El Arte del Evangelismo Personal
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El Arte del Evangelismo Personal

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El Arte del Evangelismo Personal

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La extensión del Reino de Dios siempre ocurre de la misma manera: alguien se comunica eficazmente con otra persona sobre Jesucristo y su mensaje.El evangelismo personal es el cimiento de todo el crecimiento de la iglesia. A medida que cambian la cultura y las características del mundo moderno, las personas buscan obtener respuestas espirituales para las preguntas más importantes de la vida. Sin embargo, en el crecientemente hacinado mercado de las ideas espirituales, la gente se interesa cada vez menos en la iglesia.Will McRaney aborda este problema con la solución más profunda. Si el Reino de Dios va a extenderse, cada cristiano en particular deberá aprender a comunicar su fe de una manera atractiva, personal y pertinente a la cultura contemporánea receptiva. Expanding God's kingdom always happens the same way: one person effectively communicating the person and message of Jesus Christ to another.Personal evangelism is the foundation for all church growth. As the culture and landscape of the modern world shift, people are looking for spiritual answers to life's significant questions. In the increasingly crowded marketplace of spiritual ideas, however, people are looking to the church less and less.Will McRaney addresses this problem at the heart of the solution. If the kingdom of God is to expand, individual Christians will have to learn to communicate their faith in a way that is engaging, personal, and relevant to the listening culture today.

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Información

Editorial
B&H Español
Año
2013
ISBN
9781433678417

CAPÍTULO 1

¿Cuál es la participación de Dios?

¿Cómo llega la gente a conocer a Cristo? Algunos elementos de la conversión a Cristo son un misterio, mientras que otros han sido revelados. Los cristianos sostienen diferentes creencias respecto a los roles que juegan Dios y la humanidad en el proceso de salvación y evangelismo. Existen dos posiciones extremas sobre cómo llega la gente a responder a Cristo. Una posición es que todo depende de Dios. Desde esta perspectiva, los cristianos no tienen responsabilidad y su rol en llevar a otros a Cristo es muy limitado. El peligro de esta postura es que puede llevar a la pasividad en cuanto a alcanzar a los perdidos.
La segunda posición extrema es que la conversión depende por completo de los planes y métodos de la gente que comparte su fe. Aquí tenemos tres peligros.
Primero, es demasiada la presión que recae sobre el testigo. Esto puede llevar a un miedo paralizante, a la duda en uno mismo e inseguridad.
Segundo, el testigo puede sentirse tentado a manipular a quien está en una búsqueda espiritual, para obtener una decisión verbal que lo haga sentirse bien consigo mismo o agradar a Dios y a los demás. Como Dios es el Creador del ser humano, debemos honrarlo y tratarlo con el mismo respeto que Dios le ha asignado. Por lo tanto, la manipulación queda descartada en el evangelismo personal que honra a Dios.
Esto señala el tercer peligro: la tentación de usar métodos que están fuera de los límites. El método que utiliza una carnada engañosa desacredita a Cristo y a Su iglesia, por lo tanto, este enfoque debería considerarse fuera de los límites. Los cristianos deben conducirse en todas las áreas de sus vidas de modo tal que revelen el carácter de Dios. Además, su deseo debe ser utilizar enfoques que operen dentro de los propósitos y la majestad de Dios, de modo que en todo Él sea glorificado (1 Cor. 10:31).
En los siguientes capítulos, exploraremos verdades bíblicas sobre cómo la gente llega a conocer y a seguir a Cristo como el que perdona sus pecados y el líder de sus vidas. En este capítulo, examinaremos el deseo de Dios, Su rol, Su actividad y Sus herramientas en el proceso de regeneración. En el capítulo dos, exploraremos el rol del testigo y seguiremos con una discusión sobre los elementos esenciales del mensaje cristiano en el capítulo tres.
El deseo de Dios
Cuando nuestra vida gira demasiado alrededor de nuestra limitada perspectiva, es fácil olvidar que Dios fue quien diseñó el universo y todo lo que hay en él, y por lo tanto, tiene todo el derecho y los privilegios de administrarlo como a Él le parece adecuado. Esto debería proporcionarnos gran alivio, no miedo.
Entonces, ¿qué tiene en mente Dios respecto a Sus preciadas criaturas? Desde el comienzo de la humanidad, Dios ha tenido un propósito claro en Su deseo y Sus actividades con la gente. El Dios que nos hizo tiene deseos positivos para la humanidad. Y, a diferencia de la humanidad, también posee poder ilimitado para actuar según Sus deseos.
La relación, la restauración, la reconciliación con la gente
Las plantas viven, mueren y dejan de existir. Lo mismo puede decirse de los animales, pero no de la gente. Dios nos creó para que vivamos eternamente. Nacemos para vivir para siempre. Esto demuestra el anhelo de Dios de tener una relación eterna con Su pueblo. Dios podría habernos hecho seres temporales, con vidas como las de las plantas o los animales, pero no lo hizo así. Somos creados para ser bendiciones para Él y trofeos de Su gracia, poder, gloria y honor para siempre.
El Antiguo Testamento contiene pasajes que claramente indican el plan de Dios para bendecir a todos los seres humanos. Aunque puede entenderse y aplicarse mal, el deseo de Dios de bendecir a Su pueblo es indiscutible. Por ejemplo, Dios bendice al darle a toda la gente la oportunidad de casarse, de tener una familia, de disfrutar la lluvia y otros recursos naturales.
El deseo de Dios se centra en la reconciliación. «Y no sólo esto, sino que también nos regocijamos en Dios por nuestro Señor Jesucristo, pues gracias a él ya hemos recibido la reconciliación» (Rom. 5:11). Él actuó, y nosotros debemos actuar, para reconciliar al mundo con Dios a través de Cristo Jesús.
Dios desea establecer una relación redentora con toda la humanidad. La Biblia se refiere al pueblo del Señor como una familia, amigos y una comunidad de fe. La gente llega a ser parte de la familia de Dios a través de la reconciliación, a través de la restauración de la relación rota.
Surgen al menos dos preguntas importantes al pensar en que no toda la gente llega a la redención a través de Cristo. Primero, ¿Dios es caprichoso al desear lo que se niega a permitir? No, la Biblia claramente comunica que Dios es bueno. «—¿Por qué me llamas bueno? —respondió Jesús—. Nadie es bueno sino sólo Dios» (Mar. 10:18). «Pues Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad» (Fil. 2:13). Segundo, ¿es Dios finito e incapaz de hacer lo que dice? No, los relatos bíblicos indican que Dios es infinito.1 La gente no puede reconciliarse con Dios debido a su pecado, a su propia rebelión.
Pablo escribió: «El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron. Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado» (2 Cor. 5:14–15). «Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: “En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios”» (2 Cor. 5:20). Ser embajadores de Cristo nos da un propósito, el ministerio de la reconciliación.
Dios no solo desea una relación eterna a través de la reconciliación, sino también una relación comunal consigo mismo y con otros. El llamado de Dios a la restauración no es un llamado a vivir la fe cristiana en aislamiento. Él desea restaurar la comunidad y la familia entre los redimidos. Dios creó para sí un pueblo con un propósito por excelencia: dar a conocer Su interacción con la humanidad a través del evangelismo. Al hacer un pacto con Su pueblo, dio pasos para desarrollar una relación familiar que se expandiría para incluir a la familia cristiana de fe en el Nuevo Testamento.
El propósito de Dios para nosotros implica nuestra respuesta a Su invitación a unirnos a Su familia. Él le extiende este deseo a todos los pueblos del mundo. Su deseo está abierto a todos los que responderán, porque no quiere que nadie perezca, sin importar la raza ni la cultura. Como dice la canción «Cristo me ama», todos son preciosos a Sus ojos. Fisher Humphreys resumió: «El propósito de Dios es crear una comunidad de personas que escojan libremente aceptarlo como su Dios, que reciban el amor de Él en sus vidas y respondan amándolo con todo su corazón y amando a su prójimo como a sí mismos».2
Los indicios del deseo de Dios en el Antiguo Testamento
Sin dificultad, los antiguos hebreos vieron la necesidad de reconocer el rol de Dios en el mundo existente (Gén. 1) como lo hizo la iglesia primitiva (Juan 1). Sencilla pero profundamente, los testigos antiguos entendieron su propia existencia como un acto divino: «Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra» (Gén. 1:1). Dios vivía en comunidad consigo mismo como Trinidad y creó todas las cosas para disfrutar de los beneficios de esa comunidad. Por tanto, Dios existe en una relación comunal, aunque esto resulte un misterio para el ser humano. En Gén. 1:26, Dios dijo: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza».
Dios mismo vivía en una forma de comunidad, la Trinidad, antes de crear al ser humano a Su imagen. La naturaleza misma de la existencia de Dios implica la comunidad. La Trinidad era un modelo precursor de la familia humana, que debe vivir en comunidad. Aquellos conceptos fundacionales encontrados en el Antiguo Testamento señalaban hacia la comunidad redimida que Dios crearía a través de Cristo.
El acto creacional fue la primera expresión de la comunidad divina. La comunidad que Dios creó en el jardín se convirtió en una relación de pacto con Su pueblo en el éxodo. Él deseaba guiar a Su pueblo, y si ellos lo seguían, experimentarían Su bendición y protección. Moisés le dio el enfoque teológico a esta idea en Ex. 19:5–6: «Si ahora ustedes me son del todo obedientes, y cumplen mi pacto, serán mi propiedad exclusiva entre todas las naciones. Aunque toda la tierra me pertenece, ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa. Comunícales todo esto a los israelitas».
Desde la creación de la humanidad, Dios mostró su deseo de tener una relación duradera, un pacto con los seres humanos y que ellos tuvieran buenas relaciones unos con otros. Esta relación vino con el regalo de la libre voluntad. Debido a sus propios deseos y a los engaños de Satanás, el hombre y la mujer decidieron desobedecer a Dios y así cercenaron la relación que había sido perfecta. La decisión de Adán y Eva de hacer las cosas a su manera tuvo enormes consecuencias para ellos y para la humanidad: la separación de Dios.
Cuando la relación de la humanidad con Dios se rompió debido a la pecaminosa libre elección de Sus criaturas, Él expresó Su deseo de restaurarla proveyéndoles algo con qué cubrirse el cuerpo para no sentirse avergonzados delante de Él. Este fue el primer acto misionero de Dios: buscar, cubrir y restaurar a Su creación; pero no sería el último. Esta expresión de Su deseo continúa tomando forma a través de Sus esfuerzos por restaurar la relación correcta con Su creación que el pecado había roto.
Hemos perdido nuestra primera bendición, pero Isaías nos recuerda que uno de los deseos de Dios es tener compasión de nosotros y mostrarnos Su gracia en nuestro estado caído. «Por eso el SEÑOR los espera, para tenerles piedad; por eso se levanta para mostrarles compasión. Porque el SEÑOR es un Dios de justicia. ¡Dichosos todos los que en él esperan!» (Isa. 30:18).
Dios actúa según Sus deseos al enviar mensajeros a Su pueblo. Con los ninivitas, vemos el deseo de Dios de mostrar gracia y misericordia manifestada a través de un profeta evasivo, Jonás. Dios también está dispuesto a conceder misericordia ante el pedido de Sus siervos. Como respuesta al plan de Dios de destruir Sodoma y Gomorra, Abraham le rogó que tuviera misericordia. Dios prometió no destruir las ciudades si Abraham podía localizar unos pocos justos (Gén. 18–19).
El propósito deliberado de Dios queda maravillosamente implícito en Su ofrecimiento de un medio sacrificial para la reconciliación. Dios estableció el uso de los sacrificios de sangre para cubrir los pecados de Su pueblo (Ex. 12). También estableció el culto y las fiestas rituales, que eran aspectos precursores de la comunidad. Los deseos de Dios que se ven en el Antiguo Testamento prefiguran Sus deseos y obras registrados en el Nuevo Testamento.
Los indicios del deseo de Dios en el Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento está lleno de demostraciones del deseo de Dios de darle verdadera vida a la gente. Por ejemplo, Jesús nos dice: «El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas» (Juan 10:10-11). Jesús vino a traer significado, propósito y satisfacción en la vida basados en los deseos y los planes de Dios.
Su intención y plan no era condenar al mundo sino salvarlo. Jesús dijo: «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios» (Juan 3:17–18).
El Nuevo Testamento nos revela un poco más el claro deseo de Dios para Su pueblo: que llegue a una relación de salvación con Él, el Creador y Sustentador del universo. Pedro nos enseña que Dios ha resuelto salvar a todos los que entren en una relación de pacto con Él. «El Señor no tarda en cumplir Su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan» (2 Ped. 3:9).
Jesús lloró por la perdición de los habitantes de Jerusalén. «Cuando se acercaba a Jerusalén, Jesús vio la ciudad y lloró por ella» (Lucas 19:41). Sus lágrimas lo movieron a la acción, hasta llegar al sacrificio más profundo de muerte en la cruz. Jesús dijo: «Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10). Y una vez que los encontró, Jesús se refirió a algunos de Sus seguidores como «amigos», no esclavos. Su muerte y resurrección proporcionaron a la humanidad la salida de una condición desesperante e irreparable. Su sacrificio nos da esperanza ante nuestro estado desahuciado. La esperanza es una necesidad humana profunda.
Otro aspecto del deseo de Dios es traer vida, esperanza, significado, propósito, justicia, amor, bondad y todo lo que es bueno para Su pueblo.3 Hasta el fruto del Espíritu, como lo revelan los escritos de Pablo, demuestra el deseo de Dios para Su pueblo. «En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas» (Gál. 5:22-23).
La Escritura nos enseña que el evangelismo no comenzó ni comienza con los deseos o planes del ser humano. Claramente, desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamento, vemos que Dios desea tener una relación íntima con Sus criaturas, de manera individual y grupal. Desde Génesis hasta Apocalipsis vemos que Dios creó al ser humano para tener una relación con Él y para que se relacione con sus semejantes para la gloria de Dios (Ap. 5:12–13).
La iniciativa de Dios
El ser humano ha estado y está en el corazón de Dios. Sin embargo, Él no se queda solo con el deseo, sino que actúa a nuestro favor. Ha tomado la iniciativa en todos los aspectos de la salvación y sigue haciéndolo, incluso en el evangelismo.4 Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento revelan la actividad de Dios a nuestro favor.
El Antiguo Testamento
Muchos filósofos a través de la historia han pasado por alto un aspecto esencial de la interacción de Dios con la humanidad. Aunque Él no es igual que Sus criaturas, no está distante de ellas. Sin duda, está por encima de toda Su creación. Solo Él pudo crear algo de la nada. Todo lo demás que ha sido creado ha partido de algo que ya existía. Sin embargo, solo Dios podía crear algo de la nada. No solo nos creó, sino que nos hizo a Su imagen y semejanza.
La Escritura y la naturaleza nos dejan entrever que Dios está íntimamente comprometido con Su pueblo siempre, no solo cuando este obedece sus mandamientos. Luego de la desobediencia de Adán y Eva, vemos que Dios caminaba con ellos. «Cuando el día comenzó a refrescar, oyeron el hombre y la mujer que Dios andaba recorriendo el jardín; entonces corrieron a esconderse entre los árboles, para que Dios no los viera» (Gén. 3:8). A partir de aquí, comenzamos a ver la participación activa de Dios con Su pueblo cuando comienza a extender Su gracia. Vemos a Dios en búsqueda misionera de Sus ...

Índice

  1. El Arte del Evangelismo Personal
  2. Copyright
  3. Índice
  4. Prefacio
  5. Reconocimientos
  6. Introducción
  7. Capítulo 1
  8. Capítulo 2
  9. Capítulo 3
  10. Capítulo 4
  11. Capítulo 5
  12. Capítulo 6
  13. Capítulo 7
  14. Capítulo 8
  15. Capítulo 9
  16. Apéndice 1
  17. Apéndice 2
  18. Apéndice 3
  19. Apéndice 4
  20. Apéndice 5
  21. Notas
  22. Acerca del autor