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Educación Social y Pedagogía Social: aproximaciones conceptuales
JOSÉ ANTONIO CARIDE GÓMEZ
Universidad de Santiago de Compostela
Si nos acostumbramos a ser inconformistas con las palabras,
acabaremos siendo inconformistas con los hechos.
Ambas actitudes son, sin embargo, formas de libertad.
Y la libertad no admite conformismo alguno.
Lledó (2002: 11)
1. Introducción: sobre las palabras y sus significados
En las palabras habitan los conceptos: un modo, entre otros, de otorgarles significados con los que describir, explicar e interpretar una determinada realidad, existente o imaginada. Procurando utilizar las mejores, las buscamos o nos buscan como el «resultado de un proceso de selección» (Gamper, 2019: 11) nada ingenuo, que además de revelar emociones o sentimientos, depara logros valiosos con los que iluminar la episteme –como el conjunto de conocimientos que condicionan las formas de leer y entender el mundo en determinadas épocas– contribuyendo al desarrollo de los saberes científicos y académicos, del lenguaje y de la comunicación (Foucault, 1968).
Que las palabras tengan su historia (Vallejo, 2020), adoptando nuevas formas y sentidos a medida que las utilizamos para comunicar, afirmar o cambiar unas determinadas ideas, nos desvela como sociedad: en lo que fuimos, somos o podemos/queremos ser. Cuando se transforman en conceptos y, por tanto, en las «unidades más básicas de toda forma de conocimiento humano» (Moulines, 2007: 21), adquieren una dimensión pública, social y cultural de la que no pueden desligarse. Tienen poder y, por ello, deben usarse de manera correcta: «Como mínimo, deben ser justas e imparciales. No pueden caminar solas» (Murakami, 2017: 35).
Al relacionarnos con los demás, las palabras no solo significan. También evocan y seducen por el valor que late en su interior, en sus sonidos y en «las relaciones que establece cada término con otros vocablos» (Grijelmo, 2019: 29). Materializándose en los textos se (con)textualizan retroalimentando las enseñanzas y los aprendizajes:
Somos y estamos en el lenguaje. Vivimos y crecemos en función del lenguaje que poseemos. A través de él expresamos afectos, impulsos, pensamientos y deseos. Pero cuando el lenguaje falla o se empobrece, las palabras languidecen; y lo contrario de la palabra no es el silencio, sino la violencia. La palabra circula en la lectura, la conversación y la escritura. (Carbonell y Martínez, 2020: 73)
Y al hacerlo, aunque no lo pretendan explícitamente, facilitan o dificultan la aprehensión intelectual, los juicios y las deducciones, las preguntas y las respuestas que nos construyen humana y culturalmente (Mosterín, 2008 y 2009). En «dar (la) palabra» (García Molina, 2003) reside el secreto de la transmisión, la formación y la educación, sean cuales sean sus identidades (familiar, escolar, comunitaria, social, etc.).
Sin embargo, lejos de lo que sería deseable y esperable, los vínculos que tejen las palabras, en las ciencias y las conciencias, no siempre ofrecen los acomodos más estimables; ni tan siquiera es frecuente que suceda, aunque estén obligadas a propiciarlos, en la educación, la política, la economía o la ética. Muchas han perdido su valor original deviniendo en palabras rotas (García Montero, 2019), heridas y devaluadas por el maltrato o la manipulación que de ellas se hace.
Las palabras pueden tener efectos beneficiosos o perniciosos. Las hay que provocan, decretan o justifican guerras, matanzas o crisis. Otras, afortunadamente, son acogedoras y afectuosas, al deparar, como recuerda Nicolás Sartorius (2018: 17), «los hechos más positivos y las expresiones más extraordinarias de la mente humana». Debemos tenerlas a mano, para que siendo convenientes y convincentes (Gabilondo, 2010) viajen a través del tiempo proponiendo relatos serenos y juiciosos. Más que en ningún otro «campo» –en el sentido que le otorga Bourdieu (1997), como un espacio social de acción e influencia en el que confluyen unas determinadas relaciones sociales–, la educación y la formación deben esforzarse porque sea así.
2. Lo «social» en los conceptos que nombran la Pedagogía y la Educación
Asumiendo la complejidad que subyace a la tarea de educar, son muchas las circunstancias que concurren en sus lecturas sociales, desde una perspectiva antropológica, histórica, filosófica, política, psicológica, sociológica, etc. Todas necesarias, ninguna prescindible. En lo que nos ocupa, dándonos la oportunidad de repensar su naturaleza y alcance pedagógico en el «mar abierto e incalculable que es la educación» (Núñez, 1993: 13). Una hermosa metáfora con la que su autora nos invita a navegar por la Pedagogía Social y la Educación Social en el nuevo milenio, sin que puedan obviarse las motivaciones que subyacen a su eclosión y expansión en los planos científico, académico y profesional (Quintana, 1984; Núñez, 1990 y 2000; Fermoso, 1994 y 2003; Petrus, 1997; Riera, 1998; Ortega, 1999a y 1999b); Pérez Serrano, 2003; Caride, 2005; Sáez y García, 2006; Sáez, 2007). Siendo un cometido que se inició finalizando el siglo XIX en Centroeuropa y llegó a España en los primeros años del siglo XX, abundan las propuestas de autores y colectivos científicos, académicos o profesionales que se han ocupado de su cuestión, en distintas realidades.
Aludimos a quienes con planteamientos dispares e, incluso, contrapuestos, han ido incorporando sus aportaciones a léxicos, enciclopedias y diccionarios de Pedagogía o Ciencias de la Educación editados en las últimas décadas, tanto en sus versiones impresas como digitales; a una producción bibliográfica en varios idiomas, tanto en libros como en revistas especializadas, algunas de ellas –como veremos– con un perfil de Pedagogía Social o de Educación Social; también en las participaciones que se hacen –individual o colectivamente– en congresos y reuniones científicas (jornadas, seminarios, simposios, etc.) de ámbito nacional e internacional..., así como en muchas de tesis doctorales, trabajos de fin de grado y de máster, en proyectos de investigación e innovación docente, etc. La creación en 2000 de la Sociedad Iberoamericana de Pedagogía Social, tras su inicial denominación como Ibérica, concordando con las dinámicas asociativas y colegiadas de los profesionales de la Educación Social, contribuirán decisivamente a que tanto la Pedagogía Social como la Educación Social, en España y en el mundo, acrediten niveles de consistencia, calidad y transferencia difíciles de imaginar hasta hace pocas décadas (Úcar y Hämäläinen, 2016; March, Orte y Ballester, 2016; Melendro, De-Juanas, García y Valdivia, 2018).
En su conjunto ponen de manifiesto el creciente interés que suscitan los nuevos y viejos modos de educar y educarse en sociedad, ensanchando los horizontes de las instituciones escolares y de la educación institucionalizada; pero también, la variedad de enfoques, miradas, discursos, acepciones, etc., que se generan en la Pedagogía Social y la Educación Social como propuestas-respuestas que aceptan el desafío que supone someter a una revisión crítica los fundamentos teóricos y prácticos de la educación, comenzando por «sus propias condiciones de posibilidad y, por lo tanto, sus propias definiciones» (García Molina, 2003: 73). Aunque aumenten el volumen de las fuentes bibliográficas referenciadas en este capítulo, debe prestarse atención a las que se han ocupado del concepto y objeto de la Pedagogía Social, así como de sus teorías y modelos o en relación con la Educación Social (Rald, 1984; Ortega, 1997; Limón, 1992; Mínguez, 2000; Torío, 2006; March, Orte y Ballester, 2016; Vilar, 2018). Publicadas entre las últimas décadas del siglo XX y los primeros años del siglo XXI, exteriorizan la trascendencia que tendrá la incorporación de sus enseñanzas a las Diplomaturas, Licenciaturas o Grados que se implantan de las Universidades, sobre todo en las de Educación Social y Pedagogía (ANECA, 2005).
Desde entonces, aunque no deban minimizarse sus precedentes, aceptamos que «lo social» se nos presenta como contexto, texto y pretexto para lograr una educación más integral e integradora, cuyos planteamientos científicos, históricos y praxiológicos se han ido proyectando en la construcción de su estatuto epistemológico, pedagógico, axiológico e ideológico a lo largo del tiempo (Caride, 2002 y 2005). En todo caso, asumiendo que los principios, valores, metodologías, etc., de la Pedagogía Social y la Educación Social deben apostar por teorías y prácticas educativas de amplias miras, que no se contradigan a sí mismas, ni en sus posicionamientos crítico-reflexivos ni en sus prácticas emancipatorias. Una educación que no se limite a la escolarización y a los aprendizajes curriculares, por muy importantes e imprescindibles que sean para todos y con todos a lo largo de la vida. No será fácil, advierte el escritor nicaragüense Sergio Ramírez (2018: 133), porque «estamos aún lejos de convencernos de que la educación, con su poder transformador, es la pieza esencial del desarrollo... generadora de cambios y sustento de las democracias». La educación, coincidimos con Jorge Camors (2014: 26), que pe...