En el día que temo
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En el día que temo

Cómo la confianza en Dios conquista tus miedos

  1. 120 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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En el día que temo

Cómo la confianza en Dios conquista tus miedos

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Información del libro

Fracaso, rechazo, enfermedad, perder a un ser querido, la soledad; los miedos que llevamos son muchos y se transforman en una carga. El miedo es como un comandante tirano que hace lo que le place. Puede paralizar nuestros pensamientos, arruinar nuestras vidas y amenazar nuestra fe. Este libro explora cómo solo existe solo un miedo que conquista cualquier otro, el temor del Señor. Failure, rejection, sickness, losing a loved one, being alone—the fears we carry are many and burdensome. Fear is like a tyrant commander that does what it pleases. It can paralyze our thoughts, ruin our lives, and threaten our faith. This book explores how there is only one fear that conquers every other fear--the fear of the Lord.

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Información

Editorial
B&H Español
Año
2021
ISBN
9781087731001
Categoría
Religion
1
EL TEMOR DE DIOS
Aunque básicamente solo hay dos palabras hebreas y una griega para «temor» o «miedo», es difícil transmitir de un modo sencillo la riqueza de matices que nos transmiten.9 Comprender lo que es el temor de Dios solo será posible si examinamos, en su contexto, los distintos textos bíblicos en los que aparecen estos términos. Solo así podremos desentrañar su profundidad, y ver que se necesita una serie de expresiones para comunicar su sentido completo. Algunos autores consideran que la noción bíblica del temor de Dios es doble: miedo o reverencia. Pero aun aceptando estas dos ideas primordiales, la Escritura revela una mayor amplitud de significados al respecto. Así, podremos apreciar mejor el temor de Dios si nos percatamos de que incluye cinco ideas: recelo, reverencia, relación, reconocimiento y respeto por Dios. Pero es necesario hacer un par de puntualizaciones. En primer lugar, en muchos pasajes no se puede deslindar fácilmente cada una de estas ideas. En segundo lugar, no son incompatibles, sino a menudo complementarias. Por eso es necesario considerar el contexto de los vocablos para interpretarlos adecuadamente.
Antes de abundar en las cinco ideas, debemos entender que por «temor» nos referimos al «temor de Dios». Así cuando Jacob habla con Labán, su suegro, le dice: «Si el Dios de mi padre, Dios de Abraham y temor de Isaac, no estuviera conmigo, de cierto me enviarías ahora con las manos vacías» (Gén. 31:42). Posteriormente, se despide de Labán invocando a Dios mismo: «El Dios de Abraham y el Dios de Nacor juzgue entre nosotros, el Dios de sus padres. Y Jacob juró por aquel a quien temía Isaac su padre» (v. 53). Sobre esta identificación de Dios con la palabra «temor», John Murray nos dice:
El temor de Isaac, como un nombre de Dios, da testimonio de la profunda y duradera impresión producida en Jacob por el temor de Dios que Isaac manifestaba; es un testimonio de la realidad, profundidad y omnipresencia del temor piadoso de Isaac […] constituye por parte de la Escritura un tributo único al lugar que el temor de Dios ocupaba en pensamiento y la vida de Isaac. La única explicación del uso por parte de Jacob de semejante título es que la conducta y comportamiento de Isaac indicaba el profundo sentido de la majestad de Dios con el que estaba imbuido.10
Dios es temible y digno de ser temido. Y ese Dios es el único Dios que hay y se reveló en las páginas de la Biblia. Por ello, escuchar Su Palabra es el camino que nos conduce al temor de Dios porque en ella Dios se revela como temible. Como confiesa el salmista: «Príncipes me han perseguido sin causa, pero mi corazón tuvo temor de tus palabras» (Sal. 119:161). Este es el aspecto crucial del tema: someterse al temor de Dios es someterse a Dios mismo.
Recelo de Dios
El temor de Dios es la incomparable impresión que Dios deja en toda la creación. Es Su inigualable impacto sobre la obra de Sus manos: «Te vieron las aguas, oh Dios; las aguas te vieron, y temieron; los abismos también se estremecieron. Las nubes echaron inundaciones de aguas; tronaron los cielos, y discurrieron tus rayos. La voz de tu trueno estaba en el torbellino; tus relámpagos alumbraron el mundo; se estremeció y tembló la tierra» (Sal. 77:16-18).
Este salmo afirma que la creación tiembla ante el Dios del éxodo. El mar Rojo se separó, el monte Sinaí humeó y titubeó ante la presencia de Dios. Este sobresalto se debe a que Dios —el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios redentor de Israel— es santo.
La santidad de Dios es uno de los temas de la profecía de Isaías:
En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos (Isa. 6:1-5).
Los querubines se cubren ante la santidad de Dios, tal es el resplandor de Su inmaculada Deidad. En comparación con la pureza de Dios, aun los ángeles parecen desteñirse (Job 4:18). Dios encuentra en Sus ángeles torcimientos.11 El punto no es que los ángeles sean imperfectos, sino que en comparación con Dios no son tan puros. Es como comprar una camiseta blanca y ponerla sobre la nieve. En comparación con la blancura de la nieve, cualquier objeto que creíamos blanco, parece gris. Incluso algo inanimado como la entrada del templo se conmueve ante la presencia de Dios. Isaías mismo se ve como muerto ante el resplandor de la santidad de Dios, porque es culpable delante de Él. Tiene una experiencia análoga a la del apóstol Juan en Patmos, ante la visión del Señor Jesucristo en gloria:
Su cabeza y sus cabellos [del Cristo exaltado] eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. […] Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades (Apoc. 1:14-15,17-18).
Cristo mismo se revela como «el Santo» (Apoc. 3:7) y, curiosamente, el mismo Juan declaró que Isaías vio la gloria del Señor Jesucristo en el templo (Juan 12:41).
La santidad de Dios estremece, turba y causa conmoción. Por eso existe una estrecha relación entre la santidad y el temor a Dios. En este sentido, es relevante recordar que «Santo» es la palabra que más se usa en toda la Biblia para describir a Dios. En el Antiguo Testamento, se halla en expresiones como «el Santo de Israel» y, en el Nuevo Testamento, como el adjetivo que acompaña a una de las personas de la Trinidad: «el Espíritu Santo». Dios es el Santo. Por cierto, la completa revelación del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento explica por qué el temor de Dios se menciona menos. La presencia del Espíritu Santo equivale al temor del Señor, precisamente por la relación entre la santidad y el temor de Dios. Ahora bien, ¿qué hay detrás de la idea de la «santidad»? ¿Qué significa afirmar que Dios es «santo»? La santidad de Dios nos comunica, de entrada, la idea de pureza. Dios es inmaculado, no tiene mancha ni pecado. Como dice Habacuc: «¿No eres tú desde el principio, oh Jehová, Dios mío, Santo mío? […] Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio» (Hab. 1:12-13). Nuestro Señor Jesucristo es descrito como el sumo sacerdote «santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos» (Heb. 7:26). Jesucristo es «el Santo de Dios» (Mar. 1:24). Además, la santidad de Dios representa una insuperable conmoción para el pecador. Al percibir Su santidad, el ser humano experimenta miedo, pánico y susto ante Dios. Vive un rechazo irracional del único que es bueno: Dios. En concreto, la palabra «recelo» es adecuada para describir la experiencia del pecador delante de Dios. El recelo implica falta de confianza hacia una persona o cosa que, supuestamente, oculta malas intenciones o conlleva algún peligro. Nuestro pecado nos lleva a tener malos pensamientos acerca de Dios. En realidad, nos atemoriza que nos trate como lo que somos: culpables, responsables de nuestro pecado y merecedores de castigo.
Es significativo que la primera emoción del corazón humano después de su caída en el pecado fue el miedo a Dios. Esto experimentaron Adán y Eva después de desobedecer al Señor:
... oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí (Gén. 3:8-10).
Al igual que nuestros primeros padres, todos los seres humanos somos conscientes de que esta es nuestra condición y esto nos lleva a tener miedo de Dios. De algún modo, todos somos conscientes de nuestra carencia de esa inocencia original. Y, aunado al miedo ante Dios, el ser humano teme a otros seres humanos y a la creación de Dios. Entonces, las personas buscan aplacar esos terrores por sus propios medios, sus «hojas de higuera» que no sirven de mucho. Intentan, igualmente, sustituir a Dios por un ídolo que pueden manipular para aminorar su terror, aunque no podrán erradicar del todo la mirada divina.
Pero «¿es adecuado tener pavor de Dios?», pregunta John Murray. Su respuesta es crucial: «La única respuesta adecuada es que sería la esencia de la impiedad no tener miedo de Dios cuando hay razones para tener pavor de Dios».12 Esto mismo expresó Edward J. Young:
Adán había pecado, y tenía miedo, y al tener miedo mostró sabiduría. Supo que había pecado. Y fue consciente del hecho de que lo que había hecho era tan serio que había traído el disgusto de un Dios santo […]. Era culpable delante de Dios. Su desnudez era algo vergonzoso y por ello no se atrevía a estar en la presencia de Dios. 13
Por ello, Pablo resume el estado de la humanidad afirmando: «No hay temor de Dios delante de sus ojos» (Rom. 3:18). La realidad de un Dios tres veces santo debe sobrecogernos. Si no lo hace, es precisamente porque estamos lejos de Dios. No temerle es nuestra tragedia. El mismo Señor Jesucristo advierte: «Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno» (Mat. 10:28). Es correcto, pues, temer a Dios y Sus justos juicios por causa de nuestro pecado. Recuerda: «¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!» (Heb. 10:31). Si no estás en Cristo, tienes motivos para alarmarte delante de Dios. Sé sabio y confiesa tu pecado delante de Dios. Solo dándote cuenta de que ofendiste al Santo podrás buscar Su perdón.
La Escritura hace eco de la ira de Dios con respecto a nuestro pecado: «La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad» (Rom. 1:18). La ira de Dios es la justa reacción del Dios santo frente a nuestra maldad. No podría ser de otro modo. Dios no es indiferente al mal. Él es el Santo y Su indignación muestra Su santidad. Si nosotros nos irritamos cuando vemos a niños sometidos a explotación y maltrato, ¿cuánto más el Dios santo estará enojado contra el pecado? La Escritura menciona que Su ira se revela en Sus justos juicios. Entonces, ante la manifestación de Su justicia deberíamos temer a Dios:
Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas (Apoc. 14:6-7).
Dios es glorificado y temido por Sus juicios. Las convulsiones físicas en la creación a las que aludimos son imágenes del justo juicio de Dios, como se puede ver en multitud de pasajes de toda la Biblia (Isa. 13:9-11; Joel 2:10; Amós 8:8-9; Hab. 3:6-10; etc. ). Esto es importante porque, sin el trasfondo del justo juicio de Dios, el evangelio no se aprecia. A la luz de nuestra miseria y oscuridad, las buenas nuevas de salvación por gracia cobran un valor inestimable. Un diamante exhibido en un paño negro resalta su brillo y fulgor. Del mismo modo, el evangelio de la salvación en Cristo resplandece ante la realidad ...

Índice

  1. Introducción: Todos Nuestros Miedos
  2. 1: El Temor De Dios
  3. 2: Cómo El Temor De Dios Vence Todos Nuestros Miedos
  4. Epílogo: La Bendición De Temer a Dios