La fórmula del liderazgo
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La fórmula del liderazgo

Cómo desarrollar a la nueva generación líderes en la iglesia

  1. 164 páginas
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La fórmula del liderazgo

Cómo desarrollar a la nueva generación líderes en la iglesia

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Información del libro

Basado en 1 Timoteo 3, el Pastor Juan Sánchez nos entrega la formula que él exitosamente ha usado en su iglesia para preparar a nuevos líderes: Carácter + competencia + cuidado/tiempo = credibilidad. Based on 1 Timothy 3, Pastor Juan Sánchez provides a formula he has successfully used with his local church for developing new leaders: Character + competency + care/time = credibility.

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Información

Editorial
B&H Español
Año
2019
ISBN
9781535962698
Categoría
Religión
PARTE 1
FUNDAMENTOS BÍBLICOS
CAPÍTULO 1
El patrón del liderazgo
A nuestro alrededor, el liderazgo se ejerce constantemente. Ya sea que tus padres te pidan que limpies tu habitación, o que un oficial de policía te ordene que aminores la velocidad al conducir, que un maestro te asigne una tarea o que tu jefe te dé un nuevo cargo, todos experimentamos relaciones de autoridad y sumisión. Sin embargo, como todos hemos podido comprobar, la autoridad se ejerce bien o mal, valerosa o pasivamente, con amor o de manera abusiva. Independientemente de cómo se ejerza, no podemos escapar de ella. Fuimos hechos para liderar y ser liderados. El relato de la creación humana de Génesis 1 y 2 nos muestra el patrón de liderazgo mediante el cual Dios se preocupa por Su mundo y gobierna a Su pueblo. Cuando entendemos este patrón, entonces nos es posible establecer una base bíblica para el liderazgo cristiano. Al ser hechos a imagen de Dios, fuimos creados para reflejar el dominio soberano de Dios sobre la creación, representar Su cuidado amoroso hacia aquellos que están bajo nuestro cuidado y tener descendientes piadosos hasta que toda la tierra se llene de la gloria y la imagen de Dios.
El patrón del liderazgo: La imagen de Dios
Al igual que con todo lo relativo a la humanidad, el concepto de liderazgo empieza en Génesis, donde Dios declara: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza» (1:26). En el Salmo 8, el salmista nos brinda una imagen poética de la creación humana, declarando «¿qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites? Lo has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos, todo lo pusiste debajo de sus pies...». Ciertamente, la creación humana es única. Aunque Dios hizo todo lo demás «según su género» (Gén. 1:11,12,21,24,25), solo los seres humanos son creados después según el «genero» de Dios: Su imagen y semejanza. ¿Qué significa eso?
La palabra «semejanza» es fácil de entender. Significa ser «como» algo o alguien. Damos ese sentido a la palabra a menudo. Cuando comparamos las imágenes de nuestra nieta de cuatro años con las fotos de su madre a la misma edad, es sorprendente lo mucho que se parecen. Ella es «semejante» a su madre. La semejanza comunica parecido físico, un reflejo de alguien o de algo. Pero en el Antiguo Testamento, la imagen y la semejanza se usan normalmente en relación con los ídolos. En el mundo antiguo, la gente adoraba imágenes o semejanzas de sus dioses. Es decir, adoraban sus representaciones físicas: por ejemplo, una imagen tallada en madera recubierta de oro. Se creía que estos dioses gobernaban o tenían dominio sobre cierta porción de tierra, territorio o nación. Por tanto, eran territoriales. Los dioses de los egipcios, por ejemplo, gobernaban Egipto. En consecuencia, dado que cada nación tenía sus propias deidades con sus propias imágenes, Dios abordó el tema de la idolatría al inicio de su relación de pacto con Israel. En el primer mandamiento, Dios prohibió a Israel adorar a otros dioses (Éx. 20:3), y en el segundo mandamiento, les prohibió «imagen ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra» (Éx. 20:4). Debido a la gran cantidad de imágenes que poseían las naciones con las que Israel tendría contacto cuando entrara en la tierra prometida, Dios no solo quería proteger a Israel de la adoración a otros dioses, también quería protegerlos de la tentación de adorar una imagen hecha por el hombre para representarlo. Él ya había creado una imagen física para representarlo: la humanidad. Somos la imagen de Dios, creados para representarlo en la tierra. Ahora bien, la idea de que la imagen de Dios tenga algún tipo de implicaciones físicas pone a algunas personas nerviosas, así que, antes de que malinterpretes lo que estoy diciendo, permíteme explicarlo.
En el mundo antiguo, solo el rey era considerado la imagen de la Deidad. En Egipto, se creía que el faraón era el hijo de dios(es) y, por lo tanto, su imagen. Como imagen de dios(es), el faraón era su representante físico (humano) en la tierra. Ejercía el gobierno de las deidades sobre Egipto, como representante de dios(es) ante las personas y de las personas ante dios(es). Lo que es realmente único del relato bíblico de la creación es que todos los seres humanos son hechos a imagen de Dios. Génesis 1:26 declara que tanto Adán como Eva son hechos a imagen y semejanza de Dios. Es decir, ambos representan a Dios en la tierra. Incluso después de la caída, aunque distorsionada como resultado del pecado, los hijos de Adán y Eva continúan portando la imagen de Dios (Gén 5:1-3). La imagen de Dios, por tanto, no se limita a un individuo en especial; toda la humanidad es a imagen de Dios. En la actualidad, cuando leemos que Dios hizo al hombre y a la mujer a Su imagen y a Su semejanza, debemos entender el trasfondo antiguo para comprender ambos términos. Adán y Eva fueron creados para ser hijos e hijas de Dios quienes representarían su señorío sobre la creación como reyes y reinas. Es decir, fuimos creados como representantes de Dios en la tierra para mostrar Su gobierno soberano y Su cuidado amoroso por la creación. Pero el hombre y la mujer no cumplen esta tarea dada por Dios de la misma manera.
Los roles del liderazgo: Autoridad y sumisión
Podemos, y debemos, celebrar que Dios creó tanto al hombre como a la mujer a Su imagen, iguales como seres humanos. Sin embargo, aunque ambos están llamados a reflejar el dominio de Dios sobre toda la creación, a cada uno se le asigna un papel distinto en el cumplimiento de ese llamado. El hombre fue creado primero, se le colocó en el Edén como el único ser humano y se le llamó a guiar, proteger y proveer amorosamente a todos los que estaban bajo su cuidado (Gén. 2:4-15). La clave para entender el papel del hombre se encuentra en Génesis 2:15: «Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto del Edén, para que lo labrara y lo guardase». La palabra traducida como labrar en Génesis 2:15 también puede traducirse como trabajar, servir o ministrar. Y guardar también puede significar proteger. Ambas palabras también aparecen juntas en relación con el sacerdocio levítico (Núm. 3:7-8). Los sacerdotes debían servir (trabajar) en la presencia de Dios y guardar (proteger) la entrada al tabernáculo. Dado que Edén era el lugar de la tierra en el que originalmente Dios estaba en la presencia del hombre (Génesis 3: 8), y dado que Adán también sirvió ante la presencia de Dios, es apropiado considerar a Adán como sacerdote, ya que tenía el mismo papel: servir en la presencia de Dios y proteger el lugar en el que estaba dicha presencia (Edén) de la entrada de los intrusos. Como imagen de Dios, Adán fue creado para representar el dominio amoroso de Dios sobre los que estaban a su cuidado. Para cumplir con el mandato creativo de Génesis 1:28, sin embargo, Adán necesitaría ayuda.
Dios creó a la mujer como ayuda idónea y complementaria del hombre (Gén. 2:18-25). Con la ayuda de la mujer, Adán podría cumplir el mandato de «… Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sojuzgadla…» (Gén. 1:28). Juntos, el hombre y la mujer, como gobernantes representativos de Dios sobre la creación, estaban llamados a reproducir una descendencia piadosa, hijos que también tuvieran la imagen de Dios. Pero, aunque Adán y Eva eran iguales en cuanto a la imagen de Dios, el rol de Eva era diferente al de Adán. En la relación hombre-mujer establecida en el Edén, el hombre fue creado para liderar y la mujer para seguir. Él estaba orientado a trabajar; ella estaba orientada hacia el hombre. Él fue creado para proteger; ella fue creada con la necesidad de ser protegida. A él se le encomendó proporcionar; a ella la tarea de ayudar.
La relación hombre-mujer de autoridad y sumisión la vemos establecerse en Génesis 2:18-25. A medida que avanza la narración, es como si Dios le estuviera enseñando a Adán que su ayuda idónea no se encuentra en el reino animal; no se encuentra en otro hombre; y no se encuentra en las mujeres en general. Su ayuda idónea es una única mujer, y están unidos de por vida entre sí en una relación de pacto a la cual llamamos matrimonio (Gén. 2:22-25). Por tanto, el patrón de liderazgo se establece primero en la relación dentro de la alianza matrimonial, es decir, en el hogar. El esposo guía, protege y provee, mientras que la esposa acompaña a su esposo para ayudarlo, afirmándolo y siguiendo su liderazgo. De manera que, el patrón de liderazgo establecido en Génesis 1 y 2, es uno de igualdad entre el hombre y la mujer como portadores de una misma imagen, pero de diferencia en cuanto a sus roles. En la relación matrimonial, el hombre ejerce la autoridad y la mujer se coloca voluntariamente bajo esa autoridad establecida por Dios. Pero ¿con qué fin?
En última instancia, Dios desea que Su gloria llene toda la tierra y, en un principio, que Su gloria se extendiera por toda la tierra mientras Adán y Eva reproducían la imagen divina al tener una descendencia piadosa. A veces olvidamos que el Jardín de Edén era un lugar específico marcado por límites naturales, a saber: cuatro ríos (Gén. 2:10-14). Cuando se tiene en cuenta el mandamiento de «fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla» (Gén. 1:28), entendiendo que el Edén era un espacio limitado sobre la faz de la tierra, es evidente que a medida que Adán y Eva cumplieran con la tarea que Dios mismo les encomendó, necesitarían expandir los límites del jardín para adaptarlos al aumento de la población. El objetivo del mandamiento de Dios de ser fructíferos, multiplicarse y llenar la tierra, era reproducir portadores de la imagen de Dios y continuar expandiendo los límites del jardín hasta que este cubriera todo el mundo, y así la tierra estuviera llena de la gloria y la imagen de Dios.
Como imagen de Dios, por tanto, fuimos creados para reflejar el reinado soberano de Dios sobre la creación, representar Su cuidado amoroso sobre los que están bajo nuestra autoridad y tener descendientes piadosos hasta que toda la tierra se llenara de la gloria de Dios. Aunque el pecado entró en el mundo por medio de la rebelión de Adán (Gén. 3), y la imagen de Dios en la humanidad ahora está distorsionada, el plan de Dios no ha cambiado. La historia de la Biblia que se está desarrollando apunta a una persona que de forma fiel y verdadera crearía una imagen de Dios. A través de la predicación del evangelio y el poder del Espíritu Santo, Jesús, la verdadera imagen del Dios invisible (Col. 1:15), ahora da a luz a un pueblo a quien está restaurando progresivamente a la imagen divina (2 Cor. 3:18).
El patrón del liderazgo en la actualidad
Aun después de la caída, la imagen de Dios en la humanidad no fue erradicada. Distorsionada sí, pero no destruida (Gén. 5: 1-3). Vemos evidencias de esto cuando experimentamos un liderazgo amable y amoroso incluso de parte de los incrédulos. Debido a la gracia común de Dios, los no cristianos también pueden tener buenos matrimonios, ser buenos jefes y cuidar amorosamente de aquellos que están bajo su supervisión. Aún así, debido a que Dios está obrando en los cristianos sobre la base de la obra de Cristo y en el poder del Espíritu Santo para conformarnos a la imagen de Su Hijo (Rom. 8:28-29), en Cristo, estamos llamados a representar el dominio de Dios sobre la tierra y reflejar Su amoroso cuidado hacia la creación a medida que reproducimos a personas a la imagen de Dios en la tierra al cumplir la Gran Comisión (Mat. 28:19-20). Por tanto, dado que Dios está restaurando y renovando Su imagen divina en nosotros, la mejor manera de mostrar ese liderazgo es como embajadores de Cristo (2 Cor. 5:20).
Que el patrón del liderazgo continúe hoy en día es algo que se afirma en todas la Escritura y se clarifica en el Nuevo Testamento. Se manda a las esposas que se sometan a sus propios esposos: «Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia» (Ef. 5:23). Y se le ordena al esposo que ejerza su autoridad con amor, así como Cristo amó a la Iglesia con amor sacrificial (Ef. 5:25). De nuevo, es importante enfatizar que el esposo y la esposa son iguales en cuanto a la imagen de Dios, pero se relacionan entre sí en roles de autoridad y sumisión diferentes. Este es el patrón del liderazgo establecido en la creación. Pero no se limita a la familia.
El patrón de liderazgo establecido para el hogar también se ha de reflejar en la iglesia. Como en el hogar, hombres fieles, apartados por el Espíritu Santo, están llamados a dirigir, proteger y proveer para la iglesia (Hech. 20:28; 1 Ped. 5:1-4). Es cierto que la opinión de que solo los hombres deben ser pastores no se ve con buenos ojos en nuestra cultura actual. Vivimos en medio de movimientos de lucha a favor de los derechos de las mujeres los cuales, como la Biblia hace, declaran que hombres y mujeres son iguales. Sin embargo, a diferencia de la Biblia, tanto las feministas seculares como las evangélicas sostienen que si los hombres y las mujeres son iguales, ellas pueden hacer lo que los hombres hacen. Lamentablemente, los movimientos de lucha por los derechos de las mujeres que se iniciaron en Inglaterra y en Estados Unidos fueron necesarios; inicialmente, las activistas lucharon con toda la razón por la igual dignidad de las mujeres en un momento en que eran tratadas como inferiores a los hombres y ni siquiera se les permitía votar. También es cierto que la segunda ola del movimiento feminista también luchó con razón por la igualdad de las mujeres en el lugar de trabajo, en particular, la igualdad salarial al desempeñar el mismo trabajo que los hombres. Sin embargo, el problema es que, cuando este movimiento feminista golpeó nuestra cultura en una tercera ola, enfocó la igualdad en el lugar equivocado: aquello que hacemos (nuestras funciones). La Biblia, por otro lado, basa nuestra igualdad en lo que somos (el ser): la imagen de Dios. Los hombres y las mujeres son iguales ante Dios porque somos la imagen de Dios, no porque hagamos las mismas cosas. Cierto es que, probablemente, nuestra negligencia como cristianos de celebrar la igualdad entre hombres y mujeres a la imagen de Dios sea, al menos en parte, responsable de la reacción feminista de hoy en día. Sin embargo, cuando entendemos el hermoso diseño divino, celebraremos la igualdad entre hombres y mujeres como imagen de Dios, al mismo tiempo que celebramos nuestros distintos roles.
Por tanto, en la iglesia, mientras que los hombres y las mujeres son iguales en cuanto a la imagen de Dios, solo los hombres fieles que pueden enseñar deben ser reconocidos como pastores (1 Tim. 3:1-7; 2 Tim. 2:2), porque en base al diseño de Dios en Génesis, las mujeres tienen prohibido ejercer autoridad sobre los hombres o enseñarles doctrina (1 Tim. 2:9-15).1 Otra vez, aunque la Biblia radica nuestra igualdad en el ser, no en la función, esto no significa que las mujeres sean de menos valor que los hombres. Hay muchas maneras en las que las mujeres pueden servir en la iglesia. Pueden, junto con los hombres, orar y profetizar cuando se reúne la asamblea (1 Cor. 11:4-16),2 enseñar a otras mujeres (Tito 2:3-5), servir como misioneras (Mat. 28:19-20), sin mencionar la libertad de hacer lo que se espera que haga cada cristiano: compartir el evangelio con los incrédulos, cuidar de los enfermos, enseña a los niños, orar, por nombrar tan solo algunos ministerios. Y, por otro lado, siendo claros, no todos los hombres pueden ser ancianos en la iglesia. La iglesia, una congregación formada por hombres y mujeres, debe reconocer como pastores solo a hombres fieles, que pueden enseñar y han sido apartados por el Espíritu Santo (Hech. 20:28; Tito 1:5-9). Todos los que no son ancianos, tanto hombres como mujeres, deben someterse al liderazgo de los pastores reconocidos por la iglesia y llamados por el Espíritu Santo (Heb. 13:17).
Este patrón del liderazgo, en el que experimentamos relaciones de autoridad y...

Índice

  1. Introducción
  2. Parte 1: Fundamentos bíblicos
  3. Parte 2: La fórmula del liderazgo
  4. Parte 3: Cómo aplicar la fórmula del liderazgo
  5. Conclusión
  6. Apéndices