Clínica de la vida amorosa
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Clínica de la vida amorosa

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Clínica de la vida amorosa

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El texto hace un recorrido por la obra de Freud y de Lacan en cuanto a lo que refiere a la vida amorosa, a las relaciones de pareja, a lo que tanto hombre como mujer buscan en la pareja y da cuenta de cómo todo va más allá de lo que simplemente de dice que se busca.

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Información

CAPÍTULO I
Hombres y mujeres
1

Lacan, en su texto Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina (1966a/1985, p. 698), se sirve de la expresión “partidarios del deseo y los apelantes del sexo”, de la que se deduce que “los partidarios del deseo” es una referencia a los hombres, y “los apelantes del sexo”, una referencia a las mujeres. Para tratar este punto, comenzaré por lo que marca la diferencia conceptual entre ser hombre y ser mujer. Luego, lo usaré para despejar las manifestaciones en la clínica de los hombres y de las mujeres.
Las frases que he evocado “los partidarios del deseo y los apelantes del sexo”, plantean ya una diferencia fundamental: por un lado, están los partidarios del deseo y, por el otro, los que apelan al sexo. Esto plantea una paradoja porque los que sostienen el deseo no son los mismos que los que apelan al sexo.
La primera observación es que los que apelan al sexo no sostienen el deseo. Es una paradoja porque, apelar al sexo significa que es un llamado al otro y entonces es necesario tener un deseo. En el mismo texto, Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina, hay también una observación que se refiere a la contraposición de la relación entre hombres y mujeres, relativa al amor. Evoca la forma fetichista del amor del lado masculino, y del lado femenino, la forma erotomaníaca.
Esta es una separación que Lacan señala al mismo tiempo que plantea la separación entre la relación con el deseo y la relación con el sexo. Por un lado, la diferencia en cuanto al amor, por el otro, la diferencia en cuanto al deseo, y uno puede decir la relación en cuanto al goce.
Para desplegar estas cuestiones, me centraré en primer lugar en el seminario Las formaciones del inconsciente, y retomaré algunos planteamientos de Freud que sirven de apoyo a Lacan para formular sus propuestas. Lacan no dice las mismas cosas que Freud, pero se apoya en él, por lo que es imposible ignorar las propuestas de Freud y su idea de lo que difiere entre hombres y mujeres.
Un análisis supone una pareja, una pareja atrapada en un discurso bien determinado, del cual Lacan dice que el analista ocupa un lugar bien preciso, que llama el de semblante de objeto a. ¿Qué quiere decir, ser semblante de objeto para el analista? Si menciono esto es porque esta frase excluye la consideración sobre el sexo del analista, ya que, según la formulación, el analista hace o no hace semblante de objeto. No hay referencia a una diferencia sexual.
En el plano anatómico –me refiero a los hombres y a las mujeres– Lacan da una serie de indicaciones que no son homogéneas, pero en un momento dado hace una ruptura radical con la propuesta de Freud, según la cual la anatomía es el destino. Entonces, cuando Lacan dice que la anatomía no es el destino, ¿eso significa que la anatomía no cuenta para nada? Y otra pregunta, cuando Freud aboga por que la anatomía es el destino, ¿la anatomía asegura que alguien sea hombre o mujer? ¿Qué más allá de la genética, la anatomía, la fisiología, hace que alguien sea un hombre o una mujer?
Me referiré a dos observaciones del seminario Las formaciones del inconsciente (1957-8/2005). La primera observación se encuentra en la página 165-6 de la edición francesa de Seuil (1957-8/1999), y en la p.170, de la edición en español de Paidós (1957/8-2005)2. Allí Lacan da una definición sobre qué es un hombre y qué es una mujer. La definición que da es lógica en el contexto de su desarrollo, es decir, despliega la metáfora paterna basada en el Edipo freudiano. Su propuesta es en términos de “asunción”: se es hombre porque se asume, se es mujer porque se asume. Se “asume” ¿qué? Lo que se asume es una identificación.
Entonces, está, por una parte, la idea de que al final, lo que el Edipo propone como resultado es una identificación y, por otra, la idea de la asunción; tenemos una dimensión del sujeto que hace el paso de esta identificación por sí mismo, la toma para sí. La asunción indica que no es una operación automática, es necesario que el sujeto asuma una posición. Esto es lo que indica el término “asunción”. En la fórmula de Lacan, está muy claro, él dice “asunción por parte del sujeto de su propio sexo”, es decir, sin la identificación y sin esta asunción, es imposible que un sujeto se convierta en niño o en niña.
Así él separa lo que, por un lado, es la “virilidad”, es el término de Lacan, y, por otro, la “feminización”. Entonces la distinción niño/niña es una cuestión de identificación a un ideal propio al sexo. Lo que está implícito en el texto es que para que se produzca esta identificación es necesario que haya un discurso que sostenga lo que son los ideales propios de una posición u otra: ¿cuáles son los ideales de lo que sería ser un hombre o una mujer? Esta es la primera observación de este seminario. Aquí encuentro la esencia de la posición de Lacan en esta época. La segunda observación, que hay que poner en conexión con la primera, está en la página 350 de la edición francesa (1957-8/1999) y en la p.358 de la edición de Paidós (1957-8/2005), aquí Lacan analiza la distinción hombre/mujer en relación con el deseo y con lo que en aquel momento llama la “satisfacción”, y que más tarde devendrá en la relación al goce. En esta época él ya evoca dos niveles: el nivel “satisfacción” y el nivel “deseo”.
En cuanto a la satisfacción, lo que él plantea es que para una mujer la satisfacción se obtiene en una línea substitutiva, es decir, lo que ella espera del goce sexual es un sustituto de algo que era esperado antes. Entonces está muy claro: “línea sustitutiva” en relación con el objeto de satisfacción para una mujer. De esta manera Lacan dice muy claramente que el pene, para una mujer, es “un fetiche”, al igual que un niño. En otras palabras, la línea substitutiva es que la satisfacción que podía tener de niña, la buscará más tarde del lado del hombre tomando el pene como fetiche, y entonces, si ella quiere, hará la elección de prolongar esta formación substitutiva del lado de una satisfacción con el niño como fetiche, por lo tanto, el niño como sustituto del pene.
En lo que se refiere a la satisfacción, es necesario igualmente leerlo en concordancia con el momento de elaboración en el que se encuentra Lacan, es decir, no completamente separado de una cuestión anatómica, ya que evoca la sustitución en relación con una “satisfacción natural”, “instintiva”, en ese momento era la forma en la que todavía Lacan hacía referencia al instinto materno.
En relación con el deseo, es ahí donde aparece la novedad, de manera bien precisa en tanto Lacan correlacionará la cuestión del deseo con el falo, es decir, con un significante, un término que encarna lo que es el objeto de deseo para alguien. Aquí traza una oposición entre la feminidad, que él propone como un dilema, y la masculinidad, que también plantea como un dilema, simplemente que el dilema es diferente para cada uno, dilema en sentido de problemática. Pero la problemática a la que se enfrentan hombres y mujeres no es la misma. Lo que para Lacan significa el término de dilema, es que una mujer, para acceder a su posición femenina –y allí, él completa la cuestión de la asunción a su propio sexo– es necesario que ella se identifique con el deseo del Otro, deseo del Otro como gran Otro, gran A. Identificarse con el deseo del Otro, quiere decir identificarse con lo que ella supone que es el falo deseado por el Otro.
Retomo lo que he dicho, a saber: un discurso vehicula los significantes del deseo. La posición femenina consiste en identificar su ser a esa posición. Pero, ¿cuál es el dilema? El dilema es que si, para ser mujer es necesario que pase por una identificación con el falo, esto es necesariamente problemático porque se trata, como es el caso, de una identificación con algo deseado por el Otro y no por ella misma. Entonces, la problemática del deseo femenino es, por un lado, la necesidad de pasar por el deseo del Otro y, al mismo tiempo y por eso mismo, ella misma se pierde. Es lo que Lacan nombra con un término fuerte “la forclusión del ser femenino”. A saber, para acceder a la feminidad hay una exclusión de ella misma. Problemática que se plantea de modo diferente para el hombre porque anatómicamente dispone del órgano –se comprende por qué Lacan dice “los partidarios del deseo”. Tener el órgano lo prepara, al nivel de un contexto del discurso, para lo que funciona como el significante del falo. En otras palabras, poseer el pene es lo que lo prepara para tener el significante del falo.
El dilema para el hombre es que si él lo tiene –este significante– al mismo tiempo, está traumatizado por la posibilidad de la pérdida puesto que ha experimentado que el ser que encarna, para él, al Otro absoluto, que es su madre, no lo tiene, entonces inmediatamente el hecho de tenerlo implica la posibilidad de perderlo. En lo que concierne a la problemática masculina, es que se centra en el hecho de tenerlo, que no lo excluye de la confrontación con la pérdida y, al mismo tiempo, para ser un hombre, tal como lo dice Lacan, se trata de la asunción de una identificación; se convierte en hombre, no en relación con una identificación con el significante del Otro –como es el caso de la mujer– sino “por procuración”. En otras palabras, al igual que su padre y que los hombres de la generación precedente, él asume una posición de deseo que parte de eso que tiene, que puede perder, pero que el objeto de satisfacción se sitúa afuera, es decir, que se sitúa del lado de la mujer: por lo tanto, el hecho de tenerlo lo confronta necesariamente con la posibilidad de la castración.
Hay, por lo tanto, una lógica entre falo y castración a la que son confrontados los dos sexos, pero con consecuencias diferentes: una afinidad por el lado del hombre, por todo lo que se refiere a la cuestión del tener y una afinidad por el lado de la mujer, por estar en posición de ser, pero cuanto más está en posición de ser el significante del deseo, al mismo tiempo, algo se le escapa a su ser.
Existe la idea de que el deseo, para Lacan, es inseparable de la cuestión de la “máscara”, lo que nos lleva a lo que, en los primeros años de sus Escritos, evocaba como “el parecer”, y que más tarde se convertirá de modo más formal en la cuestión del “semblante”; entra “la máscara”, “el parecer” y “el semblante”, con la idea de que cada uno avanza con sus máscaras. Cuando Lacan plantea que deseo y máscara son inseparables, es para decir que la forma en que cada uno se presenta nos da una idea de la persona. Se tiende a decir que ésta es la forma, pero la idea de Lacan, cuando formula que deseo y la máscara son inseparables, es que la máscara, digamos la vestimenta que cada uno da a su ser, brinda una idea de lo que es su deseo. “El parecer”, por tanto, está hecho para engañarnos, pero el engaño es, al mismo tiempo, una verdad. “La máscara” tal como Lacan la formula en el seminario, debe entenderse como la presentación de cada uno y, como él dice, la máscara es el síntoma. ¿Qué significa que la máscara sea el síntoma? Que los síntomas de un sujeto tienen la función de ocultar el deseo, por lo que se puede plantear que la dirección de un análisis va del síntoma que uno tiene, que enmascara el deseo, hasta un deseo que se revela.
Lacan formular “la coalescencia del deseo y del síntoma”. Freud ya lo había subrayado claramente: algo se satisface en el síntoma. Cuando digo el síntoma, me refiero a las formaciones del inconsciente. Abro un paréntesis –la definición del síntoma es la que da Freud: el síntoma es una formación substitutiva–. Esto significa que en el lugar del deseo inconsciente que ha sido reprimido, otra manifestación del deseo viene en este lugar y sustituye a la primera.
El síntoma es entonces manifestación del deseo sustitutivo. Freud fue muy preciso con la frase “el síntoma como satisfacción sustitutiva”, es por lo que al síntoma en análisis se le trata con la interpretación. Así que, por la interpretación, se devela el lado oculto de la máscara, que es lo que Lacan designa de la operación analítica, como siendo una operación sobre el síntoma. El problema es que no todos los síntomas del sujeto son formaciones sustitutivas. Por ejemplo, Freud se sirve de una categoría, las “neurosis actuales”, que se caracterizan por manifestaciones del cuerpo como la angustia, y que no tienen ninguna articulación con el inconsciente. Para Freud, se trata de manifestaciones vinculadas a una insatisfacción sexual por causa de la abstinencia sexual o de prácticas sexuales insatisfactorias. El término “actuales” utilizado por Freud indica que no está relacionado con la neurosis infantil y, por lo tanto, no son formaciones del inconsciente.
Así que hay que distinguir los síntomas en tanto que formaciones sustitutivas de los síntomas que no lo son. En un análisis no siempre se sabe de antemano si, por una parte, un síntoma se articula o no con el inconsciente y, por otra, si un síntoma va a poder articularse algún día con el inconsciente. Esto significa que no todos los síntomas son interpretables.
Por otra parte, para ir en el sentido de lo que he mencionado, la separación entre el nivel del deseo y el nivel de la satisfacción, en el seminario Las formaciones del inconsciente (1958/2005), hay esta interesante fórmula de Lacan que dice: “la erre del deseo, su excentricidad respecto de la satisfacción” (p. 346)3. La “errancia del deseo”, lo que huye, lo que se escapa del deseo remite a su captura difícil, difícil de atrapar porque se manifiesta y, de manera simultánea, desaparece; ¡Apenas uno lo percibe que él se nos escapa! La “excentricidad del deseo en relación con la satisfacción” significa que el deseo apunta a una satisfacción, pero la satisfacción no implica la desaparición del deseo.
Retomo las propuestas de Freud y comienzo con el texto “Sobre las teorías sexuales infantiles” (1908/1981), puesto que la forma en la que se plantea la pregunta es muy divertida. La pregunta es alrededor de la diferencia de los sexos. Freud comienza así: “Si pudiéramos considerar con ojos nuevos las cosas de esta Tierra, renunciando a nuestra corporeidad, como unos seres dotados sólo de pensamiento que provinieran de otros planetas, acaso nada llamaría más nuestra atención que la existencia de dos sexos entre los hombres, que, tan semejantes como son en todo lo demás, marcan sin embargo su diferencia con los más notorios indicios.” (p.189). Así que este es Freud poniéndose del lado de un extraterrestre y, al mismo tiempo, dice que no es una pregunta para los niños. Los niños toman este hecho como la base de la investigación, es un punto de partida: hay hombres y hay mujeres. Ellos no se preguntan sobre cómo es que hay hombres y mujeres, es decir, que su punto de partida es que hay hombres que pueden ser padres y mujeres que pueden ser madres.
La pregunta de Freud es más bien: ¿qué es lo que despierta la vida afectiva del niño? A este interrogante fundamental que Freud se plantea, él responde a partir de la pregunta de un niño que no es la de la diferencia entre los sexos, sino, más bien, de dónde vienen los niños. Lo que suscita esta pregunta es el momento del fin del estado en el que los padres dedicaban todo su tiempo a cuidarlo. Entonces, por ejemplo, la aparición de un hermano o de una hermana, la aparición de un competidor, el hecho de poder ser reemplazado, por ejemplo, en el juego por un compañero. Esta pregunta, de dónde vienen los niños, para Freud, es un callejón sin salida porque o el niño está intimidado o su respuesta es evasiva. Se plantean dos corrientes para el niño: su opinión y la opinión del adulto. Así que una de esas corrientes es la necesidad de ser un modelo para los adultos, ser el niño juicioso y, por lo tanto, reprimir la pregunta, y para reprimirla, hay necesariamente una dimensión de inhibición en la base del complejo nuclear de la neurosis. Así, la represión opera para que esta pregunta, apenas planteada, sea excluida por el niño. Las dos corrientes son, por una parte, la pregunta y, por otra, la evitación de la pregunta, y es así como Freud plantea “las teorías sexuales infantiles”. Las teorías sexuales infantiles no se refieren a la diferencia entre los sexos, sino a los intentos del niño por explicar de dónde proceden los niños. En otras palabras, el niño descuida la diferencia entre los sexos y, en consecuencia, atribuye a todos los niños y adultos el mismo sexo. En el fondo, hay hombres y mujeres, desde el punto de vista externo, pero en el nivel inconsciente, todos los seres humanos tienen pene.
Es la primera teoría sexual infantil, y Freud subraya esta incapacidad del niño para poderse representar a personas como él que no disponen del órgano. Así, Freud planteará la idea de que todo lo que el niño puede expresar es mucho más fuerte que su percepción.
Hay en Freud toda una concepción de las consecuencias que los niños van a sacar de la percepción de la diferencia de los sexos. La primera teoría es que, viendo a la hermanita, hay una percepción incuestionable, pero la lógica ideativa va en contra de eso, lo que se formula es: ¡es pequeño, pero crecerá más adelante!, en fin, busca consolarse. Esta es la teoría de la mujer con pene que Freud ya está observando –y en eso los análisis no han cambiado mucho porque se nota lo mismo hoy en día– en la frecuencia de los sueños en los que aparece esta dimensión, la mujer con el pene, hasta el punto de que, a partir de ahí, Freud va a construir su teoría sobre la homosexualidad masculina, que no es una idea que Lacan haya mantenido, pero en Freud es constante. Es la fijación en esta escena según la cual, para el niño, no hay otra posibilidad que la de que la mujer tiene un pene y, por lo tanto, la necesidad de encontrar el órgano en la pareja sexual. Esta es la primera observación de Freud: prevalencia de la ideación sobre la percepción.
La segunda observación se refiere a la cuestión de la amenaza. La amenaza de los padres, la amenaza de la masturbación y la amenaza de la castración. Freud dice con mucha precisión: del lado del niño los efectos son profundos y duraderos. Es, a partir de ahí, que Lacan va a considerar esto como el complejo de castración.
Ahora, del lado de la niña. La observación de Freud es que el comportamiento sexual es de tipo masculino, es decir, se comporta con respecto a su clítoris como el órgano que le proporcionará un placer equivalente al que el pene da al niño. Así que lo que Freud llama comportamiento masculino, es una modalidad de satisfacción masturbatoria. Luego, Freud añade una dimensión de rechazo, necesaria para que pueda aparecer la dimensión femenina. En otras palabras, la tesis de Freud es que la sexualidad infantil no tiene ninguna diferencia sexual: los niños y las niñas buscan el placer de la misma manera, con una parte del cuerpo privilegiada, el pene para el niño, el clítoris como equivalente para la niña. Esto es en el ámbito del cuerpo.
En lo atinente a la representación lo que Freud nos dice –verificable en las neurosis infantiles– es que las niñas, y luego las mujeres, comparten con el varón el estilo del órgano, es decir, lo que se traduce en las niñas en un deseo: el deseo de ser como el niño porque se...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Tabla de contenido
  5. Capítulo I Hombres y mujeres
  6. Capítulo II El partenaire sexual
  7. Capítulo III ¿Qué cambia el psicoanálisis en la vida de las parejas?”
  8. Capítulo IV ¿Existe un amor que no sea narcisista?”
  9. Capítulo V ¿Por qué las mujeres hablan más del amor que los hombres?
  10. Capítulo VI Amor y deseo: las diferencias entre los sexos
  11. Capítulo VII Lo indecible del amor
  12. Referencias
  13. Notas al pie
  14. Contracubierta