El alma del cristianismo
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El alma del cristianismo

¿Que es esta cuestión del cristianismo?

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El alma del cristianismo

¿Que es esta cuestión del cristianismo?

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En El alma del cristianismo, el autor Elmer L. Towns escribe “Desde el principio, a los seguidores de Jesucristo se los llamó cristianos. No se los conoció por su doctrina ni por su oposición a ciertas cosas (esas características eran secundarias), sino por su relación con Jesucristo”.   Con ese fin, Towns escribe capítulos informativos que brindan detalles sobre lo que realmente significa el cristianismo en la vida del creyente consagrado. El alma del cristianismo es...   • una persona grandiosa: Jesucristo • un libro que transforma vidas: la Biblia • una salvación exclusiva • una resurrección milagrosa • una experiencia transformadora • una relación continua con Dios • un estilo de vida disciplinado • una cosmovisión singular • una comunidad interactiva • una religión práctica • un movimiento que transforma la cultura • un mandato de alcance mundial • una gran esperanza     In Core Christianity, author Elmer L. Towns writes, "From the beginning, followers of Jesus Christ have been called Christians. They are not primarily known for their doctrine or for the things they are against. These are secondary qualities. Christians are known for their relationship to Jesus Christ." To that point, Towns writes informative chapters that elaborate on what Christianity really means in the life of a practicing believer. The core of Christianity is... • an Astonishing Person (Jesus) • a Life-Changing Book (the Bible) • an Exclusive Salvation • a Miraculous Resurrection • a Life-Transforming Experience • an Ongoing Relationship with God • a Disciplined Lifestyle • a Unique Worldview • an Interative Community • a Practical Religion • a Movement that Transforms Culture • a Global Directive • an Ultimate Hope

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Información

Editorial
B&H Español
Año
2013
ISBN
9781433679513
1
Dingbat
EL CRISTIANISMO ES UNA PERSONA GRANDIOSA: JESUCRISTO
Nadie ha impactado la historia de nuestro mundo en general ni la civilización occidental en particular como Jesús de Nazaret. Aunque vivió gran parte de Su vida en el anonimato, produjo un impacto que continúa hasta el presente, a través de un movimiento religioso que lleva uno de Sus nombres. Despojado de la diversidad de expresiones culturales y ritos, el cristianismo es, en última instancia, la influencia de una persona: Jesucristo.
Algunas personas no comprenden el cristianismo y piensan que es fundamentalmente una doctrina. Para ellos, está definido por los credos, como el Credo Apostólico o las confesiones de fe de alguna u otra denominación conocida. En ocasiones, quienes definen el cristianismo en función de sus dogmas lo hacen por la negativa: lo que los cristianos no creen. Para ellos, un cristiano es aquella persona que no cree en la evolución, en el aborto ni en el matrimonio entre homosexuales.
Otros piensan que el cristianismo es un movimiento sujeto a reglas que definen y gobiernan la conducta moral, a saber, prohibiciones relacionadas al consumo de bebidas alcohólicas o drogas, a las relaciones sexuales antes del matrimonio o al uso en vano del nombre de Dios. Lo conciben como algo diseñado para hacer que la vida sea aburrida o para establecer límites que garanticen una vida satisfactoria.
Aun hay quienes describen el cristianismo en términos de una manera específica de celebrar los cultos: experiencias que pueden adoptar formas tan dispares como la cantidad de adoradores cristianos. Algunos lo describirán en función de un servicio religioso con una liturgia formal o la celebración de la eucaristía en una catedral europea. Otros negarán la validez de esa experiencia y lo describirán como una celebración carismática, con las manos alzadas, más afín a una expresión contemporánea de alabanza cristiana y música de adoración. Ambos grupos pueden ser verdaderos cristianos, pero se limitan solo a señalar los símbolos externos de algunas manifestaciones propias del cristianismo. Se quedan en lo superficial y no profundizan para revelar aquello que constituye la esencia vital del verdadero cristianismo.
Según las estimaciones, en la actualidad hay 100 000 000 de creyentes en Jesucristo en China. Debido a la persecución generalizada a la que están sometidos en esa nación, muchos de ellos se reúnen en hogares o en otros lugares seguros para adorar. Realizan los cultos sin las formalidades litúrgicas tradicionales; no tienen ninguna banda ni equipo de adoración para dirigir el canto. Muchos de los himnos vernáculos que cantan suenan distintos a los que normalmente asociamos con los cultos en las iglesias occidentales. Sin embargo, su fe es vital, tal vez aún más que el cristianismo que encontramos en Occidente. ¿Por qué? Porque tienen a Jesucristo. Él es la esencia del cristianismo. Sin Jesucristo, no hay cristianismo.
Jesucristo anima a Sus seguidores a ser obedientes; por eso, cuando los gobiernos impíos exigen que los cristianos abjuren de su fe, ellos están dispuestos a convertirse en mártires. Los seguidores de Cristo se sacrifican para llevar el mensaje de Su gracia salvadora a tribus incivilizadas, países cerrados y otros pueblos. Por causa de su relación personal con Jesucristo llegan a sufrir, sacrificarse y renunciar a todo para llevar el mensaje del evangelio a otras personas.
El nombre de Jesús es uno de los más reconocidos en el mundo: los cristianos lo tratan con reverencia, los incrédulos lo pronuncian a la ligera. Sin embargo, Su fama no obedece a Sus antecedentes familiares ni a las circunstancias de Su nacimiento. Jesús nació en Belén, una aldea perdida y olvidada en el sur de Palestina, en el año 4 a.C., en el hogar de una familia modesta. Hoy, no obstante, un cuarto de la población mundial venera el nombre de Jesús mientras que, al mismo tiempo, muchas otras religiones odian Su nombre. Su nacimiento se ha convertido en el punto focal de la historia del mundo. Todos los acontecimientos históricos se fechan en función de si ocurrieron antes o después de Su nacimiento: a.C. o d.C.
Cuando Jesús nació, Su tierra estaba ocupada por soldados romanos. Nació en una minoría étnica odiada: los judíos. Cualquier interés en Su vida y ministerio debería haber sido eclipsado por el imperio militar más poderoso de aquella época, regido por las leyes romanas y unificado por el idioma y la civilización romana. A pesar del implacable poder romano que gobernaba el mundo, la influencia transformadora de Jesús hombre se propagó internamente en los corazones de los ciudadanos romanos, y llegó incluso a conquistar el imperio cuando Constantino convirtió el cristianismo en la religión oficial de Roma en el 313 d.C.
¿Quién fue Jesús?
Jesús fue un hombre real, conocido como «el carpintero» (Mar. 6:3). Muchos profesores de Biblia creen que Su padre terrenal murió cuando era relativamente joven y, entonces, Él pasó a ser el sostén económico de la familia y se hizo cargo de la carpintería.
Como hombre, se relacionaba libre y naturalmente con las personas de Su entorno, pero nadie se dio cuenta de Su grandeza mientras estuvo con ellos: «A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron» (Juan 1:11). El ministerio de Jesús se extendió por unos tres años y medio, pero Sus predicaciones, milagros y obras solidarias se recuerdan aún hoy en todo el mundo.
La Biblia afirma que Jesús fue perfecto en todo, aunque sus allegados no lo notaron ni lo comentaron. Su personalidad y acciones estaban en maravilloso equilibrio. No sobresalió por ninguna fortaleza de carácter; no tenía ninguna debilidad ni defectos, y nunca tuvo que arrepentirse de algo que hubiera hecho o dicho.
Si prestamos atención a Sus discursos, estos fueron siempre apropiados. Nunca habló cuando debía guardar silencio, ni calló cuando debía hablar.
Considera las respuestas de Jesús a las diferentes situaciones que enfrentó en la vida. Siempre siguió la verdad en amor y motivó a Sus oyentes a una vida mejor y a grandes logros. Cuando con Sus palabras condenaba a alguien, lo hacía con amor y les ofrecía perdonarlos y aceptarlos.
La fuerza interior de Jesús nunca fue obstinada. Nadie podría tildarlo de «cabeza dura», ni a su altruismo de mera «sensiblería». Sentía genuina compasión por la gente.
Mientras que la mayoría de los hombres son famosos solo por una virtud (Moisés por su mansedumbre, Job por su paciencia y Elías por su valor), Jesús combinaba a la perfección todos los atributos. No podemos mejorarlo, redefinirlo, mitigar alguna extravagancia ni reajustar ningún rasgo menor. ¡Jesús fue perfecto!
No consta en ningún lugar que haya tenido que lamentar haber cometido un error; nunca confesó un pecado ni pidió perdón. Nunca tuvo que retirar lo dicho ni matizar o redefinir sus afirmaciones.
Hizo muchas preguntas a la gente, pero nunca pidió consejos. Él sabía quién era, para qué estaba en la tierra y a dónde iría cuando terminara su misión en este mundo. La gente no demoró en darse cuenta de que Él era diferente. Josefo, el historiador judío, fue contemporáneo de Cristo y escribió lo siguiente sobre Él:
Por aquel tiempo existió un hombre sabio, llamado Jesús, si es lícito llamarlo hombre, porque realizó grandes milagros y fue maestro de aquellos hombres que aceptan con placer la verdad. Atrajo a muchos judíos y muchos gentiles. Era el Cristo. Delatado por los principales de los judíos, Pilato lo condenó a la crucifixión. Aquellos que antes lo habían amado no dejaron de hacerlo, porque se les apareció al tercer día resucitado; los profetas habían anunciado este y mil otros hechos maravillosos acerca de él. La tribu de los cristianos, llamados así por Él, no ha cesado de crecer hasta este día.1
Jesús antes de Belén
Casi todos conocemos la historia de Navidad, el relato del nacimiento físico de Jesús en un establo de Belén. Lo que tal vez no recordemos es que Su vida no comenzó cuando nació en Belén. Uno de Sus discípulos comenzó la descripción de Su vida con estas palabras: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios» (Juan 1:1). La Biblia enseña que Jesús creó el mundo, junto con el Padre y el Espíritu Santo (Juan 1:3; Col. 1:16). Si no hubiera existido antes de nacer, no habría podido ser el Creador.
Su preexistencia no se borró de Su memoria mientras estuvo en la tierra, por cuanto afirmó: «Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre» (Juan 16:28). Y la noche antes de morir, Jesús oró pidiendo la misma gloria que había tenido con Su Padre antes de que el mundo existiera (Juan 17:5).
En varias ocasiones, en el Antiguo Testamento, Dios se apareció en forma física a la gente. La tradición bíblica describe estas manifestaciones como teofanías, que significa literalmente «apariciones de Dios». Más recientemente, se prefiere el término cristofanía porque estas manifestaciones de Dios en el Antiguo Testamento fueron apariciones de Cristo preencarnado.
Cuando Jesús informó a los líderes religiosos de Su tiempo que Él había visto a Abraham, ellos le respondieron: «Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham? Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy» (Juan 8:57-58). Los principales de los judíos tomaron piedras para matarlo porque entendieron que, con esta respuesta, Él se estaba llamando Dios. Sin embargo, no pudieron hacerle daño, porque Él atravesó por en medio de ellos y se fue.
Pablo también reafirmó la eternidad de Jesucristo: «Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten» (Col. 1:17).
Hubo una vez una Navidad . . .
Para muchas personas, el nacimiento de Jesús es quizás el aspecto más conocido de Su vida. Durante la temporada navideña, muchas personas se toman algunos días libres para reflexionar sobre la aparición de los ángeles y la venida de los pastores a un establo de Belén. Se intercambian tarjetas con deseos de felicidad, imágenes de los magos y pesebres. Cuando asisten a los cultos tradicionales de Navidad, vuelven a recordar algunos de los detalles históricos que rodearon Su nacimiento. Sin embargo, su entendimiento rara vez va más allá de lo superficial y no comprenden los hechos más significativos que sucedieron en aquella primera Navidad.
Hay un anhelo universal en el corazón humano de ver a Dios y hacerlo tangible. Uno de los primeros líderes cristiano explicó a los filósofos atenienses de su tiempo: «Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros» (Hech. 17:26-27). Es otra manera de expresar que todos desearían ver cómo es Dios y, de ser posible, tocarlo para satisfacer su curiosidad. Hay quienes creen que este deseo se manifiesta en la costumbre generalizada de venerar a ídolos de madera, arcilla o piedra. Pablo sugirió que era lo mejor que sabían hacer quienes habían rechazado la verdad que Dios ya les había revelado (Rom. 1:21-23).
Debido a este deseo universal, «aquel Verbo [Jesús] fue hecho carne, y habitó entre nosotros» (Juan 1:14). Esta breve afirmación describe lo que los maestros de Biblia denominan la encarnación. El término alude a que Dios se convirtió en hombre y se hizo carne humana. El misterio de la encarnación implica varias doctrinas sobre Jesús. Primero, supone que Cristo existió antes de Su nacimiento. Segundo, sugiere que Dios se impuso algunas limitaciones voluntarias durante Su vida y ministerio como Cristo. Tercero, explica por qué Jesús nació necesariamente de una virgen y no por medios de reproducción biológica normal. Cuarto, constituye la base para entender la naturaleza humana y divina de Cristo.
¿Pero cómo pudo el Dios eterno hacerse carne? La respuesta se encuentra en lo que los eruditos bíblicos llaman «kenosis». Kenosis deriva de una palabra griega que significa «vaciarse». El apóstol Pablo la usó cuando declaró que Jesús se despojó a sí mismo para hacerse hombre (Fil. 2:7). Jesús siguió siendo Dios, pero para vaciarse, ocultó Su gloria, aceptó las limitaciones propias de los humanos y suspendió voluntariamente el uso independiente de Sus atributos divinos. Aunque Juan vio la gloria de Jesús durante los años que pasó con su Maestro (Juan 1:14), fue una gloria velada. Luego, en la isla de Patmos, el apóstol vio a Jesús resucitado en Su gloria y cayó «como muerto a sus pies» (Apoc. 1:17). Aunque Jesús realizó milagros, también estuvo sujeto a limitaciones humanas, como el hambre (Mat. 4:2) y la sed (Juan 4:6-7). Aun mientras obraba milagros, Él dependía del poder del Espíritu Santo para hacer la voluntad de Su Padre (Juan 5:19).
¿Por qué se vació Jesús y puso a un lado todo lo que le correspondía por derecho propio para hacerse hombre? Este acto voluntario podría haber sido motivado por diversas razones. Primero, el acto de sacrificio fue un gesto de amor (Juan 15:13). Jesús estaba preparado para convertirse en hombre y morir en la cruz porque amaba a la especie humana, aun cuando el mundo lo rechazara (Rom. 5:8). Segundo, era la mejor manera de revelarnos al Padre (Juan 1:14,18; 14:7-11). Tercero, era la única manera de proveer la salvación para contrarrestar los efectos del pecado de Adán (Rom. 5:12-21). «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16). Él también se humilló para dejarnos un ejemplo que seguir (Fil. 2:5).
Entender la deidad de Jesús, que Él es Dios, hace más fácil comprender Su concepción milagrosa en una virgen. El nacimiento virginal no significa que no nació como el resto del mundo. En realidad, fue un parto normal, como nacen todos los bebés. El milagro fue Su concepción por el Espíritu Santo en el útero de la virgen María. Esto implica que ella no había tenido relaciones sexuales con ningún hombre. Cuando la especie humana pecó, Dios ofreció la esperanza en «la simiente» de la mujer (Gén. 3:15). Más adelante, Isaías profetizó: «He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel» (Isa. 7:14). En el Nuevo Testamento, Mateo, Lucas y Pablo describen el nacimiento virginal de Jesús (Mat. 1:25; Luc. 1:27; 3:23; Gál. 4:4).
Como resultado del nacimiento virginal, Jesús nació con la naturaleza humana de Su madre y con la naturaleza divina de Su Padre. No heredó la naturaleza pecaminosa que la especie humana recibe de sus progenitores porque Su Padre era Dios. Las Escrituras son claras: la vida de Jesús fue sin pecado. Cristo no conoció pecado (2 Cor. 5:21), fue sin pecado (Heb. 4:15), no pecó (1 Ped. 2:22) y no se halló pecado en Él (1 Juan 3:5).
Cuando los cristianos intentaron explicar la relación entre las naturalezas humana y divina de Jesús en el Concilio de Calcedonia, en 451 d.C., afirmaron que Jesús fue engendrado «en dos naturalezas, sin confusión, sin mutación, sin división, sin separación, y sin que desaparezca la diferencia de las naturalezas por razón de la unión». Cuando Jesús se hizo hombre, se convirtió en hombre, pero siguió siendo Dios. Sus naturalezas no se corrompieron ni alteraron en el proceso.
Algunos críticos del cristianismo afirman erróneamente que en el Concilio de Calcedonia, la Iglesia convirtió a Jesús en Dios. Dicha conclusión no condice ni con el contexto ni con las conclusiones del concilio. En aquella ocasión, se procuró aclarar un punto histórico de la doctrina cristiana, que se remontaba al primer siglo, porque algunos obispos rechazaban esta creencia histórica. Si lo que pretendían era simplemente convertir a Jesús en Dios, les hubier...

Índice

  1. El Alma del Cristianismo
  2. Copyright
  3. Reconocimientos
  4. Índice
  5. Prólogo
  6. Capítulo 1
  7. Capítulo 2
  8. Capítulo 3
  9. Capítulo 4
  10. Capítulo 5
  11. Capítulo 6
  12. Capítulo 7
  13. Capítulo 8
  14. Capítulo 9
  15. Capítulo 10
  16. Capítulo 11
  17. Capítulo 12
  18. Capítulo 13
  19. Notas
  20. Bibliografía