias a las herramientas que nos brinda la autora, llegaremos a nuestro destino transformados y más aligerados.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Transfórmate para educar de Marta Butjosa en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Bildung y Lehrmethoden. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
Plataforma
Año
2021
ISBN
9788418582509
Categoría
Bildung
Categoría
Lehrmethoden

PARTE I Transfórmate para educar

1. El dolor sucede en el cuerpo

Antes de comenzar este trabajo quisiera hablar del dolor.
Nadie quiere sufrir. Es más, nos pasamos la vida tratando de esquivar el dolor, en una huida inútil y absurda, ya que trascender el propio dolor es extraordinariamente liberador, creativo y místico. Mirar a los ojos a nuestros miedos más profundos y conseguir sostenerles la mirada nos transforma y nos proporciona una fuerza inimaginable: nada vuelve a ser igual.
En cambio, evitar el dolor se paga caro. Nuestra cabeza y nuestro cuerpo se convierten en una herramienta al servicio de la evitación y devienen estructuras rígidas y frágiles al mismo tiempo, instaladas en mantener un equilibrio imposible que nos agota. El pensamiento se empobrece, se limita la flexibilidad en el día a día, nos hacemos una vida a medida, pequeña, errática, pisando territorio seguro. El cuerpo va mostrando las heridas de esta guerra; articulaciones que no articulan, huesos que no sostienen o sobrepeso que carga unos movimientos que ya no se pueden hacer.
Trabajar el propio dolor es subir una montaña, cada paso nos acerca a la cima, cada paso cuenta. Es el esfuerzo constante del día a día, el coraje de no rendirse nunca, la convicción de que hay que enfilar el sendero a pesar del cansancio acumulado en las piernas. Es un camino penoso y largo, empinado y retorcido, lleno de dudas internas y de adversidades externas. Es fácil desanimarse cuando se mira el camino que nos queda por recorrer. Entonces, cualquier peso en la mochila se multiplica, cualquier malestar se vive como un martirio.
Y también es un sendero repleto de gozo cuando contemplamos cómo aparece el sol de entre la niebla a medida que conseguimos cierta altura. Cuando nos permitimos reconocer todo lo transitado, vivido, conquistado e integrado. Todo lo que ya no es un peso, sino, más bien, un músculo que hemos fortalecido y que ayuda a encarar la subida. Las horas de marcha forman parte de nuestro cuerpo, suman, aportan energía y nos sostienen para lo que vendrá. Poco a poco, conseguimos cambiar la percepción y sentir que ya no estamos en la carencia, que ya no somos víctimas de las circunstancias, que la vida no nos ha fallado, sino que, gracias a lo que hemos vivido, hemos aprendido a cuidar de nosotros mismos, a descubrirnos y a alimentarnos.
Hemos descubierto que somos, hemos conquistado nuestra individualidad.
Y el sendero continúa, pero ya no se nos hace tan pesado. Somos capaces de disfrutar del viento secándonos la cara y del sol calentándonos el cuerpo. Podemos observar lo que ocurre a nuestro alrededor con una mirada limpia y transparente, libre de miedo y de prejuicios, abierta y satisfecha. Y con esta alegría seguimos el camino hacia la cima.
El símil de la montaña es esclarecedor porque a menudo queremos ahorrarnos el andar fatigoso y buscamos soluciones rápidas. No existen, al igual que tampoco existe un tiempo determinado para sentirse mejor. Cada uno tarda lo que tarda, no hay recetas. Hay personas que tardan un año, hay otras que dos, tres o cuatro. El camino del dolor es un camino que hay que recorrer a nuestro ritmo y nadie nos puede imponer el suyo.
Sabremos que estamos en el buen camino cuando sintamos que hay movimiento dentro de nosotros, cuando nos demos cuenta de que hay sensaciones y emociones nuevas en nuestro cuerpo, hasta ahora desconocidas.
Y cuando percibamos, claramente y sin dudas, una alegría y una ingenuidad internas que, poco a poco, se apoderan de nosotros.
A nivel práctico, uno de los caminos que hay que recorrer para transitar nuestro dolor es conectarnos con nuestro cuerpo. El cuerpo es el vehículo a través del cual vivimos nuestra vida y las sensaciones corporales serán nuestra herramienta de trabajo en el proceso de curación. Debemos escuchar a nuestro cuerpo. Es indispensable.
Al principio puede parecer extraño, pero a medida que dediques más tiempo te será más fácil y percibirás los beneficios.
Cuando algo te disguste permítete sentir completamente el malestar que te está causando. No huyas, no empieces a pensar en otras cosas, no te pongas a trabajar para distraerte. Parece una contradicción, pero huir del dolor nos encadena al dolor.
De hecho, es el mecanismo que utiliza la mayoría de la población, porque desde pequeños nos han hecho creer que sentir tristeza, rabia o cualquier sensación intensa es negativo. El único recurso aprendido ante el dolor es la fuga.
Y así, entre todos nos hemos negado la posibilidad de crecer y de madurar emocionalmente.
El dolor es solo un síntoma que reclama poner atención en mí. Contrariamente a lo que se pueda pensar, no me quedaré atrapado en el sufrimiento si le hago espacio. Lo que está apareciendo reclama que se le dé la atención necesaria.
Así, si hemos tenido una conversación desagradable con alguien, dejémonos sentir cómo estamos. Sentémonos un rato y lloremos si lo necesitamos. Nos colocamos en una posición cómoda. Respiramos un poco sin ninguna intención en concreto y, poco a poco, centramos nuestra atención en nuestro cuerpo. Seguramente empezaremos a percibir sensaciones, y probablemente serán sensaciones desagradables a nuestro juicio. Podemos sentir un peso en el pecho, un nudo en la garganta, un pinchazo en el estómago. Nuestro cuerpo nos indica que hay algo que se ha quedado atascado en algún lugar. Cada uno de nosotros tiene una o varias zonas sensibles, que se alteran con más facilidad que el resto: una parte del cuerpo se activa por la alegría, otra por la tristeza, tal vez otra por la rabia.
Por lo tanto, ante cualquier situación que nos modifica el estado de ánimo, debemos tomar unos minutos para cuidarlo.
Cuando hayamos detectado la sensación en el cuerpo debemos entrar, respirarla, hacerle espacio, reconocerla, darle su lugar y aceptarla. Hemos de decir sí al malestar que sentimos. Si notamos un corte en el cuello que nos ahoga, nos debemos permitir sentirlo, percibirlo.
Gracias a la respiración, podemos entrar poco a poco, darnos cuenta de si sube o baja y de si aumenta o disminuye la intensidad. Podemos describirlo con colores, podemos sentir si es frío o caliente, o si el dolor se modifica. Se trata de observarlo, de dejar de huir de lo que nos pasa, de no intentar escapar de nosotros mismos.
Conectar con nuestro cuerpo es conectar con quien somos, con nuestra interioridad. Dejar de ignorar lo que vivimos para hacernos cargo y vivirlo en primera persona. Dejar de huir, de escapar de las emociones y las sensaciones que experimento, y tomar conciencia de quién soy en todo lo que me sucede.
Nos sorprenderemos al ver cómo nuestra calidad de vida mejora teniendo en cuenta nuestro cuerpo. No es milagroso, pero responsabilizarnos de lo que le pasa a nuestro cuerpo es cuidar de nosotros en un sentido profundo.
De repente, algo cambia y el resto del mundo lo percibe: ya no huimos del dolor, lo miramos, lo acompañamos y lo aceptamos.

2. La familia de origen y los primeros años de vida

Hace tiempo que la neurociencia ha demostrado la importancia de los primeros años de vida. Es un periodo en el que los aprendizajes ocurren de manera inconsciente y se instalan patrones de funcionamiento que siguen vigentes en la edad adulta.
Hay adultos que viven pegados a las heridas de la infancia y otros que dedican muchos esfuerzos a superar situaciones vividas durante aquellos años.
De hecho, poco importa si los recuerdos que tienes de esta época de tu vida son mayoritariamente positivos o negativos; cuando nos convertimos en padres y madres, nuestra infancia recupera protagonismo, haya lo que haya en ella.
Existe un modelo de crianza heredado de nuestros progenitores que, o bien cuestionaremos, o bien daremos por bueno. La manera en que nosotros tenemos interiorizada nuestra educación aflorará con nuestra maternidad o paternidad sin que podamos evitarlo, y si no lo analizamos con calma, desde el adulto que somos hoy, corremos el riesgo de actuar reaccionando a lo que vivimos de pequeños o repitiendo el método con que fuimos criados. Ninguna de las dos opciones nos implica a nosotros como adultos, sino que nos convertimos en progenitores desde un punto de vista infantil aún: criaremos como lo hicieron en casa o criaremos en contra de como lo hicieron en casa.
Así pues, se impone revisar nuestra niñez para poder educar a nuestros hijos desde nuestra libertad.
Hay que ser conscientes, también, de que durante los años de crianza aparecerán situaciones que nos transportarán a nuestra propia infancia. A través de nuestros pequeños reviviremos episodios de nuestra historia personal que aún no han sido digeridos. Si, por ejemplo, sufrimos acoso escolar, cuando alguno de nuestros hijos llegue a la etapa escolar, es probable que este hecho reaparezca: quizás esta vez será nuestro hijo el acosador, o tal vez un amigo de nuestro niño será el acosado.
Existe una especie de voluntad oculta y misteriosa que tiene por objetivo que aquello que ha quedado abierto concluya. Se trata de una energía vital que busca el equilibrio, la paz interior y la serenidad. Aquello que no puedo rememorar sin sentir dolor se reproducirá en mi vida hasta que pueda sostener mi mirada frente a lo sucedido.
Debemos tener presente que la infancia de nuestros hijos e hijas es una oportunidad de crecimiento. La ocasión de curar asuntos que quedaron abiertos. Si conseguimos hacer este cambio de mirada, si vivimos lo que aparece como una oportunidad de aprendizaje, tendremos mucho ganado.
De repente, podremos vivir lo que nos toca vivir con más ligereza, ya que no es lo mismo vivir «problemas» que nos remueven heridas antiguas que tener una oportunidad para aprender y crecer.
Cualquier cuestión que aparezca durante los años de crianza tendrá un sentido en nuestra propia historia. No existe la casualidad. Si afinamos la intuición y podemos entrever lo que se mueve verdaderamente, nos daremos cuenta de que acompañando a nuestros niños, interiorizamos, digerimos y armonizamos nuestra propia infancia. La crianza es un camino de oportunidades.

Tu historia

Hechos traumáticos

Si durante tu infancia y juventud has sufrido algún hecho traumático, es probable que este haya dejado señales profundas en tu carácter y que aún hoy sufras alguna consecuencia. Espero que lo hayas trabajado en terapia, pero, si no lo has hecho o no has podido hacerlo, cuando te conviertas en padre o madre es posible que se convierta en algo prioritario.
¿Qué es un hecho traumático? Un día escuché por la radio que una persona adulta a la edad de cuarenta años puede haber vivido aproximadamente un millar de hechos traumáticos. Hay traumas que cualquiera reconocería como tales y hay otros que se han convertido en una herida por diferentes razones: quizás por acumulación, quizás porque estábamos en una situación de especial vulnerabilidad.
Aquí tienes un listado de situaciones que deben ser contempladas: abandono por parte de los progenitores; abusos sexuales; malos tratos físicos o psíquicos; negligencias de cualquier naturaleza; muertes prematuras de padre, madre o hermanos; accidentes; desastres naturales (terremotos, inundaciones); actos de terrorismo; enfermedades graves; drogadicción; alcoholismo; divorcio o separación de los progenitores; traslados de domicilio, o cambios de escuela.
Otras situaciones que pueden constituirse en hechos traumáticos: celos entre hermanos; aislamiento emocional; dificultades escolares; abandono emocional por parte de los progenitores; miedos infantiles, o episodios concretos vividos durante la infancia (perderse en la multitud, amor no correspondido o burlas en la escuela).
Se hace necesario sentarse un rato con uno mismo y permitir que aparezca, que nos encuentre, ese dolor infantil que no hemos vuelto a visitar nunca. O quizás, aunque lo hayamos visitado varias veces, reconocemos que todavía ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Dedicatoria
  5. Introducción
  6. PARTE I. TRANSFÓRMATE PARA EDUCAR
  7. PARTE II. VIVIENDO LA VIDA FAMILIAR DESDE LA LIBERTAD DEL ADULTO
  8. Conclusión
  9. Colofón