El cuerpo de Cristo
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El cuerpo de Cristo

¿Por qué debo ser un miembro de la iglesia local?

Sugel Michelén

  1. 160 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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El cuerpo de Cristo

¿Por qué debo ser un miembro de la iglesia local?

Sugel Michelén

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Índice
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Información del libro

En este volumen, Sugel Michelén, considerado uno de los pastores más influyentes en la iglesia de habla hispana, después de presentar un caso bíblico de membresía, nos lleva a examinar la naturaleza y el alcance de la iglesia local.
A medida que avanzamos en el viaje, aprendemos que los cristianos individualmente somos parte de algo más grande que solo nosotros mismos, la gloriosa y múltiple sabiduría de Dios desplegada en Su iglesia. In this volume, Sugel Michelén, regarded as one the most influential pastors in the Spanish-speaking church, after making a biblical case for membership, takes us with him as he examines the nature and scope of the local church.
As we come along for the ride, we learn that individual Christians are part of something bigger than ourselves--the glorious manifold wisdom of God displayed in his church.

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Información

Editorial
B&H Español
Año
2019
ISBN
9781535968263
1
La iglesia: ayuda idónea del segundo Adán
«Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada. Así también deben amar los maridos a sus mujeres, como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás su propio cuerpo, sino que lo sustenta y lo cuida, así como también Cristo a la iglesia; porque somos miembros de su cuerpo. Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio, pero hablo con referencia a Cristo y a la iglesia».
Efesios 5:25-32
Todo el que haya tenido algún contacto con la Biblia sabe que la misma está dividida en dos grandes porciones: el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Si la lee y estudia con cuidado se dará cuenta de que el eje central de ambos Testamentos es el Señor Jesucristo. Mientras el Antiguo Testamento nos prepara para Su venida, en el Nuevo vemos el cumplimiento de las cosas que se anuncian sobre Él en el Antiguo. Es por eso que no podemos entender correctamente el Antiguo Testamento a menos que lo veamos con los ojos del Nuevo. Así como tampoco podemos entender plenamente el Nuevo Testamento a menos que lo interpretemos sobre la base del Antiguo.
Imagina a dos hermanos que están peleando porque ambos quieren leer una novela de misterio de Agatha Christie de unas 400 páginas. Cuando el papá se da cuenta de lo que está sucediendo, decide aplicar la sabiduría de Salomón y parte el libro por la mitad. Las primeras 200 páginas se las da al hermano mayor y el resto del libro al hermano menor. ¿Resolvió satisfactoriamente el problema? Por supuesto que no, porque ahora ninguno de los dos podrá entender la novela cabalmente. Y lo mismo sucede con la Biblia. Nadie podrá captar su mensaje completo si lee únicamente a partir del Evangelio de Mateo, y deja de lado toda la sección que va desde Génesis hasta Malaquías.
Lamentablemente, muchos ven el Antiguo Testamento como el «desafortunado prefacio» de la parte de la Biblia que realmente importa.6 Y eso afecta su entendimiento de todas las grandes doctrinas de la Escritura, incluyendo la doctrina de la iglesia. Es imposible entender la naturaleza de la iglesia y el lugar que ocupa en el plan redentor de Dios, a menos que comencemos en el libro de Génesis, porque es allí donde comienza la gran historia de redención que se revela en toda la Biblia. Eso es lo que estaremos haciendo en este capítulo. Espero mostrarte que los primeros tres capítulos del Génesis son indispensables para entender la obra de Cristo, así como la naturaleza y función de la iglesia. Aunque la palabra «iglesia» no aparece en esos capítulos, es allí donde comienza la historia en la cual la iglesia será un elemento esencial. Comencemos, entonces, desde el principio, mientras te pido que leas con paciencia la historia del primero y segundo Adán. Tengo la esperanza de que este viaje hacia el origen de la historia bíblica te ayude a comprender mejor la membresía de la iglesia local y su importancia.
El primer Adán
En la historia bíblica hay ciertos personajes, eventos e instituciones que prefiguran a otros que vendrían después. Esto se conoce como un tipo, un elemento más antiguo que prefigura o anticipa a uno posterior que lo completa o complementa.7 Es en ese sentido que Pablo nos indica en Romanos 5:14 que Adán es un tipo o figura de Cristo. Adán es un personaje histórico real, que al mismo tiempo prefigura a Cristo. Es por eso que Pablo se refiere a Cristo, en 1 Corintios, como el postrer Adán (1 Corintios 15:45). De igual forma, en el texto de Efesios 5 que encabeza este capítulo, Pablo nos expresa que la relación matrimonial entre Adán y Eva prefiguraba la relación de Cristo con la iglesia. Si no leemos los tres primeros capítulos del Génesis con esto en mente, vamos a tener un entendimiento defectuoso del lugar que ocupa la iglesia en el plan redentor de Dios. Es como leer un libro sin la primera mitad. Vamos a perder de vista elementos que son esenciales para la correcta interpretación de la Escritura.
Comencemos, entonces, desde el principio, en el momento en que Dios crea al hombre, al sexto día de la primera semana de la historia.
«Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra. Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra». (Gén. 1:26-28)
Luego de haber creado todo lo que existe en los primeros cinco días de la creación, Dios creó al hombre y a la mujer a Su imagen y semejanza. Esa imagen de Dios en el hombre incluye las facultades mentales y espirituales que el hombre posee, así como su capacidad de ejercer dominio sobre todo lo creado, su capacidad de relacionarse con Dios, y sus capacidades creativas.
Un elemento que debemos resaltar en Génesis 1 es que Dios aparece hablando en plural: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza». Por el resto de la Escritura sabemos que existe un solo Dios, el cual subsiste en tres Personas en perfecta comunión y armonía: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Tres personas, pero un solo Dios. Y nuestro texto nos enseña que ese Dios creó a los seres humanos, varones y hembras, para que disfrutaran entre ellos esa misma comunión y armonía que ha existido siempre en las tres Personas de la Trinidad. Dios creó al hombre para vivir en comunidad.
El texto nos enseña también, en el versículo 28, que Adán y Eva tenían una tarea que cumplir: debían propagar la especie humana para llenar la tierra de seres humanos creados a imagen y semejanza de Dios. Así que la primera encomienda que Adán y Eva recibieron de parte de Dios como pareja era llenar la tierra de imágenes vivientes de Dios.
Como hemos dicho ya, Dios también les ordenó ejercer dominio sobre todo lo creado, funcionando como corregentes de la creación bajo la autoridad de Dios. De manera que desde el principio Dios le concedió al hombre el oficio de rey, aunque obviamente subordinado a la máxima autoridad de Dios.
En el capítulo 2 de Génesis, Moisés nos narra por segunda ocasión la historia de la creación del hombre y la mujer, pero añadiendo un poco más de detalle. Es como si Moisés hiciera un acercamiento para que contemplemos con mayor amplitud esa escena en particular. Y allí aprendemos que Adán fue creado primero que Eva, del polvo de la tierra, y que Dios lo colocó en el huerto del Edén, donde le dio un mandato positivo y uno negativo:
«Entonces el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén, para que lo cultivara y lo cuidara. Y ordenó el Señor Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás». (Gén. 2:15-17)
El hombre debía cultivar y proteger el huerto. Esas eran sus dos tareas primarias. Pero Dios también le ordenó abstenerse de comer de uno de los árboles del huerto, el árbol de la ciencia del bien y del mal, como un recordatorio de que él no tenía autoridad para definir lo bueno y lo malo. El hombre disfrutaba de plena libertad en el huerto, pero dentro de los límites impuestos por Dios.
Más adelante Dios crea a Eva de una costilla de Adán para ser su ayuda idónea. Adán no podía llevar a cabo la tarea que Dios le había encomendado sin tener a su lado una ayuda como Eva.
Debemos notar también que el Edén era mucho más que un huerto, era un santuario. Génesis 3:8 afirma que Dios se paseaba por el huerto «al aire del día». Pero dado que Adán y Eva ya habían pecado en ese punto de la historia, el texto señala que se escondieron de la presencia del Señor. De manera que Dios manifestaba Su presencia especial en el Jardín del Edén, de forma similar a como habría de suceder más adelante en el tabernáculo y el templo, los dos santuarios de Dios en el A.T. Es por eso que tanto el tabernáculo como el templo nos recuerdan en su diseño al Jardín del Edén por las figuras en forma de árboles que Dios ordenó incluir en su diseño (comp. Ex. 25:31-35; 1 Rey. 6:18, 29, 32, 35; Ezeq. 40:16, 26, 31, 34, 37; 41:18, 25). Dios quería que, al ver el tabernáculo y el templo, Su pueblo recordara el huerto del Edén. Y es por esa misma razón que en los capítulos finales del libro de Apocalipsis, cuando se describe la morada final de los creyentes en la presencia de Dios, se incluyen varios de los elementos que encontramos en Edén. Entre ellos, el árbol de la vida y el río que se encontraba en medio del huerto (Apoc. 22:1-2).
En resumen, Dios les encomendó a Adán y Eva la tarea de llenar la tierra de seres humanos creados a Su imagen. Estos habrían de ejercer dominio sobre toda la creación, mientras extendían el santuario del Edén hasta cubrir todo el planeta. De esa manera, toda la tierra sería llena de la gloria de Dios.
Lamentablemente, Adán no protegió el huerto como Dios lo ordenó, dejando que la serpiente introdujera una nueva interpretación de la realidad, contraria a la Palabra de Dios. Y lo que es peor aún, ellos decidieron creer la mentira de la serpiente de que al rebelarse contra la autoridad de Dios vendrían a ser como Él. «Dios les ha mentido. Si comen del árbol prohibido, en vez de morir, seréis como Él», le expresa la serpiente a Eva, en Génesis 3:5.
De haber permanecido en obediencia, debemos suponer que Adán y Eva habrían sido confirmados en santidad y habrían disfrutado de la vida eterna en la presencia de Dios. Pero ellos decidieron rebelarse contra Él. Y tal como Dios había advertido, en Génesis 2:17, junto con el pecado entró la muerte en el mundo. Adán y Eva murieron espiritualmente en ese mismo instante. Esto es, perdieron la comunión que antes disfrutaban con Dios, y la imagen de Dios en ellos quedó desfigurada. Sus cuerpos también comenzaron a experimentar ese proceso de decaimiento que termina en la muerte física. Y ambos fueron expulsados del Jardín del Edén. Leemos en Génesis 2:24 que Dios puso querubines y una espada encendida para guardar la entrada del huerto.
Ningún ser inmundo puede tener acceso al santuario de Dios. Pero gracias al Señor que la historia bíblica no termina en Génesis 3. Antes de expulsar al hombre del paraíso, Dios hizo una promesa: Él habría de enviar a un Hombre, nacido de mujer, que aplastaría la cabeza de la serpiente, aunque Él sería herido en el calcañar (Gén. 3:15). En cierto modo podemos decir que todo lo que la Biblia enseña a partir de este momento, no es más que el desarrollo de esa promesa.
La misión que se les había encomendado a Adán y Eva de llenar la tierra de seres humanos creados a la imagen de Dios, y de ejercer dominio sobre la creación mientras extendían el santuario del Edén, no quedaría inconclusa. Dios levantaría un Hombre, el segundo Adán, que habría de salir victorioso donde el primer Adán fracasó miserablemente. De esta manera, la imagen de Dios en nosotros sería restaurada y el hombre disfrutaría de nuevo de la comunión con Dios en un paraíso mil veces más glorioso que el primero. Esa es la gran historia de redención que se revela en la Biblia. Más adelante, leemos que Dios escogió a un hombre llamado Abraham para hacer de Él una gran nación, tan numerosa como las estrellas del cielo y la arena del mar. Y a través de su descendencia todas las familias de la tierra serían benditas.
«Y el Señor dijo a Abram: Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra». (Gén. 12:1-3)
«Lo llevó fuera, y le dijo: Ahora mira al cielo y cuenta las estrellas, si te es posible contarlas. Y le dijo: Así será tu descendencia. Y Abram creyó en el Señor, y Él se lo reconoció por justicia». (Gén. 15:5-6)
«Cuando Abram tenía noventa y nueve años, el Señor se le apareció, y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí, y sé perfecto. Y yo estableceré mi pacto contigo, y te multiplicaré en gran manera. Entonces Abram se postró sobre su rostro y Dios habló con él, dici...

Índice

  1. Prefacio: Un lugar solemne y dulce
  2. Introducción
  3. Capítulo 1: La iglesia: ayuda idónea del segundo Adán (Ef. 5:25-32)
  4. Capítulo 2: Miembros del cuerpo de Cristo (1 Cor. 12:12-27)
  5. Capítulo 3: ¿Qué hace que una iglesia sea una iglesia? (Mat. 18:20)
  6. Capítulo 4: La obra misionera de Cristo a través de la iglesia (Mat. 28:18-20)
  7. Capítulo 5: Haced discípulos […] bautizándolos (Mat. 28:18-20)
  8. Capítulo 6: Autoridad y cuidado pastoral en la iglesia (Heb. 13:7, 17 y 24)
  9. Capítulo 7: Unidad, diversidad y crecimiento (Ef. 4:1-16)
  10. Capítulo 8: Amor y disciplina en la iglesia (Mat. 18:15-20)
  11. Capítulo 9: La gloria de Cristo en Su iglesia (Ef. 3:20-21)
  12. Capítulo 10: La realidad de la iglesia en este mundo caído