Simplemente cristianos
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Simplemente cristianos

La vida y el mensaje de los beatos mártires de Tibhirine

  1. 136 páginas
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Simplemente cristianos

La vida y el mensaje de los beatos mártires de Tibhirine

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Información del libro

En Simplemente cristianos se presenta, de forma sencilla pero profunda, el semblante espiritual de los siete beatos mártires de Tibhirine, monjes trapenses cuyas vidas nos ofrecen un modelo de santidad en el quehacer cotidiano, en la sencillez, la humildad y el abrazo al que es diferente.En cada capítulo del libro se destaca una de las siete figuras de Tibhirine, a través de la cual se profundiza en diversos temas que ilustran, bajo diferentes aspectos, una misma realidad espiritual: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Porque Christian, Christophe, Luc, Michel, Célestin, Paul y Bruno no eligieron ser mártires, solo habían elegido amar."Y a ti también, amigo del último instante, que no sabrás lo que estés haciendo; sí, porque también por ti quiero decir este GRACIAS, y este A-DIOS, en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea dado volvernos a encontrar, ladrones colmados de gozo, en el Paraíso, si así le place a Dios, Padre nuestro, Padre de ambos". (Del testamento espiritual de Christian de Chergé, abad de Tibhirine en 1996).

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Información

Año
2021
ISBN
9788490558843
Edición
1
Categoría
Religión
Capítulo 1
Llamados a entregarse en las cosas pequeñas de todos los días
Cada uno de nosotros, sea cual sea nuestro estado de vida, está llamado a vivir la acogida al otro, a establecer un cambio de prioridades en nuestras vidas a fin de arraigarnos en lo Esencial. De ahí se desprende para nosotros una nueva manera de ordenar nuestra vida, una nueva manera de amar que tiene su fuente en el amor de Dios, una nueva manera de vivir nuestro trabajo más como una colaboración en la construcción del Reino de Dios que como la búsqueda de un enriquecimiento personal. Podemos caminar hacia la santidad de la gente normal por medio de la simplicidad y el equilibrio de nuestra vida, mediante el humilde servicio a nuestros hermanos en humanidad. Jesús nos enseña, mediante el lavado de los pies, a ponernos los unos al servicio de los otros, humildemente, con dulzura y amor.
En una peregrinación diocesana a Tibhirine durante el Año de la fe, en 2013, monseñor Paul Desfarges –por entonces obispo de Constantina y de Hipona, sucesor de san Agustín– cita una homilía del Jueves Santo pronunciada por el hermano Christian de Chergé, en la que el prior de Nuestra Señora del Atlas muestra hasta qué punto el «martirio del amor» constituye la vocación de todo bautizado: se trata simplemente «de entregarse en las cosas pequeñas».
Así, mientras que la violencia iba creciendo en Argelia, incluso alrededor del monasterio, el hermano Christian decía ya a sus hermanos el 31 de marzo de 1994, dos años antes del secuestro: «El testimonio de Jesús hasta la muerte, su ‘martirio’, es un martirio de amor, de amor al hombre, a todos los hombres, incluso a los ladrones, los asesinos y los verdugos, los que obran en las tinieblas, dispuestos a tratarte como oveja de matanza (Sal 44,12)... Para él, amigos y enemigos son hijos de un mismo Padre: ¡todos vosotros sois hermanos! Y es que el martirio incluye el perdón. Es la entrega perfecta, la que Dios hace sin reservas. Hasta tal punto que lavar los pies, compartir el pan, entregar la propia muerte y perdonar, es todo uno y es para todos... Es el ámbito de la mayor libertad, porque la elección del Hijo coincide por completo con la elección de amor del Padre...»30.
El prior de Nuestra Señora del Atlas añadía: «Dar nuestra propia vida por amor a Dios, por adelantado, sin condiciones, es lo que hemos hecho... o al menos lo que hemos creído hacer. No hemos preguntado, pues, ni el porqué ni el cómo. Nos ponemos en manos de Dios en lo tocante al empleo de esta entrega, a su destino, día tras día hasta el último...».
Monseñor Desfarges, tras citar este estremecedor pasaje de la homilía del prior de Tibhirine, hace notar que esta vocación al martirio del amor es la de todo bautizado, porque «el bautizado ha sido revestido de Cristo y su vida ha sido asumida en el movimiento de la vida misma de Cristo». «Nuestro testimonio en la vida diaria –subraya– está llamado a asumir la forma del lavado de los pies, es decir, del servicio».
El hermano Christian lo recordaba además a sus hermanos ese mismo Jueves Santo: «Lamentablemente todos nosotros hemos vivido bastante para saber que nos es imposible hacerlo todo por amor y, por consiguiente, pretender que nuestra vida sea un testimonio de amor, un ‘martirio’ del amor... Sabemos por experiencia que los pequeños gestos nos cuestan a menudo mucho, sobre todo cuando tenemos que repetirlos cada día. Pase el lavar los pies a nuestros hermanos el Jueves Santo, pero ¿y si tuviéramos que hacerlo a diario y a todo el que llegara?... Nosotros hemos entregado nuestro corazón ‘grosso modo’ a Dios y nos cuesta mucho que nos lo tome al detalle. Coger un delantal como Jesús, es algo que puede ser tan grave y solemne como la entrega de la vida... y viceversa, entregar la propia vida puede ser tan simple como coger un delantal».
Comentando esta homilía, monseñor Desfarges, que había pasado a ser arzobispo de Argel en 2016, muestra hasta qué punto «este testimonio nos centra en el hoy de una vida completamente simple que se deja consumir en unas relaciones absolutamente ordinarias en familia, en la escuela, en la universidad, en los campos de trabajo, con nuestros vecinos, en nuestras múltiples actividades y en nuestros diferentes compromisos». «Todo acto humano, hasta y sobre todo el más humilde, está revestido de un carácter infinito, eterno, cuando es un acto de amor», y concluye invitando a los peregrinos de Tibhirine, a los de hoy y a los de mañana, también a nosotros, a mirar a María: «Su vida en Belén y en Nazaret da testimonio de una vida con el delantal atado a la cintura, sin brillo y, sin embargo, diáfana de la Presencia de Aquel que viene a habitar entre los suyos. Obtennos, Nuestra Señora del Atlas, la gracia de tener un corazón que ama y que desea amar más».
Los siete monjes de Tibhirine, anclados en la vida cotidiana, lo estaban verdaderamente a través de las acciones solidarias que habían puesto en marcha, de los cálidos encuentros con otros creyentes, de la acogida dispensada en la hospedería, de los imprevistos, de las alegrías y de las penas compartidas junto a sus vecinos musulmanes... No faltan los ejemplos. Vamos a pensar especialmente, en este primer capítulo, en el hermano Paul, con el que los habitantes de la región se cruzaban de manera regular vestido con su mono de peto azul, conduciendo el coche del monasterio cargado de tubos y de objetos útiles para el riego del huerto.
Así pues, tanto los habitantes de Médéa como los de Tibhirine se sentían muy cercanos a estos monjes laboriosos, como el hermano Paul, responsable de toda la instalación de agua, esencial para la explotación agrícola. Con su formación de fontanero y técnico en calefacción –junto a su padre, herrero en la zona prealpina de Saboya–, llevaba a Argelia en su corazón desde los tiempos en que hizo el servicio militar en Blida, como subteniente paracaidista durante la guerra de la independencia, no lejos de Tibhirine...
Era un hombre abierto a los otros y estaba dotado de un gran sentido del humor, siempre estaba disponible; como era una persona activa en la vida social, había sorprendido a los suyos con su entrada en la trapa de Tamié, a los 45 años de edad... El hermano Paul se nos parece por su rectitud y por su precisión, por sus compromisos desarrollados en la vida diaria cuando todavía no era monje: bombero voluntario, miembro de la coral de su pueblo, concejal, camillero en el santuario de Lourdes... Un hombre enteramente entregado cuya oración manual y cordial transformó la trivialidad de la vida cotidiana. Así, nos llama a una vida apaciguada, gozosa, calma, de convivencia amorosa, fraternal. Una característica particular del hermano Paul era su sentido del humor, esa era la forma de compartir que le gustaba: ¡usar las palabras para hacer reír! De este modo sabía que no corría el riesgo de herir a nadie, al mismo tiempo que se expresaba su amor. Hay un dicho según el cual en la vida monástica hace falta un 50% de amor y otro 50% de humor.
El hermano Christophe, uno de los siete mártires del Atlas, le precedió en la abadía de Tamié, a la que había venido Christian de Chergé en busca de vocaciones, suscitando en el hermano Paul el deseo de volver a partir para Argelia, algo que hizo en 1989, tras la muerte de su padre. Su deseo era mantener una presencia cristiana en Argelia, una presencia que diera testimonio de la realidad del cuerpo de Cristo en un clima de simplicidad.
«El Espíritu está actuando, trabaja a fondo en el corazón de los hombres. Mostrémonos disponibles para que pueda actuar en nosotros por medio de la oración y de una presencia que se vuelva amor a todos los hermanos», escribió en una carta de enero de 1995, en los peores momentos de la guerra civil. «¿Qué quedará dentro de unos meses de la Iglesia de Argelia, de lo que la hace visible, de sus estructuras, de las personas que la componen? Poco, probablemente muy poco. Con todo, creo que está sembrada la Buena Nueva, que el grano germina», confía en la misma carta. Lo que de verdad contaba a sus ojos, podríamos decir citando la expresión del papa Francisco en su exhortación Gaudete et Exsultate (17), era «vivir el momento presente colmándolo de amor».
En el momento presente vivido de esta manera, amando, los monjes de Tibhirine, simplemente cristianos, alcanzaban «el hoy de Dios».
El hermano Paul, «manitas» del priorato, se ocupaba en particular del taller y de la calefacción del viejo edificio, y ayudaba al hermano Christophe en los trabajos del huerto junto con los argelinos asociados a la tarea. «Aunque siempre estaba entre grasas, aceites, motores y cables, nunca faltaba a la liturgia y siempre se presentaba apacible y muy limpio», según cuenta espontáneamente el hermano Jean-Pierre, superviviente de la tragedia.
Las colaboraciones diarias del «hermano manitas», como las del hermano Christophe en el huerto con los campesinos, la asistencia permanente a los enfermos en el dispensario, gracias al hermano Luc, o incluso las relaciones del hermano Amédée, el portero, con los habitantes del lugar, las compras del hermano Jean-Pierre en la ciudad vecina, la animación de las celebraciones del oficio con los huéspedes, de la que se ocupaba el hermano Michel, que también se ocupaba de la cocina, todo se vivía con un espíritu de servicio, de fidelidad, de abandono y de humildad.
Esta «comunidad sin brillo, simple y muy verdadera», bien descrita por el hermano Christophe, estaba constituida por «unos hombres que se obstinan, humilde y apaciblemente en dar testimonio de que vale la pena dar la vida, juntos, por Dios, para orarle, adorarle, acoger las bienaventuranzas... y aprender así a amar, a amar hasta el extremo en la vida cotidiana»31.
«Amar hasta el extremo en la vida cotidiana», en medio de una profunda coherencia entre el ideal de vida y la existencia concreta, la de todos los días, es lo que caracteriza, en primer lugar, el mensaje de los hermanos del Atlas, pues antes de ser mártires eran verdaderos monjes trapenses.
Sin embargo, «esto no está reservado a los monjes y a las monjas: todos nosotros estamos llamados a dar nuestra vida en las cosas pequeñas de cada día, en la familia, en el trabajo, en la sociedad, al servicio de la ‘casa común’ y del bien de todos», indica claramente el papa Francisco en su prólogo a la obra colectiva titulada Tibhirine, l’héritage. «Veinte años después de su muerte –prosigue el papa– todos estamos invitados a ser a nuestra vez signos de simplicidad y de misericordia, en el ejercicio cotidiano de nuestra propia entrega, siguiendo a Cristo»32.
Con este mismo espíritu, el de Tibhirine, sigue desarrollando el santo padre esta llamada en Gaudete et Exsultate, recordando cómo Jesús invitaba a sus discípulos a prestar atención a los detalles:
«El pequeño detalle de que se estaba acabando el vino en una fiesta. El pequeño detalle de que faltaba una oveja. El pequeño detalle de la viuda que ofreció sus dos moneditas. El pequeño detalle de tener aceite de repuesto para las lámparas por si el novio se demora. El pequeño detalle de pedir a sus discípulos que vieran cuántos panes tenían. El pequeño detalle de tener un fueguito preparado y un pescado en la parrilla mientras esperaba a los discípulos de madrugada. La comunidad que preserva los pequeños detalles del amor, donde los miembros se cuidan unos a otros y constituyen un espacio abierto y evangelizador, es lugar de la presencia del Resucitado que la va santificando según el proyecto del Padre» (Papa Francisco, Gaudete et Exsultate, 144, 145).
Capítulo 2
Orar juntos, en Iglesia
Orar es el acto de fe esencial en la gracia de Dios: en la oración nosotros no somos nunca los primeros, Dios nos precede en ella y nos invita a hacerla; en consecuencia, la oración nos pone en nuestro justo sitio ante Dios. La oración mantiene asimismo el impulso espiritual, sin él, perdemos el equilibrio. Orar no es algo exclusivo de los monjes y de las monjas... ¡ni siquiera lo es de los cristianos! Sin embargo, la oración cristiana tiene algo de específico: conserva presente en el mundo la misma oración de Jesús y, a su manera, anuncia a Jesús. En esto, la vida monástica ofrece un doble testimonio: el combate espiritual de Jesús por la salvación del mundo pasa por su oración, y su intercesión construye un puente entre la interioridad de su relación con Dios y su solidaridad con todos los hombres. Cuando, por medio de la oración, se une un cristiano (o una comunidad cristiana) a Cristo, entra en la obra del Salvador «para gloria de Dios y salvación del mundo»33.
«El perfume ha sido difundido a nivel mundial, la flor cortada reposa en la tierra de Argelia», ha escrito un hermano del Camino Nuevo –la c...

Índice

  1. ÍNDICE
  2. Prólogo
  3. Introducción
  4. EL CONTEXTO
  5. Capítulo 1
  6. Capítulo 2
  7. Capítulo 3
  8. Capítulo 4
  9. Capítulo 5
  10. Capítulo 6
  11. Capítulo 7
  12. Anexo 1
  13. Anexo 2
  14. Anexo 3