El acto psicoanalítico no es un pasaje al acto
Introducción
Finalizo el presente libro con una reflexión sobre el concepto de acto analítico y el de acto, diferenciados del acting-out y del pasaje al acto. En su primera enseñanza, Jacques Lacan se refiere a la “palabra” en términos de acto. En tanto el acto de la palabra es una virtud del ser hablante, no existe por fuera de un ser de lenguaje y de la relación con el otro. Es por esto por lo que “Cada vez que un hombre habla a otro de modo auténtico y pleno hay, en el sentido propio del término, transferencia simbólica: algo sucede que cambia la naturaleza de los dos seres que están presentes”.
La transferencia simbólica no es igual a la transferencia imaginaria, que es la que surgió primero en el análisis, no solo como problema de investigación, sino también como obstáculo de la cura, pues no pocos analistas se vieron envueltos en apasionamientos que se presentaron, de parte y parte, en la relación terapéutica, no dejando de producirse estragos por no saber cómo tramitarlos debido a lo inédito del fenómeno en cuestión.
En el acto de palabra se trata de “un funcionamiento coordinado con un sistema simbólico ya establecido, típico y significativo”. Por esta razón, cuando hay desfallecimiento de la función del yo, será común que encontremos también fallas en el acto de la palabra, desatención, agitación desbordada y falta de control de las emociones.
La dignidad de acto que Lacan le atribuye a la palabra tiene que ver con su función creadora, con el valor fundador de la dimensión de la verdad y con la función de enunciación, cuestión que define su ambigüedad, su aspecto de intangible que la emparenta con el ser y la ubica en un más allá del simple dicho. “La palabra introduce el hueco del ser en la textura de lo real; ambos se sostienen y se balancean mutuamente, son exactamente correlativos”.
Que la palabra se defina como un acto ambiguo no impide su función creadora. Para Lacan,
[…] antes de la palabra, nada es ni no es. Sin duda, todo está siempre allí, pero solo con la palabra hay cosas que son –que son verdaderas o falsas, es decir que son y cosas que no son. Solo con la dimensión de la palabra se cava el surco de la verdad en lo real. Antes de la palabra no hay verdadero ni falso. Con ella, se introduce la verdad y también la mentira, y muchos otros registros más.
Aparte del acto de palabra, que en la primera enseñanza de Lacan es simbólico, en la medida en que detrás hay una historia del que habla, también tenemos una variedad de fenómenos humanos así designados por Lacan. Tenemos el acto de fe, que consiste en postular que hay algo que es absolutamente no engañoso; está el acto creador –condición en el hombre para que un porvenir sea posible–; el acto de comunicación –en referencia a la situación analítica–; el acto de pensamiento –cuya investidura libidinal es mínima por parte del yo, pero en aquellos que realmente se sirven del mismo para transformar la realidad, se colocan en una posición favorable para articular algo y con ello se conducen en la existencia como seres abiertos al movimiento y al cambio–. Otra modalidad del acto sería eso que concierne a una apuesta singular o a la que muchos podrían entregarse, si hay una decisión de por medio. “La decisión se remite a una causa que yo llamaría la causa ideal y que se llama el azar”.
Entre otras variedades del acto está el acto fallido –que es una suerte de tropiezo–; el acto sintomático –que entra en relación con un elemento significante y evoca la repetición, por ejemplo, en la neurosis–; el acto de descarga –que remite a la motricidad en términos de acción–; el acto fundador (inaugural, original o inicial) –que da lugar a una nominación y define un destino–; el acto de agresión –diferenciado de la agresividad, pues afirma Lacan “que nada tiene que ver con la realidad vital: es un acto existencial vinculado a una relación imaginaria”–.
También está el acto de castrar, cuya función “es esencialmente simbólica, a saber, solo se concibe desde la articulación significante […]”.
El agente de este acto, es real –el padre o la madre que amenazan al niño con cortarle lo que tiene, y cuyo objeto –el falo–, es un objeto imaginario –si el niño se siente cortado, es que se lo imagina.
El acto de frustrar es de lo imaginario, donde el agente es el padre en tanto simbólico y
[…] se trata siempre, por qué no, de algo bien real, incluso si la reivindicación que es su fundamento no tiene otro recurso que imaginar que este real se lo deben a uno, cosa que no es evidente por sí misma.
El acto de privación solo se sitúa por referirse a lo simbólico, “ya que tratándose de algo real, nada podría faltar […]”. También hay que nombrar el acto de renunciar a los placeres, renuncia que “estaría en el principio de la vida cristiana”.
Otro acto es el de presionar, oprimir y “el dominio, que doblega a uno de los sujetos frente al otro, permite que uno le pueda al otro”. Tenemos el acto genital, diferente del acto sexual que no existe, “en el sentido de ese acto que sería el de una justa relación […]” entre un hombre y una mujer. Pero Lacan también señala lo inverso: que como “no hay relación sexual, a saber, una relación definible como tal entre el signo del macho y el de la hembra, […], solo estaría hecha de un acto”. Concluye, entonces, que ante la ausencia de relación sexual, “no hay más que el acto sexual, en el sentido de que no hay más que el acto para hacer la relación”.
Tanto la sexualidad como el acto genital, contrario a la relación sexual y al acto sexual, sí existen. Pero del acto genital sabemos que es puntual, “no dura mucho tiempo –es bueno, pero no dura– y no establece absolutamente nada”. Del lado del acto, Lacan también evoca un fenómeno como el de la sorpresa. La sorpresa entra en relación “con el acto de sorprender, en el sentido en que se dice –lo vi por sorpresa […]”. Ser o “estar sorprendido corresponde también a un descubrimiento inesperado”. Como puede verse, mientras en el acto, tal como es pensado por el psicoanálisis, se involucra un movimiento que implica cambio, así el mismo no sea positivo para el sujeto, en el pasaje al acto el movimiento evoca aniquilación o devastación de algo que se había establecido o que podría establecerse.
Ver puede ser un acto que sorprende si se trata de lo nunca imaginado. Un paciente transexual, entrevistado por Lacan en el marco de la presentación de enfermos, describe “el carácter verdaderamente desgarrador de la dolorosa sorpresa experimentada el día que, por primera vez, vio a su hermana desnuda”. “No resulta fácil definir lo que es una mirada. Se trata de algo que puede muy bien sostener una existencia y devastarla”. Con relación al fenómeno de la mirada, Lacan se pregunta “por los efectos de una exhibición, a saber, si causa temor o no al testigo que parece provocarla”.
¿Hace parte de la intención del exhibicionista provocar pudor, espanto, violencia o complacencia en aquel para quien se muestra? Lacan responde que no reside en esto lo esencial de la pulsión escoptofílica, sino, “ante todo, hacer aparecer en el campo del Otro la mirada”.
Lo que constituye el objeto del deseo del voyeur en […] una silueta de jovencita, es precisamente lo que puede verse con la condición de que ella lo sostenga en lo inasible mismo, en una simple ranura donde falta el falo.
Es por esto por lo que el voyeur que mira por el agujero de la cerradura no sabe qué ve. Allí donde mira, si bien hay un cuerpo, finalmente no hay más que una ranura. Por eso, nada puede hacer caer al voyeur hasta una posición más humillada, ridícula y disminuida, desde el punto de vista del narcisismo, “que ser sorprendido capturando esta ranura. Por algo a una ranura se le llama ojo, incluso luz”.
Finalizamos esta parte de la introducción de este capítulo señalando un aspecto del acto que nos llama la atención: que en la medida en que el acto sea fallido, adquiere el valor de acto logrado. Aquí “acto logrado” remite a la acción que adquiere estatuto de síntoma, es decir, aquello que al mismo tiempo que vela una tendencia pulsional, la deja ver. Este aspecto del acto que lo constituye como fallido lo distingue del acting-out: no hay que proceder clínicamente, como sí se hace en el caso del síntoma, a descifrar su sentido inconsciente, ni a localizar la tendencia que ha entrado en juego. Lo enigmático, entonces, del acting-out en el orden significante no se juega del lado de un sentido oculto, sino que es un efecto de la demanda que, mediante dicho acto, se dirige al Otro en el camino “de la realización analítica del deseo inconsciente”.
Acto y acting-out
La delimitación que, en el Seminario 5, hace Lacan del acting-out con respecto al síntoma, es profundizada en El Seminario, Libro 10, La angustia, como ya se expuso en este libro. Aquí deja claro que no se trata de una formación de compromiso entre el deseo que quiere la satisfacción y la defensa que la obstaculiza; tampoco es siempre u...