El cierre de una vida
La octava
Familia.
«El que es bueno en familia es también buen ciudadano.»
SÓFOCLES
A finales de la década de 1960, Cristina y los Stop arrasaban en las listas de éxitos cantando: Tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor… y el que tenga estas tres cosas que le dé gracias a Dios…
A ella le gustaba, cómo no, esa pegadiza melodía intemporal.
Pero las «tres cosas que hay en la vida» fueron para ella tres cosas bien diferentes.
Los cambios en la vida y en la sociedad se suceden a tal velocidad que decisiones u obligaciones muy comunes en determinado tiempo parecen inverosímiles escasos años después.
De niña fue muy aplicada en las, muy queridas para ella, escuelas de Larrazábal, pero le tocó en suerte dedicar toda su vida a cuidar a sus padres hasta el momento final.
Hoy resultaría impensable.
¿Toda la vida?
¿Y mi vida?
¿Y mis aficiones?
¿Y el tiempo para mí?
¿Estás loca?
¿Dónde queda el estribillo de salud, dinero y amor?
Le tocó en suerte esa responsabilidad familiar.
Le tocó en suerte esa responsabilidad en una especie de suerte natural.
Era lo normal. Era mujer. Los hombres… no saben, no pueden, no quieren. Lo natural, «lo suyo», es que quien cuide a los padres sea una mujer.
Alea iacta est.
Deberás cuidar a tu padre y a tu madre hasta el final de sus días.
Deberás mantenerte —te guste o no— soltera, pues «está escrito» que eso debe ser así.
Deberás destinar tu vida a las exigencias del cuidado impenitente de tus padres, es decir, identificar los objetivos de tu vida con dichas exigencias.
Deberás rehusar establecer cualquier proyecto, sea del tipo que sea, que se aleje un milímetro de lo socialmente establecido.
Deberás mantener las propiedades familiares intactas, incurriendo en el menor de los gastos, para que en el momento de repartir la herencia todos los hermanos se la repartan equitativamente.
Deberás ser feliz, pues no hay mayor satisfacción personal que darlo todo por aquellos que todo te lo han dado a ti.
Y a ello se aplicó toda su vida.
Si acaso, quedaría comentar un pequeño e insignificante detalle, muy común en las mujeres nacidas en el primer cuarto del siglo XX.
La manoseada solidaridad de la que hace gala nuestra sociedad se olvidó de las mujeres a la hora de repartir el aguinaldo de las pensiones.
Toda una vida trabajando. Toda una vida dándose a los demás. Toda una vida sosteniendo una institución insustituible como la familia. Toda una vida.
Percibe una pensión de unos pocos cientos de euros al mes.
Por toda una vida.
Ella lleva más de diez años viviendo en nuestro centro.
Es vivaracha y, desde luego, tiene claro que quiere vivir lo que le resta de vida hasta el final. Y lo que le resta de vida lo quiere vivir apoyada en sus tres cimientos: familia, religión y nacionalismo.
Los recuerdos familiares le brotan de manera natural en cada momento de su existencia. Son su primera referencia. «Mi padre decía…», «en mi casa siempre…».
Esta añoranza corresponde a recuerdos muy vivos del pasado, que ella mantiene presentes, pero que viven en su memoria, formando parte de su configuración personal y labrándola como ser humano.
Ya no tiene familia directa, está sola. Solo le quedan los recuerdos.
Nada podemos hacer para recuperar a su familia, más allá de mantener vivos esos recuerdos.
Su fe, su profunda convicción religiosa en el cristianismo, forma parte intrínseca de su ser. No se entendería de otra manera. Fervorosa activista cristiana.
De joven había ayudado a rehabilitar, cosiendo a mano, el manto y la corona de la Virgen en la ermita baracaldesa de Santa Águeda, muy cercana a su muy querido barrio de Castrejana.
El equipo preparó dos planes que estaban en nuestra mano.
Dos cosas muy simples, cargadas de simbolismo, que llenarían de alegría a nuestra heroína.
Ella, en diez años, apenas había salido de nuestro centro, si acaso a dar una vuelta por sus inmediaciones o a hacer algún obligado recado.
Pensamos en la idoneidad de visitar la cercana escuela de Larrazábal (hoy ya clausurada), en la que estudió cuando era muy joven y de la que guarda un idílico recuerdo y, como oro en paño, una fotografía de todos los alumnos sentados en las escaleras de acceso. Típica foto en blanco y negro en la que ella, chiquilla menuda, forma junto con otra treintena de compañeros. ¡Qué recuerdos!
Aprovechando el viaje, podríamos acercarnos a visitar la ermita de Santa Águeda, en la que el objeto de nuestros desvelos ayudó a rehabilitar y coser el manto y la corona de la Virgen que descansa en tan entrañable centro religioso, orgullo de los baracaldeses.
Nada podía fallar, era algo fácil. Hablamos con las personas responsables de custodiar las llaves y planteamos la visita. Todo fueron puertas abiertas y facilidades.
En paralelo, el equipo detectó que podríamos reforzar también su sentimiento nacionalista para conseguir que ella se sintiera feliz, realizada, importante, viva, significativa para alguien en esta etapa final.
Creemos firmemente en la consistencia, en la fortaleza y en la humanidad del proyecto Último Deseo, y decidimos explicar el proyecto al lendakari del Gobierno Vasco, el señor Urkullu, pidiéndole que, por sorpresa, recibiera a nuestra protagonista. ¿Por qué no?
¿Qué pensará una personalidad de estas características?
¿Cómo tendrá la agenda? ¡Recibirá miles de solicitudes...