La fe sencilla
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La fe sencilla

Reflexiones sobre la vida

  1. 304 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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La fe sencilla

Reflexiones sobre la vida

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Información del libro

El propo´sito de esta obra es "ofrecer una meditacio´n sobre aspectos fundamentales de la vida que pueden ser vividos de dos modos opuestos: de modo complejo o de modo sencillo. El modo sencillo nos lleva a vivirlos como un don, como un regalo, como aquello que disfrutamos. Por contra, el modo complejo nos lleva a abordarlos como un objetivo que alcanzar, como una conquista que realizar que requiere movilizar grandes esfuerzos".Hay muchas formas por las que la fe cristiana deja de ser fuente de vida y de alegri´a, para convertirse en esfuerzo, lucha, preocupacio´n y sobrecarga. Y, por ende, hay muchas maneras en que la Iglesia cristiana deja de ser un regalo -el regalo de la comunidad- para convertirse en un resultado: el resultado de una buena o mala estrategia, de una buena o mala misio´n, de un compromiso ma´s profundo o ma´s liviano.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2021
ISBN
9788428836869
Categoría
Religión
1

Introducción

1. La gestación
El librito que el lector tiene en sus manos comenzó a gestarse en mi subconsciente cuando unas palabras pronunciadas hace ya unos años –no recuerdo el contexto exacto: ¿una predicación?, ¿una intervención sinodal?– por Joel Cortés, compañero de camino, quedaron impresas en mi mente: «Cuanto más trabajo para la Iglesia, más parece que me alejo de Cristo».
Teniendo en cuenta quién las pronunció, el presidente de la Iglesia Evangélica Española –entre otras de sus muchas responsabilidades eclesiales–, quizá pueda entenderse el shock que pudieran dejar en muchos de sus oyentes, la gran mayoría creyentes también comprometidos con la misión de la Iglesia. Yo fui uno de ellos. No es que no estuviera de acuerdo, sino todo lo contrario. Fue una de esas conmociones que causa oír de repente palabras que plasman una experiencia que se vive, pero que muchas veces uno mismo no puede –o evita– definir. Creo que desde ese día siempre me rondó por la cabeza abordar la vivencia de la vida en general y de la fe en particular, de un modo muy personal y distendido, esto es, sin las cautelas que impone un estudio riguroso y, por tanto, ceñido al método. Este librito sale, pues, más de mis entrañas que de mi mente, aunque creo que el lector se percatará de que no he podido –espero que para bien– dejar la mente a un lado.
2. Una meditación sobre la fe sencilla
Mi propósito es ofrecer una meditación sobre aspectos fundamentales de la vida que pueden ser vividos de dos modos opuestos: de modo complejo o de modo sencillo. El modo sencillo nos lleva a vivirlos como un don, como un regalo, como aquello que disfrutamos. Por contra, el modo complejo nos lleva a abordarlos como un objetivo que alcanzar, como una conquista que realizar que requiere movilizar grandes esfuerzos. Quizá algún lector alegará de inmediato que la vida misma es compleja, y que no existen polos tan nítidamente contrapuestos. Y tendría toda la razón. Pero también debería admitir que la proclividad humana es hacia la complejidad, hacia lo que requiere esfuerzo, abandonando esa parte de la vida misma que también es la sencillez, la simpleza, la aceptación de la vida como un don. Por tanto, no quisiera yo que mi meditación cayera en candidez pueril, sino que contribuyera a recuperar lo que creo que es una parte sustancial de la vida humana: la vida sencilla. Y, para el creyente, esta tiene mucho que ver con la fe sencilla.
Presentado el propósito, quisiera abundar en él explicando la inquietud personal que me ha llevado a esta reflexión. Desde hace un tiempo me ha entrado cierto desasosiego sobre mi forma de vivir y, como creyente, sobre mi modo de vivir la fe que profeso. Tengo la impresión de carecer de tiempo y espacio para una fe personal, esto es, una fe cultivada con esmero y disciplina personales. La fe personal es siempre interpersonal (comunitaria) y, además, requiere de un ámbito de serenidad: de un tiempo y un espacio serenos. Pero me ocurre todo lo contrario: me siento arrastrado por diversos proyectos y compromisos, quedándome sin espacio para el prójimo, para el hermano, para la persona, quienquiera que sea. Si pienso en personas cercanas que han pasado por situaciones críticas, sé que he dejado de darles el tiempo y el espacio que habrían necesitado. Quizá me han movilizado más los asuntos que las personas y sus circunstancias. Yo diría que desde que en España ha entrado de lleno el libre mercado de ideas, productos y capitales, la Iglesia –y las Iglesias–, sin darse cuenta, ha comenzado a competir en las mismas condiciones que el mercado, esto es, ha caído en un estilo de vida competitivo. Así, la Iglesia quiere asumir mayor responsabilidad social junto al –o compitiendo con el– resto de actores sociales. Y de ahí que también los fieles asumamos todo tipo de compromisos. Y nada censurable hay en ello, sino todo lo contrario. Pero ahí es donde nace mi desasosiego: de unos años a esta parte siento que vivo mi fe –en el fondo, la vida misma– de modo mecanizado, como llevado por una inercia sobre la que poco puedo hacer. No tengo la ocasión para establecer espacios humanos de estrecha relación y de reflexión; espacios «inútiles», en definitiva, porque es difícil medir los resultados de la relación personal y la reflexión. Es más, incluso cuando los tengo, me siento mal, con la sensación de estar perdiendo el tiempo si no materializo aportaciones concretas, que en general son nuevos proyectos, nuevas ideas…, más papel, al fin y al cabo. A pesar de que mi campo de trabajo es la enseñanza teológica, añoro ritmos y espacios de medida humana, pues incluso la educación se está convirtiendo en una labor altamente burocratizada (evaluaciones, informes, proyectos, curriculos, etc.), a costa del simple discipulado, o sea, de la estrecha relación maestro-discípulo –al menos en teología–, donde la obra de uno no es un proyecto ni unos objetivos, sino la vida personal de otro, que es su verdadera evaluación y su mejor informe 1. Me preocupa, pues, mi vivencia de la fe, porque no la veo capaz de crear el ámbito vivencial que requiere. Quizá por esta razón, cuanto más profundizo en su aspecto confesional –teórico o teológico, si se quiere–, más añoro una vida pareja a lo que aprendo y comprendo de la fe. Lo cual me lleva de nuevo a mi desasosiego inicial.
No añoro tiempos pasados en los que experimentara un mejor estilo de vida o una fe de mayor calidad. Seguiré en esto el consejo del Predicador: «Nunca preguntes por qué los tiempos pasados fueron mejores que los presentes, pues no es una pregunta sabia» (Libro del Predicador 7,10) 2. Pero contrasto los tiempos pasados con los actuales para hacer crítica de los unos y de los otros. Cada tiempo tiene sus propios males y sus propias bondades –aunque se reduzcan, en última instancia, a un mismo bien y un mismo mal–, y el contraste nos permite aprender algo. En la España de los años sesenta y setenta, cuando la economía del país todavía no estaba expuesta a los ritmos de la economía internacional –salvo en el tema energético, claro está– y las familias eran más pobres y dependían muchísimo más de su propia solidaridad, había más espacio para las relaciones humanas solidarias más primarias. Cabe añadir que además carecíamos del poder adquisitivo para el actual consumismo compulsivo, que tanto distorsiona el ámbito lúdico necesario para unas saludables relaciones humanas. Quizá por eso también se dispusiera más fácilmente de un tiempo para cultivar la fe personal por medio del culto familiar, la lectura personal de las Escrituras, la participación en la vida de la parroquia o iglesia local, etc. Ahora, sin embargo, hay que hacer un gran esfuerzo, un esfuerzo sobrehumano, para cultivar con esmero las relaciones personales y la vivencia de la fe. Es decir, se diría que haber perdido un estilo de vida más simple nos dificultara enormemente la vivencia de la fe. Es como si la vida sencilla fuera un mejor ámbito vivencial para vivir simplemente la fe; y, por la misma razón, diría yo que la fe sencilla, esto es, la fe que se experimenta sin esfuerzo o refuerzo alguno, es la que es capaz de crear un entorno simple, de vivir una vida sencilla.
La fe sencilla es la fe capaz de crear las condiciones de una vida sencilla, hecha a escala realmente humana. Es lo contrario de la fe compleja, enmarañada por una tupida red de compromisos y de proyectos en los que se ahoga junto con la vida, con nuestra vida. La vida compleja que vivimos –el tren de vida que nos arrastra– ha tejido una sutil telaraña que nos atrapa, afectando mucho más profundamente de lo que pensamos –y quisiéramos– a nuestra vivencia de la fe, pues inciden en nuestro día a día multitud de fuerzas sociales, apenas perceptibles, que nos alejan de una vivencia sencilla. Muchas de estas fuerzas no son buenas ni malas en sí, pero sí son recias, como las tormentas, y permean toda la realidad, de modo que acaban también marcando nuestro pulso vital, mucho más que la fe que pretendemos vivir. Y hay que añadir de inmediato que la maraña incluye nuestra vida eclesial, ya que su ritmo de vida está inmerso en la misma vorágine de proyectos que el ritmo secular. Por ello, los espacios eclesiales –incluyendo aquí la gran diversidad de instituciones eclesiales (por ejemplo, departamentos, fundaciones, misiones, etc.)– no siempre son un lugar de serenidad, quietud y escucha. Vivir la fe en nuestra compleja realidad actual, por tanto, se ha vuelto también una experiencia compleja. Al menos, bastante más que cuando en España solo había «blanco y negro», «buenos y villanos», etc. Por eso, en este librito me propongo meditar sobre esta vivencia de la fe cristiana en el día a día que nos toca vivir. No me he propuesto, por tanto, ni una reflexión teológica de la fe cristiana ni un tratado sobre la ortodoxia, ni siquiera un tratado sobre la ortopraxis (la práctica correcta de la fe cristiana). A fin de cuentas, solo propongo abordar la vivencia de la fe desde la reflexión o la meditación, no desde la aproximación teológico-sistemática o doctrinal. Sí tengo la esperanza, sin embargo, de que esta meditación tenga la sustancia suficiente como para alentar al lector a extraer su propia plasmación práctica o vivencial. Aunque me ha tentado ofrecer un capítulo 8 sobre algo así como «Conclusiones prácticas», finalmente he renunciado a ello, pues me ha parecido pretencioso intentar influir al lector hasta ese punto.
3. El ascetismo evangélico
Este enfoque sobre la fe sencilla podría resonar en algunos oídos con tonos de ascetismo; y, en efecto, estoy convencido de que el desarrollo del tema en los siguientes capítulos es un camino ascético que conlleva la renuncia a la inclinación natural al esfuerzo y al logro; o sea, a lo complejo. Pero tal ascetismo no se fundamenta en un concepto dualista o dicotómico de cielo y tierra, espíritu y carne, vida eterna y vida presente, vida sagrada y vida profana y, en definitiva, de bueno y malo. De hecho, mi enfoque del camino de renuncia a la vida compleja tiene mucho que ver con mi profesión personal de la fe evangélica, y por tanto con las divisas de la fe evangélica: Sola fide (solo por la fe), Sola gratia (solo por la gracia) y Solus Christus (Solo Cristo, o ...

Índice

  1. Portadilla
  2. Siglas y abreviaturas, glosario, signos
  3. Prólogo
  4. 1. Introducción
  5. 2. Una identidad sencilla
  6. 3. Una vida y obra sencilla
  7. 4. Una predicación sencilla (honesta)
  8. 5. Una vida y obra complicada
  9. 6. Una piedad sencilla (gratuita)
  10. 7. Jesús, encarnación de las enseñanzas del Predicador (conclusión)
  11. Apéndice I. El rey que devino predicador
  12. Apéndice II. Traducción del Libro del Predicador
  13. Apéndice III. La vie simple, de Charles Wagner
  14. Apéndice IV. La esencia del cristianismo, de Adolf Harnack
  15. Apéndice V. Algunos apuntes sobre el Libro del Predicador
  16. Bibliografía citada
  17. Notas
  18. Contenido
  19. Créditos