Crisis en la eurozona
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Crisis en la eurozona

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Crisis en la eurozona

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Primero fue la crisis del crédito, y gobiernos de todo el mundo intervinieron para rescatar a los bancos; después vino la crisis de la deuda soberana, que ha golpeado duramente a la eurozona. Ahora es el momento de pagar las consecuencias, y ciudadanos de a pie de toda Europa están empezando a comprender que el socialismo de los pudientes significa hacer unos cuantos agujeros más en sus ya apretados cinturones. Lapavitsas afirma que la austeridad europea es contraproducente: los recortes en el gasto público supondrán una recesión más larga y profunda, agravarán la carga de la deuda, pondrán aún más en peligro a los bancos y puede que pronto impliquen el final de la propia unión monetaria.Crisis en la eurozona traza un camino prudente para afrontar una reestructuración que dependa de la fuerza de los sindicatos y de la sociedad civil. El lúcido racionalismo de este libro transmite un mensaje polémico, poco grato en determinados círculos, pero que pronto resonará por todo el continente: los estados empobrecidos deben abandonar el euro y reducir sus pérdidas o sobrevendrá una penuria mayor.

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Parte 1
Empobreciéndote a ti y a tu vecino
C. Lapavitsas, A. Kaltenbrunner, D. Lindo, J. Michell,
J.P. Painceira, E. Pires, J. Powell, A. Stenfors, N. Teles
Marzo de 2010
1.ASPECTOS DE UNA CRISIS DE LA DEUDA PÚBLICA
Una crisis de raíces profundas
La crisis de la deuda soberana que estalló en Grecia a finales de 2009 se debe básicamente a la inestable integración de los países periféricos en la eurozona. Sus causas directas, sin embargo, se pueden encontrar en la crisis de 2007-2009. Los préstamos hipotecarios especulativos concedidos por instituciones financieras estadounidenses y las transacciones de las obligaciones derivadas resultantes llevadas a cabo por bancos internacionales creó una amplia burbuja en el periodo 2001-2007, que condujo a una crisis y una recesión. La liquidez y el capital que proporcionaron los estados en 2008 y 2009 rescataron a la banca, y el gasto público evitó un empeoramiento de la recesión. El resultado para la zona euro fue una crisis de la deuda soberana, agravada por la debilidad estructural de la unión monetaria.
La crisis de la deuda pública, por consiguiente, representa la Fase Dos del periodo convulso que empezó en 2007 y se puede llamar una crisis de financiarización.[4] Las economías maduras han sido financiarizadas a lo largo de las tres últimas décadas, hecho que ha dado como resultado el aumento del peso de las finanzas con respecto a la producción. Las grandes empresas se han vuelto menos dependientes de los bancos y participan cada vez más en los mercados financieros. También los hogares se han involucrado mucho en el sistema financiero tanto en el activo (pensiones y seguros) como en el pasivo (hipotecas y deuda no garantizada). Los bancos se han transformado; buscan el beneficio a través de tarifas, comisiones y transacciones orientando sus actividades más hacia los hogares que hacia las empresas. El beneficio financiero se ha convertido en una parte importante del beneficio total.[5]
Pero la financiarización se ha desarrollado de forma diferente en los países maduros, incluidos los de la Unión Europea. Alemania ha evitado la explosión de la deuda de los hogares que últimamente ha tenido lugar en países de la periferia de la eurozona y en otros países maduros. Durante muchos años, el comportamiento de la economía alemana ha sido mediocre, mientras se ejercía una gran presión sobre los salarios y las condiciones de los trabajadores alemanes. La principal fuente de crecimiento de Alemania ha sido su superávit por cuenta corriente dentro de la zona euro, resultado de la presión sobre salarios y condiciones más que sobre un crecimiento superior de la productividad. Dicho superávit se ha reciclado a través de inversión extranjera directa y préstamos concedidos por bancos alemanes a países periféricos y a otros más lejanos.
Las implicaciones para la eurozona han sido graves. La financiarización en la periferia se ha desarrollado en el marco de la unión monetaria y bajo la sombra dominante de Alemania. Los déficits por cuenta corriente se han afianzado en las economías periféricas. El crecimiento se ha debido al aumento del consumo financiado mediante la deuda creciente de los hogares, o a las burbujas de inversión características de la especulación inmobiliaria. Se ha producido un incremento general del endeudamiento, tanto por parte de los hogares como de las empresas. Mientras tanto, se ha ejercido una presión sobre los salarios y condiciones de los trabajadores en todos los países periféricos, pero no de manera tan persistente como en Alemania. La integración de dichos países en la zona euro ha sido, por tanto, inestable; los ha dejado indefensos ante la crisis de 2007-2009 y ha llevado finalmente a la crisis de la deuda soberana.
Sesgo institucional y fallos de funcionamiento en la eurozona
Los mecanismos institucionales en torno al euro han sido una parte fundamental en la crisis. Concretamente, la Unión Monetaria Europea está respaldada por multitud de tratados y acuerdos multilaterales, entre los que se encuentran el Tratado de Maastricht, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento y la Estrategia de Lisboa. Está respaldada también por el Banco Central Europeo, responsable de la política monetaria en toda la eurozona. La concurrencia de estas instituciones ha producido una mezcla de políticas monetarias, fiscales y laborales con importantes implicaciones sociales.
Se ha puesto en práctica una política monetaria única para toda la zona euro. El BCE se ha planteado como meta la inflación y se ha centrado exclusivamente en el valor del dinero en el nivel nacional. Para conseguir este objetivo, el BCE ha tomado en consideración las condiciones fundamentalmente en los países principales en lugar de asignar el mismo peso a todos. En la práctica esto ha supuesto unos tipos de interés bajos en toda la eurozona. Además, el BCE ha operado de forma deficiente pues no se le permitió adquirir y manejar deuda del Estado ni tampoco se ha opuesto de forma enérgica a la especulación financiera contra los Estados miembros. Como resultado, el BCE aparece como protector de los intereses financieros y avalista de la financiarización en la zona euro.
La política fiscal se ha situado bajo las duras restricciones del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, pero los Estados miembros conservan una considerable soberanía residual. La disciplina fiscal ha sido fundamental para que el euro sea aceptado como reserva internacional y actúe como moneda internacional.[6] Como la eurozona carece de una política y un estado unitario, no ha tenido un sistema tributario integrado ni transferencias fiscales entre regiones. En la práctica, la normativa fiscal se ha aplicado con cierta laxitud tanto en los principales países como en el resto. Los países periféricos han intentado disfrazar los déficits presupuestarios de diversas formas. No obstante, durante este periodo ha predominado el rigor fiscal.
Dadas estas restricciones, la competitividad nacional dentro de la zona euro ha dependido de las condiciones de trabajo y el funcionamiento de los mercados laborales, y a este respecto la política de la UE ha sido inequívoca. La Estrategia Europea de Empleo ha fomentado tanto una mayor flexibilidad del empleo como las contrataciones a tiempo parcial y temporales. Se ha ejercido una gran presión sobre salarios y condiciones laborales que ha dado lugar a una «competición a la baja» en toda la zona euro. Sin embargo, la aplicación real de esta política ha variado considerablemente según los sistemas de prestaciones sociales, la organización de los sindicatos y la historia política y social.
Es evidente que las instituciones de la eurozona son más que simples acuerdos técnicos cuyo fin es apoyar al euro como moneda común interna y como moneda internacional. Al contrario, han tenido profundas implicaciones sociales y políticas. Han protegido los intereses del capital financiero al disminuir la inflación, promover la liberalización y asegurar operaciones de rescate en tiempos de crisis. También han empeorado la posición del empleo con respecto al capital y, no menos importante, han facilitado el dominio de Alemania en la zona euro a expensas de los países periféricos.
Países periféricos a la sombra de Alemania
En general, los países periféricos se incorporaron al euro con tasas de intercambio mayores para, aparentemente, controlar la inflación, renunciando de ese modo a parte de su competitividad desde el principio. Puesto que el BCE ha fijado la política monetaria y el Pacto de Estabilidad y Crecimiento ha contenido la política fiscal, se ha animado a los países periféricos a aumentar su competitividad principalmente aumentando la presión sobre los trabajadores. Pero se han enfrentado a dos grandes problemas a este respecto. En primer lugar, los salarios reales y las prestaciones sociales son por lo general peores en la periferia que en el centro de la eurozona. En consecuencia, el alcance del aumento de la competitividad mediante la presión sobre los trabajadores es menor. En segundo lugar, Alemania ha exprimido implacablemente a sus propios trabajadores a lo largo del periodo. Durante las dos últimas décadas, la economía más poderosa de la eurozona ha generado los menores incrementos en los costes laborales nominales, mientras que sus trabajadores han perdido de forma sistemática parte de la producción. La UEM ha supuesto un auténtico calvario para los trabajadores alemanes.
De este modo, la competitividad alemana ha aumentado aún más dentro de la zona euro. El resultado ha sido un superávit estructural por cuenta corriente para Alemania, que se refleja en déficits por cuenta corriente para los países periféricos. Este superávit ha sido la única fuente de dinamismo de la economía alemana a lo largo de la década de 2000. En términos de producción, empleo, productividad, inversión y consumo, entre otros factores, el rendimiento alemán ha sido mediocre. En el núcleo de la eurozona se encuentra una economía que distribuye crecimiento mediante superávits por cuenta corriente que provienen en gran parte de los acuerdos del euro. Los superávits alemanes, mientras tanto, se han traducido en exportaciones de capital —principalmente préstamos bancarios e inversión extranjera directa— cuyo principal destinatario ha sido la eurozona, incluida la periferia.
Esto no significa que los trabajadores de los países periféricos se hayan librado de las presiones sobre salarios y condiciones. De hecho, la participación del trabajo en la producción ha disminuido en toda la periferia. Es cierto que la remuneración del trabajo ha aumentado en términos reales y nominales en la periferia, pero la productividad ha crecido en mayor proporción —y, por lo general, más rápidamente que en Alemania—. Pero las condiciones dentro de la eurozona no han fomentado un crecimiento rápido y sostenido de la productividad en los países periféricos —debido en parte al mediocre estado de la tecnología— con excepción de Irlanda. De este modo, los países periféricos han perdido competitividad mientras que la retribución en términos nominales de los trabajadores alemanes ha permanecido prácticamente estancada a lo largo de todo el periodo.
Enfrentados a una Alemania perezosa pero competitiva, los países periféricos han optado por estrategias de crecimiento que han reflejado su propia historia, política y estructura social. Grecia y Portugal han mantenido niveles elevados de consumo, mientras que Irlanda y España han tenido periodos de auge de inversión que han fomentado la especulación inmobiliaria. En toda la periferia se ha incrementado la deuda de lo...

Índice

  1. Portada
  2. Crisis en la eurozona
  3. Prólogo de Costas Lapavitsas
  4. Agradecimientos
  5. Introducción: El fin del europeísmo por Stathis Kouvelakis
  6. Glosario
  7. Parte 1. Empobreciéndote a ti y a tu vecino
  8. Parte II. La eurozona entre la austeridad y el impago
  9. Parte III. ¿Ruptura? Una drástica salida de la crisis de la eurozona
  10. Índice
  11. Sobre este libro
  12. Sobre Costas Lapavitsas
  13. Créditos