Rock, cultura y transcultura. El caso del etnorock en Chiapas
Juan Pablo Zebadúa Carbonell
Introducción
En los actuales tiempos, la necesidad de observar críticamente algunos procesos culturales desarrollados en los espacios de análisis étnicos ha logrado generar otras claves de entendimiento. En este caso, las apropiaciones simbólicas que las etnias realizan en los contextos volubles que les toca vivir repercuten cada vez más en las formas con que dan sentido a sus pertenencias y, sobre todo, a lo que proponen como colectivo en sus distintas propuestas de inclusión.
El etnorock en Chiapas es un movimiento musical que involucra a jóvenes indígenas de diferentes grupos étnicos de la entidad, y actualmente desafía aquellas formas de observarlos como parte de un campo donde lo tradicional tiende a ser un rasgo inamovible. La característica fundamental es la relación que tienen con su adscripción indígena y la música rock, lo que genera un proceso en el cual se insertan estos dos campos y produce nuevos formatos de identidad juvenil.
Chiapas siempre ha sido una región marginada, y con el levantamiento armado indígena de 1994, esta entidad del sureste mexicano cobró notoriedad por esa misma característica (Tipa y Zebadúa, 2014), además de que la revuelta social fue producida por indígenas y en torno a esa etnicidad se edificó todo un discurso que destacó alrededor del mundo. Desde luego, ello lanzó a Chiapas como vórtice de la lucha anticapitalista internacional, pero lo más interesante es que posicionó a este estado de México desde un enfoque indígena y empoderó varias de las prácticas que antaño realizaban las etnias, pero eran de interés estrictamente antropológico o de otro campo. Al insertarse así, discursivamente, las propuestas culturales de este colectivo repercutieron en sus juventudes que, ante este inédito contexto para ellos, realizaron prácticas que devinieron en nuevos formatos culturales como el etnorock.
Lo que realizan estos jóvenes son procesos de transculturación, entendidos como el encuentro de dos o más modelos culturales (en este caso el indígena y el rockero) del que, a partir de tal vinculación, emana un tercer espacio en el cual sobresalen sus hibridaciones y mestizajes. Lo importante es saber que, después de este tercer espacio, pueden aparecer otros más porque los movimientos de los patrones culturales en pugna son permanentes y no terminan en un formato final. De esta manera, las transculturaciones pueden explicar cómo se construyen las identidades juveniles indígenas desde los productores y consumidores del llamado rock indígena.
En este sentido, el argumento conceptual —transculturación, jóvenes indígenas y etnorock— demuestra las acciones y prácticas emprendidas por estos jóvenes adscritos a la música en sus propuestas de inclusión en la globalización, por un lado, al comprender que desde la vinculación de dichos patrones culturales pueden generarse nuevas identidades y formas de ser juveniles étnicas (acciones) y, por el otro, al llevarlas a cabo mediante los consumos musicales en que se ponen en juego tales adherencias (prácticas).
Rock y cultura
A través del tiempo, el rock ha representado todo un movimiento cultural prácticamente sin precedente en ningún estilo musical contemporáneo. Testigo de ello es la constante producción que sin cesar aparece en los mercados musicales internacionales, la cual observa su influencia transgeneracional, ya sea como movimiento musical o social. El rock genera mucha expectativa en cuanto a su esencia y a los formatos que propone para interpelar constantemente a las juventudes que acuden siempre a sus llamados discursivos.
Con poco más de sesenta años de historia, la música de rock es atemporal, transgeneracional y siempre resurge con fuerza, en una interminable renovación constante, cuando se le declara en obsolescencia. Es atemporal porque, aun cuando tiene marcada una fecha específica en cuanto a sus raíces y su creación, traspasa la línea del tiempo y tras más de seis décadas sigue tan actual como antes. También cruza transversalmente diversas generaciones que lo continúan consumiendo, y siempre renueva sus vertientes y sus discursos: son ya prácticamente seis generaciones de adultos, jóvenes, adolescentes, y hasta niños, las que se adscriben a esta música.
Al rock se le conoce por la insistencia de su discurso contestatario. Pese a que permanece en las redes de consumos musicales internacionales desde hace largo tiempo, y cuando se ha planteado por ello su inminente masificación y, por ende, su pérdida de sentido “contracultural”, este estilo musical no pierde vigencia, ni como parte de las adscripciones generacionales de las que siempre ha sido parte ni como una música donde se replantea “lo establecido”. El rock ha representado para los jóvenes de este estilo más que una música. Forma parte de un imaginario donde lo político y la cultura convergen como elemento de un horizonte de contestación, de protesta contra algo:
El rock es eminentemente una expresión estética musical. En primera instancia, es música que ha dado la pauta para crear espacios en los que convergen actitudes y relaciones sociales alternativas; desde su origen, manifiesta una actitud en la cual se producen formas de comportamiento y expresiones de inconformidad contra la moral y la cultura establecida. Es así que la rebeldía del rock daba a los jóvenes, y les sigue dando, con variaciones distintas a las de su contexto sociohistórico inicial, un espacio para expresarse en contra de las reglas y normas morales establecidas por la sociedad (Viera, 2011:10).
En el caso de México, aun cuando se recalca la importancia social del rock como música de masas, representa un tema incipiente en su discusión y análisis en tanto tema socio-antropológico. Recordemos que el rock, y su consumo en general, se reprimió constantemente en el país, y es que representaba la antítesis de todo un sistema patriarcal y autoritario, que tuvo su particular versión sobre la juventud en el 68 mexicano: en la ola contestataria global de aquel mítico año, en ninguna parte del mundo se reprimió el movimiento que cambió la escena cultural mundial, salvo en México. El dato no es de importancia menor, porque al contener el movimiento estudiantil de esa época mediante la violencia del Estado, también se aisló de toda manifestación social y cultural que tuviera que ver con las juventudes. Esta “satanización” reflejó la visión que el Estado mexicano tuvo de la juventud mexicana, y en el caso del rock, lo marginó a tal punto que fue prácticamente considerada una expresión delincuencial (Zebadúa, 2002).
A partir de entonces, en México se privilegiaron por mucho tiempo los estilos musicales “en serie” mercantilizados por las industrias culturales de lo “cursi” y lo banal. Se habla, desde luego, de Televisa, la gran industria televisiva de Latinoamérica, la que a lo largo de las décadas, después de los sesenta, se dedicó a formar parte del aparato ideológico de los gobiernos en turno, dejando de lado cualquier práctica juvenil que no fuera la que se establecía dentro de los cánones del trinomio Televisa-Estado-gobierno. En las políticas culturales nacionales no existieron espacios musicales para otra cosa que no fuera la producción artística a gran escala de las empresas y consorcios privados de la comunicación. Toda expresión del rock y todo joven adscrito a ella fueron considerados marginales y maniatados a no expresar su particular visión de vida.
De ahí que el contexto del desenvolvimiento del rock en México ha sido motivado, en primer lugar, desde el alejamiento y la confinación social; desde las imposibilidades de su creación en los límites de lo convencional. He ahí una primera esencia de su conformación. La otra son las adherencias culturales que provoca y el consumo que despliega, sobre todo en las juventudes que son afines a esta música, ahora tanto urbanas como rurales, que son su principal —no la única, por cierto— fuente de identidad.
Algunos antecedentes del etnorock
Hablar de “etnorock”, “rock indígena” o “rock étnico” es dar cuenta de un significativo proceso cultural por el cual jóvenes de afiliación indígena hacen suya la música de rock para significar sus propios orígenes, y así generar discursos que van desde el “rescate” y la “defensa”, hasta la problematización de sus propias comunidades y culturas de origen, ello expresado en sus propios idiomas y con la asignación del rock como trasfondo musical e ideológico de tales acciones.
En los entornos analíticos que sobre este fenómeno juvenil se han vertido, el concepto de etnorock ha generado una serie de posturas que van desde el señalamiento y una evidente estigmatización hacia un tipo de rock que se especializa a partir de ser sonorizado y ejecutado como “étnico”, hasta la franca romantización derivada del simple hecho de formar parte del universo indígena. Por tanto, se impone observar algunas cuestiones en torno a esta polémica.
La fusión del rock con los lenguajes étnicos no es nueva, ni tampoco surge en este movimiento de etnorock. De hecho, ha sido una constante de aquellas corrientes musicales que a través del tiempo posibilitan las mezclas rockeras con otras tendencias. Es relevante y bastante conocida —y por supuesto, muy bien lograda— la tendencia del rock progresivo, particularmente de la década de los setenta, en plantear la unión de la música clásica con los sonidos propiamente rockeros. La propuesta de este rock tipo progresivo fue una de las más intrincadas y atrevidas desde el punto de vista cualitativo en el hacer musical. En Italia, por ejemplo, bandas como Le Orme, Area, New Trolls, Banco del Mutuo Soccorso y Premiata Forneria Marconi1 retomaron mucho de la escuela de la ópera italiana y la acercaron a un ambicioso proyecto lleno de calidad y de talento musical que, desde el rock, generó grandes expectativas y éxito a nivel internacional.
En Inglaterra, principalmente King Crimson, Yes, y Emerson, Lake and Palmer,2 también proporcionaron una expansión melódica y rítmica desde el jazz y la música clásica. Estos aportes fueron decisivos en el rock, porque se ponía a discusión la posibilidad de que la mezcla era viable y de que el rock se expandía cuantas veces quisiera, y a donde pudiera, sin dejar de tener la esencia que le daba vida y seña de identidad. Con ello marcaba distancia de los purismos y de los formatos primordiales que mucha gente consideraba como propios y únicos para el rock.
De ahí que la fusión del rock, si bien es una tendencia casi inherente a su propio espíritu, siempre será una característica distintiva para aquellos músicos que buscan la apertura y nuevos derroteros en los campos de la música de rock.
En México, la hibridación del rock con lo étnico tampoco es exactamente nueva. Una parte de la producción rockera nacional se abocó a proyectar fusiones antes impensables en la escena mexicana, como tomar en cuenta lo étnico. Por supuesto, el rock es una música de origen anglosajón, y en parte eso explica que en la década de los setenta y principio de los ochenta muchas bandas cantaran en inglés, por ser el idioma hegemónico rockero en ese entonces. En general, no era muy común pensar en hacer rock desde otra lógica que no fuese esa.
Esta aparente contradicción al vincularlo musicalmente con otros lenguajes tiene que ver con los mencionados purismos y las cerrazones inherentes a todo arte: el rock, como disciplina musical “occidentalizada”, tendría que ser incompatible con un campo cultural denominado “tradicional”, según dictaban los cánones más o menos estandarizados de la cultura nacional mexicana, muy arraigada, por cierto, en sus preceptos, y en la que están siempre presentes las “raíces indígenas” de nuestra nación, pero pocas veces familiarizada con el rock.
Fue en la década de los setenta y ochenta cuando aparecieron las primeras agrupaciones nacionales que experimentaron musicalmente con lo étnico. Desde el principio, esta fue una característica por la que este incipiente etnorock se reveló como un proyecto contracultural de hacer música, aun dentro del mismo rock. Realizar estas asociaciones convertía a las bandas y a los propios músicos en “expertos” en la traducción de dos lenguajes, el occidental y el étnico. Esta especie de especialización los hizo adentrarse, desde el punto de vista sonoro, en la posición de crear música desde dos lados. Es decir, estas bandas integradas por músicos que se interesaban en tales hibridaciones lograron menguar la cerrazón del rock proveniente de otros países y contextos.
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