Breve historia de Napoleón
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Breve historia de Napoleón

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Breve historia de Napoleón

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Un personaje histórico cargado de matices, una personalidad poliédrica, cruel y sentimental, tirano y conciliador: Napoleón presentado en sus más íntimos detalles. Napoleón ha hecho correr océanos de tinta, sus campañas militares, su ascenso a emperador, sus derrotas y sus exilios han sido tratados de casi todas las formas imaginables.La biografía de Bonaparte que encontramos en Breve Historia de Napoleón, no obstante, pretende combinar las biografías basadas en los detalles más íntimos del emperador francés con aquellas que presentan sus logros públicos, en una obra de carácter divulgativo que recoja su conocida capacidad como legislador y estratega militar, pero también, su menos conocida capacidad como matemático, su sagacidad a la hora de tomar decisiones complejas y que muestre lo visionario y acertado de muchos de sus juicios y sentencias.El objetivo de la obra no es, sin embargo, hacer un panegírico de esta personalidad inabarcable, sino mostrar el contraste de estas virtudes con sus usos de gobierno despóticos, sus delirios de grandeza o su profunda misantropía. Esta biografía que nos presenta, combinando su faceta como historiador y como escritor, Juan Granados, arroja una figura de Bonaparte completa y definida, en la que se entrelazan las cuestiones de estado con las de alcoba. La estructura de la obra, el riguroso orden cronológico, facilitará la asimilación de conocimientos y la compresión de las aristas de Napoleón.Presentado desde su infancia en Córcega, asistiremos al decisivo 1796 en el que se casa con Josefina de Beauharnais y consigue el mando supremo del ejército de Italia, acompañaremos a Napoleón en su glorioso regreso de la campaña de Egipto y en sus tribulaciones por las continuas infidelidades de Josefina, veremos su ascenso a Primer Cónsul de Francia en 1799 con la ayuda de Sieyes, Fouché o Talleyrand y su coronación como emperador cinco años más tarde y, por supuesto, compartiremos sus victorias gloriosas en Marengo, Austerlitz o Jena.

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Información

Editorial
Nowtilus
Año
2013
ISBN
9788499674674
Edición
1
Categoría
Historia
1

El joven Bonaparte

¿A QUÉ HUELE CÓRCEGA?

Uno de los primeros mitos sobre Napoleón es aquel que considera al «pequeño cabo» un arribista provinciano con fortuna. Nada más alejado de la realidad. Napoleón Bonaparte nació en el seno de una poderosa familia corsa de florido pasado, que nada tenía que ver con la procedencia algo rústica que deseaban achacarle despectivamente sus detractores. En realidad, su padre, Carlo Buonaparte –luego Bonaparte, cuando necesitó parecer algo más francés de lo que era–, procedía de un linaje inscrito en el libro de oro de Bolonia y tenido por casa patricia en Florencia. Por si cupiese alguna duda, la misma etimología italiana de su apellido significa literalmente ‘buen partido’, no porque sus herederos gozasen de amplia fortuna, que a menudo también, sino porque el apelativo ‘buen partido’ servía desde el siglo XII para identificar a los hombres del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, llamados «gibelinos», en permanente batalla con los «güelfos», fieles al papado. Ambas facciones protagonizaron en suelo italiano aquella singular disputa entre los dos poderes universales que pugnaban por el Dominium Mundi.
Así, un Hugo, antecesor de todos los Buonaparte, aparece mencionado en 1122 combatiendo junto al duque de Suabia, Federico el Tuerto, para hacerse con la Toscana. A resultas de aquellas victorias, un sobrino suyo adoptó por primera vez el apellido, estableciéndose como miembro del consejo que gobernaba Florencia. Cuando los gibelinos perdieron el poder en la ciudad, los Buonaparte se exiliaron a la villa genovesa de Sarzana. Parece que su asiento en la costa ligur resultó bastante más estable, pues el linaje no llega a Córcega hasta que, en pleno siglo XVI, Francesco Buonaparte recala en la isla formando parte de la expedición genovesa destinada a colonizarla. Desde entonces, los Buonaparte, especializados en la abogacía, medraron convenientemente en diversas poblaciones corsas como Talavo y Bocognano a la sombra del poder local, del que siempre formaron parte, manteniendo su propio clan o pieve corso.
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Carlo Bonaparte o Buonaparte (1746-1785), padre de Napoleón. A pesar de haber vivido tan sólo treinta y nueve años, logró sentar las bases de la prosperidad de una dilatada familia. Optó por el bando francés y de este modo propició la carrera de Napoleón en el ejército, becado por Luis XVI.
De este modo, Carlo Bonaparte, padre de Napoleón, será un miembro muy apreciado de la comunidad corsa cuya discreta fortuna le permitiría cursar estudios en Pisa y Roma. Carlo, al que el panegirista de Napoleón, y su contemporáneo, monsieur de Morbins, describe como «buena persona, de elocuencia viva y natural y de muy buena comprensión», era un patriota, íntimo amigo de Pasquale Paoli, líder indiscutible de la resistencia corsa frente a la dominación genovesa. Juntos lucharían contra los usurpadores de la libertad de los corsos, contribuyendo a expulsar a los genoveses de la isla. Ya por entonces acompañaba a Carlo en sus cabalgadas la valiente Letizia Ramolino, su esposa, descendiente de los condes de Collalto e hija del gobernador militar de Ajaccio. Descrita como una mujer devota, muy frágil y de pequeña talla, apenas metro cincuenta de estatura, Letizia llegó a ser considerada una de las más valientes y gallardas damas de su tiempo. La joven pareja, tras su boda en 1764, se instaló en la capital, ocupando la mansión familiar de los Buonaparte en la vía Malerba.
Cuando Carlo Buonaparte quiso conocer a Pasquale Paoli en su fortaleza de Corte, tenía tan sólo veinte años, frente a los cuarenta y uno de su admirado mentor. La edad no fue distancia para ellos; Paoli, tan patriota como revolucionario, empeñado en dotar a su pueblo de una constitución, enseguida le otorgó su confianza al joven Buonaparte, encomendándole la difícil misión de interceder ante el papa a favor de la independencia de Córcega. Carlo demostró bien pronto su capacidad diplomática, obteniendo de Roma el compromiso de no implicarse a favor de los genoveses. Parecía que los independentistas habían triunfado; Paoli pudo proclamar la constitución y comenzar su presidencia gobernando con mesura y sentido común, iniciando una ambiciosa política de construcción de caminos, eliminando el bandolerismo y llegando a fundar una modesta universidad. Pero los genoveses actuaron con astucia y, viendo todo perdido, firmaron en Versalles la venta de la isla a la Francia de Luis XV. Así, a partir del 15 de mayo de 1768, Córcega fue oficialmente francesa, mientras Pasquale Paoli y sus patriotas se preparaban para una nueva resistencia al grito de «libertad o muerte».
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Letizia Ramolino (1750-1836), esposa de Carlo Bonaparte y madre de Napoleón. A pesar de su aparente fragilidad, supo mantener a su amplia familia unida frente a toda contingencia. Óleo fechado en 1713, obra de Robert Lefèvre (1755-1830). Museo Napoleónico de Roma.
Luis XV tardó bien poco en reclamar sus derechos. En agosto de 1768 una poderosa escuadra francesa desembarcó un ejército de diez mil soldados en Bastia, en el extremo de la isla opuesto a Ajaccio. Sin dudarlo un instante, Carlo Buonaparte, acompañado nuevamente de la animosa Letizia, marchó a las agrestes montañas del interior de la isla para reunirse con su admirado líder Paoli. Las tropas de la resistencia no se podían comparar ni en número ni en equipamiento a las francesas, pero contaban con el dominio de la difícil orografía corsa y aplicando la guerra de desgaste consiguieron derrotar al contingente francés mandado por el general Bernard-Louis Chauvelin, haciendo además quinientos prisioneros.
De poco sirvió aquel heroico esfuerzo, Francia no estaba dispuesta a abandonar la presa y regresó al año siguiente con un ejército de veintidós mil hombres, al mando del experto y eficaz conde de Vaux. Carlo y Letizia, con su primer hijo Giuseppe a cuestas, se vieron obligados a dirigirse a los refugios del monte Rotondo, el más alto de la isla, para unirse a la batalla. Nuevamente lucharon los corsos con valor, pero esta vez el enemigo era demasiado numeroso, de tal modo que el 9 de mayo los patriotas fueron definitivamente derrotados en la batalla de Ponte Nuovo. El conde de Vaux actuó con mucha sagacidad al permitir exiliarse a Inglaterra a Paoli, en tanto ofrecía la amnistía a todos aquellos corsos que marchasen pacíficamente a sus casas. Carlo Buonaparte, como uno de los principales lugartenientes de Paoli, vivió su personal tormenta interior, debatiéndose entre su deseo de seguir a Pasquale Paoli en el exilio y la certeza de que a su familia le iría mejor permaneciendo en su patria. Optó por lo último, no sin antes despedir afablemente a su mentor en el puerto de Bastia, donde este se embarcaría en un buque de guerra inglés junto a otros trescientos cuarenta corsos que preferían el exilio antes que el dominio francés.
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Pasquale Paoli (Morosaglia, 1725-Londres, 1807), líder incontestado de la insurgencia corsa, aún hoy venerado por sus compatriotas. Para Napoleón fue siempre un espejo en el que reflejarse, aunque paradójicamente el enfrentamiento de ambas familias condujo a los Bonaparte al exilio marsellés. Retrato de Richard Cosway.
Carlo Buonaparte y Letizia Ramolino regresaron a Ajaccio. El tiempo confirmaría que la elección había sido acertada. Por entonces, Letizia estaba ya embarazada de su segundo hijo; la pareja había tenido otros dos antes de Giuseppe, pero los habían perdido y, mientras Carlo se integraba muy rápidamente en la nueva Administración francesa, como asesor legal del juez del distrito de Ajaccio, la madre de Napoleón regresó a la vida tranquila de la capital y a sus rutinas religiosas. Un 15 de agosto de 1769, día de la Asunción de María, decidió acudir, como tantas veces, a misa en la catedral. Allí mismo sintió las primeras señales de parto. Con la ayuda de su cuñada Geltruda Paravicini pudo dar los pocos pasos que la separaban de su villa, pero le resultó imposible ya subir a la primera planta. Napoleón nació aquel mismo día sobre una alfombra del vestíbulo de los Buonaparte. El que sería emperador de los franceses vio la luz en Córcega, como súbdito del rey de Francia casi por casualidad; tan sólo unos meses antes no habría sido francés. Incluso si su padre se hubiese decidido a seguir los pasos de su líder natural, Paoli, el que llegaría a ser martillo de Inglaterra bien hubiese podido nacer en Londres. Significativamente, sus padres quisieron llamarle Napoleón, nombre de uno de los tíos de Letizia que había combatido a los franceses y acababa de fallecer. Luego vendrían seis hijos más: Luciano, Jerónimo, Luis, Carolina, Elisa y Paulina. Los Buonaparte habían conformado una gran familia que había que mantener, así que no resulta extraño que Carlo Buonaparte hiciese todo cuanto estaba en su mano para hacer olvidar su pasado, abrazando el bando francés. En esto ayudó mucho la belleza natural de Letizia Ramolino, que, al igual que había ocurrido antes con el mismo Paoli, el cual adoraba jugar a los naipes con ella, gozaba de la admiración del septuagenario general Louis Charles Rene, conde de Marbeuf y virtual gobernador de la isla, quien según Stendhal «le hacía la corte al estilo italiano».
La amistad con Marbeuf resultó muy útil a la familia. Gracias a su influencia, Carlo Buonaparte, ya Bonaparte, fue reconocido como noble, cosa que ya era, y en 1779 fue llamado a París como diputado por Córcega, confirmando así su plena integración en la Administración francesa. Es más, fue el propio Marbeuf, a través de su sobrino el arzobispo de Lyon, responsable de otorgar las subvenciones reales, quien consiguió que dos de los hijos de Carlo Bonaparte fuesen becados para estudiar en el continente, disfrutando de las ayudas que el rey concedía a la nobleza empobrecida. José, en razón de su carácter pausado y retraído, fue destinado al seminario de Autum a fin de iniciar la carrera religiosa y Napoleón, luchador y animoso desde la primera infancia, a la escuela militar de Brienne para comenzar su temprana formación como oficial del ejército. Napoleón se hacía definitivamente francés, sí, pero nunca olvidaría el olor de Córcega, su patria. Córcega, nos dice el literato e historiador francés Max Gallo, olía a mar, a la fragancia de los pinos, a lentisco, a madroño y a mirto, también a vendetta, orgullo y revolución, Paoli y su ejemplo permanecerían por siempre en su memoria, no menos que los textos de Plutarco, a quien Paoli citaba cada vez que le venía al paso.
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Cuenta la tradición que Letizia Bonaparte regresaba de oír misa en la catedral de Santa María de la Asunción en Ajaccio, como cada domingo, cuando le asaltaron los dolores del parto. Napoleón nacería sobre una alfombra del vestíbulo de la casa de sus padres.

BRIENNE: PLUTARCO Y LAS MATEMÁTICAS

La academia de Brienne, situada en la región de Champaña, era tenida por una de las mejores instituciones de formación militar de Francia. Fundada tan sólo dos años antes de la llegada de Napoleón en 1779, la academia real estaba administrada por los franciscanos, antiguos propietarios del colegio, bajo la dirección del fraile Louis Berton, tan hosco como pomposo. La vida allí era austera y la disciplina muy estricta. La cincuentena de alumnos se agrupaba en sobrias habitaciones de diez ocupantes, que se levantaban a las seis de la mañana y se echaban a dormir a las diez de la noche tras una febril actividad. Durante aquellas largas jornadas, el joven corso fue instruido en todo aquello que de cerca o de lejos tenía, a ojos de los frailes, relevancia e interés para un futuro oficial del ejército del rey: latín, historia, geografía, matemáticas y física por la mañana, y esgrima, baile, gimnasia, música, alemán y algo de inglés por la tarde. En medio había tiempo para el dibujo y el estudio de las técnicas de fortificación; también, obviamente, para la asistencia a misa y algún medido período de asueto.
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Recreación popular de una imagen del joven Bonaparte en la academia militar de Brienne. Allí fue objeto de las burlas de sus compañeros por su origen corso y por ser considerado un pobre becario. Nada de esto le arredraba; ya en la niñez, Napoleón era todo determinación y consciencia de su propia valía, como refleja el texto de una carta dirigida a su padre desde Brienne el 6 de abril de 1783: «¡Padre mío, si vos, o mis protectores, no me dais medios de sostenerme más honorablemente, llamadme cerca de vos, estoy cansado de exhibirme en la indigencia y de ver sonreír por ello a alumnos insolentes, quienes no tienen más que su fortuna sobre mí, ya que no hay uno que no esté a cien picas por debajo de los nobles sentimientos que me animan!». (A continuación, la reproducción de la carta citada).
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Carta que continúa en parecidos términos: «¡Eh! ¡Que, Señor, vuestro hijo sería continuamente el peto de algunos nobles patanes, quienes, orgullosos de los placeres que se dan, insultan sonriendo las privaciones que padezco! No, mi padre, no, si la fortuna se rehúsa absolutamente a la mejoría de mi suerte, arrancadme de Brienne: dadme, ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Título
  4. Créditos
  5. Dedicatoria
  6. Índice
  7. Prólogo
  8. Introducción
  9. 1. El joven Bonaparte
  10. 2. El general Bonaparte al servicio de la Revolución
  11. 3. Guerra y ciencia en Egipto
  12. 4. El primer cónsul
  13. 5. La eclosión del Imperio
  14. 6. La estrella se apaga
  15. 7. Años de derrota y exilio
  16. Bibliografía
  17. Cronología
  18. Contraportada