La isla misteriosa
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La isla misteriosa

  1. 624 páginas
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La isla misteriosa

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Índice
Citas

Información del libro

En La isla misteriosa encontramos múltiples pasajes que nos llevan, junto con los personajes, a vivir aventuras llenas de acción, drama, fantasía, tecnología y ciencia. La tensión con la que narra el naufragio de cinco hombres del gobierno en plena guerra, también nos conduce a experimentar la sorprendente manera de sobrevivir en unan isla en la que, incluso, cuenta con una fauna extraña y fantástica.

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Información

Editorial
Editorial Cõ
Año
2021
ISBN
9786074570601
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

Encuentran tabaco y “desemboca” una ballena



Cuando Pencroff concebía un proyecto, no descansaba hasta que lo había ejecutado. Quería visitar la isla Tabor y, como para esta travesía era necesario un buque de cierta magnitud, quería construir inmediatamente dicha embarcación.
Diremos el plan que trazó el ingeniero de acuerdo con el marino.

El buque debería medir veinticinco pies de quilla y nueve de bao, lo que le haría rápido, si salían bien sus fondos y sus líneas de agua, y no debería calar más de seis pies, o sea lo suficiente para mantenerse contra la deriva.

Tendría puente en toda su longitud, abierto por dos escotillas, que darían acceso a dos cámaras separadas por una mampara, e iría aparejado como un bergantín, con cangreja, trinquete, fortuna, flecha y foque, velamen muy manejable, que amainaría bien en caso de chubascos y sería muy favorable para aguantar lo más cerca posible de la costa. En fin, el casco se construiría a franco bordo, es decir, que los tablones de forro y de cubiertas enrasarían en vez de estar superpuestos; y en cuanto a las cuadernas, se las aplicaría inmediatamente después del ajuste de los tablones de forro, que serían montados en contracuadernas.

¿Qué madera se emplearía? Optaron por el abeto, madera un poco hendijosa, según la expresión de los carpinteros, pero fácil de trabajar, y que sufre, lo mismo que el olmo, la inmersión en el agua.

Acordados estos pormenores, se convino en que, teniendo todavía seis meses de tiempo hasta la vuelta de la buena estación, Ciro Smith y Peneroff trabajarían solos en la construcción del buque, mientras Gedeón Spilett y Harbert continuarían cazando y Nab y maese Jup, su ayudante, seguirían las tareas domésticas que les estaban encomendadas.

Después de escoger los árboles, se los cortó, descuartizó y aserró en tablas, como hubieran podido hacerlo las sierras mecánicas. Ocho días después, en el hueco que existía entre las Chimeneas y el muro de granito, se preparó un arsenal y allí se empezó una quilla de treinta y cinco pies de largo provista de un codaste en la popa y una rodela en la proa.

Ciro Smith no había caminado a ciegas en esta nueva tarea. Era entendido en construcción naval como en casi todas las cosas y había hecho antes sobre el papel el croquis de la embarcación. Por otra parte, estaba bien servido por Pencroff, que habiendo trabajado varios años en un arsenal de Brooklyn, conocía la práctica del oficio. Por tanto, tras cálculos severos y maduras reflexiones, pusieron las contracuadernas sobre la quilla.

Pencroff, como es de suponer, estaba entusiasmado con su nueva empresa y no hubiera querido abandonarla un solo instante.

Un acontecimiento tuvo el privilegio de separarlo, un día solo, de su taller de construcción: la segunda recolección del trigo, que tuvo lugar el 15 de abril. Había tenido tan buen éxito como la primera y dio la proporción de granos anunciada de antemano.

—Sesenta y cinco litros, señor Ciro —dijo Peneroff después de haber medido escrupulosamente sus riquezas.

—Cerca de dos fanegas —contestó el ingeniero—, a trescientos treinta mil granos por fanega, hacen seiscientos sesenta mil granos.

—Pues bien, los sembraremos todos esta vez —dijo el marino—, menos una pequeña reserva.

—Sí, Peneroff; y si la próxima cosecha da un rendimiento proporcional, tendremos trece mil litros.

—¿Y comeremos pan?
—Comeremos pan.
—Pero habrá que hacer un molino.
—Lo construiremos.
El tercer campo de trigo fue incomparablemente más extenso que los dos prmeros, y la tierra, preparada con sumo cuidado, recibió la primera semilla. Pencroff volvió a sus tareas.

Entretanto Gedeón Spilett y Harbert cazaban por los alrededores, aventurándose bastante en los parajes todavía desconocidos del Far-West y llevando siempre sus fusiles cargados con bala por si tenían algún mal encuentro. Era aquel un lberinto inextricable de árboles magníficos tan unidos entre sí como si les hubiera faltado el espacio. La exploración de aquellas masas de bosque era muy difícil y el periodista no se aventuraba nunca a esta operación sin llevar consigo la brújula de bolsillo, porque el sol apenas penetraba por entre el tupido ramaje y hubiera sido difícil encontrar después el camino.

La caza era más rara en estos parajes donde no tenía libertad de movimientos; sin embargo, mataron tres grandes herbívoros durante la última quincena de abril. Eran koalas, de los cuales habían visto ya los colonos una muestra al norte del lago, y se dejaron matar estúpidamente entre las grandes ramas de los árboles donde se habían refugiado. Los cazadores llevaron las pieles al Palacio de granito y con ayuda del ácido sulfúrico fueron sometidas a una especie de curtido, que las hizo utilizables.

Un descubrimiento precioso, desde otro punto de vista, se hizo también durante una de estas excursiones, descubrimiento que fue debido a Gedeón Spilett.

Era el 30 de abril. Los dos cazadores se habían internado hacia el sudoeste del Far-West, cuando el corresponsal, que precedía a Harbert unos cincuenta pasos, llegó a una especie de glorieta en que los árboles estaban más espaciados y dejaban penetrar algunos rayos del sol. Se sorprendió Spilett al notar el olor que exhalaban ciertos vegetales de tallos rectos, cilíndricos y ramosos, que producían flores dispuestas en racimos de granos pequeñísimos. Arrancó uno o dos de aquellos tallos y volvió al sitio donde estaba el joven, a quien dijo:

—Mira qué es esto, Harbert.

—¿Dónde ha encontrado esa planta, señor Spilett?

—Allá, en un claro. Hay muchas.

—Señor Spilett —dijo Harbert—, es un hallazgo que le da derecho a la gratitud de Pencroff.

—¿Es tabaco?

—Sí; si no de primera calidad, es tabaco al fin y al cabo.

—¡Qué contento se va a poner Pencroff! Pero no lo fumará todo, ¡qué diantre!,
nos dejará una buena parte.

—Una idea, señor Spilett —dijo Harbert—. No digamos nada a Pencroff. Prepararemos esas hojas y, cuando esté curado y en las debidas condiciones, le presentaremos una pipa ya cargada.

—Conformes, Harbert, y ese día ya no tendrá nada que desear en el mundo.

El periodista y el joven hicieron una buena provisión de la preciosa planta y volvieron al Palacio de granito, donde la introdujeron de contrabando, y con mucha precaución, como si Pencroff fuera el más rígido aduanero.

Se reveló el secreto a Ciro Smith y a Nab, y el marino no sospechó nada durante todo el tiempo, bastante largo, necesario para secar las hojas delgadas, picarlas y someterlas a cierta torrefacción. La operación exigió dos meses, pero todas aquellas manipulaciones pudieron hacerse a espaldas de Pencroff, que, ocupado en la construcción del buque, no subía al Palacio de granito nada más que a las horas de la comida y del descanso.

Una vez, sin embargo, se interrumpió por necesidad su ocupación favorita. Fue el 1 de mayo, el día señalado para una aventura de pesca, en la cual todos los colonos tuvieron que tomar parte.

Pocos días antes se había observado en el mar, a unas dos o tres millas de distancia, un enorme animal, que nadaba en las aguas de la isla Lincoln. Era una ballena de grandísimo tamaño, que verosímilmente debía pertenecer a la especie austral llamada ballena del Cabo.

—¡Qué fortuna si pudiéramos apoderamos de ella! —exclamó el marino—. Si tuviéramos una embarcación apropiada y un arpón en buen estado, yo sería el primero que diría: ¡corramos allá, porque ese animal vale la pena de ser capturado!

—En efecto, Peneroff —dijo Gedeón Spilett—, me alegraría verle manejar el arpón. Debe ser curioso.

—Muy curioso y no exento de peligro —dijo el ingeniero—; pero, dado que no tenemos medios para atacar a ese animal, es inútil que nos ocupemos de él.

—Me sorprende —repuso el periodista— ver una ballena en esta latitud, para ella bastante elevada.

—¿Por qué, señor Spilett? —preguntó Harbert—. Estamos precisamente en esa parte del Pacífico que los pescadores ingleses y norteamericanos llaman campo de ballenas, y aquí, entre Nueva Zelanda y América del Sur, se hallan la mayor cantidad de las ballenas del hemisferio austral.

Nada más cierto —respondió Pencroff—, y lo que a mí me admira es que no hayamos visto otras. De todos modos, ya que no podemos acercarnos a ellas, no importa que haya muchas o pocas.

Y Pencroff volvió a su obra, exhalando un suspiro de sentimiento, porque todo marino es pescador; y si el placer de la pesca está en razón directa del tamaño del animal, puede juzgarse lo que experimentaría un ballenero en presencia de una ballena.

¡Y si no se hubiera tratado más que de este placer! Los colonos pensaban que semejante presa habría sido una fortuna para ellos, porque el aceite, la grasa y las barbas de la ballena podían servir para muchísimos usos.

Ahora bien, sucedió que la ballena que los colonos habían visto no quiso, al parecer, abandonar las aguas de la isla, y desde las ventanas del Palacio de granito y desde la meseta de la Gran Vista, Harbert y Gedeón Spilett, cuando no estaban de caza, y Nab, mientras vigilaba sus hornillos, no dejaban el anteojo de la mano observando todos los movimientos del animal. El cetáceo, que se había internado mucho en la bahía de la Unión, la cruzaba rápidamente desde el cabo Mandíbula hasta el cabo de la Garra, impulsado por su aleta caudal, poderosísima, sobre la cual se apoyaba y se movía a saltos con una velocidad que a veces llegaba hasta doce millas por hora. Otras veces se acercaba tanto al islote, que se la podía distinguir completamente. Era, en efecto, una ballena de la especie austral enteramente negra, cuya cabeza es más deprimida que la de las ballenas del norte.

Se veía lanz...

Índice

  1. I
  2. Un globo a la deriva
  3. Cinco prisioneros en busca de libertad
  4. Ha desaparecido Ciro smith
  5. Encuentran un refugio, las “Chimeneas”
  6. Una cerilla les abre nuevas ilusiones
  7. Salieron de caza y a explorar la isla
  8. No vuelve Nab y tienen que seguir a Top
  9. ¿Estaba vivo Ciro Smith?
  10. Fuego y carne
  11. La subida a la montaña
  12. Exploración de la isla
  13. Exploración de la isla. Animales, vegetales, minerales.
  14. Primeros utensilios y alfarería
  15. Se determina la longitud y la latitud de la isla
  16. Se convierten en metalúrgicos
  17. Buscan refugio para invernar en la isla
  18. Abren una brecha en el lago con nitroglicerina
  19. El desagüe del lago resulta un palacio de granito
  20. Transforman el “Palacio de granito” en cómoda morada
  21. Resuelven el problema de la luz
  22. Exploración y conversación sobre el futuro de la Tierra
  23. Pasa el invierno y salen de su Palacio de granito
  24. II
  25. Síntoma de que están acompañados
  26. Frecuentaron un despojo útil
  27. Intentan explorar toda la isla
  28. Siguen explorando la isla y encuentran un jaguar
  29. Encuentran el globo y señales de que hay alguien
  30. La jugada de los orangutanes
  31. Puente sobre el río y animales de tiro
  32. Se hacen ropa y aprovisionan la granja
  33. Construyen un ascensor y fabrican el cristal
  34. Encuentran tabaco y “desemboca” una ballena
  35. De nuevo el invierno. Discusión sobre el combustible
  36. Jup lucha como uno más. Prueba del barco construido
  37. Van a la isla Tabor a salvar a un náufrago
  38. Exploran Tabor y encuentran “un hombre salvaje”
  39. El “salvaje” se aclimata y parece recobrarla razón
  40. Los remordimientos del “salvaje”, a quien dejan libre
  41. El “salvaje” cuenta su pasada vida de criminal
  42. Establecen el telégrafo en la isla
  43. Piensan en su futuro y antes quieren conocer la isla a fondo
  44. Pasan el nuevo invierno y en una fotografía descubren un lago
  45. III
  46. ¡Buque a la vista!
  47. Una nave pirata espiada por Ayrton
  48. Defensa contra la nave pirata
  49. La nave pirata, destruida, y los colonos se aprovechan de los resto
  50. ¿Presencia de un ser extraordinario? Prueban las baterías
  51. Se interrumpe el telégrafo entre la dehesa y el Palacio de granite
  52. Buscan a Ayrton y hieren a Harbert
  53. Cena de Harbert. La fortuna empieza a darles la espalda
  54. Nab se pone en contacto con ellos y abandonan la dehesa
  55. Harbert lucha persistentemente con la muerte
  56. Los colonos salen en busca de los presidiarios y del personaje misterioso
  57. Aparece Ayrton vivo en la dehesa y los presidiarios muertos
  58. Buscan a su protector. ¡Nadie! ¡Nada!
  59. Los colonos deciden construir una embarcación grande
  60. Un telegrama conduce a los colonos ante el “capitán Nemo”
  61. El capitán Nemo cuenta su vida y sus ideales
  62. Muere el capitán Nemo, y los colonos cumplen su última voluntad
  63. Se despierta el volcán y temen lo peor
  64. El volcán sigue vomitando y hace desaparecer la isla Lincoln
  65. Una roca en el Pacífico y una isla en tierra firme