7 amenazas que enfrenta toda iglesia
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7 amenazas que enfrenta toda iglesia

y tu parte en superarlas

  1. 160 páginas
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7 amenazas que enfrenta toda iglesia

y tu parte en superarlas

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Información del libro

La cultura cambia constantemente y la iglesia se encuentra bajo continuapresión. Estos peligros no son nuevos y la palabra de Dios nos muestra cómo enfrentarlos. Descubrecómo el mensaje de Jesús a las siete iglesias del primer siglo en Apocalipsis 2-3 es Su mensaje también para tuiglesia hoy, para poder vivir como cristianos fieles yllenos de esperanza en una cultura cambiante. 7 Dangers Facing Your Church Our culture is changing, and the church seems to be under increasing pressure. But these dangers are not new, and God's word shows us how to meet them head on. Discover how Jesus' messages to seven first-century churches in Revelation 2 – 3 is his message to your church today too. Together, you can live as Christ's faithful, hope-filled people in a changing culture.

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Información

Editorial
B&H Español
Año
2018
ISBN
9781535918008
chapter 1
«Escribe al ángel de la iglesia de Éfeso:
Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha y se pasea en medio de los siete candelabros de oro: Conozco tus obras, tu duro trabajo y tu perseverancia. Sé que no puedes soportar a los malvados, y que has puesto a prueba a los que dicen ser apóstoles, pero no lo son; y has descubierto que son falsos. Has perseverado y sufrido por mi nombre, sin desanimarte.
Sin embargo, tengo en tu contra que has abandonado tu primer amor. ¡Recuerda de dónde has caído! Arrepiéntete y vuelve a practicar las obras que hacías al principio. Si no te arrepientes, iré y quitaré de su lugar tu candelabro. Pero tienes a tu favor que aborreces las prácticas de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco.
El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que salga vencedor le daré derecho a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios».
Apocalipsis 2:1-7
ORTODOXIA SIN AMOR
Estaba recién graduado del seminario. Era mi primer pastorado. ¿Qué podría salir mal?
Después de todo, para esto me había preparado. Todo aquel aprendizaje del griego y del hebreo, los estudios del Antiguo y Nuevo Testamento y los montones de asignaturas sobre teología y ministerio pastoral tenían como propósito capacitarme para ministrar en la iglesia local. Y allí estaba yo. Ahora lo único que tenía que hacer era predicar la palabra de Dios con fidelidad y los perdidos llegarían a conocer a Cristo, a la vez que los creyentes se edificarían en la fe. Estaba seguro de que la iglesia crecería por sí misma, pues, como había leído en algunos de esos libros del seminario, «las cosas sanas crecen».
Si todo fuera tan sencillo. En retrospectiva, yo comencé mi primer pastorado más preocupado por asegurarme de que la iglesia recibiera todas las doctrinas y las prácticas bíblicas «correctas» que por el cuidado de la salud espiritual de las personas que componían la iglesia. Como resultado, mis sermones, aunque fielmente expositivos, eran demasiado largos. Mi paciencia para ver el cambio que la iglesia necesitaba resultó ser demasiado corta. En teoría, la iglesia caminaba en la dirección correcta, pero, en realidad, mi corazón estaba en el lugar equivocado.
La mayoría de los líderes eclesiásticos terminan su capacitación ministerial con la cabeza llena de conocimientos sobre la teología correcta y las prácticas correctas de la Iglesia, independientemente de que provengan de un seminario, de una escuela de pastores o de una ayudantía pastoral. ¡Y eso es bueno! Pero, si no tenemos cuidado, podemos entrar al ministerio pastoral más enamorados de la idea de una iglesia sana que con un amor verdadero por la Iglesia por la cual Cristo murió, y que está justo enfrente de nosotros. Muchísimos de nosotros entramos al ministerio con la esperanza de ser el próximo John Stott o John Piper, o de querer pastorear la iglesia de Mark Dever o Tim Keller. Cuando comenzamos el ministerio con tal idealismo teológico y eclesiástico, las personas a las que estamos llamados a pastorear nunca estarán a la altura de nuestras expectativas. En lugar de pastorear a la grey de Dios entre la que nos encontramos, terminamos pastoreando la grey de Dios en nuestra imaginación. Y, en nuestra imaginación, siempre tenemos la razón; y ellos (quienquiera que ellos sean) siempre están equivocados. Cuando llegamos a ese punto en el ministerio pastoral, ellos siempre pierden. Pero de lo que quizás no nos percatamos es de que nosotros también perdemos. Perdemos credibilidad; perdemos la confianza de la gente; y, lo más peligroso, podemos incluso perder la capacidad de amar a las ovejas de Cristo.
Pero el cristiano en el banco tampoco está exento de la trampa del idealismo ministerial. Es posible que puedas pensar en algunos miembros de tu congregación a quienes les encanta la teología (¡incluso esa persona podrías ser tú mismo!); les encanta escuchar los sermones de los pastores famosos que dan forma al evangelicalismo contemporáneo; ellos leen todos los libros, siguen todos los blogs y emiten en directo todas las conferencias. Y eso también es magnífico, ¿verdad? ¡Todo el pueblo de Dios debería amar la teología y crecer al escuchar buenas predicaciones! Pero, si ese fuera yo, en lugar de amar a mi iglesia y a mi pastor, me vería inclinado a desarrollar una idea de cómo deberían ser mi iglesia y mi pastor. Si fuera sincero, admitiría que preferiría ser miembro de la iglesia St. Helen’s Bishopsgate en Londres o de The Village Church en Dallas. Preferiría tener a Alistair Begg o a John MacArthur como mi pastor; y, cuando esto sucede, es probable que desarrolle un espíritu crítico. La predicación en mi iglesia nunca será lo suficientemente fiel; la teología en mi iglesia nunca será lo suficientemente correcta; y las prácticas de mi iglesia nunca serán lo suficientemente bíblicas. Cuando los miembros de la iglesia se vuelven tan críticos, su pastor nunca puede ganar. Pero de lo que no se dan cuenta es de que ellos tampoco ganarán. Miembros de la iglesia como estos pierden el gozo; pierden la unidad; y pueden también perder la capacidad de amar a la familia eclesiástica de la que Dios los ha rodeado.
Aquí es necesaria una advertencia: es cierto que algunos pastores no son fieles, y algunas iglesias no son saludables. Y, como cristianos, todos somos llamados a seguir «… luchando vigorosamente por la fe encomendada una vez por todas a los santos» (Jud. 1:3). A veces esto implica realizar fuertes cambios y tener conversaciones difíciles; no obstante, a través de todo el Nuevo Testamento, el llamado a luchar por la fe se corresponde con el mandamiento de amar. Nunca debemos poner a la verdad en contra del amor, o viceversa.
A menudo pienso que son las iglesias reformadas las que corren el mayor riesgo de enfocarse en la verdad a expensas del amor, especialmente en nuestro clima cultural actual. Al viajar por Estados Unidos y Latinoamérica, me alienta muchísimo el nuevo despertar de la teología de la Reforma que presencio entre los jóvenes cristianos. Pero, al mismo tiempo, me preocupan algunas de las aplicaciones extremas, antibíblicas y la falta de amor de esta teología que algunos «reformadores» celosos e inmaduros ponen en práctica. No es ningún secreto que el mar de cambios culturales que la Iglesia debe recorrer implica que defendamos la fidelidad bíblica en un mundo hostil, y no es raro que estas influencias culturales invadan y pongan en peligro a la Iglesia. No obstante, debido a que las circunstancias exigen que luchemos por la pureza doctrinal, existe el peligro de que enfaticemos la doctrina y la práctica correctas y olvidemos el amor por los demás. En nuestro afán por mantener la pureza de la Iglesia, podemos olvidarnos de que la Iglesia mantenga un ambiente amoroso.
Sin embargo, esto no es una amenaza nueva. De hecho, es la primera amenaza que el Cristo resucitado expone en Apocalipsis 2:1-7: el peligro de la ortodoxia sin amor.
Fieles bajo ataque
Antes de abordar la amenaza que enfrenta la iglesia de Éfeso, el Cristo resucitado les asegura quién Él es. Jesús se describe a Sí mismo como: «… el que tiene las siete estrellas en su mano derecha y se pasea en medio de los siete candelabros de oro» (2:1). Juan ya nos declaró en Apocalipsis 1:20 lo que simbolizan las estrellas y los candelabros: «… las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candelabros son las siete iglesias». Y ahora se nos plantea que Jesús «se pasea» en medio de los candelabros (2:1). ¡Observa aquí tanto la autoridad como el amor de Cristo! Jesús «tiene» sus estrellas; Él tiene autoridad sobre sus ángeles, y entonces el mensaje que está a punto de pronunciarse viene con Su autoridad suprema. Pero Él también «se pasea en medio de» Sus iglesias. Él está con ellas. Antes de evaluar la iglesia y exponer su pecado, Él le promete Su presencia, Su cuidado y Su protección.
La presencia de Cristo de seguro fue especialmente alentadora para la iglesia de Éfeso, porque el Éfeso del primer siglo era un lugar difícil para el ministerio del evangelio. Esta ciudad era un centro político, comercial y religioso. Desde el punto de vista político, era la ciudad más importante de la provincia romana de Asia. Comercialmente, era una ciudad portuaria, lo cual facilitaba el negocio y el comercio. En términos de religión, alojaba una de las siete maravillas del mundo: el templo de la diosa griega de la fertilidad, Artemisa (Hech. 19:23-34); y también sirvió como centro para el culto imperial, que honraba a los emperadores romanos como si fueran dioses. Apenas podemos imaginar las presiones culturales que enfrentaban los cristianos en Éfeso.
Al leer otras porciones del Nuevo Testamento, nos damos cuenta de que tristemente la iglesia en Éfeso no siempre fue saludable, y que sus pastores no siempre fueron fieles. En su discurso de despedida a los ancianos de la iglesia, el apóstol Pablo les advirtió que después de su partida aparecerían falsos maestros de entre ellos «para arrastrar a los discípulos» (Hech. 20:29-30). Parece que estas preocupaciones se habían materializado cuando Timoteo asumió el liderazgo en la iglesia de Éfeso. Evidentemente, las personas con autoridad para enseñar se habían «desviado» de la sana doctrina (1 Tim. 1:3-7). Debido a que los ancianos poseen la autoridad fundamental y la responsabilidad de enseñar a la iglesia, y debido a que Pablo dedica tanto tiempo en su primera carta a Timoteo para abordar los requisitos de los ancianos (3:1-7), parece que la fuente de la falsa doctrina en Éfeso eran sus propios ancianos, tal como Pablo lo había advertido.
Ya cuando Pablo escribió su segunda carta a Timoteo, la presión para que Timoteo transigiera doctrinalmente y no predicara la Palabra era tan grande que Pablo le encargó a Timoteo que predicara la Palabra, sin importar cómo pudiera ser recibida (2 Tim. 4:1-5), y que, si fuera necesario, estuviera dispuesto a sufrir por causa del evangelio (1:8-14). Líderes de la iglesia que enseñan doctrina falsa y miembros de la iglesia que se niegan a tolerar la sana doctrina constituyen señales de una iglesia enferma. No es de extrañar que Pablo le pidiera a Timoteo que permaneciera en Éfeso (1 Tim. 1:3).
Sin embargo, al avanzar cerca de 30 años hasta llegar a las palabras de Jesús en Apocalipsis, parece que la iglesia de Éfeso ha logrado dar un giro a los acontecimientos. Han trabajado a fin de poner a prueba y desenmascarar a los falsos apóstoles (Apoc. 2:2); han «perseverado y sufrido» tanto frente a la presión del mundo como a la interna de la iglesia, para la gloria del nombre de Cristo; y, en todo esto, sin desanimarse (v. 3). Jesús reconoce que, en este entorno pujante y cosmopolita, la iglesia de Éfeso no ha transigido en su fe, sino que perseveran bajo todas las influencias políticas, culturales y religiosas en la ciudad, y trabajan arduamente para mantener la ortodoxia. Ellos se ocupan con esmero en mantener la pureza doctrinal, y Jesús los elogia por esto.
Quizás tú también conozcas las presiones de vivir como cristiano en un contexto cosmopolita. Ciudades como Londres o Nueva York, Shanghái o Dubái son, en muchos sentidos, realmente similares a Éfeso: importantes centros de gobierno, de comercio e incluso de religión. Nuestras ciudades ahora, como en aquel entonces, son polos de diversidad y, a menudo, un terreno difícil para el ministerio del evangelio. De acuerdo, Éfeso estaba bajo un gobierno romano totalitario que podía presionar a la iglesia en formas que los occidentales aún no hemos experimentado hoy; pero, al igual que la iglesia en Éfeso, la Iglesia en Occidente hoy debe mantener la pureza doctrinal en un ambiente hostil. ¡No podemos transigir!
Y quizás no sea tu caso, tal vez te encuentras en una iglesia saludable con pastores fieles. Tu iglesia predica el evangelio, ama la sana doctrina y venera la palabra de Dios. Tu iglesia defiende la verdad y lucha contra la decadencia cultural; y hace ambas cosas con denuedo. Si ese es tu caso, ¡alabado sea Dios!
Pero cuidado. Antes de que tú mismo te des una palmadita en la espalda, debes saber que el mensaje de Jesús no tiene un final muy agradable. Es difícil imaginar una iglesia más fiel que la de Éfeso. En un contexto ministerial difícil, ellos se ocuparon a la perfección de los aspectos doctrinales y eclesiásticos. Al igual que tú, eran doctrinalmente ortodoxos y entendidos en lo teológico; no aguantaban a los vendedores ambulantes del «evangelio» que intentaban introducir nuevas enseñanzas extrañas en nombre de Cristo. Su celo no mostraba señales de decadencia.
Pero Jesús afirma: eso no significa nada. A ellos les falta algo, y ese algo significa todo. Y necesitamos sentir la contundencia del golpe: ese algo no es la sana doctrina.
El algo que significa todo
Esto dice el Señor Jesús a la iglesia en Éfeso: «… tengo en tu contra que has abandonado tu primer amor» (v. 4). Para tomar prestadas las palabras de Pablo, la pureza doctrinal sin amor es como «… metal que resuena o un platillo que hace ruido». Si tengo la doctrina correcta y las prácticas correctas, «… pero me falta el amor, no soy nada». Si disciplinamos a todos los falsos maestros y quemamos todos los planes de estudio heréticos, «… pero no tengo amor, nada gano con eso» (1 Cor. 13:1-3).
Es una pena que la iglesia de Éfeso hizo esto exactamente. Creyeron en las cosas correctas e hicieron lo correcto. Protegieron la iglesia de personas malvadas y de falsos apóstoles. Sin embargo, a pesar de todos los aciertos, abandonaron el amor (Apoc. 2:4). Esto no es un delito pequeño. Recuerda que esta es la primera amenaza que Jesús desea exponer; de entre siete iglesias, Jesús habla primero sobre esta. Es una amenaza que viene con una advertencia clara: a menos que se arrepientan, Jesús quitará su candelabro (v. 5). Si continúan, perderán el derecho eterno sobre el mismo evangelio que defienden tan apasionadamente.
Entonces esta amenaza es seria. Pero, ¿qué significa exactamente haber «… abandonado tu primer amor» (v. 4)?
Cuando un fariseo le preguntó a J...

Índice

  1. Introducción
  2. Primera amenaza: Ortodoxia sin amor
  3. Segunda amenaza: Miedo al sufrimiento
  4. Tercera amenaza: Transigir
  5. Cuarta amenaza: Tolerancia
  6. Quinta amenaza: Una buena reputación
  7. Sexta amenaza: Dudar de uno mismo
  8. Séptima amenaza: Autosuficiencia
  9. Conclusión: Nuestro «vivir felices por siempre»
  10. Lecturas adicionales