Largas sombras de la dictadura: a 30 años del plebiscito
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Largas sombras de la dictadura: a 30 años del plebiscito

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Largas sombras de la dictadura: a 30 años del plebiscito

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Siete ensayos reflexionan en torno a las características históricas, culturales y políticas del largo ciclo post dictatorial en Chile. Son miradas diversas en sus temáticas y enfoques, pero unidas en un juicio eminentemente crítico respecto de una promesa democrática y social inconclusa.

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Información

Editorial
LOM Ediciones
Año
2020
ISBN
9789560012678
Categoría
Literatura

Reescrituras de la memoria en la poesía (la literatura y la cultura) de postdictadura en Chile

Naín Nómez
Universidad de Santiago de Chile

Para discutir

Así como hemos pasado de la ideología del liberalismo a la del neoliberalismo, que hoy día podríamos denominar «tecno-neo-liberalismo» e incluso «tecno-trans-neo-liberalismo», la concepción de una «postdictadura» o una «trans(ición)dictadura» son conceptos que nos ayudan a identificar el confuso y profuso momento que vivimos y bajo cuyo contexto se desarrolla una cultura y por ende una literatura que muestra, indica, representa o reconstruye ficticiamente las nuevas formas que adquiere la realidad del país y del mundo. Sirve tal vez este enunciado para señalar las dificultades de abarcar los nuevos procesos escriturales de la literatura chilena.
La literatura del periodo postdictatorial, que por la cronología histórica se estaciona entre 1988 y el presente, es parte de una construcción cultural muy anterior a esa fecha, ya que sus prolegómenos podemos fijarlos alrededor de 1983-85, con el antecedente inmediato de la crisis económica de 1982 y los primeros estertores del sistema dictatorial agudizado por las protestas nacionales e internacionales in crescendo, la integración cultural de exilio e insilio y la potente expansión de una literatura de resistencia. Por lo tanto, se puede sugerir que el comienzo de la transición hacia el fin de la dictadura se produce antes del hito histórico del plebiscito del 88 o de la elección del 90, del mismo modo que tampoco finaliza con esas fechas.
Lo importante aquí es indicar que los contextos de la cultura no son secundarios y que por lo tanto Milton Friedman, Ronald Reagan, George H. W. Bush y Margaret Thatcher son tan relevantes como los militares, los empresarios, la iglesia católica, la Concertación con sus partidos políticos, las trasnacionales, los medios de comunicación secuestrados, la telemática, la informática y la cibernética, la privatización de la educación, así como los movimientos sociales, los grupos críticos y contestatarios con sus artesanías tecnológicas o las organizaciones sectoriales, los cuales conforman un vasto tejido de acciones y reacciones, de articulaciones y rearticulaciones, de avances y retrocesos, de dominios, hegemonías y contra-hegemonías que marcan los procesos y desarrollos del campo cultural del periodo. Por otro lado, es de Perogrullo sugerir que si bien las condiciones para un cambio más específico de la actividad cultural sólo se oficializan a partir de 1990, cuando el aparato del Estado y sus redes nacionales e internacionales pasan a tener un peso más relevante en la articulación de actores y empresas del rubro, lo que se venía gestando desde antes (enclaustrado en ONGs, organizaciones internacionales y centros de toda índole) implica una continuidad natural que se manifiesta sobre todo en aquellas áreas que no requieren de gran infraestructura como es el caso de la literatura. En lo que sí influye la transición, en este caso, es en la multiplicación de pequeñas editoriales y el apoyo que lentamente el Estado empieza a darle a los escritores por medio de becas, derechos, organismos, leyes, fondos y propuestas.

La cultura y los contextos del periodo

Como ha señalado Tomás Moulian (1997), la crisis económica de 1982-83 inició el repliegue temporal del régimen dictatorial y el momento decisivo de las movilizaciones ciudadanas que el autor considera en dos etapas: la que va de mayo de 1983 a octubre de 1984, que llama de ebullición, y la que se extiende entre septiembre de 1985 a julio de 1986, que nomina como fase de repetición. En consideración a la fuerza de las represiones sufridas con anterioridad, el conglomerado social muy heterogéneo que se oponía a la dictadura fluctuaba entre la radicalidad de la protesta y el deseo de negociación, especialmente empujada por la historia de la represión. Las protestas fueron varias y no abundaremos sobre esto, pero desde allí se producen los primeros síntomas de cambio del sistema, desde la represión a la contención o la negociación y su posterior rearticulación. A esa altura, el sistema neoliberal ya imperaba en forma total (privatizaciones, flexibilidad laboral, rebajas arancelarias), por lo que cualquier cambio político no haría mella en el sistema económico.
Lo que vino después ya es sabido. Las dos posiciones frente a Pinochet, la de la negociación (Alianza Democrática) y la de la rebelión (MDP), hicieron crisis entre 1985 y 1986 con el Acuerdo Nacional por un lado y el fallido intento de matar a Pinochet con la subsecuente represión, por otro. Al final, el realismo lleva a aceptar el plebiscito de 1988 y el triunfo del NO es el inicio de la transición política hacia una democracia con enclaves autoritarios.
¿Y qué pasaba con la cultura?
Antes de 1990 no hubo posibilidad alguna de recambio, con excepción del campo cultural que se restringía a lo permitido a través de las organizaciones no gubernamentales (ONG), medios de comunicación artesanales y masivos, organismos internacionales, embajadas, iglesias e instituciones de diverso tipo que se creaban en los resquicios que dejaba el autoritarismo. De este modo, la cultura contestataria se instalaba en los márgenes (teatro poblacional, lecturas o recitales en parroquias o centros independientes, hojas de poesía, diálogos en fundaciones o centros culturales populares) o en una semi-oficialidad limitada siempre por la censura (teatro comercial con contenidos sibilinos o ambiguos, cine de entretención o realizado en el extranjero, literatura dispuesta a pasar por censores, etc.). Un caso particular lo constituyeron ciertas expresiones que utilizaron formatos más experimentales como el grupo CADA (creado en 1979), que reunió a un grupo de artistas e intelectuales ligados a la neovanguardia, los cuales utilizaron formatos experimentales (este grupo articuló la filosofía y las artes visuales, la poesía y la literatura). Allí coincidieron Diamela Eltit, Loty Rosenfeld, Juan Castillo, Raúl Zurita, Fernando Balcells, Juan Dávila y otros, realizando también una serie de acciones de arte bajo el nombre de Escena de Avanzada. Como ha indicado Richard (2007), «del formato cuadro (la tradición pictórica del soporte-paisaje (la materialidad viva del cuerpo social), la ‘avanzada’ puso en marcha un itinerario de desbordamiento de los límites de espacialización de la obra de arte que llegó a abarcar la ciudad y sus dinámicas (…) de recorrido urbano» (17). Trabajos representativos de este intento son Para no morir de hambre en el arte del grupo CADA y Un millar de cruces sobre el pavimento de Loty Rosenfeld, ambos de 1979, en que se interviene la ciudad y se mezclan las formas artísticas. Si bien tuvo un menor impacto social por el uso de claves de sentido latentes y no explícitas, con el tiempo ha pasado a tener un valor documental importante como expresión, síntoma y también como ampliación del espectro contestatario.
Sin embargo, el déficit de espesor cultural heredado de la dictadura no cambió radicalmente después de 1990, ya que se mantuvo una identidad nacional débil, dispersa y no integrada (Subercaseaux, 2000) hasta probablemente hoy en día. La globalización que se gesta con carácter imperante desde fines del siglo XX no sólo alimenta los procesos económicos, sino que conlleva dinámicas que afectan los modos de vida, los modelos de consumo cultural masivo y la recepción de las industrias culturales apuntando a procesos de homogeneización y uniformidad, que a la vez contradictoriamente apuntan a la fragmentación social. Es lo que García Canclini (1995) llama identidades nómades o desterritorializadas, sujetos que por la falta de pegamento social (pensamiento débil articulado a la decadencia de los partidos políticos, al descreimiento de la política, a la debilidad de los Estados frente al poder cada vez más omnímodo de las trasnacionales) se desarraigan de la historia y de la memoria personal y colectiva para centrarse en un sí mismo desconectado de su entorno. Lo que prima es la conexión con el club de fútbol, la integración musical, la comunicación electrónica, la asunción uniforme de un mercado massmediatizado o de moda, que propone una identidad internacional más cercana a los países del norte que a la región o a la localidad a la que se pertenece.
A contrapelo de lo dicho anteriormente, la paulatina desaparición de las medidas que restringían la libertad de expresión (a partir de 1991), los lentos y trabajosos cambios a la Constitución del 80, las iniciativas para crear una institucionalidad cultural formalizada en el Fondo de Desarrollo de las Artes y la Cultura (FONDART en 1992), el Consejo Nacional del Libro y la Lectura, el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes y finalmente hoy el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio han sido logros importantes para intentar recuperar la cultura desde el Estado. A ello se agrega la reforma de la Ley de Prensa entre 1992 y 1994, las luchas por suprimir la censura cinematográfica que sólo empieza a dar frutos hacia fines de la década del 90 y la Ley de Donaciones Culturales, todos hitos importantes para relevar el nuevo papel de la institucionalidad. En algunos casos, como la conversión de Televisión Nacional en una entidad pública con autofinanciamiento, el resultado no fue el esperado y hasta hoy tenemos un medio prisionero de los vaivenes del mercado y sometido a la competencia del sistema empresarial. En el camino, el Estado vendió medios como la Agencia Orbe, la Radio Nacional y quitó el piso a periódicos críticos como Fortín Mapocho y La Época, además de discontinuar el diario La Nación. La mayor parte de las revistas que resistieron heroicamente a la dictadura, como los casos de Apsi, Cauce, Análisis y posteriormente la Revista de Crítica Cultural y Rocinante, no soportaron el embate del neoliberalismo, las trasnacionales y la desidia de la Concertación y murieron por asfixia económica. Esta no-política comunicacional hacia la prensa escrita y la televisión dejó a la primera en manos del du...

Índice

  1. Presentación
  2. Treinta años de postdictadura: una mirada panorámica
  3. «Water rights for sale»*. Contrarreforma en las aguas dulces y resistencia de los pueblos. Chile, 1967-2017
  4. El largo camino de la izquierda chilena: ¿de la marginalidad política a alternativa de poder? (1988-2018)
  5. Los movimientos sociales en la transición: a 30 años del plebiscito de 1988
  6. ¿Comunicación sin sociedad? Declive del pluralismo mediático y deterioro de la democracia en el Chile postdictatorial
  7. Recobrando la democracia: la militarización del conflicto político en Chile
  8. Reescrituras de la memoria en la poesía (la literatura y la cultura) de postdictadura en Chile